por Vanesa Contreras-Capó
El 1 de enero de 1804, y después de una larga lucha contra 3 imperios, el español, el inglés y el francés, el pueblo de Haití logró su independencia y con esta el fin de la esclavitud en el primer país del continente latinoamericano. Un año después, en 1805, se firmó la constitución imperial de Haití cuyo segundo artículo estipulaba que “La esclavitud es abolida para siempre”. Fue un compromiso con la humanidad que los revolucionarios haitianos quisieron impulsar en los otros territorios del continente americano que luchaban por su independencia, pero en estos, debido en gran parte a los actores revolucionarios, la abolición tomó mucho más tiempo.
En la entrevista “El Giro Descolonizador” Enrique Dussel explica la importancia del acto político de redactar una nueva constitución, de construir “una nueva articulación de la democracia” pensada desde y para las personas que han participado de los procesos políticos y sociales de ese país. Así lo hemos visto en las dos primeras décadas del siglo XXI en Venezuela, con su Constitución bolivariana de 1999, y en Bolivia, que no solo aprobó la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia en 2009, sino que en 2010 reconoció los derechos de la madre tierra y en 2020, después de haber derrocado al gobierno golpista a través de un proceso electoral, se creó el Ministerio de Culturas, Despatriarcalización y Descolonización. Tampoco podemos olvidar al pueblo chileno que decidió cambiar la constitución de los años 80 y ahora está en proceso de construir su nueva constitución con perspectiva de género. Todos estos ejemplos demuestran la importancia de impulsar las luchas desde todos los espacios; se empiezan en las calles, pero una vez se van logrando las victorias, se tienen que tomar los otros espacios donde se impulsan las políticas públicas o los cambios a estas.
En la entrevista, Dussel comenta sobre la reticencia que han tenido muchas izquierdas de involucrarse en los procesos políticos más allá de la organización y militancia en la calle desde las múltiples organizaciones y/o grupos políticos. Por eso, según Dussel, para contrarrestar esto es importante redefinir el poder y separarlo de la burocratización que es “la fetichización del poder”. Dussel afirma que el poder político es la voluntad del pueblo y que la única sede del poder es la comunidad política que es el pueblo. Por lo tanto, si pensamos en todos los procesos políticos en los que se han insertado los pueblos en los diferentes países y reconocemos que las múltiples movilizaciones y luchas que se han dado han sido en contra de los gobiernos neoliberales, no basta solo con quitarlos sino que hay que construir nuevas formas de gobierno con las mismas personas que se han tirado a las calles. Por eso, y siguiendo lo planteado por Dussel, nos urge redefinir el poder partiendo de las luchas y los reclamos sociales y evaluar las estructuras políticas con las que contamos para transformarlas y/o reconstruirlas.
En su presentación “De la crítica poscolonial a la crítica decolonial”, Ramón Grosfoguel explica algunas diferencias entre los estudios poscoloniales y el giro decolonial que resultan importantes a la hora de pensar en la toma del poder y la construcción o reconstrucción de los estados nacionales, sobre todo si pensamos en los movimientos de liberación de las últimas décadas. Grosfoguel comienza su exposición aclarando que no hay una sola manera de pensar lo decolonial y lo poscolonial, incluso, afirma que, si no hay diversidad, estos serían otros proyectos coloniales ya que se trataría de encajar todos los procesos políticos y sociales en una sola definición de lo decolonial o lo poscolonial. Es decir, se asume la idea de confrontar los universalismos, uno de los principales elementos del giro decolonial. Por otro lado, las diferencias de ambos movimientos no se contraponen ni imponen entre sí, de hecho, ambos movimientos se han retroalimentado y han reconocido la importancia del saber y del actuar desde un conocimiento y una experiencia situada, es decir, reconocen que ninguna experiencia cancela ni se debe imponer a las otras.
Dicho esto, Grosfoguel señala que hay un elemento que se trabaja de forma diferente en estos movimientos: la relación entre la modernidad y la colonialidad. Para explicar este argumento, Grosfoguel se remonta a la genealogía de la historia colonial de algunos de los escritores del movimiento poscolonial y decolonial. Por ejemplo, explica Grosfoguel, si tomamos en consideración la historia colonial de la que parte Gayatri Spivak en la India, durante el siglo XVII, o de la que parte Edward Said cuando se coloniza el Medio Oriente a partir del siglo XIX, el panorama es muy diferente al que se vive en la colonización del continente americano a partir de 1492. En términos generales, en el caso de los estudios poscoloniales la modernidad y la colonialidad aparecen como procesos simultáneos pero no constitutivos uno del otro. De hecho, en algunos casos la modernidad aparece como una crítica emancipadora desde Europa y, aunque esta no plantea una crítica radical del racismo contra los sujetos colonizados, se ha llegado a ver la modernidad como un proyecto emancipatorio. Por lo tanto, si la modernidad no es colonial, se puede empujar la modernidad o pluralizar la modernidad. De ahí se puede entender, explica Grosfoguel, por qué algunos de estos intelectuales poscoloniales utilizaban a pensadores europeos para hablar sobre la India o el Medio Oriente.
En ese sentido, comenta Grosfoguel, si lo vemos con relación a la economía política y la cultura, en el movimiento poscolonial se puede apreciar un “sesgo culturalista”. Ahora bien, si partimos del proceso de colonización desde 1492, es decir alrededor de 300 años antes, la modernidad y la colonialidad se presentan como las dos caras de la misma moneda: la modernidad es posible gracias a la colonialidad. Por eso, para el giro decolonial, la modernidad más que un proyecto emancipatorio es un proyecto civilizatorio, porque cuando en los estados modernos europeos se habla de libertad, como en la revolución francesa, no se piensa esta libertad para los sujetos colonizados. Sin embargo, se impulsa la estructura política, social y económica moderna en todas las colonias. Por lo tanto, para el giro decolonial la solución no puede ser la modernidad. Además, a diferencia de los estudios poscoloniales, la relación entre economía política y cultura es intrínseca, van de la mano, la una fortalece a la otra.
Tomando estas diferencias en consideración, sin descartar las importantes aportaciones de ambos movimientos, no solo en la academia sino también en los movimientos sociales, una pregunta posible es si desde el continente americano la salida o la ruptura con la modernidad sería entonces la posmodernidad. En la entrevista “El Giro Descolonizador”, Dussel comenta que la alternativa no puede ser la posmodernidad porque este es otro movimiento nacido en Europa y su particular decepción con el proyecto moderno. Por eso, el filósofo argentino propone el término de Transmodernidad, como uno que va más allá de la modernidad. Un proyecto de y para los pueblos colonizados, los otros. En el artículo “Transmodernidad e interculturalidad”, Dussel reflexiona y describe el proyecto transmoderno como uno que, a grandes rasgos, se construye de la siguiente manera: para empezar, afirma los “momentos culturales propios” que se encuentran fuera de la modernidad. Esos valores culturales, no modernos, se deben convertir en el punto de partida de una crítica interna que impulse un pensamiento crítico para que a la larga se desarrolle una tradición cultural propia. Para Dussel lo importante de este proceso, que no es uno inmediato ni universal, es que surja desde los márgenes de la modernidad. La utopía transmoderna, que partiría de la afirmación de las culturas no modernas, se presentaría como un “pluriverso trans-moderno (con muchas universalidades: europea, islámica, vedanta, taoísta, budista, latinoamericana, bantú, etc.), multicultural, en diálogo crítico intercultural”. Es decir, romper con los universalismos, desarrollar las múltiples lógicas y epistemologías y promover el diálogo entre estas para lograr la convivencia y supervivencia de todas.
Todos los primeros de enero no solo recordamos la revolución haitiana sino también la cubana y la zapatista, alzamientos que irrumpieron la “normalidad” moderna de nuestras vidas apostando a otras formas de vida, otras lógicas al margen del “status quo”, otros mundos mundos posibles. Tal vez esa utopía transmoderna de la que habla Enrique Dussel ya se ha empezado a poner en movimiento desde diferentes perspectivas, con altos y bajos, en los movimientos sociales del siglo XXI.
Bibliografía
Constitución imperial de Haití. Recuperado el 1 de enero de 2021.
<https://decolonialucr.files.wordpress.com/2014/09/constitucion-imperial-de-haiti-1805-bilbioteca-ayacucho.pdf>
Dussel, E. (2006). «Transmodernidad e interculturalidad», en: Filosofía de la cultura y la liberación, México: UNAM.
Conferencia de Enrique Dussel- Transmodernidad. Recuperado el 30 de diciembre de 2020.
Entrevista a Enrique Dussel. “El Giro Descolonizador” . Recuperado el 30 de diciembre de 2020.
Grosfoguel, R. “De la crítica poscolonial a la crítica decolonial”. Recuperado el 30 de diciembre de 2020. <https://www.youtube.com/watch?v=IpIfyoLE_ek>
Reyes, Y. “Nueva Constitución con Perspectiva de Género en Chile”. Recuperado el 1 de enero de 2020. <https://www.momentocritico.org/post/nueva-constitución-con-perspectiva-de-género-en-chile>
Vanesa Contreras-Capó es co- fundadora de la Colectiva Feminista en Construcción y de la Coalición 8 de Marzo. Actualmente participa en la Coalición 8 de Marzo yen el Centro Interdisciplinario de Investigación y Estudios del Género (CIIEG).
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