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Progreso y crecimiento no son sinónimos. Reseña de "Post-Growth Living. For an Alternative Hedonism"

Por Rafael Bernabe



Reseña de Kate Soper, Post-Growth Living. For an Alternative Hedonism (London: Verso, 2020)


De las consecuencias ambientales catastróficas del capitalismo ya existen pocas dudas. Vivimos en un planeta con extensión y recursos limitados y en una biosfera que depende de delicados balances. El capitalismo, animado por el motor de la competencia y el imperativo de mayor ganancia posible, implica crecimiento ilimitado y la indiferencia hacia las consecuencias ambientales de ese crecimiento. Los ejemplos, desde el calentamiento global (con todas sus consecuencias), la contaminación del aire, el agua y la tierra, hasta los peligros de la industria nuclear, podrían llenar muchas páginas. No es posible el crecimiento ilimitado en un planeta limitado. El capitalismo es sencillamente insostenible. El libro de Kate Soper que aquí reseñamos insiste que es necesario desconectar el concepto de progreso de la idea del crecimiento incesante a la cual el capitalismo lo ha amarrado. Seguimos siendo personas progresistas y defensoras del cambio, pero ese progreso y ese cambio ahora implican y exigen una crítica de la definición de progreso que hemos recibido del capitalismo.


Soper propone una economía que, una vez logre garantizar el mínimo material adecuado para la vida de todos y todas (algo que ya ha alcanzado la mayoría de la población de los países desarrollados) sea una economía de reproducción simple y no de reproducción ampliada. Dependerá mucho más que ahora de medios de consumo más duraderos y reparables, que se renueven con menos frecuencia y no estén programados para ser desechados en poco tiempo. Será una economía en la que se repara, se reúsa y se recicla. La dieta de los países avanzados se modificará y dependerá menos del consumo de carne, para dar un ejemplo. Esto no implica un "regreso a la naturaleza" en un sentido caricaturesco o a la vida primitiva, como a veces se piensa. Sigue siendo deseable maquinizar ciertas tareas desagradables, peligrosas y repetitivas. La innovación tecnológica seguirá siendo clave en muchos terrenos. Este cambio mucho menos conlleva renunciar al progreso que el capitalismo y la modernidad han implicado en términos de libertades individuales, y particularmente de las mujeres, ante los dictados de la comunidad y la familia. No se trata de un regreso a la vida tradicional.


Soper señala, sin embargo, que la necesidad de redefinir el consumo de manera sostenible ante la cultura consumista capitalista (que asocia la felicidad a la compra de un número cada vez mayor de cosas) por lo general se percibe como un acto de renuncia, de sacrificio impuesto por razones ambientales y ecológicas, éticas o de justicia. Debemos sacrificarnos los que vivimos más cómodamente, pues es necesario salvar el planeta o hacer justicia a los que viven en condiciones de pobreza y miseria. Pero, aunque bueno para el ambiente y para otros, se trata, aun así, de un sacrificio, un sacrificio necesario y justificado, pero sacrificio al fin. El eje del libro de Soper es una crítica y rechazo de esa concepción.


Según Soper, es necesario rechazar la cultura de consumo capitalista, centrada en el trabajo incesante y la adquisición igualmente incesante de objetos, no solo para salvar el ambiente, sino para hacer posible una vida más agradable y placentera. La forma más extrema de presentar su posición es esta: aun si la forma de trabajo y consumo creada por el capitalismo fuera sustentable, sería deseable rechazarla en términos de las limitaciones que impone a la posibilidad de una vida más rica, agradable y placentera. Esa vida más agradable implicará menos trabajo y más tiempo libre, más actividades asumidas voluntariamente, un ritmo más lento de muchas actividades, menos estrés y menos prisa. El capitalismo detesta el ocio: el ocio es la fuente de todos los males, se nos dice. Soper, como otros autores antes que ella (empezando por Marx y pasando por Marcuse) plantean una revaloración del tiempo libre y del ocio como la verdadera riqueza, como la liberación del trabajo forzado. Los cambios necesarios para evitar el desastre ecológico no deben verse como un sacrificio necesario, sino como un verdadero y positivo enriquecimiento de nuestras vidas.


Esta visión de una vida distinta, en la que se consume menos, pero se disfruta más, no podría justificarse, según Soper, como imposición de una minoría ilustrada sobre una mayoría felizmente apegada a las formas de trabajo, consumo y de vida existentes. Y la empresa sería inútil, pues la prédica de cambio tendría poco atractivo para personas que se sientan satisfechas en su situación actual. Pero Soper considera que el deseo de cambio no solo existe entre una minoría de teóricos como ella: en grandes sectores de la población existe una creciente ambivalencia ante las formas de progreso, incluyendo las formas de consumo, impuestas por el capitalismo. Esa insatisfacción supone una aspiración implícita a una forma de vida distinta, un deseo de cambio. Esa ambivalencia se expresa de muchas maneras: desde la preocupación por el estrés y el sobre-trabajo o por la falta de tiempo para actividades que se consideran importantes (como las relaciones personales o de familia), hasta la molestia con la congestión urbana y el interés recuperado por productos artesanales, espacios verdes o rutas para bicicletas; desde la creciente preocupación con el contenido y forma de elaboración de los alimentos, hasta la conciencia ambiental sobre problemas como el cambio climático. Existe una base subjetiva, producto de las condiciones objetivas creadas por el desarrollo capitalista, para la crítica del progreso capitalista y la defensa de una concepción distinta del progreso que implica menos trabajo y más ocio, menos consumo, pero más disfrute, menos prisa, pero experiencias más duraderas.


Mucho de lo que Soper señala ya se encuentra en Marx. Marx planteaba, como se sabe, que el capitalismo representa un gran progreso para la humanidad en términos de desarrollo de las fuerzas productivas. Bajo el capitalismo esas fuerzas productivas se usan contra el trabajador o trabajadora: la máquina, lejos de dar más seguridad, amenaza con desplazar al trabajador o trabajadora; lejos de aligerar, intensifica su trabajo; lejos de hacer al trabajador o trabajadora más autónomo o autónoma, les somete a un control y vigilancia mayor por el patrono. Desde esa perspectiva, formas de producción pasadas o sociedades antiguas que no estaban sometidas a la lógica de la acumulación incesante de dinero pueden presentarse como más plenas y atractivas. Por eso Marx decía que la nostalgia por el pasado siempre acompaña al progreso capitalista. Marx, por supuesto, rechazaba tanto la aspiración al regreso al pasado precapitalista como la resignación al presente capitalista como el fin de la historia: proponía ir más allá del capitalismo, a partir de los logros del capitalismo. Y para él un aspecto central de ese futuro post-capitalista debía ser la reducción radical de la jornada de trabajo y la ampliación del tiempo libre.


En la actualidad, estas ideas de Marx cobran mayor vigencia. Pero como señala Soper, a partir de esa recuperación compartida de ese aspecto de la obra de Marx, existen acercamientos muy distintos hacia la futura sociedad a que se aspira. Soper entra de lleno en ese debate. Existen, para decirlo sencillamente, dos grandes corrientes: el marxismo tecno-utópico y lo que, a falta de mejor nombre, podemos llamar el marxismo romántico. Soper se coloca enfáticamente en el segundo campo. Según ella, los primeros plantean una extensión del crecimiento ilimitado de la producción, quizás logrando una "desmaterialización" de la producción, es decir un uso cada vez más eficiente de materiales. Es decir, combinan la visión socialista y la reducción de la jornada de trabajo, con un apego a las formas de consumo generadas por el capitalismo, que pretenden perpetuar, a pesar de que son ecológicamente insostenibles. Ejemplo de esto serían las posiciones de los llamados marxistas "aceleracionistas". Soper plantea el contrario, la necesidad de usar la tecnología para reducir la carga del trabajo, para asegurar las condiciones de vida material adecuada globalmente, pero para, a partir de eso, alcanzar una economía de reproducción simple y no ampliada, como ocurre en el capitalismo. Soper menciona la figura de William Morris como figura pionera de ese anticapitalismo des-aceleracionista. Curiosamente, el libro de Soper no menciona a Herbert Marcuse, otra gran figura de esa tradición. Tampoco aborda la recuperación de la crítica romántica de la modernidad formulada por Michael Lowy en varios libros y muchos artículos.


Hubiese sido interesante conocer su parecer sobre algunas propuestas de Lowy. Lowy, al igual que ella, ha planteado el problema de que un anticapitalismo responsable tiene que plantear la satisfacción de las necesidades reales de la gente y de también detener la destrucción del ambiente vinculada a la satisfacción de "necesidades" generadas por el imperativo de valorización del capitalismo. Pero ¿cómo distinguir necesidades reales de las formas de consumo objetables? ¿Y quién lo determina? Lowy plantea una primera medida sencilla, pero radical: eliminar la publicidad capitalista. ¿Cuánto del consumo actual se debe a necesidades de la población y cuánto a su educación por la publicidad comercial? Para averiguarlo "basta" con suprimir la última y ver qué pasa: no hay duda de que hay muchas formas de consumo que desaparecerán. (Para los que piensen que esto empobrecerá el paisaje urbano, hay que explicar que lo que ahora se llena de anuncios se puede llenar con arte, imágenes, música, etc. igualmente llamativos, brillantes y atractivos… pensar que sin anuncios todo será más aburrido es un ejemplo de cómo la cultura comercial ha penetrado todo nuestro sentido de posibilidad.)


Pero las mayores debilidades o ambivalencias del libro de Soper tocan dos temas: la actitud hacia el capitalismo y sobre el problema de los agentes del cambio. En cuanto a lo primero, Soper señala convincentemente que el capitalismo es culpable de la catástrofe ambiental que nos amenaza. Subraya la importancia del análisis de Marx, que demuestra cómo y por qué el capitalismo es incapaz de tener una relación no-destructiva con el ambiente. Por lo mismo, Soper objeta el término Antropoceno, que se ha popularizado para referirse a la era geológica actual en que las actividades humanas tienen un impacto predominante sobre la biosfera. Soper señala que este concepto culpa o atribuye a la humanidad procesos que son producto, no de la humanidad en general, sino de la sociedad capitalista en particular. La descripción no es mera cuestión de palabras, tiene consecuencias políticas y prácticas: en un caso el problema es la humanidad, en el segundo caso el problema es el capitalismo.


Sin embargo, en otras partes del libro, Soper habla de cómo los cambios necesarios no son compatibles con el neoliberalismo o con el capitalismo "como lo conocemos" ("as we know it"). Esto daría la impresión de que un capitalismo menos salvaje sería compatible con los cambios necesarios. Así a la vez que encontramos pasajes claramente anticapitalistas, en otros Soper parece dejar la puerta abierta a un "capitalismo verde". Por supuesto, la lucha contra el capitalismo siempre parte de lucha dentro del capitalismo contra las consecuencias del capitalismo y con exigencias inmediatas que no implican abolir el capitalismo (como detener la construcción de una autopista, o un gasoducto, etc.), pero no debe fomentarse ilusión alguna de que el capitalismo sea compatible con el tipo de economía sustentable que Soper propone. Su libro presenta buenos argumentos contra eso y sorprende que en algunos puntos su rechazo del capitalismo se reduzca al rechazo del neoliberalismo o de cierto capitalismo. Por supuesto, empezamos luchando y estamos luchando contra el neoliberalismo, pero siempre desde una perspectiva y con objetivos anticapitalistas.


Por último, está el problema crucial de que fuerzas sociales pueden realizar el cambio necesario. Aquí, de nuevo, el texto de Soper oscila entre dos respuestas. En algunos puntos plantea que la clase trabajadora, y fuerzas con "identidad de clase", como las concibe el marxismo, no podrán ser el único agente de cambio y que tendrán que articularse con otras exigencias que se relacionan con el consumo, la ciudad, el ambiente y otros temas que escapan a la política obrera clásica. Esta fórmula nos parece correcta. Pero en otras partes del texto Soper va más allá: no plantea que la clase obrera o los temas de clase ya no son los únicos agentes de cambio, sino que ya no son del todo factores de cambio. No se trata de vincular las luchas y organizaciones de la clase trabajadora a nuevas consideraciones y movimientos y preocupaciones, sino básicamente abandonarlas para buscar nuevas formas de organizar las aspiraciones a una vida distinta. En esos puntos las propuestas de Soper son, como cabe esperar, muy vagas y generales. La primera perspectiva es el camino apropiado: no abandonar la lucha por reformas o contra el neoliberalismo, ni hacer declaraciones socialistas abstractas, sino vincular la lucha por objetivos inmediatos con la lucha anticapitalista; no abandonar la perspectiva de la organización de la clase trabajadora para la defensa de sus intereses ante el capital, sino vincularla sus luchas a campañas más amplias en las que pueden y debe involucrarse fuerzas más amplias que las organizaciones obreras.


A pesar de estos problemas, el libro de Soper debe leerse y estudiarse. Explica por qué podemos y debemos seguir siendo progresistas, pero también por qué tenemos que redefinir el progreso que defendemos, separándolo de la noción de crecimiento ilimitado a la que el capitalismo lo amarró y que conduce al desastre.


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