Rafael Bernabe, Jorge Lefevre Tavárez y Manuel Rodríguez Banchs

En dos artículos recientes, Henrique Canary ha planteado la necesidad de una reorientación de nuestra corriente política internacional. Según él, la acumulación de derrotas y retrocesos de la clase trabajadora y sus aliados potenciales impone limitar los horizontes de lucha a las reformas inmediatas en el marco del capitalismo y a la resistencia contra el fascismo. No hay duda de que los problemas planteados por Canary son reales, pero la solución propuesta lejos está de atenderlos adecuadamente.
Su argumento depende de la contraposición de dos opciones entre las cuales habría que escoger. A un lado se encuentra la idea de una “ruptura inmediata con el capitalismo”, de una lucha antifascista que “se convierta inmediatamente en anticapitalista” aparejada a la política de “imponer un programa anticapitalista a los aliados” y la concepción de que la clase obrera, siempre en la ofensiva, tan solo se ve limitada por direcciones reformistas y traidoras. Al otro está el reconocimiento de la profunda crisis de las luchas y organizaciones obreras, del deterioro de la conciencia de clase, de la necesidad de reconstruir esa identidad de clase, de enfrentar, a la vez, la amenaza fascista y, por tanto, de centrar la política en la lucha por reformas, en la defensa y en la resistencia al fascismo. En el momento actual el reformismo sería la mejor forma de ser revolucionario. Para evitar la primera posición habría que abrazar la segunda: para evitar la idea de una revolución socialista “inminente” e “inmediata” habría que abandonar la perspectiva de la revolución socialista en todo futuro previsible. Nos parece que estamos ante una falsa alternativa que excluye la perspectiva del método y programa de transición. Pensamos que esto es un error, no porque los problemas planteados por las derrotas y retiradas de la clase trabajadora no sean reales, sino más bien porque ese método, excluido del análisis de Canary, sigue siendo indispensable (aunque no se suficiente o una garantía de éxito) para atenderlos adecuadamente.
Canary destaca un aspecto del Programa de transición de 1938: la noción de que la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de dirección de clase trabajadora. En aquella coyuntura era justa la apreciación de Trotsky: las clases trabajadoras y sus aliados se lanzaban reiteradamente a la lucha por el poder político o a movilizaciones que podían en poco tiempo desembocar en esa lucha (Alemania, China, España, Francia), pero se encontraban atadas y bloqueadas por las direcciones oportunistas de la Segunda y Tercera internacionales. Ese ya no es el caso: en la actualidad lo que caracteriza a la clase es en muchos casos la pasividad y la desorganización y no una pujante militancia bloqueada por sus direcciones. No se trata de explicar la necesidad de cambiar de líderes a una clase militante, sino de reconstruir esa actividad y militancia.
El contraste formulado por Canary entre la situación de 1938 y la nuestra es válido. Pero no es correcto pensar que el problema planteado por ese contraste no esté previsto en el Programa de transición. El problema planteado por Canary es la distancia entre la conciencia actual de la clase trabajadora y el horizonte de lucha socialista y anticapitalista. Este, precisamente, es el problema central que el Programa de transición plantea y pretende resolver: cómo conducir a la clase trabajadora de su nivel de conciencia y organización existentes a una perspectiva y orientación anticapitalista y socialista. Se trata de construir un puente entre las exigencias inmediatas (el programa mínimo) y la perspectiva de la revolución anticapitalista. Evidentemente, si la conciencia y la organización existentes en 2025 son distintas a las de 1938, ese puente entre las exigencias inmediatas y la perspectiva socialista tendrá que ser distinto si es que se quiere conectar con la clase trabajadora “realmente existente”, pero esto no justifica abandonar el método del Programa de transición.
En un artículo que cita como referencia al de Canary, Martín Mosquera lo plantea de manera más amplia: “Los clásicos del socialismo tendían a pensar que la clase trabajadora era instintivamente revolucionaria y que solo factores coyunturales podían llevarla a un letargo reformista transitorio.”Sin embargo, basta reflexionar un segundo para recordar la tesis de Lenin de que la clase trabajadora tiende espontáneamente a posiciones tradeunionistas, o la preocupación de Rosa Luxemburgo con la deriva reformista de la social democracia antes de 1914. De igual forma, autores como Mandel, entre otros, dedicaron grandes esfuerzos a explicar (y, por supuesto, a tratar de superar) el predominio de orientaciones reformistas en el movimiento obrero. Toda la tradición marxista revolucionaria está permeada de la idea de que hay poderosas fuerzas que contradicen la evolución de la clase obrera hacia posiciones revolucionarias y de que esa evolución, lejos de estar asegurada o ser un problema resuelto, constituye el reto mayor para las organizaciones revolucionarias. Durante todo el periodo posterior a 1945, al menos en los países capitalistas desarrollados, el problema planteado por nuestra corriente fue, precisamente, como enfrentar la realidad de una clase trabajadora que seguía amarrada a una perspectiva reformista. La explicación, por supuesto, se encontraba en la expansión capitalista de posguerra, capaz de acomodar importantes exigencias del movimiento obrero. Sin embargo, durante ese periodo, no se abandonó la perspectiva de intentar vincular las exigencias inmediatas con la orientación anticapitalista, es decir, el método del programa de transición. No se abandonó, porque ese problema y ese método no se limitaban a la coyuntura superada de 1938. De igual forma, el hecho de que el fin de la expansión de posguerra y la época neoliberal hayan provocado serios retrocesos de la clase trabajadora tampoco anula aquel problema o aquel método.
En todo caso, el contexto actual de agresiva ofensiva del capital impide plantear un programa mínimo (lo que Canary describe como banderas defensivas, mínimas y democráticas) sin plantear el problema de las estructuras fundamentales del capitalismo. La defensa de los salarios, los derechos laborales, las pensiones, los sistemas de seguridad social, los impuestos a grandes empresas, el rechazo de las privatizaciones etc. enfrentan la feroz oposición del capital y sus agentes políticos y estatales. ¿Cómo explicar las causas y razones de esos ataques sin hablar sobre el funcionamiento del capitalismo? ¿Cómo plantear un programa en defensa de la clase trabajadora o para atender la crisis climática que no se desafíe la lógica del sistema? ¿Dejaremos de plantear una fiscalidad progresiva? ¿El ajuste de salarios al costo de vida, la garantía de servicios esenciales gratuitos, la nacionalización de ciertos sectores (la energía, por ejemplo), etc., es decir, las demandas clásicas de un programa de transición? Al enfrentar el fascismo ¿cómo explicaremos sus raíces, las fuerzas que lo promueven, la forma de combatirlo, sin referirnos al capitalismo, sus crisis y sus consecuencias? Si algo plantea la crisis de la civilización capitalista (económica, política, interestatal, ecológica) es la necesidad y posibilidad de vincular las preocupaciones inmediatas de la población (ingreso, vivienda, salud, jubilación...) con las tendencias fundamentales del capitalismo. Al participar y alentar las luchas “reformistas” de la clase trabajadora ¿vamos a dejar en casa nuestra orientación y explicación sobre las últimas?
Canary rechaza la noción de “una ruptura inmediata con el capitalismo” o “la idea de la inminencia de la revolución” o de una “revolución antifascista que se convierta inmediatamente en anticapitalista.” También advierte contra la práctica de intentar “imponer un programa anticapitalista a los aliados reformistas” o la idea de que “toda organización revolucionaria es un pequeño partido bolchevique dirigido por un pequeño Lenin que lanza sus pequeñas Tesis de abril...” Nosotros también rechazamos tales posiciones. No dudamos que puedan existir tales orientaciones, grupos o partidos en la izquierda de algunos países. Lo que señalamos es que la mejor manera de combatir esas orientaciones no es adoptar una perspectiva reformista y meramente antifascista, sino a través de una actualización del método y el programa de transición. No hay que escoger entre la idea de una revolución “inmediata” o “inminente” o un “enfoque reformista”. El método del programa de transición parte de la idea, precisamente, de que la revolución no es inminente ni inmediata, que hay que construir un puente en su dirección a partir de la conciencia y organización existente de la clase trabajadora. Hoy sabemos que ese puente se debe construir en condiciones distintas y más difíciles y que, probablemente, será más largo y tomará más tiempo construirlo y atravesarlo que lo que se esperaba en otros tiempos, pero esa no deja de ser la manera de concebir nuestra tarea. Esta perspectiva es perfectamente compatible con la concertación de alianzas sin imponer nuestro programa y sin exigencias “ultimatistas” a nuestros aliados reformistas. Es igualmente compatible con las propuestas de Canary de alentar las luchas inmediatas, reconstruir los lazos de clase, promover el internacionalismo y la independencia de clase. Pero nada de esto exige ni se beneficia con que abandonemos el programa de transición por un programa mínimo, en el que, al decir, del viejo Bernstein, el movimiento es todo y el fin es nada.
Demás está decir que el método del programa de transición incluye el concepto y perspectiva del frente único con fuerzas y organizaciones reformistas del movimiento obrero y sectores oprimidos, en términos generales, y en términos de la lucha antifascista en particular. No hay que escoger entre una perspectiva sectaria de rechazo de tales frentes o alianzas o la adopción de un programa mínimo reformista. Existe la posibilidad de acuerdos y alianzas con fuerzas reformistas a partir de nuestra orientación de transición anticapitalista.
Canary plantea la necesidad de “reconstruir en el proletariado la idea de la identidad de clase y de oposición a los intereses de la burguesía”. Estamos, por supuesto, de acuerdo. Sin embargo, la idea de “oposición a los intereses de la burguesía” ya nos lleva más allá de la mera lucha por reformas y nos enfila hacia un enfrentamiento con el capitalismo, no inminente, no inmediato ciertamente, pero enfrentamiento que vamos preparando. Y ese es el método del programa de transición.
Martín Mosquera nos recuerda un antecedente iluminador: la revolución rusa se realizó bajo la consigna de Pan, Tierra y Paz, no de expropiación de la burguesía. Como bien dice Mosquera, en textos como “La catástrofe que nos amenaza y como evitarla”, Lenin planteaba una serie de problemas inmediatos (hambre, frío, colapso, transporte...) y de propuestas inmediatas, comprensibles a las mayorías, que pretendían atender esos problemas urgentes a la vez que movilizaban a esas mayorías contra las prerrogativas de la burguesía (consolidación y control estatal de bancos y grandes empresas inicialmente sin expropiar a los dueños, abolición del secreto comercial, control por consumidores de los comercios, etc.). Pero esto es, precisamente, la lógica y método de lo que luego se conocería como el método y el programa de transición. Mosquera resume este hecho con la fórmula que ser revolucionario es ser “reformista hasta el final”. Si entendemos esto correctamente, se estaría diciendo que se impulsan las exigencias inmediatas vinculadas a los intereses de las mayorías hasta que entren en contradicción con las reglas del capitalismo. Es la diferencia con los reformistas a secas, que no van “hasta el final”, pues no están dispuestos a desafiar esas reglas. Pero ¿qué es esto sino el método del programa de transición? Entonces, nos parece que es mejor llamarlo por su nombre que remplazarlo por términos (“reformismo hasta el final”) que, más que ayudar, complican la tarea de actualizarlo.
Referencias:
“La crisis subjetiva de la clase trabajadora” https://jacobinlat.com/2024/08/la-crisis-subjetiva-de-la-clase-trabajadora/ y “No vivimos una ‘crisis de dirección’, sino una crisis del propio proletariado”, https://jacobinlat.com/2024/01/no-vivimos-una-crisis-de-direccion-del-proletariado-sino-una-crisis-del-propio-proletariado/ .
Martín Mosquera, “Fin de ciclo”, https://jacobinlat.com/2024/08/fin-de-ciclo/.
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Rafael Bernabe es historiador, sociólogo, profesor y político puertorriqueño. Es miembro de Democracia Socialista.
Jorge Lefevre Tavárez es editor, ensayista y sindicalista. Forma parte de la Junta Nacional de la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios (APPU). Es miembro de Democracia Socialista y actualmente forma parte de su Comisión Política.
Manuel Rodríguez Banchs es miembro de la Comisión Política de Democracia Socialista, militante de la Cuarta Internacional, editor de Momento Crítico y miembro del consejo editorial de Sylone.
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