Por Ernest Mandel
[Nota de la Junta Editorial de momento crítico: lo que sigue es un extracto del capítulo "La aceleración de la innovación tecnológica" del libro El capitalismo tardío del economista belga Ernest Mandel, Ediciones Era, traducción de Manuel Aguilar Mora, pgs. 247-248 255-259.]
... En el contexto de la producción capitalista de mercancías, el crecimiento sostenido del volumen de la investigación condujo inevitablemente a la especialización, a la "autonomización". En primer lugar, la investigación y el desarrollo científico vinieron a ser una rama separada dentro de la divisón del trabajo de las grandes compañías. Después, pueden tomar la forma de empresas independientes, fue cuando aparecieron los laboratorios de investigación operados privadamente, vendiendo sus inventos y descubrimientos al mejor postor. El pronóstico de Marx quedó así confirmado: la invención se había convertido en negocio capitalista sistemáticamente organizado.
Como cualquier otro negocio, el de la "investigación" tiene un solo objetivo en el modo de producción capitalista: maximizar las ganancias de la empresa. La enorme expansión de la investigación y el desarrollo desde la segunda guerra mundial es en sí misma una prueba de su "rentabilidad"estrictamente capitalista. Estamos hablando aquí del gasto privado en investigación y desarrollo, y no del gasto estatal, que está en cierta medida libre de la constricción de la rentabilidad.
… La actividad científica es una fuerza productiva solo si es incorporada directamente al proceso de producción material. En el modo de producción capitalista esto significa: si se integra en la actividad de la producción mercantil. Si ello no ocurre – como resultado, entre otras cosas, de las reservas y las dificultades que afectan a la valorización del capital – entonces continúa siendo solo una fuerza de producción potencial y no real.
El crecimiento a grandes saltos de la investigación y el desarrollo ha creado una demanda de gran magnitud de fuerza de trabajo intelectual altamente calificada. De ahí “la explosión universitaria”, acompañada a su vez por una vasta oferta de candidatos (aprendices) a la fuerza de trabajo intelectual altamente calificada, que puede explicarse por el nivel de vida superior y la promoción social individual asociados con ella. Ya a fines de la década del cincuenta, el 32.2% del sector de la población entre los 20 y 24 años de edad estaban matriculados en instituciones de educación superior en Estados Unidos, el 16.2% en Nueva Zelandia, el 13.1% en Australia y Holanda y el 10% en Argentina. Desde entonces estos porcientos han aumentado rápidamente. Al principio de la década del sesenta más del 75% de los jóvenes entre 15 y 19 años completaron la educación secundaria en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelandia, Japón, Gran Bretaña, Holanda y Bélgica.
El resultado más impresionante de la transformación social causada por la “explosión universitaria” es que, al menos en Estados Unidos, y probablemente también en otros países capitalistas, el número de obreros educados académicamente, si no es que también de estudiantes, excede en la actualidad al de los campesinos o granjeros en dichos países.
El rasgo característico de este crecimiento de trabajo intelectual científico – motivado por el crecimiento acumulativo del conocimiento científico, la investigación y el desarrollo y determinado en última instancia por la innovación tecnológica acelerada – es la reunificación masiva de la actividad intelectual y productiva, y la entrada del trabajo intelectual en la esfera de la producción. Dado que esta reintegración del trabajo intelectual al proceso de producción corresponde a las necesidades inmediatas de la tecnología capitalista tardía, la educación de los trabajadores intelectuales debe estar asimismo estrictamente subordinada a estas necesidades. El resultado es la crisis de la universidad humanista clásica, que se ha vuelto anacrónica no solo por razones formales (número excesivo de estudiantes, infraestructura material atrasada, cambios en la extracción social de los estudiantes, todo lo cual exige un gasto social superior al promedio en el sector universitario, etcétera) y no solo por razones sociales generales (intentos de evitar el surgimiento de una intelectualidad desempleada, intentos de frenar la revuelta estudiantil, y de acelerar la ideologización de la ciencia con el propósito de manipular a las masas), sino también y ante todo por razones directamente económicas que son específicas de la naturaleza del trabajo intelectual en el capitalismo tardío; la presión para adaptar la estructura de la universidad, la selección de los estudiantes y la elección de los textos a la innovación tecnológica acelerada bajo condiciones capitalistas. La tarea principal de la universidad no consiste ya en producir hombres “cultos” y de buen criterio – un ideal que correspondía a las necesidades del capitalismo de libre competencia –, sino producir asalariados intelectualmente calificados para la producción y circulación de mercancías.
El nuevo fenómeno social del incremento masivo de la fuerza de trabajo intelectual genera, a su vez, una nueva contradicción social. Por una parte, en un sistema de relaciones mercantiles internalizadas que le dan al individuo la ilusión de la libre elección, la introducción masiva de los trabajadores intelectuales en el sector de la “investigación y el desarrollo” no se puede lograr tan solo por medio de la compulsión directa. La ideología dominante del capitalismo avanzado trata, por lo tanto, de despertar en la juventud el deseo de actuar en las áreas pertinentes de la ciencia y la tecnología (una función importante a este respecto es desempeñada por los medios de comunicación masiva, desde las tiras cómicas y los libros para niños hasta la televisión y la ciencia-ficción). Este desarrollo ciertamente corresponde también a las necesidades sociales generales objetivas y no solo a la orientación a corto plazo de las grandes compañías hacia la competencia y la rentabilidad. El desarrollo acumulativo de la ciencia y la tecnología, que ha creado un poderoso potencial para la liberación de la humanidad de la maldición milenaria del trabajo manual oneroso y mecánico que dificulta y mutila el desarrollo de la personalidad individual, tiene su propio atractivo natural hacia la juventud de hoy en día que intuye esta función emancipadora.
Por otra parte, sin embargo, esta necesidad generalizada de una mejor preparación, educación universitaria y mano de obra intelectual entra inevitablemente en conflicto con el intento de la clase burguesa y su Estado de subordinar la producción de capacidades intelectuales a las necesidades de valorización del capital por medio de reformas tecnocráticas de la educación superior. Lo que necesita el capital no es un gran número de trabajadores intelectuales altamente calificados. Necesita una cantidad creciente pero limitada de productores intelectuales con capacidades específicas y con tareas particulares que cumplir en el proceso de producción o de circulación. Mientras mayor es el crecimiento acumulativo de la ciencia y mientras más rápida es la aceleración de la investigación y el desarrollo, más penetran en las esferas del trabajo intelectual y la instrucción científica los procesos específicamente capitalistas de creciente división del trabajo, racionalización y especialización – en otras palabras, una constante fragmentación del trabajo – en favor de las ganancias privadas. Se empieza a desarrollar una nueva rama de la economía, cuyo campo es el análisis de la “rentabilidad material” de los gastos educativos. Sus adeptos hablan sin rubor de “inversiones productivas” en el sistema educativo y recurren cada vez más a los cálculos sobre su “rentabilidad”. Huelga decir que la “rentabilidad” en cuestión no tiene nada que ver con la satisfacción de las necesidades sociales generales, esto es, la producción de valores de uso, y en este sentido la actividad educativa es igual a cualquier otra rama de la economía política basada en la producción de mercancías y valores de cambio. Se trata meramente de una rentabilidad dentro del marco de la sociedad capitalista tardía existente, basada en la maximización de las ganancias por parte de las grandes compañías. Es igualmente claro que tales cálculos no son simples búsquedas platónicas del “conocimiento puro”, sino que ayudan directamente a la fundamentación de la estructura financiera y política de las reformas tecnocráticas de la educación superior concebidas para aumentar su rentabilidad en este sentido.
Así, el grito de guerra del capitalismo tardío en la educación superior viene a ser: por una ciencia aplicada, especializada y sujeta a la división capitalista del trabajo, una ciencia fragmentada, subordinada a la maximización de ganancias por los monopolios. Las palabras de Marx citadas al principio de este capítulo se han convertido en realidad: cuando la aplicación de la ciencia a la producción inmediata determina e incita a esta, la invención se convierte en una rama de la actividad comercial y las diversas ciencias se vuelven prisioneras del capital. Pero desde un punto de vista social general, el punto de vista de intereses de los asalariados y la gran mayoría de la población, es el potencial liberador de la ciencia y la tecnología lo que le da un significado progresista a todo “Gran Salto Adelante” en este ámbito. Una nueva y aguda contradicción se desarrolla por lo tanto entre, por una parte, el crecimiento acumulativo de la ciencia, la necesidad social de apropiársela y diseminarla al máximo, la creciente necesidad individual de conocer y servirse de la ciencia y la tecnología contemporáneas, y, por otra parte, la tendencia inherente del capitalismo avanzado a hacer de la ciencia una cautiva de sus transacciones y sus cálculos de ganancia.
Es esencialmente una forma nueva y específica de la contradicción general característica del modo de producción capitalista: la contradicción entre la riqueza social en expansión y el trabajo cada vez más enajenado y pauperizado, en la medida en que esta riqueza social es prisionera de la propiedad privada. En el capitalismo tardío esta contradicción adquiere una nueva dimensión. Mientras más necesaria se vuelve la educación superior para ciertos procesos específicos de trabajo, más se proletariza el trabajo intelectual, en otras palabras, más se convierte en una mercancía y más se vende esta mercancía fuerza de trabajo intelectual en un específico “mercado de capacidades intelectuales y científicas”, y más tiende el precio de la mercancía a bajar a sus condiciones de reproducción, oscilando su valor en respuesta a la oferta y la demanda en cualquier momento dado. Mientras más se avanza este proceso de proletarización, más profunda se hace la división del trabajo en las ciencias, acompañada inevitablemente por una superespecialización y una “idiotez experta” cada vez mayores, y más se convierten los estudiantes en prisioneros de una educación con orejeras, estrictamente subordinada a las condiciones de la valorización del capital. Mientras más se fragmentan las capacidades y el trabajo intelectual, más se funde la educación universitaria enajenante con el trabajo intelectual enajenado subsumido en el capital, en el conjunto del proceso de producción del capitalismo tardío. Este es el fundamento socioeconómico subyacente en la rebelión estudiantil generalizada en el capitalismo tardío, y el sello de su impulso objetivamente anticapitalista.
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