Por Simon Pirani
El fin de semana de Pascua, en la más reciente marcha gigantesca en Londres contra la complicidad del Reino Unido en la guerra de Israel contra Gaza, un grupo nuestro llevó una pancarta que decía “De Ucrania a Palestina, la ocupación es un crimen”. Recibimos los aplausos de la gente que nos rodeaba y que coreó nuestro lema. Pero más allá de la consigna, ¿qué podemos hacer, en el movimiento obrero y los movimientos sociales del Reino Unido, en relación con estos conflictos que están transformando el mundo en que vivimos y alimentan el temor a guerras más amplias y sangrientas?
En lo que sigue propongo algunas respuestas, basadas en la idea de que estamos asistiendo al declive de dos imperios, el estadounidense y el ruso[1]. Por supuesto, ninguno de los dos es un imperio en sentido estricto. Por imperio estadounidense me refiero al dominio económico de EE UU en el capitalismo mundial, junto con el sistema militar y político que lo apoya, en el que Israel es un elemento clave. Rusia, en cambio, es una potencia de segunda, económicamente subordinada, que trata de reafirmar su dominación en el espacio geográfico eurasiático.
Me centraré en la guerra de Rusia en Ucrania y en cómo está cambiando en el contexto marcado por la guerra en Gaza. Los apartados del artículo se refieren a (1) cosas que encuentro que han cambiado en los últimos seis meses, (2) cómo ha cambiado Rusia desde 2022, (3) las perspectivas para Ucrania, (4) el papel de las potencias occidentales en la guerra de Rusia, (5) democracia y autoritarismo, (6) los peligros de una extensión de la guerra y algunas conclusiones[2].
1. Qué ha cambiado
Lo primero, es la violencia excepcional y chocante de la guerra de Israel. Más de 33.000 personas palestinas han sido asesinadas, en su mayoría mujeres y niñas y niños, en seis meses. La población civil es objeto de un castigo colectivo, el hambre se utiliza como arma de guerra. Se registran y se relatan múltiples crímenes de guerra todos los días. La soldadesca israelí alardea de sus crímenes en las redes sociales; grupos de civiles se jactan del bloqueo de la ayuda humanitaria. Los políticos israelíes declaran abiertamente objetivos de guerra que equivalen a un genocidio y una limpieza étnica. Aquí en el Reino Unido, la respuesta de una nueva generación de manifestantes, que no se limitan a tomar la calle, sino que emprenden acciones directas contra fábricas de armas, es un signo de esperanza.
En segundo lugar, está el apoyo al embate genocida por parte de EE UU, el Reino Unido, Alemania y otros gobiernos occidentales. Quien marca el paso es el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, junto con los extremistas enloquecidos que forman parte de su gobierno de coalición; las potencias occidentales le siguen. La frenética caza de brujas contra quienes se oponen a la guerra de Israel no tiene precedentes. Sin embargo, con cada nueva imagen escandalosa y cada nueva manifestación en demanda de un alto el fuego se tira de un nuevo hilo del tejido de la gran ficción, que dice que Israel está defendiendo al pueblo judío y que cuestionar sus actos es antisemita. Se abren enormes grietas en los cimientos ideológicos del proyecto sionista.
En tercer lugar, el modo en que cientos de millones de personas de todo el mundo han comprendido, y les ha enfurecido, la hipocresía de los políticos occidentales que condenan la limpieza étnica por parte de Rusia, pero permiten la que tiene lugar en Gaza.
En cuarto lugar, la manera en que la ausencia de un Estado o de un Ejército basado en un Estado deja tan terriblemente indefensas a las víctimas civiles de la incursión israelí. De nuevo estamos ante un contraste. La invasión rusa de Ucrania se ha visto obstaculizada no solo gracias a la poderosa fuerza moral de la resistencia popular, sino también por la fuerza de las armas. Muchas de estas últimas han sido suministradas a las fuerzas armadas ucranianas por EE UU, el Reino Unido y otros Estados, que ahora facilitan el terror israelí en Gaza.
Finalmente, ante estas dos guerras, la parálisis política de sectores del movimiento obrero occidental resulta sumamente chocante. Quienes profesan el campismo y el antiimperialismo unilateral denuncian a EE UU e Israel, pero no alcanzan a mirar el imperio ruso a través de la misma lente. El deslizamiento del Estado ruso hacia el fascismo, el carácter imperialista de su guerra y el horror que ha impuesto en las partes ocupadas de Ucrania se hallan en un punto ciego. Tres decenios después del colapso de la Unión Soviética, el movimiento y su internacionalismo están siendo minados por este campismo, ese nieto monstruoso del estalinismo.
2. La guerra de Rusia
La socialista ucraniana Hanna Perekhoda ha escrito recientemente sobre el carácter imperialista de la guerra de Rusia, y el socialista ruso Ilyá Budraitskis ha aportado un potente argumento sobre el giro hacia el fascismo operado por el Kremlin durante la guerra[3]. Aquí comentaré dos aspectos que creo que apoyan y desarrollan sus argumentos: sobre cómo se libra la guerra y cómo la política económica se adapta para ponerse a su servicio.
La guerra de Rusia es, ante todo, una guerra contra la población civil de Ucrania. El ataque masivo con misiles y drones del 21 y 22 de marzo, que apuntaron contra Járkov (la segunda ciudad de Ucrania), Zaporiyia y Kryvói Rog, fue un recordatorio. La central hidroeléctrica más grande de Ucrania, junto al río Dniéper, quedó reducida a escombros y DTEK, la principal compañía eléctrica, declaró que había perdido el 50 % de su capacidad de generación. “Rusia está causando muertes de civiles, inclusive la de trabajadores y trabajadoras en los centros de trabajo, y destruyendo activamente la economía ucraniana y la industria energética”, declaró la Confederación de Sindicatos Libres de Ucrania.
Sendos informes de Naciones Unidas y de organizaciones no gubernamentales, que cuantifican las destrucciones causadas en los dos años transcurridos desde la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, demuestran que el ataque ruso se centra en objetivos civiles. Una actualización del informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas confirma que han muerto más de 10.000 civiles y que otras 20.000 personas han resultado heridas; “las cifras reales con probablemente bastante más elevadas”. La vasta mayoría de estas personas fueron víctimas de “armas explosivas con efectos de amplio alcance”, un poco más de una de cada siete que habitaban en zonas ocupadas (es decir, lo más probable es que se tratara de bombardeos ucranianos), las demás en zonas bajo control del gobierno (lo más probablemente por bombardeos rusos). Las pruebas que demuestran la comisión de crímenes de guerra redundan en lo mismo: numerosos informes de Naciones Unidas muestran que la gran mayoría, aunque no todos, han sido cometidos por las fuerzas rusas.
Con el tiempo, la investigación ha permitido descubrir más cosas sobre el asedio ruso de Mariúpol, un hecho clave en la invasión de 2022. Un informe de 230 páginas de Human Rights Watch y Truth Hounds concluye que por lo menos 8.000 personas murieron allí por causas relacionadas con la guerra. Los cadáveres se enterraron en fosas comunes y la cifra real tal vez no se conozca nunca. El ataque dañó la totalidad de los 19 hospitales de Mariúpol y 86 de sus 89 escuelas y facultades. Los hallazgos de la comisión internacional independiente de Naciones Unidas complementan estos datos.
Un rasgo distintivo de la guerra de Rusia es su disposición a sacrificar a sus propias tropas por unos pocos kilómetros de terreno, lo que recuerda a la Primera Guerra Mundial. Así fue cómo Rusia capturó la ciudad estratégicamente significativa de Avdivka en Donetsk el mes pasado, lo mismo que ya hizo en Bajmut en 2023. Desde febrero de 2022, Rusia ha contabilizado probablemente 75.000 soldados muertos, aparte de una cifra desconocida de militares procedentes de las repúblicas de Donetsk y Luhansk, mientras que Ucrania puede haber tenido 42.000 bajas. Se calcula que los soldados heridos suman más de 300.000 rusos y 100.000 ucranianos[4].
Otra característica crucial de la guerra de Rusia es la administración de los territorios que ha ocupado, que trae al siglo XXI la limpieza étnica, la tiranía local y el vandalismo cultural que inauguró el imperio británico en el siglo XIX. Un ejemplo destacado de la locura supremacista rusa es el de Serguéi Mirónov, un líder parlamentario, quien adoptó el año pasado a una niña robada de un orfanato del territorio ocupado.
Las zonas ocupadas han sido militarizadas y en ellas se han suprimido los derechos civiles. Diversas ONG han hecho un seguimiento de la estrategia de las autoridades de expulsar por la fuerza a la población civil ucraniana y estimular la inmigración de pobladores rusos[5]. La resistencia, impulsada en 2022, vuelve a extenderse, ante todo a través de redes clandestinas de mujeres activistas. Ahí hay esperanza.
La estrategia económica de Rusia ha cambiado durante la guerra. La adopción del keynesianismo militar podría ser un factor clave de la extensión de la guerra dentro de Ucrania y más allá de sus fronteras. El presupuesto se ha inflado gracias al fuerte aumento de los ingresos por la venta de petróleo, y estos fondos se han canalizado a la industria militar y sectores asociados. El Estado también está reordenando la propiedad de las empresas, transfiriendo activos a sectores de la elite relacionados con nuevos servicios de seguridad y obligando a los oligarcas exiliados a trasladar de nuevo sus haberes a Rusia o venderlos.
En respuesta a la invasión de 2022, las potencias occidentales impusieron un abanico nunca visto de sanciones a Rusia: actualmente están en vigor 13.000 medidas, más de las que se decretaron contra Irán, Cuba y Corea del Norte juntas. Estas sanciones no han eliminado los ingresos del petróleo que sostienen el presupuesto ruso: en el apartado 4 me pregunto si alguna vez se planteó esta posibilidad. Sí que se congelaron las reservas de moneda extranjera rusas y se limitó la actividad de sus bancos. El Kremlin respondió prohibiendo la salida de dinero, elevando los tipos de interés y estableciendo el control de capitales. Las exportaciones de petróleo se encaminaron hacia destinos asiáticos.
El gasto militar ha crecido vertiginosamente: si en 2019-2021 fue de 3 a 3,6 billones de rublos (44.000 a 48.000 millones de dólares, representando el 15 % del presupuesto federal o del 3 al 4 % del PIB), en 2022 ya saltó a 8,4 billones de rublos (124.500 millones de dólares), y en 2023 a unos 13,3 billones de rublos (160.000 millones de dólares, representando el 40 % del presupuesto federal, o del 8 al 9 % del PIB), según cálculos del economista Boris Grozovski[6]. Los pagos a las familias de los soldados se han disparado y las industrias relacionadas con el Ejército, como la microelectrónica y la de material eléctrico, se han expandido rápidamente. Se destinan fondos a la reconstrucción de las ciudades ucranianas destruidas por los bombardeos rusos y ahora ocupadas por el ejército ruso[7].
En 2023 se produjo un esfuerzo concertado por reordenar la propiedad de las empresas: la oficina del fiscal general solicitó a los tribunales que nacionalizaran más de 180 empresas privadas. El grueso de estas pertenece a sectores necesarios para la producción de material bélico, como la planta electrometalúrgica de Chelíabinsk, la principal fabricante rusa de ferroaleaciones, que fue nacionalizada el mes pasado, y las pertenecientes a empresarios considerados desleales. Este año ha comenzado una nueva ofensiva: el mes pasado, el gobierno ha comenzado a catalogar las “organizaciones económicamente significativas” que obligarán a los imperios empresariales basados en el extranjero a retrotraer su dinero a Rusia y pagar sus dividendos en este país; esto protegerá a esas empresas de las sanciones y al mismo tiempo las someterá a un control estatal más estricto[8].
La economista Alexandra Prokopenko piensa que está en marcha nada menos que una remodelación de la elite rusa: la segunda que impulsa Vladímir Putin, después del sometimiento de los oligarcas de la era Yeltsin en 2003-2007. Las olas de nacionalizaciones forman “parte del intento de Putin de redistribuir la propiedad de gente considerada insuficientemente leal al Kremlin y de crear una nueva clase de propietarios de activos que deben sus fortunas al presidente y su círculo íntimo”. Estos nuevos propietarios serán “los verdaderos vencedores de la guerra de Ucrania y una base sólida de la estabilidad del régimen”[9].
El keynesianismo militar implica un descenso de la productividad y la competitividad, una reducción del gasto en actividades no militares y un aumento del riesgo de escalada militar, señala Prokopenko. “Incentiva al Kremlin a alargar la guerra al máximo posible, o a convertir una guerra caliente en una guerra fría”. El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo advierte de que la “nueva adicción” al gasto militar crea una dependencia todavía mayor de los ingresos energéticos[10].
El Kremlin llevó a Rusia a la guerra en 2014, subordinando la gestión económica y los intereses empresariales de los capitalistas rusos a imperativos geopolíticos (resumidamente, la aspiración a alcanzar la condición de gran potencia), al expansionismo imperialista y la ideología nacionalista. En 2022, este sacrificio de los intereses económicos a los imperativos militares y políticos fue mucho más allá. Ahora, el Kremlin avanza todavía más por esta senda desastrosa. La demagogia fascista se torna más estridente, se aprietan las tuercas de la represión interna y la economía no solo se subordina al nacionalismo y al militarismo, sino que se remodela para nutrirlos. Este proceso genera tal vez el mayor peligro de una guerra futura en Europa.
3. Las perspectivas de Ucrania
La guerra de Ucrania la libra una coalición del Estado ucraniano con la población y las potencias occidentales que le suministran armas. Esta alianza se ha visto tensionada ante el resultado decepcionante del intento de contraofensiva ucraniana del verano pasado y la previsión de una nueva ofensiva rusa este verano. El Ejército ucraniano anda escaso tanto de hombres como de equipos: un grupo de periodistas ha calculado que en Avdivka, por ejemplo, la proporción frente al ejército ruso fue de cinco a uno (artillería), de siete a uno (drones) y hasta de 15 a uno (soldados).
Es importante situar esto en su contexto. El Kremlin esperaba someter completamente a Ucrania en una semana, y dos años después ha sufrido pérdidas muy importantes para capturar las ruinas de una pequeña ciudad que ha estado bombardeando previamente de forma masiva. Pero nos las tenemos que ver con el mundo que el Kremlin ha contribuido a crear mientras tanto.
La escasez de tropas agrava las tensiones entre el Estado y la población. El 2 de abril, el presidente Vladímir Zelenski firmó unas leyes que rebajan de 27 a 25 años la edad para prestar el servicio militar obligatorio, creando un registro en línea de reclutas y anulando la condición de parcialmente apto en los exámenes médicos. Estos cambios se han producido mientras en el parlamento está atascada una nueva ley de movilización que adopta un enfoque más amplio y podría permitir el llamamiento a filas de unos 500.000 hombres. Los diputados y diputadas han presentado más de 4.000 enmiendas. Zelenski y su equipo tratan de distanciase de las medidas, que son impopulares: no han confirmado la cifra de 500.000 hombres (Ucrania tiene desplegadas actualmente alrededor de 330.000 tropas, de un total de 1,2 millones de personas que componen las fuerzas armadas).
La acalorada controversia pública en torno a la movilización no debe confundirse con una oposición a la guerra, de la que apenas hay señales. La cuestión es cómo librarla. Los soldados movilizados tienen en promedio una edad de entre 40 y 50 años, y algunos llevan en el frente dos años sin interrupción. Un sondeo reciente revela que el 48 % de los hombres no están dispuestos a combatir, un 34 % sí lo están y un 18 % declaran que es difícil decirlo; otra encuesta muestra que una mayoría de la población ucraniana (54 %) comprende los motivos de quienes se evaden de la conscripción, y una tercera encuesta indica que hay muchas más personas que piensan que el nivel de reclutamiento es más o menos adecuado o insuficiente que las que piensan que es excesivo[11].
Además de la escasez potencial de soldados, las fuerzas armadas ucranianas sufren una escasez aguda de armas. Este hecho refleja las discrepancias entre los países occidentales que se las suministran en torno a la situación de la guerra (véase el apartado siguiente). Esta carencia solo se compensa en parte mediante el uso inteligente de los suministros limitados de armas, por ejemplo, infligiendo graves daños a la flota rusa del mar Negro y atacando refinerías de petróleo y aeródromos en Rusia.
En este contexto, en la prensa occidental aparecen regularmente noticias que citan fuentes anónimas y afirman, por ejemplo, que EE UU pregunta a Ucrania si estaría dispuesta a negociar o que Rusia ha formulado propuestas informales a EE UU. El mes pasado, Turquía ofreció hospedar negociaciones. Desde mi punto de vista, los obstáculos a una negociación de paz son sustanciales. El Kremlin ha inscrito en la constitución rusa el territorio ucraniano que reclama. Está comprometido a seguir adelante, no solo por su retórica imperialista que niega la condición de nación de Ucrania, sino también en virtud de sus objetivos geopolíticos y de la adopción del keynesianismo militar.
No trataré de pintar un cuadro de lo que pasa en estos momentos por la cabeza del pueblo ucraniano, pero por mis conversaciones y la lectura de los medios diría que para mucha gente el ansia desesperada de paz viene compensada por la convicción de que (1) la perspectiva de que Rusia conserve el control del 18 % del territorio ucraniano que ocupa actualmente, idea que se discute en los pasillos del poder occidentales, es inaceptable, y (2) ante todo, cualquier acuerdo de paz que permita a Rusia reconstruir sus fuerzas armadas fuertemente dañadas y recuperar nuevo brío constituye un peligro mortal. Así se refleja en uno de los numerosos comentarios publicados en medios ucranianos sobre la conscripción:
Uno de los argumentos más comunes con respecto a los hombres que se evaden del reclutamiento dice así: si te escondes de los oficiales de reclutamiento militar de tu propio país y Ucrania sale derrotada, nadie te salvará de los oficiales de reclutamiento militar ni de los comandantes rusos, que te enviarán a asaltar Cracovia y Varsovia. Así que es mejor someterte a tu propio Leviatán que no al del enemigo.
Mi conclusión es que hasta que el Kremlin decida pausar, por no decir detener, su agresión, no se prevén negociaciones de paz. Ojalá sea posible un alto el fuego que por lo menos congele el conflicto.
En el movimiento obrero de los países occidentales sigue siendo crucial responder a la afirmación machacona de que únicamente las potencias occidentales obstaculizan un acuerdo de paz, afirmación hecha habitualmente por campistas (antiimperialistas unilaterales), que consideran que la única potencia imperialista es EE UU y que Rusia y/o China representan una alternativa potencialmente progresista (véase el artículo No path to peace through this fantasy world).
4. Las potencias occidentales y Ucrania
Emergen discrepancias entre las potencias occidentales sobre cómo tratar a Rusia, por razones geopolíticas y estratégicas, vinculadas a la crisis del imperio estadounidense. Esto no tiene que ver con principios democráticos, sino con la manera de controlar, en vez de destruir, un imperio de segunda que desempeña un papel subordinado en la economía mundial.
El régimen de Putin nunca ha sido un polo opuesto al imperio estadounidense. Hasta 2014, las potencias occidentales lo han mimado con entusiasmo, ya que integró el capital ruso en el sistema mundial. A partir de 2014, la relación se ha enfriado cada vez más. Fue la invasión masiva de Ucrania en 2022 la que provocó una ruptura definitiva. El régimen de sanciones ha sido limitado incluso a partir de entonces. Concretamente, el imperio estadounidense ha suprimido medidas que obstruían el suministro de petróleo al mercado mundial. Los siguientes antecedentes ayudan a entender la actitud actual de las potencias occidentales hacia Rusia.
A comienzos de la década de 2000, el imperio estadounidense apoyó la violenta campaña militar de Putin contra Chechenia, junto con los múltiples crímenes de guerra que se cometieron, como parte integrante de su estrategia de centralización y refuerzo de la maquinaria estatal debilitada. Cuando la economía rusa se recuperó gracias al aumento de los precios del petróleo (2001-2008), las potencias occidentales trataron a Putin como un gendarme del capital, y tuvo rienda suelta en el espacio postsoviético.
A partir de 2007, cuando Putin pronunció su discurso en Múnich contra el “mundo unipolar” dirigido por EE UU, trató de revertir el declive de Rusia como potencia imperial, aunque sus esfuerzos se vieron dificultados por sucesivas crisis económicas (el crac de 2008-2009, el colapso del precio del petróleo en 2015 y la pandemia de 2020-2021). A pesar de todo, las potencias occidentales miraron impasibles cuando Rusia invadió Georgia (2008) y el este de Ucrania (2014), así como cuando Putin ayudó a Bashar el Asad a ahogar en sangre la revuelta siria (2015-2016). El imperio estadounidense solo protestó por la anexión de Crimea, que violó numerosos acuerdos internacionales, y la destrucción del avión civil malayo que sobrevolaba el este de Ucrania (2014).
En 2021, mientras el Kremlin preparaba la invasión de Ucrania, las potencias occidentales trataron de revertir algunas sanciones. En julio de ese año, EE UU y Alemania acordaron eliminar las trabas al proyecto de gasoducto del mar del Norte y no abandonaron este intento hasta que Rusia reconoció las repúblicas bastardas de Donetsk y Luhansk el 21 de febrero de 2022, tres días antes de la invasión masiva de Ucrania[12].
Tras la invasión, las potencias occidentales procedieron a cortar los lazos de Rusia con el sistema financiero internacional y aceptaron que las exportaciones de gas ruso a Europa se redujeran drásticamente, es probable que para siempre. Pero bloquearon todas las medidas que podrían hacer subir el precio del petróleo.
Las sanciones a las exportaciones de petróleo son las más importantes, porque el petróleo es, con diferencia, el principal producto de exportación y el que genera más ingresos del presupuesto estatal ruso. En diciembre de 2022, los países europeos habían propuesto una simple prohibición de los servicios financieros, incluidos los seguros marítimos, para los buques que transportan petróleo ruso. El predominio de Europa en el mercado de seguros significaba que esta medida sería viable, pero las propuestas “asustaron al Tesoro de Estados Unidos”, como informó Global Witness en ese momento. “El gobierno estadounidense ideó la limitación de precios con la intención explícita de mantener el flujo de petróleo ruso, reduciendo al mismo tiempo los ingresos del Kremlin, y presionó a los países europeos para que renunciaran a su prohibición total.”
Cuando se adoptó el tope de precios, era demasiado alto para ser efectivo ‒60 dólares el barril de crudo‒ y EE UU también intervino para garantizar que las sanciones por incumplimiento fueran leves, y que los productos petrolíferos refinados a partir del petróleo ruso no fueran sancionados.
Así pues, el petróleo ruso se exporta ahora a India, China y otros destinos principalmente asiáticos, donde se refina y se reexporta a destinos occidentales. El Reino Unido, cuyos políticos son los que más alardean de su apoyo a Ucrania, importó estos productos por un valor total de unos 660 millones de euros en el primer año después de que se impusiera la limitación del precio del petróleo. Junto a esta evasión de las sanciones, se produce un incumplimiento sistemático de las mismas por parte de una flota gris de buques que carecen de seguro adecuado y son propiedad de estructuras opacas.
Sin amilanarse, el ejército ucraniano atacó el mes pasado refinerías de petróleo rusas con drones. La respuesta: una reprimenda de Washington. Según el Financial Times, a Estados Unidos le preocupa el aumento del precio de la gasolina en un año electoral y que Rusia “arremeta contra las infraestructuras energéticas en las que confía Occidente”, como los oleoductos que transportan petróleo desde Asia central a través de Rusia. Me complace decir que, hasta el momento de escribir esto, parece que Ucrania no ha hecho mucho caso.
En cuanto al coro de empresas occidentales que en 2022 anunciaron que abandonarían Rusia, una base de datos de la Escuela de Economía de Kiev muestra que de 3.756 empresas extranjeras que operaban allí antes de la invasión masiva, solo 372 han abandonado el país completamente. Aunque los principales productores de petróleo han cesado sus operaciones en Rusia, la mayor empresa de servicios petrolíferos del mundo, SLB (antes Schlumberger) no lo ha hecho. No es de extrañar que otros gobiernos hayan presionado a Ucrania para que elimine su lista negra de “patrocinadores de la guerra”, lo que ha provocado la supresión de la versión disponible públicamente.
5. Democracia y autoritarismo
El régimen de Putin es un monstruo Frankenstein que se ha vuelto contra el imperio estadounidense que una vez lo fomentó. El gobierno de Netanyahu es otro tipo de monstruo, muy dependiente de su amo estadounidense, que lo protege mientras arrasa Gaza. En la medida en que las potencias occidentales tienen una narrativa ideológica para justificar su oposición a Putin y su apoyo a Netanyahu, dicen que defienden la democracia frente a una alianza de potencias autoritarias que incluye a Rusia, China, Irán y Corea del Norte, como ha dicho esta semana Jens Stoltenberg, el jefe de la OTAN. El movimiento obrero y los movimientos sociales no deben aceptar esta falsa dicotomía.
Los peligros de creer en esta falsa narrativa afectan a la cuestión política muy práctica del suministro de armas a Ucrania. Las potencias occidentales están racionando deliberadamente estas armas, en consonancia con sus puntos de vista sobre cómo hacer frente al Kremlin, pero están divididas sobre el alcance de este racionamiento. A veces se sugiere en los círculos del movimiento obrero que estos argumentos reflejan una división entre demócratas y nuevos autoritarios en la política occidental. No estoy de acuerdo. Para empezar, ahora mismo son los demócratas y no menos los autoritarios quienes están imponiendo las restricciones más perjudiciales a la resistencia ucraniana frente a Rusia. Para entender esto, sugiero que lo veamos en el contexto de la crisis del imperio estadounidense.
Empecemos por Donald Trump. Se da por sentado que el Kremlin seguirá intensificando la acción militar en Ucrania al menos hasta noviembre, con la esperanza de que Trump gane las elecciones presidenciales estadounidenses y debilite el apoyo occidental a Ucrania. No tengo motivos para dudar de que el Kremlin mantenga abiertas sus opciones en ese sentido, pero (siendo cualquier cosa menos un experto en política estadounidense) creo que Trump es tan solo una pieza del rompecabezas de la política occidental.
Tomemos como ejemplo la decisión sobre la ayuda a Ucrania que se aprobó en el Senado estadounidense y que ahora está atascada en la Cámara de Representantes porque Trump presiona al presidente de la Cámara, Mike Johnson. El retraso del paquete de ayuda está perjudicando militarmente a Ucrania. Martin Wolf, del Financial Times, ha advertido de que Trump “pronto podría entregar a su amigo, Vladímir Putin, la victoria sobre Ucrania”.
Wolf examina las maquinaciones internas en el Partido Republicano y concluye que la fuerza de Trump radica en la lealtad de la base del partido. Teme que Ucrania sea “abandonada”: eso “plantearía dudas sobre la fiabilidad de EE UU en todas partes”; los aliados de EE UU dudarían de sus garantías; podría producirse una proliferación nuclear; el vacío podrían llenarlo alianzas menos dependientes de EE UU.
En contraste con Wolf, articulistas de The Economist destacan las divisiones internas del Partido Republicano. En caso de que Trump gane las elecciones, argumentan, su política exterior sería caótica, pero estaría influida por facciones republicanas fundamentalmente opuestas entre sí: el sector aislacionista, con un fuerte apoyo en las filas republicanas (“Make America Great Again”); quienes piensan que la atención debería desplazarse de Europa al Pacífico y a la supuesta amenaza china para el imperio estadounidense; y la facción reaganista, que cree en preservar la hegemonía estadounidense.
En conjunto, creo que una victoria de Trump en noviembre podría comportar más restricciones en el suministro de armas a Ucrania. Pero no perdamos de vista el hecho de que estas se basarían en las restricciones ya impuestas bajo el gobierno de Biden, tanto en el suministro de armas como en las sanciones. El contexto es el declive a largo plazo del imperio estadounidense. La toma del poder del Partido Republicano por Trump no es más que una manifestación de ello; la disfunción de la gobernanza estadounidense es otra; la caótica retirada de Afganistán en 2021, una tercera.
El debilitamiento de las instituciones internacionales establecidas por el imperio estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial, y en concreto de Naciones Unidas, es sintomático. La profundidad del malestar puede verse en el desastroso fracaso de la comunidad internacional para hacer frente al cambio climático, o en la serie de guerras igualmente destructivas que se ocultan a la mirada occidental (Sudán, Eritrea, etc.).
La ilustración más gráfica de la crisis de este imperio es su relación con Netanyahu, que ha llevado a Israel, y al sionismo, por el más extremo de los caminos posibles, mientras que los Demócratas estadounidenses (no los Republicanos) se niegan a pararle los pies. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), creada en 1949 para gestionar la crisis de los refugiados palestinos provocada por la creación del Estado de Israel, es una víctima de ello.
Estamos ante una profunda crisis de la hegemonía occidental que no puede entenderse únicamente como una acción malvada de nuevos autoritarios (Trump y compañía) frente a las y los demócratas.
En Europa, mientras los líderes de derechas de los países más pequeños del este, como Hungría y Eslovaquia, esperan llegar a un acuerdo con el Kremlin, en Polonia, el partido de extrema derecha Ley y Justicia, y la Plataforma Cívica de centro-derecha de Donald Tusk, abogan por un fuerte respaldo militar a Ucrania. La respuesta más eficaz a las peticiones de ayuda ucranianas entre los países europeos más ricos fue la del gobierno tory del Reino Unido, el más derechista de ellos. Incluso la coalición de extrema derecha de Giorgia Meloni en Italia (aunque no su adjunto, Matteo Salvini) apoya firmemente el suministro de armas.
En Alemania, es un líder de los socialdemócratas, Rolf Mutzenich, quien provocó una tormenta en el parlamento cuando argumentó no solo que los misiles Taurus no deberían enviarse a Ucrania, sino que Alemania debería tratar de “congelar la guerra y más tarde ponerle fin”, presumiblemente mediante concesiones a Putin.
La conclusión política de todo esto no es que los derechistas sean aliados más fiables que los Demócratas estadounidenses, los socialdemócratas alemanes o los líderes laboristas británicos. Es que estamos ante una crisis profunda de la política de los gobiernos occidentales, de la que forman parte la democracia y la socialdemocracia. Los demócratas y socialdemócratas facilitan el genocidio en Gaza en virtud de su compromiso de larga data con Israel, tanto ideológico como estratégico, al igual que la izquierda y la derecha de la política burguesa facilitaron el ataque asesino contra Irak en 2003, por un complejo similar de razones. Ahora, estos demócratas ven a Ucrania a través de la lente de su política sobre Rusia. Respaldarse en el Kremlin es un principio para ellos; los derechos democráticos y sociales del pueblo ucraniano, no.
Por supuesto, hay diferentes formas de entender la democracia frente al autoritarismo. Por ejemplo, justo después de la invasión masiva de Ucrania por parte de Rusia, el escritor Volodýmyr Yermolenko utilizó estos términos para explicar la feroz e inesperada resistencia del pueblo ucraniano:
El autoritarismo interno en Ucrania es difícil de conseguir y siempre ha sido importado. Kiev y Moscú difieren sustancialmente en cultura política y derechos civiles. Los ucranianos quieren vivir en una democracia con derechos y libertades garantizadas, y perciben a Rusia como un lugar donde se descuidan estos valores y se respeta el poder de los tiranos.
No comparto la visión optimista de Yermolenko sobre la historia ucraniana. Y considero peligroso el autoritarismo progresivo en la Ucrania en guerra (la concentración de poder, las restricciones impuestas al Parlamento y a las organizaciones sindicales). Pero creo que Yermolenko tiene razón en lo esencial sobre el impacto de la invasión de 2022 en la conciencia nacional ucraniana:
Por mucho que el Kremlin intente dividir al pueblo ucraniano mediante falsas narrativas históricas, la distorsión de los hechos y la invasión y apropiación de territorios, así como todo su comportamiento agresivo, están uniendo a la nación ucraniana y fortaleciendo la identidad ucraniana.
He aquí algunos indicios de una visión de la democracia conformada por el pueblo, y desarrollada y defendida por la acción colectiva. Para la elite política occidental, en cambio, la democracia está consagrada en el Estado. Por ejemplo, Michael Ignatieff, político canadiense reconvertido en académico, en un discurso pronunciado justo después de la invasión inicial rusa de Ucrania en 2014, afirmó que la democracia depende en gran medida del Estado estadounidense y viene determinada por él:
No se puede cambiar a los nuevos autoritarios [líderes de Rusia y China], pero se les puede frenar y se puede esperar a que se vayan. Para ello, Estados Unidos debe hacer lo que pueda para mantener alejados a los dos autoritarios, para establecer relaciones con cada uno de ellos que les ofrezcan alternativas a una mayor integración entre sí.
Estados Unidos, dijo Ignatieff, “sigue siendo la democracia cuyo estado de salud determina la credibilidad del propio modelo capitalista liberal en el mundo en general”. Ese modelo yace destrozado y roto entre los cadáveres insepultos de los niños de Gaza.
Es un principio fundamental del socialismo que la democracia, y los derechos democráticos, tienen su raíz en las luchas por el cambio social, no en EE UU ni en ningún otro Estado capitalista. Este era básicamente el punto de vista de más de 400 activistas, escritores e investigadoras ucranianas que suscribieron la carta de solidaridad con el pueblo palestino en noviembre:
El pueblo palestino tiene derecho a la autodeterminación y a la resistencia contra la ocupación israelí, al igual que las y los ucranianos tienen derecho a resistir la invasión rusa. Nuestra solidaridad nace de un sentimiento de rabia ante la injusticia y de profundo dolor por los efectos devastadores de la ocupación, el bombardeo de infraestructuras civiles y el bloqueo humanitario que hemos sufrido en nuestro país.
Es un punto de vista minoritario, un pequeño comienzo. Creo que es ahí por donde hemos de empezar.
6. El peligro de extensión de la guerra
Europa se halla en un “periodo de preguerra”, declaró el recién elegido primer ministro polaco Donald Tusk el 31 de marzo; la destrucción de la infraestructura energética ucraniana por parte de Rusia indica que “literalmente cualquier evolución es posible”. Como socialistas podemos denostar a Tusk y las instituciones políticas neoliberales en las que opera, pero ¿es correcta esta instantánea de los tiempos que corren? Creo que sí. No comprendo suficientemente esta amenaza para escribir sobre ella en detalle, pero pienso que hace falta reconocerla.
El imperio estadounidense está en crisis y Netanyahu, el perro de presa de este imperio, disfruta extendiendo su guerra por Oriente Medio. A comienzos de este mes reaccionó ante la crisis política cada vez más profunda de Israel ordenando el bombardeo de la embajada iraní en Siria. El temor que sienten millones de personas de Europa Oriental, y expresado por Tusk, es que Putin, el monstruo Frankenstein del imperio estadounidense, también trate de extender su guerra más allá de Ucrania (The Insider ‒revista rusa de oposición‒ ha publicado un sondeo de opinión sobre esto).
Es un principio socialista, tal como lo entiendo yo, que la guerra, por naturaleza, suele confundir, bloquear y debilitar nuestra esperanza de cambiar el mundo por medio de la acción colectiva, de reforzar la sociedad frente al Estado y de hallar maneras de hacer retroceder, desbancar y derrotar al capitalismo. Pero esto no significa que nos opongamos a todas las guerras en todas las circunstancias: las guerras de los pueblos oprimidos contra los opresores y las guerras de resistencia a la tiranía y la dictadura pueden estar justificadas, y en casos como los de Ucrania y Palestina lo están.
Si nos adentramos efectivamente en un periodo de preguerra, tendremos que desarrollar el análisis de los tipos de guerra ante los que podemos encontrarnos. ¿Veremos guerras análogas al ataque de Italia contra Eritrea (1935)? ¿A la del imperio japonés contra China (a partir de 1937)? ¿A la invasión soviética de Filandia (1939)? ¿Nos opondríamos al suministro de armas al bando atacado en todos estos casos de agresión? De nuevo, no voy a profundizar aquí en esta cuestión, aunque reconozco que es preciso que reflexionemos sobre ello. Esperemos que podamos evitar la especulación sobre cómo podría evolucionar este periodo de preguerra y ocuparnos en su lugar de las guerras reales que se libran actualmente.
Conclusiones
En mayo de 2022, una agrupación local de la coalición Stop the War organizó un debate entre Lindsey German, una destacada portavoz de Stop the War, y yo. Ella suspendió el acto a última hora y yo le escribí una carta abierta que decía:
En mayo [2021] escribiste que Stop the War “apoya al pueblo de Palestina, que tiene derecho a resistirse a la ocupación”. Estoy de acuerdo. Pero ¿por qué no decir lo mismo con respecto a Ucrania? Y si el pueblo ucraniano, o palestino, tiene derecho a resistirse, ¿qué implica? ¿Significa únicamente enfrentarse a los tanques con las manos vacías, como tuvieron que hacer en Ucrania? ¿Significa que hay que enfrentarse a los tanques a base de pedradas, a menudo las únicas armas que tiene la juventud palestina? ¿Qué decir sobre armas adecuadas? ¿Piensas que el pueblo palestino tiene derecho a contar con ellas? ¿Y el ucraniano?
Dije entonces que no creía que estas preguntas fueran fáciles de responder, y sigo sin creerlo. Pero no he cambiado de opinión: el movimiento obrero no debe oponerse a la entrega de armas a Ucrania por parte de los gobiernos occidentales, como hace Stop the War, porque la guerra de Ucrania sigue siendo esencialmente una guerra de resistencia a la agresión imperial.
Los argumentos de que Ucrania está librando una guerra por delegación de la OTAN se basan en una mitología inspirada por el Kremlin. Estos argumentos no se corresponden con la posición real de las potencias occidentales (véase el apartado 4 anterior) o de Rusia (apartado 2 anterior). Tenemos que abordar la guerra real que se está librando, no la que existe en las cabezas de los propagandistas de izquierda.
En esta guerra real, deseo fervientemente la derrota de la invasión rusa y la retirada de todas las fuerzas rusas, como base para un resultado justo. Pero por las razones expuestas anteriormente, no creo que sea el resultado más probable a corto plazo. El año que viene, más o menos, creo que es más probable (1) que las fuerzas rusas no consigan avanzar más y solo conserven partes limitadas del este y el sur de Ucrania, o (2) que las fuerzas rusas consigan avanzar más.
Por lo tanto, la disyuntiva más probable a la que se enfrenta la mayoría del pueblo ucraniano, a corto plazo, puede ser entre vivir en una democracia burguesa muy imperfecta, cada vez más dependiente económica y políticamente de la Unión Europea (como ocurre ahora con la mayoría), o vivir bajo administraciones de ocupación títeres de un régimen ruso fascista, o casi fascista.
Las y los socialistas no podemos ser neutrales al respecto. Estamos por la derrota del poder imperial, y por cada golpe que la resistencia ucraniana pueda asestarle. En otras palabras, reconocemos el derecho del pueblo ucraniano a luchar para vivir bajo Zelenski, en contraposición a ser gobernados por matones sin ley. Esto está ciertamente relacionado con nuestra aspiración a largo plazo, fortalecer el movimiento de la clase obrera, y la sociedad civil, para construir su poder en oposición al poder del capital y sus élites políticas.
En cuanto a las futuras conversaciones de paz, el tiempo lo dirá. En mi opinión, están muy lejos. Pedir conversaciones de paz, sin reconocer la forma en que el Kremlin utiliza esa narrativa, es ingenuo. Podemos presionar a los gobiernos occidentales para que adopten políticas que ayuden al pueblo a sobrevivir a la guerra y a construir una vida mejor después de ella, lo que incluye no privarles de las armas que necesitan para defenderse, cancelar la deuda ucraniana, frenar la marea de neoliberalismo que las instituciones británicas, estadounidenses y europeas están preparando para imponer en la Ucrania de posguerra y apoyar los futuros acuerdos de seguridad más sólidos posibles frente al expansionismo ruso.
También tenemos que reconocer los límites de nuestra capacidad para influir en los gobiernos y aprovechar la riqueza de las iniciativas de solidaridad directa de apoyo a la clase trabajadora y a la sociedad civil ucraniana por parte de los movimientos sindicales británicos y europeos en los últimos dos años. Otro elemento vital en este proceso es construir relaciones entre el movimiento en los países occidentales, en Europa Oriental y en todo el Sur global, donde la guerra en Gaza ha producido una ola de repulsión contra el imperialismo, y la voluntad de derrotarlo, en una nueva generación.
Notas
[1] Muchas gracias a T., D. y otras personas que han comentado el borrador.
[2] Nótese que solamente sugiero algunas orientaciones sobre lo que podrían hacer el movimiento obrero y los movimientos sociales, pues estos son los agentes del cambio que importan. No escribo sobre lo que podrían o deberían hacer los gobiernos; no veo la política de este modo.
[3] Expresé mi opinión sobre ambos temas en abril de 2022, en este artículo.
[4] El Estado ruso oculta información sobre las bajas. La información más fidedigna sobre las pérdidas rusas proviene del proyecto conjunto de Mediazona y Meduza. Publicaciones occidentales como Economist y Newsweek consideran creíbles sus cálculos. En el lado ucraniano, la cifra de 42.000 también es de Meduza/Mediazona. En el segundo aniversario de la invasión rusa, el presidente Zelensky declaró que habían muerto 32.000 soldados ucranianos.
[5] El Instituto para el Estudio de la Guerra, con sede en Estados Unidos, también publicó recientemente un informe sobre los territorios ocupados. A pesar de su claro sesgo político, el material fáctico es exacto.
[6] B. Grosovski, “Russia’s Unprecedented War Budget Explained”, The Wilson Centre: the Russia File, 07/09/2023. Grosovski incluye en sus cálculos apartados presupuestarios calificados de militares y otros calificados de secretos. Se indican cifras más bajas en V. Ishchenko, I. Matvéyev y O. Shurávliev, “El keynesianismo militar ruso: ¿quién se beneficia de la guerra en Ucrania?”, Viento Sur, 04/04/2024.
[7] Ishchenko et al., “Keynesianismo militar ruso”; “Novye rossiiski regiony okazalis' dotatsionnymi pochti no 90%”, Forbes.ru, 5/06/2023
[8] “La guerra de Ucrania facilita el sueño de la 'desautorización' del Kremlin”, The Bell, 8/03/2024; Novaya Gazeta Evropa, “Iz'iato dlia SVOikh”, 5/03/2024; “La reorganización de Putin: la desprivatización como 'proyecto nacional' para reformatear las élites”, Re: Rusia, 7/03/2024.
[9] A. Prokopenko, “Oligarchs are losing out as Putin courts a new class of loyal asset owners”, Financial Times, 04/10/2023.
[10] A. Prokopenko y A. Kolyandr, “Keynes in jackboots: can defense spending sustain Russian economic growth”, The Bell, 23/06/2023; “The surprising resilience of the Russian economy”, Financial Times, 02/02/2024.
[11] Véase “Ukraine needs 500,000 military recruits. Can it raise them?”, Financial Times, 13/03/2024; comentario de OSW, On the threshold of a third year of war. Ukraine’s mobilisation crisis, febrero de 2024; y “Draft dodging plagues Ukraine”, Politico, 25/03/2024. Encuestas reseñadas en el artículo de Financial Times y aquí.
08/04/2024
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Simon Pirani es investigador, escritor y profesor honorario de la Universidad de Durham. Algunos de sus trabajos son Burning Up: A Global History of Fossil Fuel Consumption (Pluto Press, 2018); The Russian Revolution in Retreat 1920-24: Soviet Workers and the New Communist Elite (Routledge, 2008); Change in Putin's Russia: Power, Money and People (Pluto Press, 2010).
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