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Sobre "Autogestión, planificación y democracia socialista" de Ernest Mandel

Por Frederick Thon


En Autogestión, planificación y democracia socialista (Editorial Sylone, 2022) del economista, teórico y líder revolucionario de la Cuarta Internacional, Ernest Mandel, se agrupan varias conferencias y trabajos presentados entre 1968 y 1976 que sintetizan extraordinariamente su pensamiento crítico y sus estrategias revolucionarias al calor de aquella coyuntura. El título, a decir verdad, resume la tesis concluyente de este libro –la autogestión y democracia obrera como alternativa frente al neo-capitalismo, las experiencias del centralismo burocrático de la Unión Soviética y del socialismo de mercado en Yugoslavia– luego de haber realizado un análisis riguroso de las fuentes históricas y estructurales del fenómeno de la alienación. Mediante este análisis sistemático se desprende su teoría de la desalienación progresiva, permitiéndole articular una crítica científica de los ideólogos burgueses y de los ideólogos estalinistas.


Mandel se distancia de cualquier concepción idealista de la alienación que, desde sus orígenes religiosos, ha venido cargando en su frente como destino fatal del hombre y cuyo desarrollo ulterior cristalizó Hegel desde un giro antropológico. Siguiendo la crítica de Marx a estas nociones idealistas, Mandel considera la alienación como una noción histórica transitoria que puede superarse suprimiendo las condiciones sociales y económicas que le dieron vida material. Por eso, nos dice, cualquier teoría de la alienación debe tomar como punto de partida el proceso histórico por el cual se impone, a gran escala, una separación entre los productores directos y los medios de producción y subsistencia. Este desarrollo decisivo, tan reciente en la historia de la humanidad, es la que permite la institución del trabajo asalariado, “por el que la gente se ve forzada a vender su fuerza de trabajo a otra persona, a su patrón…”. A partir de esta alienación económica, el tiempo por el cual la persona se ha vendido al patrón deja de ser suyo, y deja de pertenecer, además, el producto que se produce en ese tiempo. Producto que, como trabajo muerto, se le enfrenta hostil al trabajador, anulando y absorbiendo todo potencial creativo del ser humano.


Mandel subraya aquí una contradicción intrínseca en lo relativo a las necesidades humanas que surgen de estas relaciones sociales. Y es que mientras cada empresario capitalista limita al mínimo posible las necesidades de sus asalariados, pagando salarios bajos para acumular suficientes ganancias, ve al mismo tiempo en la fuerza de trabajo de los demás capitalistas a consumidores en potencia y, por tanto, desearía aumentar las necesidades de estos para poder vender y realizar el valor de sus mercancías. De modo que, “el capitalismo tiene una tendencia a ampliar constantemente las necesidades de la gente”. Esta contradicción estalla en crisis de sobreproducción debido a que “la gente consume menos porque produce demasiado. Y consume menos, no porque su trabajo sea inadecuadamente productivo, sino porque es demasiado productivo”. Dentro de esta tensión estructural irreconciliable quedan impregnadas las relaciones sociales de propiedad y su lucha de clases en el capitalismo.


En un sistema basado en la producción global de mercancías, esta irracionalidad anárquica del mercado se manifiesta en lo que Mandel denomina la alienación de la actividad humana en general. Es decir, la división social del trabajo necesaria para la producción de mercancías se desarrolla a tal nivel bajo el neo-capitalismo que la fuerza de trabajo se sobreespecializa y se forman personas limitadas por el resto de sus vidas a los conocimientos y preocupaciones propios de sus profesiones. En palabras de Mandel: “[T]enderán asimismo a tener un conocimiento social y político restringido a raíz de esta limitación. Junto con este horizonte limitado aparecerá algo que es mucho peor, la tendencia a transformar las relaciones entre seres humanos en relaciones entre objetos. Esta es la famosa tendencia hacia la «reificación», la transformación de relaciones sociales en cosas, en objetos, de la que habla Marx en El Capital”. Aquí me parece que yace una de las apreciaciones más iluminadoras de este libro: identificar en el análisis marxista de la reificación y del fetichismo de las mercancías una extensión de la teoría de la alienación.


Recordemos que Mandel establece estos fundamentos teóricos en una coyuntura de prosperidad y crecimiento acelerado que había comenzado para la década de 1940. Los efectos que generó esta onda larga de expansión económica en muchos pensadores fue poner en duda el potencial revolucionario de la clase obrera y sobreestimar la apariencia de la coyuntura en el análisis de la totalidad estructural capitalista. Para algunos, el sistema ya no podía tambalearse; para otros, ya no había salida alguna “... porque creen que el sistema es capaz de drogar y paralizar a sus víctimas”. Incluso, habían los que entendían que el neo-capitalismo se estaba convirtiendo en otra cosa y había abandonado sus características básicas como sistema capitalista. Mandel se resistía categóricamente a estas interpretaciones, principalmente por tres razones básicas.


Primero, la tercera revolución industrial que se estaba desarrollando en ese momento permitió que la automatización intensificara y extendiera el trabajo industrial. Entendiendo el trabajo industrial en el sentido más amplio – personas obligadas “a vender su fuerza de trabajo a las fábricas de manufacturas, de cultivo de algodón, de proceso de datos o productoras de sueños! – ocupa más que nunca el lugar central en la estructura de la economía”. Segundo, aunque la capacidad de consumo de la clase obrera haya aumentado, el trabajo alienado no se había modificado bajo el neo-capitalismo. En sus palabras, “... de la misma forma que la automatización extiende el proceso de industrialización a cada uno de los rincones de la vida económica, igualmente universaliza la alienación en una medida que Marx y Engels sólo podían haber sospechado confusamente, hace cien años”. Y tercero, y a mi entender la más importante, la única fuente de plusvalía continuaba siendo el trabajo vivo. Como bien expone Mandel, para una muestra de esto solo bastaba con observar la resistencia de los patronos multimillonarios por incrementos salariales de 50 centavos o por dos horas de reducción de la semana laboral. Las condiciones materiales y objetivas para el potencial revolucionario del proletariado estaban dadas en esos elementos. La clase obrera continuaba siendo la única clase capaz de paralizar la producción de un golpe, más aún cuando esta clase aumentaba numéricamente.


Es decir, Mandel argumenta que la alineación no sólo seguía existiendo bajo el neo-capitalismo, sino que se había intensificado y universalizado convirtiendo a gran parte de la población mundial en asalariados desposeídos y al desarrollo de las fuerzas productivas cada vez más en fuerzas destructivas de la biosfera material y de la misma existencia de la raza humana, como había previsto Marx un siglo antes. Tal tendencia seguiría su curso si las fuerzas productivas “... no eran liberadas a tiempo de las cadenas de la propiedad privada y de la orientación al beneficio…”. Los requisitos previos para lograr esta liberación de la alienación humana, junto a sus efectos destructivos, Mandel los describe de la siguiente manera: la supresión de la producción de mercancías; la desaparición de la escasez económica; y la supresión de la división social del trabajo a través de la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción y de la eliminación de la separación entre el trabajo manual e intelectual, entre productores y administradores.


Mientras los ideólogos de la burguesía asimilaban estas características estructurales del capitalismo como desenlaces inevitables de la naturaleza humana, los ideólogos estalinistas limitaban históricamente la teoría de la alienación al trabajo explotado en el capitalismo para justificar su inexistencia en la Unión Soviética o en cualquier sociedad en transición al socialismo. Ambas posturas obstaculizaban cualquier intento de desalienación progresiva, ya sea porque se entienda el fenómeno de la alienación como insuperable o bien porque se comprenda superada en ciertas sociedades postcapitalistas. En contra de estas tendencias apologéticas de sus respectivos regímenes, el análisis de Mandel toma en cuenta que, así como el fenómeno de la alienación precedió al capitalismo – durante períodos históricos en el que la división social del trabajo engendró un entramado económico cimentado en la producción de mercancías – éste puede igualmente persistir en sociedades no capitalistas. Solo mediante un proceso activamente consciente de desalienación se podrán ir extinguiendo las condiciones que subordinan y explotan a la clase trabajadora. En ese sentido, la apuesta de Mandel, partiendo del análisis de la realidad en la que se estaban desarrollado formidablemente la tecnología automatizada junto a una clase obrera especializada cada vez más homogénea, es a desarrollar una transición emancipadora a través de la organización de la autogestión obrera democráticamente centralizada.


El potencial de esta alternativa estaba latente en los múltiples movimientos obreros que emergían desafiando la organización básica en sus talleres de trabajo, confrontando la apropiación de las ganancias y hasta el poder burocrático e imperialista de sus respectivos gobiernos. Algunos ejemplos lo eran la huelga general del Mayo Francés y la Primavera de Praga en 1968, el otoño caliente italiano de 1969, el movimiento de masas en España y el Diciembre de 1970 en Polonia, así como también las diversas revoluciones anticoloniales que se iban desencadenando por todo el sur global. Eventos explosivos como estos elevaban la autoconfianza y conciencia del proletariado y de las masas del pueblo. Sin embargo, más allá de levantamientos esporádicos aislados, nos advierte Mandel, se necesita dirección y coordinación que permita responder la pregunta de qué hacer una vez hayamos ocupado las fábricas. Esta va a ser la función práctica del partido revolucionario como agente catalizador que “... centraliza la experiencia, la conciencia, y asegura su continuidad”. No es sino mediante este proceso dialéctico constante, entre la autoactividad revolucionaria y la coordinación del partido revolucionario que la clase obrera podrá impulsar sus reivindicaciones transitorias hacia la conquista del poder y la construcción del socialismo.


Ya nos encontramos en posición de resumir la tesis que representa el título de este libro. Ante los intentos fallidos hacia el socialismo que representaban el centralismo burocrático de la Unión Soviética y la autogestión descentralizada en Yugoslavia, Mandel opta por otro camino: la autogestión democráticamente centralizada basada en una planificación socialista. Según el autor, esta alternativa viabilizaría a la clase obrera en su conjunto ejercer realmente el poder económico y político, a diferencia de las otras dos experiencias en donde éste se restringía exclusivamente a un pequeño subconjunto de la clase. Como la imagen de la sociedad soviética, degenerada burocráticamente, ya perdía su atractivo como referente para la clase obrera internacional, las opciones reales en discusión se encontraban en la autogestión. Dentro de esta corriente, más evidente en Europa Occidental, es que Mandel presenta la alternativa de la autogestión centralizada, en contraposición a la autogestión limitada al nivel de la empresa que no era más que un callejón sin salida del socialismo de mercado.


El impasse de una economía autogestionada de forma descentralizada, al nivel de la empresa, quedaba demostrado por la experiencia Yugoslava. Esta no hacía más que reproducir los males del capitalismo al estar subordinada a las leyes del mercado y del valor que, por presión de la competencia, obligaban a las empresas a decidir entre despedir empleados y acelerar el ritmo del trabajo u operar con pérdidas con efectos a la baja en los salarios. De hecho, continúa el argumento de Mandel, esta parcelación del poder económico de la clase obrera “es la condición para mantener el monopolio del poder en manos de la burocracia”.


A pesar de todo, la clase trabajadora Yugoslava le dejaba claro a la burguesía que era totalmente capaz de dirigir las empresas. Pero aún quedaba una contradicción esencial por resolver, entre la socialización de los medios de producción y las normas burguesas de distribución. De modo que la elección real es por una centralización espontánea determinada por la anarquía del mercado o por una centralización democráticamente planificada. En resumen: “En el mundo económico de hoy en día, toda una serie de decisiones se toman inevitablemente a niveles superiores al de la empresa, y si estas decisiones no son tomadas conscientemente por la clase obrera en su conjunto, serán tomadas por otras fuerzas a espaldas de los trabajadores”.


Vemos, pues, que la autogestión centralizada no es un ideal, sino una estrategia necesaria para suprimir democráticamente un sistema cuya tecnología tiende a centralizarse por el capital. Para ello será crucial una “democracia de los consejos obreros tan ampliamente articulada como sea posible, para permitir asociar al máximo de trabajadores el ejercicio del poder”. Mandel, asumiendo con mucho rigor esta tarea, propone reducir la jornada laboral a la mitad, el día siguiente de la revolución, para que haya una participación democrática real de la clase obrera en los distintos congresos nacionales e internacionales. Ello posibilitaría, además, una serie de transformaciones culturales y políticas, incluyendo una enseñanza repartida a lo largo de toda la vida con un mínimo de formación en diversas disciplinas. El camino a la desalienación se ensancharía con estas estrategias de desproletarización, con la cual se invertiría la lógica del mercado por una lógica fundamentada en las necesidades humanas.


En síntesis, frente a la mitología estalinista del partido único y la mitología de la corriente autogestionaria anti-partidos, el autor resalta lo indispensable que resultará la construcción de una democracia socialista real para potenciar un proceso de autogestión emancipador. En este camino inédito en la historia, naturalmente nos encontraremos con muchísimos obstáculos nuevos. Necesitaremos de una rica cultura de debate teórico, de choque entre ideas y luchas políticas representadas por diferentes partidos políticos; que permitan aprender de la experiencia práctica para corregir y reducir los errores de la manera más eficiente posible. Asimismo, la democracia política socialista se deberá efectuar con la independencia sindical frente al Estado obrero, manteniendo el derecho al voto, la libertad de prensa y la libertad de asociación y manifestación de la clase obrera. Serán estos los elementos esenciales que, para Mandel, nos adelantarán en el camino hacia un socialismo verdaderamente emancipador.


Al ser este un libro que recoge un material estratégicamente expuesto para una población del norte global occidental en un momento histórico particular, sería deshonesto plantear aquí una crítica por esta delimitación. Por el contrario, su potencial yace precisamente en el método aplicado al momento de analizar una coyuntura específica desde su totalidad. El análisis dialéctico, entre cambio coyuntural y estructura histórica, provee el marco para distinguir la apariencia de la esencia; y a Mandel le sirvió para seguir el movimiento vivo de su tiempo de una manera radicalmente crítica. Una crítica que no solo logró develar las fuentes históricas de la alienación capitalista y su relación estructural con la burocracia, sino, además, que identificó tendencias que aún persisten, medio siglo después. Entre estas, el crecimiento vertiginoso de la clase obrera asalariada y la consecuente expansión de la división social del trabajo; el aumento exponencial de la automatización del trabajo en la era digital; y la transformación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas que han desatado una catástrofe ecológica sin precedentes. Aquí es que radica la extraordinaria vigencia de Autogestión, planificación y democracia socialista, pero que, sin embargo, debemos extender y actualizar a nuestro momento desde una izquierda revolucionaria capaz de cumplir con su tarea histórica: emancipar de la explotación del capital las únicas dos fuentes de riqueza: la naturaleza y el trabajo humano.


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Frederick Thon es integrante de la junta editorial de momento crítico y coordinador de la Juventud Ecosocialista (la JECO) de Democracia Socialista.

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