Por Jorge Lefevre Tavárez
[Las siguientes páginas tienen como base las notas preparadas como presentación inicial al círculo de lectura de Democracia Socialista sobre El Estado y la revolución de Vladimir Illich Lenin, celebrado el viernes, 5 de junio de 2020.]
El Estado y la revolución de Vladimir Illich Lenin es uno de los textos clásicos de la teoría política contemporánea a la hora de hablar del estado. A pesar de que presenta lo que, a grandes rasgos, se puede entender como una teoría general del estado, la escritura y el propósito del texto se relaciona de manera muy directa con el momento en que se produjo.
Según dice el propio Lenin en las “Palabras finales a la primera edición”, el “folleto” titulado El Estado y la revolución se escribió en los meses de agosto y de septiembre del año 1917. Significa que se escribió entre las dos revoluciones que ocurrieron en Rusia en el 1917: entre la Revolución de febrero y la Revolución de octubre, también conocida como la Revolución bolchevique. Para entender este año tumultuoso y la necesidad que sintió Lenin de escribir este libro, hay que ir un poco atrás para hablar de la Segunda Internacional y de la Primera Guerra Mundial. Sin el contexto, difícilmente se entiende la urgencia que tenía Lenin de redactar El Estado y la revolución, no solo para los y las revolucionarias rusas, sino para la praxis marxista de las primeras décadas del siglo XX.
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Desde mediados del siglo XIX, la clase obrera – originalmente en Europa, donde más se había desarrollado el sistema capitalista – comprendió que los problemas que enfrentaba no eran únicos a Inglaterra, Francia o Alemania. El antagonismo entre la clase burguesa y la clase obrera existía en todos estos países, y la manera en que este antagonismo y la lucha política se daba, aunque tuviera sus particularidades, se entendía, no como un problema nacional, sino como uno internacional. Esto explica la consigna que se encuentra al final del Manifiesto del Partido Comunista, que reconoce que el capitalismo es un problema mundial: “¡Proletarios de todos los países, uníos!” [1].
Desde entonces, se han creado grandes agrupaciones internacionales de organizaciones obreras. La primera de este tipo, según Federico Engels, fue la Asociación de Comunistas, que existió entre el 1836 y 1852, y para la cual él y Carlos Marx escribieron el Manifiesto. La organización que hoy día se conoce como “la Primera Internacional” no fue esta, sino la Asociación Internacional de Trabajadores, fundada el 28 de septiembre de 1864. Aunque disuelta en el 1876, tuvo un impacto profundo en Europa y en la clase obrera, como nos recuerda Ernest Mandel:
“Dirige la gran agitación por el sufragio universal, que alcanza su punto culminante, en verano de 1866, con una asamblea de 60,000 personas en Hyde Park. Interviene en la política mundial, envía un comunicado de simpatía a Abraham Lincoln con ocasión de la emancipación de los esclavos, pone en guardia, en 1869, a los trabajadores ingleses y a los trabajadores americanos ante la amenaza de guerra entre ambos países, protesta contra el asesinato de obreros por el ejército en Bélgica, organiza una protesta internacional contra la guerra francoalemana de 1870-1871. Sus éxitos internacionales más importantes se deben, sin duda, a su actividad de solidaridad y de coordinación de las luchas obreras” [2].
La eventual disolución de la Primera Internacional no terminó con los problemas que enfrentaba la clase obrera. Con el tiempo se hizo necesario constituir otra agrupación obrera internacional. En 1889, se funda la Segunda Internacional, que volvió a contar con representación de los distintos países europeos y – ahora sí – de Estados Unidos, Australia, la América Latina…
Como ocurrió con la Primera Internacional, las luchas de la clase obrera a finales del siglo XIX y principios del XX se relacionaban con el trabajo que la Segunda Internacional llevaba a cabo: la campaña por la jornada de 8 horas, la declaración del Día Internacional de los Trabajadores y las Trabajadores, la declaración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora… Por lo mismo, los debates teóricos al interior de la Segunda Internacional representaban los debates principales de las corrientes intelectuales obreras y, también, marxistas y revolucionarias. Esto es importante para entender el contexto en el que se inserta Lenin en El Estado y la revolución. Es un texto que trata sobre la teoría del Estado, sí, pero no para debatir con los clásicos de Aristóteles y Thomas Hobbes, sino con las corrientes principales que se encontraban en la Segunda Internacional y que se vinculaban con el pensamiento marxista.
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La Segunda Internacional tuvo su fin con la Primera Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial (entonces, “la Gran Guerra”) era, como habían previsto las corrientes marxistas de la Segunda Internacional, una guerra imperialista, consecuencia “lógica” del afán de expansión y de búsqueda de ganancias de las respectivas burguesías nacionales. Agotado el terreno en la nación, hay que cruzar las fronteras para buscar enriquecerse.
La posición que la clase trabajadora debiera tener ante las guerras mundiales era clara para las distintas secciones de la Internacional: total rechazo a las guerras entre las burguesías nacionales. ¿Por qué? Las guerras entre países representan la guerra entre burguesías nacionales por controlar un pedazo más grande de la economía del mercado mundial. La mayoría de las poblaciones de cada país en guerra no se beneficia del conflicto. Las guerras no son hechas por y para las mayorías, sino por las minorías adineradas para controlar el mercado mundial. Por eso, la clase obrera debería rechazar la guerra, partiendo de sus intereses de clase y de la solidaridad internacional entre todos y todas las explotadas.
¿Qué fue lo que ocurrió, sin embargo? Los partidos obreros que componían la Segunda Internacional, los grandes Partidos Socialistas o Partidos Socialdemócratas de la época, terminaron apoyando la guerra, y apoyando a sus países – es decir, a los intereses de las burguesías nacionales. La Primera Guerra Mundial estalla con el visto bueno de la mayoría de estos partidos, aunque hubiese elementos dispersos que asumieron la posición correcta de rechazarla.
En el año 1914 comienza la guerra. Es entonces que Lenin, futuro líder de la Revolución Bolchevique, decidió que, como revolucionario, debía... sentarse en una biblioteca en Berna y leer la Lógica de Hegel. En medio de esta “guerra total” que acaparaba gran parte de las sociedades europeas y coloniales, en medio de esta “monstruosa carnicería”, de esta “atmósfera apocalíptica” [3], la decisión de Lenin parecería, a lo menos, curiosa. Y no son pocos los marxistas que se han interesado en explicarla. La respuesta que se da a este hecho curioso es la que sigue: dado que el marxismo tradicional – el de la Segunda Internacional – se había dejado arrastrar por completo por los intereses de las burguesías nacionales, había que volver a las raíces del pensamiento marxista, había que estudiar de lleno lo que él pensaba que era la debilidad mayor del marxismo contemporáneo: el pensamiento dialéctico y revolucionario [4]. La teoría marxista revolucionaria, desde la muerte de Marx y Engels, había sufrido distorsiones, revisiones, había sido empobrecida. La capitulación de los partidos miembros de la Segunda Internacional al apoyar la Primera Guerra Mundial es el momento culminante de esta crisis.
En El Estado y la revolución Lenin debate con las principales corrientes marxistas de la Segunda Internacional, que fueron las mismas que capitularon ante los intereses de la burguesía. Por eso, además, se explica de manera consecuente por qué insiste en comenzar el texto precisamente yendo a los fundamentos del pensamiento marxista: los escritos de Marx y Engels. En las primeras páginas del libro, dice claramente: “Nuestra misión consiste, sobre todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx acerca del Estado” (14) [5].
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Volvamos a Rusia. El desarrollo del capitalismo a principios del siglo XX había llevado a lo que el revolucionario ruso León Trotski llamó un “desarrollo desigual y combinado”. Rusia era un país rural cuya población era mayoritariamente campesina. A diferencia de los países industriales europeos, nunca tuvo una “revolución democrático-burguesa”, es decir, una revolución que terminara con un gobierno feudal y monárquico (en el caso ruso, el gobierno del Zar) y llevara a cabo un proceso de desarrollo capitalista. Contaba, sí, con una burguesía nacional muy débil, pero supeditada a la de países con un desarrollo industrial más avanzado.
Esta situación de “atraso” en términos de desarrollo desigual capitalista se combinaba con algunas de las industrias más avanzadas en todo Europa, en gran medida gracias al capital foráneo que se invertía en el país. Existía, por lo tanto, una clase obrera industrial y poderosa en Rusia, aunque pequeña.
Llegamos al 1917. Rusia participa de la Primera Guerra Mundial, con un número alto de muertos, de soldados desertores, de familias separadas. Las condiciones de vida son paupérrimas, la hambruna nuevamente es un problema a lo largo del territorio. Los dos grandes reclamos de la población son: el fin de la guerra y una reforma agraria.
En febrero del 1917, ocurre una revolución que termina con el gobierno zarista. Rápidamente se forman dos poderes paralelos: un nuevo gobierno democrático en el que participan muchos socialdemócratas; y los consejos obreros llamados soviets – un modelo de organización que se vio por primera vez en la revolución del 1905 en Rusia.
Lenin regresa del exilio en abril del 1917. Rápidamente expone sus famosas “tesis de abril”, en las que sostiene que Rusia se encuentra en “la primera parte” de una revolución. Ahora los y las socialistas debieran promover la toma por parte del proletariado del estado ruso, y criticar despiadadamente al gobierno provisional por las limitaciones que encara. A pesar de las expectativas que creó el gobierno provisional, su inacción ante los reclamos principales demuestran que la toma del poder por la clase obrera es necesaria, que únicamente bajo el control obrero verdaderamente se daría fin a la guerra y se promovería la reforma agraria que exige el campesinado [6].
Además, la clase obrera debiera tomar el poder, pero no para cumplir con la revolución burguesa, sino para iniciar la revolución obrera, socialista. Esto lo haría en un país pobre y rural, también a nombre de las reivindicaciones campesinas, cuyo apoyo evidentemente necesitaría para triunfar, pero que, por limitaciones propias de su clase (en las que no entraremos en detalle en este escrito), es incapaz de llevar al triunfo por sí sola. Como dirá en El Estado y la revolución: “Solo el proletariado – en virtud de su papel económico en la gran producción – es capaz de ser jefe de todas las masas trabajadoras y explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía explota, esclaviza y oprime no menos, sino más que a los proletarios; pero que no son capaces de luchar por su cuenta para alcanzar su propia liberación” (36-7).
Como nos recuerda Michael Löwy [7], las tesis de abril fueron, en primera instancia, rechazadas por casi todas las personas que se profesaban marxistas, incluso aquellas que pertenecían a la misma organización de Lenin, al Partido Bolchevique. Quizás se pueda decir que aquí empieza su rectificación y, a la vez, su puesta al día del pensamiento marxista.
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El Estado y la revolución comienza explicando el surgimiento del estado. El estado como institución no ha existido en toda época de existencia humana, sino que, como señala Engels, entre otros, en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, surge precisamente en una época en la que empiezan a existir clases sociales. El Estado, por definición, necesariamente implica que una clase social domina el Estado y se impone sobre las otras.
Lenin advierte en contra de la idea de que el Estado implique la conciliación de clases, idea difundida entre algunos pensadores de la Segunda Internacional. Se afirma nuevamente en los clásicos, en Marx y en Engels.
El hecho de que el Estado conlleva que una clase domina a las demás, en la teoría marxista, significa que el Estado representa una dictadura de una clase que se impone sobre la otra. En ese sentido, la palabra dictadura aquí se utiliza como en la filosofía política clásica (Aristóteles, los pensadores romanos, etc.), y significa simplemente eso: que una clase social se impone sobre otra. La dictadura de la burguesía, por ejemplo, existe a la vez en un régimen totalitario como el gobierno de Fulgencio Batista en Cuba, con la prohibición de las fuerzas opositoras, o en los Estados Unidos, donde hay, hasta cierto punto, derecho a la libertad de expresión y libertad de prensa.
Por eso, Lenin en El Estado y la revolución distingue entre la dictadura de clase que conlleva la existencia de Estado y la forma de gobierno. Las variaciones entre distintos estados en donde se ejerce la dictadura de la burguesía es la variación de forma: podría ser un país dictatorial o una república democrática con representación parlamentaria. Estos cambios de forma, sin embargo, no cambian la esencia del estado, en la medida en que este continúa funcionando como una herramienta de dominio de una clase sobre las otras.
El Estado y la revolución se escribe con la urgencia, precisamente, de tomar un estado burgués y transformarlo en un estado obrero, de pasar de la dictadura de la burguesía a la dictadura del proletariado. Décadas de lecturas “revisionistas”, “social chovinistas” (los epítetos de Lenin son varios) del pensamiento marxista, han escondido la necesidad de la toma del Estado por parte de la clase trabajadora. Ocurrió la Revolución de febrero, que transformó de manera dramática la forma del estado ruso, con la Asamblea Constituyente y ciertos espacios de democracia participativa, donde incluso participaban partidos de tradición socialista como el Partido Menchevique y los Socialistas Revolucionarios. Sin embargo, este cambio en forma no conlleva que exista un estado obrero, ni que transformando la forma nada más se es capaz de crearlo. Hay que tomarlo, y para tomarlo se requiere la fuerza, la violencia revolucionaria.
La toma del Estado por la clase obrera empieza lo que Lenin llama la transición lenta del capitalismo hacia el comunismo. Al tomar el Estado, la clase obrera, en las palabras de Lenin, destruye el estado burgués con el que se topa para erigir un nuevo estado obrero e instaurar la dictadura del proletariado. El fin de este estado obrero, sin embargo, es, con el tiempo, extingurse por completo: el comunismo implica una sociedad sin clases y, por definición, sin estado (pues el estado, como se conoce ahora, dejará de existir dado que ninguna clase se impondrá sobre otra). Pero el comunismo no es obra de un día, y por eso es que la extinción del estado es “un proceso largo” (110), que distingue en dos etapas.
En la primera fase de la sociedad comunista – lo que comúnmente se llama socialismo –, el estado ahora está bajo el control de la clase obrera luego de la destrucción del estado burgués y la creación de un estado obrero. La producción y la distribución de toda la sociedad pasará a ser obra de las decisiones de las grandes mayorías y ya no del control capitalista. Mientras en el capitalismo se produce para obtener ganancias, en la primera fase de la sociedad comunista, la producción será determinada a nivel social; mientras en el capitalismo la obtención de mercancías depende de la capacidad adquisitiva de cada cual, en el socialismo (según Lenin) será determinada por la cantidad de trabajo que cada cual ejerza. (Vale destacar que esto no tiene por qué ser el caso al pie de la letra; un estado socialista muy bien puede distribuir lo que produce incluso a los sectores más desaventajados y que no puedan trabajar, además de asegurarle un mínimo de productos a todas las personas para su subsistencia.)
A nivel político, a nivel del funcionamiento del Estado, esta primera fase de la sociedad comunista viene a caracterizarse por una serie de medidas que se implantaron por vez primera en la Comuna de París. En esta primera fase, todo funcionario del gobierno debiera recibir lo que fuera el salario promedio de un obrero; debiera ser elegido democráticamente y, con la misma facilidad, podría ser depuesto democráticamente. En lugar de contar con un ejército y una policía, el estado se protegería armando la población. Por todo lo dicho, la burocracia que caracteriza al estado capitalista y que chupa una parte importante de los recursos de un país quedaría reducida al mínimo [8].
La dictadura del proletariado, debido a las transformaciones que se dan a nivel económico y político, conlleva una forma profundamente democrática de ejercer la vida política y social. La primera fase del comunismo debería necesariamente ser más democrática que el capitalismo, no menos.
Debemos señalar que la tendencia de la que forma parte nuestra organización, Democracia Socialista, aunque en aspectos teóricos todavía sostiene lo que plantea Lenin en este texto (con los debidos debates que se pueden tener), ha optado por abandonar el término “dictadura del proletariado”. Los conceptos los seguimos sosteniendo: que el estado existe en las sociedades divididas en clases como una herramienta que en última instancia funciona para imponer el dominio de una sobre las demás; que la clase obrera necesita tomar el estado y hacerlo suyo. Sin embargo, el término “dictadura del proletariado” encara dos problemas que deseamos evitar. En primer lugar, las connotaciones de “dictadura” hacen que muchas personas rápidamente rechacen el término porque lo asocian, precisamente, con las “dictaduras” del siglo XX en el que existían muy pocos derechos y espacios democráticos (sea bajo estados capitalistas o socialistas). En segundo lugar, el término es acogido por ciertos sectores marxistas que, realmente, reivindican el legado más autoritario del socialismo y lo buscan justificar bajo un mal entendimiento de “la dictadura del proletariado”. Por estas dos razones, optamos por usar otros términos para el mismo concepto: “toma de la clase obrera del estado”, “estado bajo control obrero”, etc. Aquí, lo fundamental no es necesariamente la nomenclatura, sino la conceptualización.
Pero la dictadura del proletariado – volviendo al término de Lenin – solo forma parte de la primera fase de la sociedad comunista. Pues, en la medida en que avanza esta sociedad, en que las necesidades de las grandes mayorías se van satisfaciendo, en la medida en que las jornadas laborales pueden continuar reduciéndose dado los avances en productividad, el estado, poco a poco, se va extinguiendo. El estado, sencillamente, se va haciendo innecesario, y todo su aparato burocrático se empieza a eliminar. Es tan solo cuando finalmente queda extinto que se pasa a una sociedad sin clases sociales, el fin último de cada marxista y comunista.
Que sirvan estas notas – ya demasiado extensas – para ayudar en la lectura de este clásico revolucionario.
Notas:
[1] “Manifiesto del Partido Comunista”, Carlos Marx y Federico Engels. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm. Con respecto a estos temas, ver, también, el ensayo "Sobre las internacionales y el internacionalismo" de Isaac Deutscher, que se encuentra en su libro El marxismo de nuestro tiempo.
[2] “La Primera Internacional y su lugar en la evolución del movimiento obrero”, Ernest Mandel. https://www.marxists.org/espanol/mandel/1954/primera_internacional.htm
[3] Stathis Kouvelakis, “Lenin como lector de Hegel. Hipótesis para una lectura de los Cuadernos de Lenin sobre La ciencia de la lógica”, pp. 159. https://marxismocritico.com/2016/11/28/lenin-lector-de-hegel.
[4] Aparte del ensayo de Kouvelakis, ver: Michael Löwy. “De la grande logique de Hegel à la gare finlandaise de Petrograd”. L'Homme et la société, N. 15, 1970. pp. 255-267. http://www.persee.fr/doc/homso_0018-4306_1970_num_15_1_1265.
[5] El Estado y la revolución, Editorial Grijalbo, 1973.
[6] “Las tareas del proletariado en la presente revolución (‘Tesis de abril’)”, Vladimir Illich Lenin. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/abril.htm
[7] Löwy, 255-257.
[8] El problema de la burocracia y las economías planificadas de los países socialistas parecería en parte contradecir esto último. El tema es importante, complejo y fuera del alcance de este trabajo. Recomendamos, sin embargo, los siguientes trabajos: “La burocracia”, Isaac Deutscher, https://www.marxists.org/espanol/deutscher/1960/la_burocracia.htm; “La burocracia”, Ernest Mandel, https://www.marxists.org/espanol/mandel/1969/burocracia.htm; “In defense of socialist planning”, Ernest Mandel, https://www.marxists.org/archive/mandel/1986/09/planning.html.
Jorge Lefevre Tavárez es miembro de Democracia Socialista y de la Junta Editorial de momento crítico.
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