Por Michael Löwy
I. La crisis ecológica es ya la cuestión social y política más importante del siglo XXI, y lo será aún más en los meses y años venideros. El futuro del planeta, y por tanto de la humanidad, se decidirá en las próximas décadas. Como explica el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, si la temperatura media mundial supera en 1.5 °C la del periodo preindustrial, se corre el riesgo de desencadenar un proceso de cambio climático irreversible y catastrófico. ¿Cuáles serían las consecuencias? Solo algunos ejemplos: la multiplicación de megaincendios que destruirían la mayor parte de los bosques; la desaparición de los ríos y el agotamiento de las reservas de agua subterráneas; creciente sequía y la desertización de las tierras; el derretimiento y la dislocación de los hielos polares y el aumento del nivel del mar, lo que provocaría la inundación de las principales ciudades de la civilización humana: Hong Kong, Calcuta, Venecia, Ámsterdam, Shanghái, Londres, Nueva York, Río de Janeiro. Algunos de estos acontecimientos ya están ocurriendo: la sequía amenaza de hambre a millones de personas en África y Asia; el aumento de las temperaturas estivales ha alcanzado niveles insoportables en algunas zonas del planeta; los bosques arden por todas partes en temporadas de incendios cada vez más prolongadas. Se podrían multiplicar los ejemplos. En cierto sentido, la catástrofe ya ha comenzado, pero se agravará mucho más en las próximas décadas, mucho antes de 2100. ¿Hasta qué punto puede llegar la temperatura? ¿A qué temperatura se verá amenazada la vida humana en este planeta? Nadie tiene una respuesta a estas preguntas. Se trata de riesgos dramáticos sin precedentes en la historia de la humanidad. Habría que remontarse a la época del Plioceno, hace millones de años, para encontrar condiciones climáticas similares a las que podrían hacerse realidad en el futuro debido al cambio climático.
II. ¿A qué se debe esta situación? Es la acción humana, responden los científicos. La respuesta es correcta, pero un poco corta: los seres humanos han vivido en la Tierra desde hace cientos de miles de años, pero la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera empezó a acumularse solo después de la Revolución Industrial y solo empezó a ser peligrosa para la vida a partir de 1945. Como marxistas, nuestra respuesta es que el culpable es el sistema capitalista. La lógica absurda e irracional de la expansión y acumulación infinita, el productivismo y la obsesión por la búsqueda de ganancias a cualquier precio son los responsables de llevar a la humanidad al borde del abismo.
La responsabilidad del sistema capitalista por la catástrofe inminente es ampliamente reconocida. El Papa Francisco, en su Encíclica Laudato Si, sin pronunciar la palabra “capitalismo”, se pronunció contra un sistema estructuralmente perverso de relaciones comerciales y de propiedad basado exclusivamente en el “principio de maximización de ganancias” como responsable tanto de la injusticia social como de la destrucción de nuestra casa común, la naturaleza. Un lema universalmente coreado en todo el mundo en las manifestaciones ecologistas es “¡Cambio de sistema, no cambio climático!”. La actitud mostrada por los principales representantes de este sistema, defensores del business as usual – millonarios, banqueros, supuestos expertos, oligarcas y políticos – puede resumirse con la frase atribuida a Luis XV: “Después de mí, el diluvio”. El fracaso rotundo de las decenas de Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) a la hora de tomar las medidas mínimas necesarias para detener el proceso ilustra la imposibilidad de una solución a la crisis dentro de los límites del sistema imperante.
III. ¿Puede el “capitalismo verde” ser una solución? Las empresas capitalistas y los gobiernos pueden estar interesados en el desarrollo (rentable) de “energías sostenibles”, pero el sistema ha dependido de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) durante los últimos tres siglos, y no muestra signos de estar dispuesto a renunciar a ellos. El capitalismo no puede existir sin crecimiento, expansión, acumulación de capital, mercancías y ganancias, y este crecimiento no puede continuar sin un uso prolongado de los combustibles fósiles.
Las pseudosoluciones del capitalismo verde como los “mercados de carbono”, los “mecanismos de compensación” y otras manipulaciones de la llamada “economía de mercado sostenible” han demostrado ser perfectamente inútiles. Mientras la “ecologización” no cesa, las emisiones de dióxido de carbono se disparan y la catástrofe está cada vez más cerca. No hay solución a la crisis ecológica en el marco del capitalismo, un sistema enteramente consagrado al productivismo, al consumismo y a la lucha feroz por la participación en el mercado. Su lógica intrínsecamente perversa conduce inevitablemente a la ruptura del equilibrio ecológico y a la destrucción de los ecosistemas. En palabras de Greta Thunberg, “es matemáticamente imposible resolver la crisis ecológica en el marco del sistema económico actual”.
La experiencia soviética, independientemente de sus méritos o defectos, también se basaba en la lógica del crecimiento, fundamentada en los mismos recursos fósiles que Occidente. Gran parte de la izquierda del siglo pasado compartió la ideología del crecimiento en nombre del “desarrollo de las fuerzas productivas”. Un socialismo productivista que ignore la crisis ecológica es incapaz de responder a los retos del siglo XXI.
IV. La reflexión y el movimiento del decrecimiento que emergieron en las últimas décadas han hecho una gran contribución a una ecología radical al oponerse al mito de un “crecimiento” ilimitado en un planeta limitado. Pero el decrecimiento en sí mismo no es una perspectiva económica y social alternativa: no define qué tipo de sociedad reemplazará al sistema actual. Algunos defensores del decrecimiento ignorarían la cuestión del capitalismo, centrándose solo en el productivismo y el consumismo, definiendo al culpable como “Occidente”, “Ilustración” o “Prometeísmo”. Otros, que representan a la izquierda del movimiento anticrecimiento, designan claramente al sistema capitalista como responsable de la crisis, y reconocen la imposibilidad de un “decrecimiento capitalista”.
En los últimos años, ha habido un creciente acercamiento entre ecosocialismo y decrecimiento: cada uno se ha ido apropiando de los argumentos del otro, y la propuesta de un “decrecimiento ecosocialista” ha empezado a adoptarse como terreno común.
V. Las ecosocialistas han aprendido mucho del movimiento del decrecimiento. El ecosocialismo está, por lo tanto, adoptando cada vez más la necesidad del decrecimiento en el proceso de transición hacia una nueva sociedad ecológica socialista. Una razón obvia para esto es que la mayoría de las energías renovables, como la eólica y la solar, (a) necesitan materias primas que no existen a escala ilimitada y (b) son intermitentes, dependiendo de las condiciones climáticas (viento, sol). De modo que no pueden reemplazar por completo la energía fósil. La reducción sustancial del consumo de energía es, consecuentemente, inevitable. Pero la cuestión tiene un carácter más general: la producción de la mayoría de los bienes se basa en la extracción de materias primas, muchas de las cuales (a) son cada vez más limitadas y/o (b) crean serios problemas ecológicos en el proceso de extracción. Todos estos elementos apuntan a la necesidad del decrecimiento.
El decrecimiento ecosocialista incluye la necesidad de reducciones sustanciales en la producción y el consumo, pero no se limita a esta dimensión negativa. Incluye el programa positivo de una sociedad socialista, basada en la planificación democrática, la autogestión, la producción de valores de uso en lugar de mercancías, la gratuidad de los servicios básicos y el tiempo libre para el desarrollo de los deseos y las capacidades humanas: una sociedad sin explotación, dominación de clase, patriarcado ni ninguna forma de exclusión social.
VI. El decrecimiento ecosocialista no tiene una concepción puramente cuantitativa del decrecimiento como reducción de la producción y del consumo. Propone distinciones cualitativas. Algunas producciones –por ejemplo, las energías fósiles, los pesticidas, los submarinos nucleares y la publicidad– no solo deben reducirse, sino suprimirse. Otras, como los automóviles privados, la carne y los aviones, deberían reducirse sustancialmente. Aun otras, como los alimentos orgánicos, los medios de transporte públicos y las viviendas neutras en carbono, deberían desarrollarse. La cuestión no es el “consumo excesivo” en abstracto, sino el modo de consumo predominante, basado en la adquisición ostentosa, el despilfarro masivo, la alienación mercantil, la acumulación obsesiva de bienes y la compra compulsiva de pseudo-novedades impuestas por la “moda”. Hay que ponerle fin al monstruoso despilfarro de recursos por parte del capitalismo basado en la producción, a gran escala, de productos inútiles y nocivos: la industria armamentística es un buen ejemplo, pero gran parte de los “bienes” producidos en el capitalismo, con su obsolescencia incorporada, no tienen otra utilidad que generar ganancias para las grandes corporaciones. Una nueva sociedad orientaría la producción hacia la satisfacción de las necesidades auténticas, empezando por aquellas que podrían describirse como “bíblicas” – agua, comida, vestido y vivienda – pero incluyendo también los servicios básicos: sanidad, educación, transporte y cultura.
¿Cómo distinguir las necesidades auténticas de las artificiales, facticias e improvisadas? Estas últimas son inducidas por la manipulación mental, es decir, la publicidad. Si bien la publicidad es una dimensión indispensable de la economía de mercado capitalista, no tendría cabida en una sociedad en transición hacia el ecosocialismo, donde sería reemplazada por la información sobre bienes y servicios brindada por las asociaciones de consumidores. El criterio para distinguir una necesidad auténtica de una artificial es su persistencia tras la supresión de la publicidad (¡Coca-Cola!). Por supuesto, los viejos hábitos de consumo persistirían durante algún tiempo, y nadie tiene derecho a decirle a la gente cuáles son sus necesidades. El cambio de las pautas de consumo es un proceso histórico, además de un reto educativo.
VII. El principal esfuerzo en un proceso de decrecimiento planetario deben realizarlo los países del Norte industrializado (Norteamérica, Europa y Japón) responsables de la acumulación histórica de dióxido de carbono desde la Revolución Industrial. Son también las zonas del mundo donde el nivel de consumo, particularmente entre las clases privilegiadas, es claramente insostenible y despilfarrador. Los países “subdesarrollados” del Sur Global (Asia, África y América Latina), donde las necesidades básicas están muy lejos de ser satisfechas, necesitarán un proceso de “desarrollo” que incluya la construcción de ferrocarriles, sistemas de agua y alcantarillado, transporte público y otras infraestructuras. Pero no hay ninguna razón por la que esto no pueda lograrse mediante un sistema productivo respetuoso con el medio ambiente y basado en energías renovables. Estos países necesitarán cultivar grandes cantidades de alimentos para nutrir a sus poblaciones hambrientas, pero esto puede lograrse mucho mejor – como llevan argumentando por años los movimientos campesinos organizados en todo el mundo a través de la red Vía Campesina – mediante una agricultura biológica campesina basada en unidades familiares, cooperativas o granjas colectivistas. Esto reemplazaría a los métodos destructivos y antisociales de la agroindustria industrializada, basada en el uso intensivo de pesticidas, productos químicos y organismos modificados genéticamente. Actualmente, la economía capitalista de los países del Sur Global está arraigada en la producción de bienes para sus clases privilegiadas – coches, aviones y artículos de lujo – y materias primas exportadas al mercado mundial: soja, carne y petróleo. Un proceso de transición ecológica en el Sur, como argumentan los ecosocialistas, reduciría o suprimiría este tipo de producción, y apuntaría, en cambio, a la soberanía alimentaria y al desarrollo de servicios básicos como la sanidad y la educación, que necesitan, sobre todas las cosas, mano de obra humana, en lugar de más mercancías.
VIII. ¿Quién podría ser el sujeto en la lucha por un decrecimiento ecosocialista? El dogmatismo obrerista/industrialista del siglo pasado ya no es vigente. Las fuerzas que ahora están al frente de las confrontaciones socioecológicas son los jóvenes, las mujeres, los pueblos indígenas y los campesinos. La resistencia de las comunidades indígenas de Canadá, Estados Unidos, América Latina, Nigeria y otros lugares a los yacimientos petroleros, oleoductos y minas de oro capitalistas está bien documentada; surge de su experiencia directa de la dinámica destructiva del “progreso” capitalista, así como de la contradicción entre su espiritualidad y cultura y el “espíritu del capitalismo”.
Las mujeres están muy presentes en el movimiento de resistencia indígena, así como en el formidable levantamiento juvenil lanzado por el llamamiento a la acción de Thunberg, una de las grandes fuentes de esperanza para el futuro. Como explican las ecofeministas, esta participación masiva de las mujeres en las movilizaciones se debe a que ellas son las primeras víctimas de los daños que el sistema causa al medio ambiente.
Los sindicatos están empezando aquí y allá a implicarse también. Esto es importante, porque, a fin de cuentas, no podemos superar el sistema sin la participación activa de los trabajadores urbanos y rurales, que constituyen la mayoría de la población. La primera condición, en cada movimiento, es asociar los objetivos ecológicos (cierre de minas de carbón, pozos petrolíferos, centrales eléctricas alimentadas con carbón, etc.) con la garantía de empleo para los trabajadores implicados. Sindicalistas con conciencia ecológica han argumentado que existen millones de “empleos verdes” que se crearían en un proceso de transición ecológica.
IX. El decrecimiento ecosocialista es a la vez un proyecto de futuro y una estrategia de lucha aquí y ahora. No se trata de esperar a que las condiciones estén “maduras”. Es necesario provocar una convergencia entre las luchas sociales y ecológicas y combatir las iniciativas más destructivas de los poderes al servicio del “crecimiento” capitalista. Propuestas como el Green New Deal forman parte de esta lucha en sus formas más radicales, que exigen renunciar efectivamente a las energías fósiles – pero no en las reformas que se limitan a reciclar el sistema.
Sin hacerse ilusiones sobre un “capitalismo limpio”, hay que intentar ganar tiempo e imponer a los poderes fácticos algunas medidas elementales de decrecimiento, empezando por una reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los esfuerzos por detener el oleoducto Keystone XL, una mina de oro contaminante y una instalación alimentada con carbón son parte de un movimiento de resistencia más amplio, denominado como Blockadia por Naomi Klein. Igualmente significativas son las experiencias locales de agricultura orgánica, energía solar cooperativa y gestión comunitaria de los recursos.
Estas luchas en torno a cuestiones concretas del decrecimiento son importantes, no solo porque las victorias parciales son bienvenidas en sí mismas, sino también porque contribuyen a elevar la conciencia ecológica y socialista al tiempo que promueven la actividad y la autoorganización desde abajo. Estos factores son condiciones previas decisivas y necesarias para una transformación radical del mundo, es decir, para una Gran Transición hacia una nueva sociedad y un nuevo modo de vida.
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Michael Löwy es militante de la comisión ecosocialista de la IV Internacional. Es director emérito de investigación en el Centro Nacional de Investigación Científica de París. Junto con Bengi Akbulut, Sabrina Fernandes y Giorgos Kallis, es co-autor del llamado Por un decrecimiento ecosocialista, y autor de Ecosocialism: A Radical Alternative to Capitalist Catastrophe (Haymarket Books, 2015).
Publicado en Monthly Review
Traducción de Momento Crítico
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