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Rescatando la igualdad: Nancy Fraser, Contrahegemomía ¡Ya!

Por Rafael Bernabe



Reseña del libro Nancy Fraser, Contrahegemomía ¡Ya! (México D.F.: Siglo XXI, 2019)


Este texto de la profesora de filosofía y política norteamericana, Nancy Fraser, intenta delinear una estrategia para la izquierda ante el ascenso de la derecha en Estados Unidos y otros países. Sus comentarios empiezan por un análisis de ese auge de la derecha y sus causas.


Según Fraser, la presidencia de Donald Trump y el apoyo indudable a sus posiciones por una parte importante de la población de Estados Unidos, el éxito del movimiento por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (el llamado Brexit), justificado con posiciones antinmigrantes y racistas, y el ascenso de nuevos grupos y gobiernos de extrema derecha en diversos países (como Brasil y Filipinas, por ejemplo) son muestras de una grave crisis de los sistemas políticos dominantes hasta hace poco. La gente, o, al menos, un número creciente y considerable de personas, se ha desencantado con los partidos históricamente dominantes en sus países (por lo general de centro-derecha y centro-izquierda) y buscan nuevas opciones que respondan a su insatisfacción ante estructuras estatales o partidarias que sienten que ya no les representan ni les escuchan. Esa búsqueda no solo ocurre hacia la derecha. También se manifiesta con al auge de movimientos de izquierda, como las campañas de Bernie Sanders en Estados Unidos.


Según Fraser, estos procesos deben entenderse como muestras de una crisis de hegemonía. Se trata, por supuesto, del concepto asociado con la obra del marxista italiano Antonio Gramsci. Según Gramsci, las clases dominantes reproducen su dominio, no solo a través de la represión, sino que también buscan y, por largos periodos, logran obtener la aceptación de los gobernados y dominados. Como lo resume Fraser, hegemonía es "el proceso por el cual una clase dominante hace que su dominación parezca natural, al instalar las premisas de su cosmovisión como el sentido común de la sociedad en su conjunto". Para implantar y reproducir esa hegemonía, las clases gobernantes están obligadas a construir un "bloque hegemónico" o, en palabras de Fraser "una coalición de fuerzas sociales dispares reunidas por la clase dominante, por medio de las cuales afirma su liderazgo". La hegemonía, plantea Fraser, depende de la difusión y aceptación de conceptos particulares de lo bueno y lo justo. Desde mediados del siglo XX, en Estados Unidos y Europa esa hegemonía se construye alrededor de dos ejes, que Fraser llama la distribución y el reconocimiento.


La distribución se refiere, como indica la palabra, a la distribución de la riqueza y del ingreso. Se refiere, por tanto, a los conflictos sobre los salarios, pensiones, seguridad social, la distribución de la carga contributiva, el grado de responsabilidad pública por servicios esenciales (salud, por ejemplo), la extensión de los servicios de bienestar social (apoyos a los desempleados, pobres, etc.), entre otros. En pocas palabras, la distribución, así definida, se refiere a la estructura económica y a la estructura de clase y a cómo la riqueza se distribuye entre las clases y grupos sociales.


El reconocimiento se refiere a cómo la sociedad estima a sectores de la población, lo cual afecta su integración en la forma de distribución existente. Este eje se refiere, por tanto, a los temas que por lo general se agrupan bajo el término "racial" o de "género" o "cultural". Se trata del grado de integración, de estima, respeto y reconocimiento y respeto de derechos a las mujeres, la población identificada como negra o no-blanca, los inmigrantes, entre otros.


Según Fraser, al ascenso de Trump y el llamado populismo de derecha es síntoma de la crisis de la forma de hegemonía y del bloque hegemónico dominante desde hace treinta años que ella describe como el neoliberalismo progresista. Según Fraser, para enfrentar a Trump y las fuerzas del populismo de derecha es necesario entender la crisis de ese neoliberalismo progresista, cuyos exponentes más prominentes han sido Bill y Hillary Clinton y Barack Obama (y ahora habría que añadir a Kamala Harris y Joe Biden).


El neoliberalismo representa un ataque a los logros históricos de la clase trabajadora, alcanzados durante el periodo de expansión posterior a la Segunda Guerra Mundial. Incluye un ataque a los sindicatos y las organizaciones obreras, desmantelamiento de protecciones laborales, reducción de impuestos al gran capital, reducción del gasto y las protecciones sociales, privatización de servicios públicos, eliminación de barreras al movimiento del capital, con la consiguiente precarización del empleo, estancamiento del ingreso de las clases trabajadoras, traslado de la producción y colapso de antiguos centros industriales, vulnerabilidad de la clase trabajadora a la pérdida de ahorros, pensiones y viviendas (como ocurrió con el resultado de la Gran Recesión de 2008). Como explica Fraser, esta ha sido la política dominante en Estados Únicos y Europa (y en el mundo, podemos añadir) desde la época de Reagan y Thatcher. Estas políticas han tenido un efecto devastador en la clase trabajadora en Estados Unidos (y otros países), incluyendo a su mayoría blanca, y, sobre todo, a los sectores empleados en la gran industria tradicional.


Sin embargo, Fraser indica que el neoliberalismo, como política que opera en el eje de la distribución (impulsando una redistribución de la riqueza de las clase desposeídas y explotadas hacia las poseedoras y explotadoras) puede combinarse con distintas políticas y orientaciones en el eje del reconocimiento. Fraser se refiere a un neoliberalismo reaccionario, que combina las políticas señaladas con posiciones francamente racistas y machistas, por ejemplo, defensoras de posiciones tradicionales sobre familia, el rol de la mujer o las relaciones raciales. El mismo Ronald Reagan y los sectores tradicionales del Partido Republicano serían buen ejemplo de este neoliberalismo reaccionario. Pero, según Fraser, a partir de la década del 1990, esta variante fue desplazada por otro bloque hegemónico: el neoliberalismo progresista. El neoliberalismo progresista combina las políticas económicas neoliberales con la orientación meritocrática que plantea la inclusión de mujeres, negros, gays y otros grupos históricamente discriminados en las estructuras de poder económico y político existentes (y reorganizadas por el neoliberalismo). Parte esencial de ese bloque hegemónico son organizaciones feministas o de grupos discriminados (negros, comunidad LGBTTQ) que enfatizan la eliminación de barreras para la participación de las mujeres, los negros, latinos, gays, etc., en las jerarquías políticas o económicas vigentes, sin cuestionar esas jerarquías o las políticas que desde ellas se impulsan o, incluso, planteando que el "mercado", liberado de prácticas discriminatorias, es el vehículo para mejorar la situación de todos y todas. La presidencia de Bill Clinton, y más aún la de Barack Obama, con Hillary Clinton como Secretaria de Estado, serían los emblemas más evidentes de este neoliberalismo progresista, que combina la exaltación de las bondades del mercado y la competencia capitalista con la fe en su capacidad para incluir y hacer justicia a las mujeres y otros grupos discriminados, de acuerdo al esfuerzo y las habilidades de cada cual. No se rechaza la desigualdad económica, siempre y cuando se deba a diferencias de mérito y esfuerzo y no a barreras raciales o de género. Se habla de equidad, pero se le desconecta del tema de la igualdad económica.


Según Fraser, las consecuencias de la hegemonía neoliberal progresista han creado las condiciones para el ascenso del populismo reaccionario representado por Trump. Las políticas neoliberales han golpeado duramente a buena parte de la clase trabajadora en Estados Unidos, cuyo nivel de vida no ha mejorado durante las últimas décadas: los salarios reales han retrocedido, el endeudamiento ha crecido hasta el límite, la precariedad y la sensación de vulnerabilidad ante cualquier percance (una crisis económica, un problema de salud, la pérdida de un empleo, etc.) se han intensificado. No es raro que miles o millones se sientan cada vez más desconectados del establishment político tradicional, que no parece responder ni preocuparse por su situación. Trump y sus equivalentes en otros países movilizan ese descontento y resentimiento contra ese establishment, dirigiéndolo contra el otro aspecto del neoliberalismo progresista: el reconocimiento de mayor estima y respeto a mujeres, negros, gays y otros grupos históricamente discriminados. Se trata de un populismo reaccionario, que se proyecta como representante del pueblo (blanco) ante el establishment. El mensaje de Trump puede resumirse brevemente: Washington está en manos de las feministas, negros y gays, de la prensa liberal y los magnates de Hollywood, y de sus amigos millonarios que desprecian a la gente buena y trabajadora (blanca). Ese establishment le ha dado la espalda a la clase trabajadora blanca que debe levantarse contra ese bloque feminista-negro: “Make America Great Again!”. De ahí que Hillary Clinton y Obama sean los demonios de este populismo reaccionario.


¿Cómo responder al ascenso del populismo reaccionario estilo Trump? Fraser examina dos opciones. La primera es el intento de recuperación del neoliberalismo progresista, representada en Estados Unidos por las fuerzas dominantes del Partido Demócrata, que han regresado a Casa Blanca (por ahora) con la victoria de Biden. Abrazar esta opción, advierte Fraser, sería ignorar que quien creó y abonó el terreno para el surgimiento del populismo de derecha fue precisamente el neoliberalismo progresista: sus políticas antiobreras combinadas con su defensa meritocrática y amarrada a las oportunidades iguales para competir en el mercado alimentan el justificado resentimiento de la mayoría desposeída ante una realidad económica deprimente, resentimiento que en el caso de la mayoría blanca y masculina es fácil dirigir contra las mujeres, negros y otros grupos cuyo derecho a la equidad es reivindicado por el neoliberalismo progresista, al estilo Clinton, Obama, Biden y Harris. Más aún: en la medida que la mayor parte de las mujeres, negros y otros grupos discriminados son parte de la clase trabajadora golpeada por las políticas neoliberales, el neoliberalismo progresista crea condiciones para que el populismo de derecha también reclute adeptos en parte de esas comunidades, a pesar de su discurso racista y machista.


Fraser propone otra alternativa: combinar el eje progresista del neoliberalismo progresista, es decir, su dimensión antiracista y feminista, con una política francamente antineoliberal. Esto por supuesto, implica un tipo de antiracismo y feminismo distintos: tendría que ser un antiracismo y feminismo del 99%, es decir, vinculado a las luchas de las clases trabajadoras y desposeídas. Esta política tiene una base objetiva en la cual puede apoyarse. Por un lado, las políticas neoliberales de la administración Trump afectan negativamente a la clase trabajadora blanca. A la vez, las políticas "inclusivas" del neoliberalismo progresista mejoran muy poco la situación de la mayoría negra y de las mujeres, que no son parte de los sectores ricos, ejecutivos o profesionales privilegiados. Es decir, Trump traiciona a los trabajadores blancos que dice defender, precisamente porque sus políticas son antiobreras. El neoliberalismo progresista, traiciona a los grupos discriminados (negros, mujeres), porque la mayoría de los negros y las mujeres son parte de la clase trabajadora a quien ese neoliberalismo golpea duramente.


La posición de Fraser implica rescatar una perspectiva de clase: ante la política racista de Trump, por un lado, y de género y raza del neoliberalismo progresista, por otro, insiste en la necesidad de denunciar el neoliberalismo de ambos, desde el punto de vista de los intereses de trabajadores y trabajadoras. Ambos, el populista de derecha de Trump y el neoliberalismo progresista se concentran (de manera distinta) en el polo del reconocimiento (Trump con una política racista, el neoliberalismo progresista con una perspectiva antiracista liberal) para justificar una política regresiva en el terreno de la distribución (atacando los niveles de vida de la gente trabajadora y desposeída). Fraser propone rescatar una política a favor de trabajadores y desposeídos, que exija una redistribución radical de la riqueza. Pero no se trata, por supuesto, de abandonar la lucha contra el racismo o la lucha feminista, sino de combinarlas con esa perspectiva antineoliberal.


Todo esto conlleva el regreso de una consigna y un concepto marginado por el auge del neoliberalismo progresista: la igualdad. El neoliberalismo progresista lo ha remplazado con otro concepto: equidad. La equidad, en muchos casos se opone a la igualdad. Se afirma que solo se pretende que no se discrimine y se deja de lado el problema de la desigualdad económica. Fraser propone rescatar la exigencia de igualdad económica. Pero de nuevo, no se trata de abandonar la lucha por la equidad, sino de combinarla con la lucha por la igualdad.


Hay, sin embargo, un tema que el texto de Fraser menciona, pero no resuelve. ¿Cuál debe ser el objetivo expreso, el horizonte de lucha de un nuevo bloque hegemónico, revertir el neoliberalismo o abolir el capitalismo? ¿Se trata de crear un bloque antineoliberal o anticapitalista? Como dije, Fraser no asume una posición clara al respecto, aunque parece inclinarse en la primera dirección. A nosotros nos parece que es necesario evitar oposiciones innecesarias: por supuesto que las luchas actuales tendrán como punto de partida la lucha contra las consecuencias inmediatas de las políticas neoliberales. Pero esa lucha debe organizarse y justificarse de manera tal que pueda irse entendiendo la raíz capitalista de dichas políticas. En la práctica la guía de tal política es sencilla: la gente y sus necesidades, el ambiente y su protección están por encima de las ganancias. Siguiendo ese principio se cuestionan las prioridades neoliberales y se entrará también en un enfrentamiento con la lógica fundamental del capitalismo.


El texto de Fraser puede ser base para importantes discusiones sobre la situación en Puerto Rico. Mencionemos dos aspectos rápidamente. No hay duda de que vivimos una crisis de hegemonía de los partidos dominantes. Su apoyo electoral ha ido reduciéndose según su incapacidad de atender la crisis del país se hace más evidente. El verano del 2019 lo demostró dramáticamente. La precaria gobernación de Wanda Vázquez fue su continuación. Ahora Pierluisi ocupa la gobernación con 33% de los votos emitidos. Pero a la vez que lo viejo está muriendo, lo nuevo aún no surge. Es necesario construir un nuevo proyecto hegemónico. Tenemos los elementos para tal proyecto, pero están dispersos. Existen en Puerto Rico una gran cantidad de iniciativas feministas, comunitarias, ambientales, de pensionados, además del movimiento sindical y movimientos políticos progresistas, pero no existe un medio de coordinar sus esfuerzos a partir de un programa compartido. Movernos en esa dirección es esencial para construir la contrahegemonía planteada por Fraser.


El título en español del texto de Fraser (¡Contrahegemonía ya!) es muy sugerente. Por un lado, tiene la forma de una consigna callejera, una proclama para la agitación. Por otro, incluye un término teórico y complejo que por lo general no encontramos en tales consignas. Refleja bien el hecho de que el trabajo de Fraser es un intento de hacer teoría vinculada a los problemas planteados por la práctica política y de hacer política vinculada a la exploración teórica. Ni mera teoría ni política irreflexiva, sino la combinación de la política y la reflexión teórica. Es lo que necesitamos.


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Rafael Bernabe es senador, profesor de la Universidad de Puerto Rico, activista social y político, autor de libros y artículos sobre historia y literatura puertorriqueña.

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