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¿Qué desarrollo para Cabo Rojo y Puerto Rico?

Por Rafael Bernabe


Entre las defensas del capitalismo que a menudo escuchamos se encuentra su capacidad de generar crecimiento económico. Hace poco se repitió por enésima vez en un foro auspiciado por la fundación CRECE, dirigida por el exgobernador Luis Fortuño. En el foro se reconocía que el capitalismo genera desigualdad, pero se explicaba que eso no debía ser motivo de preocupación. Se afirmaba que el capitalismo, gracias al crecimiento que provoca, beneficia a todo el mundo, incluso a las personas más pobres. Lo importante es asegurar el crecimiento, no combatir la desigualdad. 


Vamos a dejar de lado las crisis recurrentes del capitalismo con su estela de destrucción humana y social (la más reciente fue en 2008, aunque los apologistas del sistema ya la hayan olvidado). Dejemos también de lado el hecho de que las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras y los desposeídos en general no han sido resultado automático del desarrollo capitalista, sino de largas e intensas luchas sindicales, sociales, ambientales, etc., a las que los apologistas del sistema por lo general se oponen. Enfoquémonos en un tercer problema: hoy sabemos que el crecimiento ilimitado, que algunos consideran un mérito y objeto de celebración, es incompatible con los límites de un planeta finito. Y, a pesar de los delirios de Elon Musk, no tenemos otro planeta disponible. 


El ejemplo más evidente de esto es la crisis climática: el crecimiento incesante sobre la base de la quema de combustibles fósiles conduce a cambios irreversibles y catastróficos en las condiciones que hasta ahora han hecho posible la vida y el desarrollo de la humanidad. Pero aún si se lograra la transición plena a la energía renovable, el crecimiento ilimitado seguiría siendo incompatible con los límites del planeta. Por supuesto, no podemos suponer que esa transición se vaya a completar con la velocidad y el alcance que la emergencia climática exige. Desde que se señaló y reconoció la necesidad de reducir las emisiones de gas de efecto invernadero (en 1992 o un poco antes), esas emisiones han continuado aumentando, la concentración de esos gases en la atmósfera ha seguido creciendo y la porción de la energía generada con combustibles fósiles no se ha reducido (sigue siendo cerca del 84%).


En 1988 el famoso informe Brundtland definió el desarrollo sostenible como: “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. El capitalismo falla tanto al presente como al futuro: no ha podido satisfacer adecuadamente las necesidades de muchas personas en el presente, a la vez que socava la capacidad de generaciones futuras de satisfacer las suyas. Para decirlo de otro modo: la idea de que la desigualdad combinada con el crecimiento traerá mejor vida para ricos y pobres es una promesa falsa que perpetúa la injusticia social y conduce al desastre ecológico.


Nuestro objetivo debe ser asegurar una vida plena y sana para todas las personas a la vez que reparamos nuestra relación con el entorno natural y que lo utilizamos de manera responsable. ¿Qué ajustes y cambios son necesarios globalmente y en cada país para lograr este doble objetivo? Mencionemos tres. Primero, es necesario ampliar o hacer crecer ciertas actividades e instalaciones. Es el caso de las que permiten garantizar la alimentación saludable, educación, salud, vivienda apropiada, transporte colectivo, cuido en la niñez y la vejez, energía de fuentes renovables. Segundo, es necesario decrecer o eliminar actividades que representan un malgasto de recursos. Baste mencionar la monumental producción de armamentos y el gasto militar, el empaque y publicidad innecesarios, la gran cantidad de productos desechables (como plásticos de un solo uso) y prescindibles y el consumo de lujo de una pequeña minoría. Ejemplo evidente son los jets privados que malgastan recursos y contribuyen al calentamiento global, para que unos pocos puedan viajar más cómodamente. La humanidad ya no se puede dar el lujo de tolerar este lujo de unos pocos. En tercer lugar, es necesario reducir lo más posible la jornada de trabajo, a la vez que se aseguran los elementos materiales de una vida plena. Nuestra mayor riqueza será la creación de tiempo libre. Tiempo libre es el tiempo disponible para la realización de las actividades escogidas voluntariamente, según los intereses, inclinaciones y gustos de cada persona. El objetivo no será consumir cada vez más, sino lo suficiente y trabajar cada vez menos. Es lo que necesitamos tanto vital como ecológicamente.


Es desde esta perspectiva que podemos y debemos examinar el propuesto “desarrollo” de un gigantesco complejo habitacional-hotelero en Cabo Rojo. El proyecto, según anunciado estará dirigido al “mercado de alta gama” y constará de “condohoteles de lujo”, “residencias turísticas de marca”, campos de golf, instalaciones de salud, y una escuela de kínder a 12. En otras palabras, implica convertir la zona costera entre la playa del Boquerón y El combate en un paraíso privado y cerrado para que la minoría privilegiada del planeta siga desplegando su consumo irresponsable e insostenible de recursos: es precisamente un ejemplo de lo que el crecimiento capitalista genera y de lo que la humanidad necesita decrecer, si es que aspiramos a la justicia social y a reparar nuestra relación con el planeta. Lo que Puerto Rico y la humanidad menos necesitan es destinar más recursos para construir más campos de golf, más condohoteles de lujo, aunque eso sea lo que “los mercados de alta gama” soliciten.


No es raro que las páginas de negocios, los “desarrolladores” del patio, las empresas de construcción ya se estén babeando ante el horizonte de tal proyecto: su único interés y criterio es la oportunidad de aumentar sus ganancias. No es culpa de ellos, así funciona el mercado capitalista. Pero esa mano invisible y ciega es la que nos ha traído a la crisis ambiental que enfrentamos, además de perpetuar la desigualdad y la injusticia social.


En Puerto Rico esto se combina con nuestra situación colonial. ¿Quién puede dudar que este proyecto está pensado, al menos en parte, como ciudad privada para los beneficiarios de las antiguas leyes 20 y 22, ahora ley 60? Se trata de evasores o, más precisamente, de “evitadores” contributivos: no están dispuestos a contribuir a las comunidades en las que residían y se trasladan (real o ficticiamente) a otra jurisdicción, que les hace el favor de no cobrarles, o casi no cobrarles, impuestos. Poco a poco se han ido detectando las consecuencias de este supuesto mecanismo de crecimiento: acaparamiento de propiedades, aumento de alquileres, aceleración de la gentrificación, entre otros. 


No dudamos que aparecerán defensores del proyecto alegando, como siempre, la creación de empleos y el crecimiento económico. Ya lo hacen con la ley 20/22/60. Sobre la creación de empleos se ha dicho que en su etapa de operación el proyecto generará 2 mil empleos. Esto no da ni para enfrentar el problema de desempleo en la zona oeste. En cuanto a crecimiento, no se trata de instalaciones productivas, sino de residencias y consumo para unos pocos. Pero, además, como indicamos, ya pasó la época de abrazar cualquier crecimiento, de lo que sea y como sea, como si fuera sinónimo de progreso y desarrollo.


Como indicamos, aspiramos a un desarrollo que incluya la satisfacción de las necesidades fundamentales de todos y todas, la ampliación de la producción necesaria para lograrla, la reducción de la jornada de trabajo y el decrecimiento o eliminación de las actividades destructivas, innecesarias y prescindibles. Esto requerirá cambios institucionales profundos, como la propiedad social de parte importante de las fuentes de riqueza y la planificación ecológica, participativa y democrática. Nada de esto se logrará mañana. Pero para que se logre lo antes posible, tenemos que luchar hoy por todo lo que vaya en esa dirección y detener todo lo que vaya en la dirección opuesta, es decir, en la dirección de perpetuar el

privilegio y el mal uso de recursos y del planeta. Ese es el caso del proyecto dirigido a la demanda de una minoría que se acaba de anunciar. Ya dirán que somos los que nos oponemos a todo. No nos oponemos a todo, tan solo a la injusticia y la destrucción, aunque sea de “alta gama”. El problema son los que nos atacan, pues eso —privilegio, malgasto y destrucción— es lo único que proponen. 


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Rafael Bernabe es senador por el Movimiento Victoria Ciudadana.


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