Reseña de: Dana Frank, Purchasing Power, consumer organizing, gender, and the Seattle Labor Movement, 1919-1929, Cambridge University Press 1994, N.Y.
Por Manuel Rodríguez Banchs
La lucha contra el capital exige un frente único de todos los sectores del movimiento obrero para que la resistencia tenga posibilidades de detener y revertir su ofensiva, particularmente en la etapa neoliberal. Exige además apertura para integrar a las voces más diversas y para incorporar tácticas y estrategias igualmente diversas. El movimiento obrero tiene a su disposición -como ningún otro sector- un arma de gran valor para añadir a su arsenal contra el sistema capitalista: su capacidad colectiva para comprar, es decir, su poder de consumo.
La huelga general como catalítico
Usando el movimiento obrero de Seattle para explicar “por qué el movimiento sindical estadounidense cayó tan precipitadamente en la década de 1920”, Dana Frank ofrece a los lectores de Purchasing Power, consumer organizing, gender, and the Seattle Labor Movement, 1919-1920 un estudio emocionante, a veces frustrante, sobre oportunidades y desilusiones. Un aspecto central de la investigación es el vínculo entre la producción y el consumo como barómetros del conflicto de clases. Aunque Frank admite que otras personas han analizado varios modelos sindicales para eludir el control capitalista, su estudio abarca la definición cambiante de ese tipo de tácticas en el período posterior a la Primera Guerra Mundial.
La autora primero destaca la dinámica casi parroquial antes de la Primera Guerra Mundial del pequeño personaje de la industria de Seattle, y el dominio de las uniones artesanales de la American Federation of Labor (AFL). Sin embargo, Seattle sí contenía las semillas de un radicalismo posterior con la presencia de los Wobblies (International Workers of the World) y su cultura de sindicalismo industrial. Los años de guerra transformaron la ciudad y a su movimiento obrero y sindical. En 1918 Seattle se había convertido en uno de los principales centros de construcción naval en EE.UU. Esto provocó que miles de personas se mudaran a la ciudad para trabajar en los astilleros. La migración de los trabajadores del comercio de metales transformó al movimiento obrero de Seattle -de tendencia más conservadora- que se sumó a las corrientes del “sindicalismo industrial radical”. Este cambio fundamental en la composición ideológica de los sindicatos de Seattle marcó el comienzo de la famosa Huelga General de 1919. Aunque el movimiento obrero fue derrotado, la huelga sirvió de catalítico para los desarrollos de la etapa posterior. Frank describe cómo los sindicatos se mantuvieron poderosos, y cómo presionaron por un nuevo tipo de lucha para proteger sus intereses, a saber, el poder de consumo colectivo. La organización del poder de consumo tomó muchas formas. Cooperativas de consumo, de ahorro y crédito; el boicot contra empresas antiobreras o en conflicto con algún sindicato, contra bancos usureros; las tarjetas sindicales (“union cards”) que permitían el acceso y la participación en la toma de decisiones -al menos durante algún tiempo- y la etiqueta del sindicato (“union label”) que se colocaba en los productos elaborados por trabajo unionado, artículo que no tuviera la etiqueta no se compraba. Además de los compromisos ideológicos con las cooperativas (para eludir el sistema capitalista), muchos trabajadores también se sintieron atraídos por los nuevos esquemas por consideraciones prácticas como el acceso a alimentos de mejor calidad y a precios razonables para la clase trabajadora. Un observador de este proceso, según Frank, comentó: “si el trabajo tiene suficiente alimento para que dure por un período indefinido de tiempo ... el trabajo podrá ganar cualquier batalla que emprenda porque la comida gana todas las luchas”.
Algunas contradicciones
Igualmente crítico, Frank también intenta integrar el género y la raza en la historia de la organización de los consumidores y consumidoras. En consecuencia, Frank argumenta que “las tácticas de organización de consumidores de los sindicatos habitaban ... un punto de encuentro entre la división sexual del trabajo en el hogar y las relaciones de producción capitalistas en el lugar de trabajo asalariado”. Una preocupación similar es la de la raza. El número relativamente grande de trabajadores afroamericanos y japoneses-americanos de Seattle, y las firmas propiedad de tales grupos minoritarios, constituyeron un elemento explosivo pero potencialmente unificador.
Sin embargo, el frente de consumidores de Seattle tuvo en su interior limitaciones cruciales. En primer lugar, las mujeres (tanto en su rol como sindicalistas -aunque con participación muy reducida- como en su rol como esposas de otros sindicalistas) fueron en gran parte excluidas de toda la discusión, elaboración y ejecución de la estrategia. En el mejor de los casos, se las mantuvo al margen del movimiento, perdiendo así a su más importante apoyo sectorial. Largamente excluidas de los asuntos sindicales y de los procesos deliberativos, “las mujeres no estuvieron dispuestas a hacer el esfuerzo de viajar más lejos para obtener productos y bienes aceptables, ni estuvieron dispuestas a pagar más por ellos”, según nos dice Frank. Segundo, el dominio de los esquemas por “hombres blancos” también prohibió la organización de japoneses y afroamericanos. Tercero, muchos de los esquemas eran económica y financieramente defectuosos, no fomentaban la participación democrática en los asuntos del día a día y solo podían atraer a quienes trabajaban en las industrias más pequeñas. Finalmente, la vanguardia del sindicalismo industrial y los partidarios del consumo, es decir, los trabajadores de los astilleros, se habían ido de la ciudad. Para 1921, solo había “treinta caldereros [‘boilermakers’] empleados”, mientras que en 1918 el sindicato reclamó representar a una membresía que rondaba entre diez y quince mil “caldereros”.
Frank no limita su atención a las contradicciones aquí señaladas. También mira más allá de los límites de la historia tradicional del movimiento obrero. Se discuten las acciones de los patronos para contrarrestar las tácticas y las estrategias de las trabajadoras, los trabajadores, sus organizaciones, y cómo también explotaron el anticomunismo, el “miedo rojo” (“red scare”) como excusa para diluir cualquier apariencia de una cultura de oposición y evitar la cohesión del frente único de la clase obrera: como productora, como consumidora y como oposición.
Los límites de la burocracia
A su vez, la dirección del movimiento sindical fue ocupada por líderes cada vez más conservadores de la AFL, estableciéndose una burocracia profesional. Haciéndose eco de muchos otros historiadores, Frank argumenta que a fines de la década de 1920 el enfoque “descendente” y “profesionalizado” de la dirección del movimiento sindical empujó a las bases demasiado lejos de sus organizaciones. Es decir, al consolidar su poder autocrático y burocrático, a los mismos líderes les resultó difícil movilizar a una membresía alienada por ellos mismos.
La autora intenta levantar el velo que hay sobre los años veinte, generalmente ignorados por la historia. Encapsula un período de promesas y derrotas, y la calidad fluctuante de las tácticas y estrategias del poder de la clase trabajadora como consumidora. El libro establece claramente que los primeros intentos de ejercer el poder de consumo de la clase trabajadora se basaron en una cultura de oposición política que fue rápidamente socavada por el giro hacia la derecha de la burocracia entronizada en la dirección sindical a mediados de la década de 1920. Este cambio se solidificó cuando el movimiento sindical bajo direcciones más conservadoras utilizó el consumo “no como un complemento de la huelga, el boicot y las urnas, sino como un reemplazo” definitivo de la agitación y la movilización. La autora reconoce la necesidad crítica de alianzas cruzadas entre género y raza en EE.UU., y el poder vital y los riesgos que ofrecen las tácticas de consumo.
La experiencia mexicana y el potencial para Puerto Rico
La experiencia del movimiento obrero en Seattle en la tercera década del siglo veinte revela algunas de las claves del potencial que puede tener el poder de consumo organizado. Existen ejemplos recientes de este potencial. En México resisten un proceso de privatización de la energía eléctrica que aunque empezó en 1992, fue legalizado en el año 2013 con la reforma energética. La privatización produjo altos cobros de la luz y cortes del suministro cuando la población no puede pagar, situación que ha provocado el descontento generalizado. Existe en México una conciencia colectiva sobre la importancia de la energía eléctrica como parte de la defensa de la soberanía del país. En respuesta a la ofensiva más reciente se constituyó un movimiento de usuarios y usuarias que surge en el marco de la resistencia de los trabajadores electricistas. El presidente Álvaro Calderón decretó la extinción de la empresa Luz y Fuerza del Centro el 11 de octubre de 2009, con el objetivo de eliminar al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Como respuesta, el sindicato de electricistas inició una fuerte lucha en defensa de sus derechos laborales y convocó a la sociedad para ampliar la resistencia contra la privatización. En este contexto, una de las acciones de protesta fue exhortar a la población a no pagar la luz. Un año más tarde, el 11 de octubre de 2010, se crea la Asamblea Nacional De Usuarios De Energía Eléctrica (ANUEE) que actualmente cuenta con más de cien mil usuarias organizadas en comités por toda la zona centro del país y en algunos otros estados. La ANUEE se crea en el marco de solidaridad con el SME pero crece y se desarrolla dotándose de su propia estructura.
La ANUEE es un movimiento amplio y se define como anticapitalista. Lucha por demandas concretas como tarifa justa, “borrón y cuenta nueva” (eliminar deudas), acceso a la energía eléctrica como un derecho humano y por renacionalizar la industria eléctrica. Desde la ANUEE se organizan en los barrios para parar los cortes de luz y contra la privatización de la red eléctrica. La ANUEE utiliza estratégicamente la “huelga de pagos”, es decir, dejar de pagar las facturas por consumo de energía eléctrica. Las usuarias utilizan también la vía legal para evitar que les corten la luz, pero en muchos de los casos el gobierno y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) no respetan los procesos y cortan el suministro. En esos casos, electricistas del SME en resistencia responden reconectando a los hogares, de esta forma las usuarias y usuarios saben que cuentan con el respaldo del sindicato, lo que ha fortalecido la resistencia y la huelga de pagos. Además, los comités se han tenido que enfrentar a la policía y a militares, fortaleciendo así los lazos de solidaridad y la respuesta organizada para defenderse y hacer frente a las intimidaciones. Es un ejemplo concreto de ejercicio directo del poder colectivo. La relación de la ANUEE con el SME es una alianza estratégica entre usuarias y trabajadoras que se ven como parte de la misma clase. La alianza se extiende a otros grupos que incluye organizaciones políticas, sindicatos, de jubiladas y de otros sectores en lucha.
En Puerto Rico tenemos el potencial de enfrentar y revertir la privatización en un frente único de trabajadoras, trabajadores, usuarias y consumidores. Serían dos tenazas para enfrentar la ofensiva neoliberal. Al combinar los roles de la clase trabajadora como productora y como consumidora, la participación democrática es fundamental. Es esa una de las claves para que la combinación de los roles de la clase trabajadora como productora y como consumidora tenga éxito. La clave estriba en la participación democrática de las bases en todos los procesos. Solo de esta forma puede la clase trabajadora pasar de la resistencia a la ofensiva. Necesita combatir y evitar que la burocracia se apodere de sus organizaciones, destruya proyectos de avanzada y se constituya en obstáculo para superar el capitalismo y construir una sociedad más justa y democrática en todos los ámbitos: político, social y económico.
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Manuel Rodríguez Banchs es abogado, activista político y social. Es miembro de Democracia Socialista.
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