Turquía y el contagio neofascista
- Gilbert Achcar
- 30 mar
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 30 mar

Los acontecimientos que se están produciendo en Turquía desde el pasado miércoles son extremadamente graves: constituyen un nuevo y muy peligroso paso en el deslizamiento del país hacia la asfixia de la democracia. La detención de Ekrem Imamoglu — el popular alcalde de Estambul y candidato de su partido, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), a las próximas elecciones presidenciales previstas para 2028 — y la detención de casi 100 de sus colaboradores en el ayuntamiento de la mayor ciudad de Turquía, por cargos que combinan corrupción (1) y vínculos con el “terrorismo”, es decir, contacto con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) (2) es un comportamiento sacado directamente del repertorio familiar de las dictaduras.
Si alguien tenía alguna duda de que los cargos eran inventados y de que la intención era eliminar a la figura más fuerte de la oposición al gobierno de Recep Tayyip Erdogan, que parece decidido a gobernar su país de por vida como otros gobernantes autocráticos, la decisión de la Universidad de Estambul de invalidar el título de Imamoglu en vísperas de su detención no deja lugar a dudas. Un título universitario es uno de los requisitos para presentarse a las elecciones presidenciales en Turquía, y la decisión de la universidad se basó en un pretexto completamente endeble, ¡sobre todo teniendo en cuenta que Imamoglu obtuvo su título hace treinta años!
Hace casi un año, tras las últimas elecciones municipales en Turquía, recordé el papel de Erdogan en el establecimiento de la democracia en su país durante la primera década de su gobierno. A pesar de su posterior deriva autocrática, incluso destituyendo a los dirigentes de su partido a los que percibía como rivales, elogié su reconocimiento de la derrota de su partido en las elecciones municipales, lo que lo distinguía de varios neofascistas que no aceptan la derrota, entre ellos Donald Trump, que trató de derrocar el proceso electoral que tuvo lugar en otoño de 2020, y todavía se niega a reconocer su pérdida, afirmando que le robaron la presidencia (“Dos valiosas lecciones de las elecciones turcas”, 2 de abril de 2024 — solo en árabe).
La moraleja de esta historia es que el mismo hombre que comenzó su carrera política con una valiente lucha contra un régimen dictatorial y que, durante su mandato como alcalde de Estambul, sufrió lo que es muy similar a lo que ahora está infligiendo a su oponente, el actual alcalde — este hombre, que desempeñó un papel encomiable en el establecimiento de la democracia en su país, se ha visto llevado por la embriaguez del poder y el disfrute de una gran popularidad, a desear perpetuar esta condición, aunque sea imponiéndola coercitivamente a expensas de la democracia. Y, sin embargo, hasta el año pasado, Erdogan no cruzó la línea roja cualitativa que separa la preservación de un margen de libertad que permite sobrevivir a la democracia, aunque cada vez con mayor dificultad, y la usurpación de este margen de forma dictatorial.
Y ello a pesar de que Erdogan exhibe algunas características neofascistas, al apoyarse en una “movilización agresiva y militante de [su] base popular” sobre una base ideológica que incorpora algunos de los componentes clave de la ideología de extrema derecha, como el fanatismo nacionalista y étnico contra los kurdos (en particular), el sexismo y la hostilidad, en nombre de la religión o de otro modo, hacia diversos valores liberales (véase “La era del neofascismo y sus rasgos distintivos”, 5 de febrero de 2025). Su derrotero actual sugiere que ahora está completando su adhesión a las filas de los regímenes neofascistas en lo que respecta a su postura sobre la democracia. En el citado artículo, describí esta postura de la siguiente manera: “El neofascismo afirma respetar las reglas básicas de la democracia en lugar de establecer una dictadura desnuda como hizo su predecesor, incluso cuando vacía a la democracia de su contenido erosionando las libertades políticas reales en diversos grados, dependiendo del verdadero nivel de popularidad de cada gobernante neofascista (y por tanto de su necesidad o no de manipular las elecciones) y del equilibrio de poder entre él y sus oponentes.”
Hay dos factores principales detrás de la deriva de Erdogan hacia el neofascismo. El primero es que la tentación neofascista aumenta siempre que un gobernante autoritario se enfrenta a una oposición creciente y teme perder el poder por la vía democrática. Vladimir Putin ofrece un ejemplo de ello en cuanto su alejamiento de la democracia se intensificó cuando se enfrentó a una creciente oposición popular tras su regreso a la presidencia en 2012 (después de una farsa de traspaso al cargo de primer ministro en cumplimiento de la Constitución, que en aquel momento prohibía más de dos mandatos presidenciales consecutivos). Al mismo tiempo, Putin recurrió a la incitación del sentimiento nacionalista hacia Ucrania (en particular), al igual que Erdogan hizo más tarde con los kurdos.
El segundo factor, y crucial, es el ascenso del neofascismo al poder en Estados Unidos, representado por Donald Trump. Esto ha supuesto un poderoso incentivo para el fortalecimiento de diversas formas de neofascismo real o latente, como vemos claramente en Israel, Hungría y Serbia, por ejemplo, y como presenciaremos cada vez más a nivel mundial. La fuerza del contagio neofascista es proporcional a la fuerza del principal polo neofascista: el contagio fascista se fortaleció enormemente, sobre todo en el continente europeo, cuando el poder de la Alemania nazi fue en aumento en la década de 1930. El contagio neofascista se ha reforzado aún más en la actualidad, al pasar Estados Unidos de un papel de disuasión de la erosión de la democracia, aunque dentro de unos límites obvios, a fomentar esta erosión, directa o indirectamente. La erosión ya está en marcha y se está acelerando dentro de los propios Estados Unidos.
Así pues, no es casualidad que el ataque de Erdogan contra la oposición comenzara tras una llamada telefónica entre él y Trump, que Steve Witkoff, amigo íntimo de Trump y enviado a diversas negociaciones, describió el viernes pasado como “genial” y “realmente transformadora”. Witkoff añadió que “el presidente [Trump] tiene una relación con Erdogan y eso va a ser importante. Y como resultado de esa conversación, están llegando muchas noticias buenas y positivas desde Turquía. Así que creo que lo veréis en los informes de los próximos días”. (La declaración de Witkoff se hizo dos días después de la detención de Imamoglu, aunque no se refiriera necesariamente a esa detención). Además, Erdogan creía que había conseguido neutralizar al movimiento kurdo con los recientes compromisos, bendecidos por sus propios aliados de la extrema derecha nacionalista turca (se demostró que estaba equivocado: el movimiento kurdo salió en apoyo de la oposición y la protesta popular). También cree que los europeos le necesitan, y a su potencial militar en particular, en esta coyuntura crítica para ellos, de modo que no ejercerían ninguna presión real sobre él.
Lo que sigue siendo una fuente de esperanza en el caso turco es que Erdogan se enfrenta a una reacción popular mucho mayor de lo que aparentemente había previsto. Esta reacción masiva es mucho mayor que la de Putin en Rusia, donde el movimiento popular estaba atrofiado tras décadas de régimen totalitario. Es mucho mayor que a lo que se han enfrentado la mayoría de los pioneros del neofascismo, incluido Trump, que sólo ha encontrado una oposición muy débil por parte del Partido Demócrata desde su segunda elección. Erdogan está tratando de sofocar el movimiento popular mediante una escalada de la represión (el número de detenidos se acerca a 1,500 en un país con una población carcelaria de 400,000 personas, incluido un alto porcentaje de presos políticos y muchos periodistas) a expensas de la seguridad, la estabilidad y la economía de Turquía (el Banco Central se vio obligado a gastar 14,000 millones de dólares para evitar un colapso total de la lira turca, y el mercado de valores ha experimentado un fuerte descenso).
La batalla que se está librando en Turquía es cada vez más importante para el mundo entero. O bien Erdogan consigue eliminar a la oposición, lo que podría requerir una sangrienta represión similar a la de Bashar al-Assad contra el levantamiento popular gana el movimiento popular turco, su victoria tendrá un impacto significativo en la galvanización de la resistencia al auge del neofascismo en todo el mundo.
Traducido por César Ayala de la versión inglesa localizada en gillbert- achcar.net. El original árabe fue publicado en Al- Quds al-Arabi el 25 de marzo de 2025. Siéntase en libertad de republicar o publicar en otros idiomas, con mención de la fuente.
Notas
1: la justicia turca debería haber investigado mejor la corrupción en el entorno de Erdogan, empezando por su yerno
2: en un momento en que el gobierno está negociando con este partido un acuerdo pacífico
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