Ramón Rosario Luna
En las elecciones presidenciales de noviembre de 2024 en Estados Unidos (EE. UU.) se manifestó lo que desde la época de invasión y conquista colonial ha sido el proyecto social predominante en este continente: la imposición del poder de los grandes propietarios, la cual ha sido complementada por el racismo y el patriarcado. El neoliberalismo, la incipiente crisis civilizatoria y la paulatina decadencia del imperio estadounidense han gatillado este avance de la derecha reaccionaria encabezada por la figura de Donald Trump. Veamos.
El principal objetivo de esos propietarios (antes esclavistas y ahora capitalistas) es su acumulación de riquezas, lo que logran explotando a la naturaleza y a los trabajadores. Eso se facilita mediante la presencia de un androcentrismo y un racismo fuertes, pues la existencia de esas opresiones resta atención a las relaciones socioeconómicas de clase y a las probabilidades de avances proletarios en esa dimensión. Ante la significativa crisis de la economía capitalista y del Estado benefactor iniciada en la década de los años 70, los patronos empuñaron el neoliberalismo para contrarrestar la baja en sus tasas de ganancia. El neoliberalismo es la política económica que desmonta las reformas que constituyeron el Estado benefactor y la intervención gubernamental para regular la economía; esta incluye privatizar empresas públicas, despedir trabajadores gubernamentales, eliminar derechos laborales, reducir la asistencia social a los pobres y desregular las operaciones financieras y el comercio internacional.
Dicha política económica ha tenido el efecto social de degradar las condiciones laborales y de vida del grueso de la clase trabajadora y generar la crisis socioeconómica iniciada en 2008, la mayor desde la Gran Depresión. Esa situación económica ha generado una crisis social en la cual problemas como la criminalidad, la violencia, las adicciones, las psicopatologías y la deserción escolar abundan. La crisis socioeconómica sabotea la educación: para qué estudiar si los puestos de trabajo escasean o contienen malas condiciones laborales. La crisis educativa generaliza la agnotología, una población ignorante y, por lo tanto, fácilmente manipulable. En síntesis, el neoliberalismo intensifica la opresión de la clase trabajadora, y a la vez sus efectos sociales y educativos dificultan que esa clase desarrolle el poder necesario para defender sus intereses. Aunque en su incumbencia anterior de Trump su política económica internacional fue más nacionalista-proteccionista que de libre mercado, su política contributiva claramente favoreció a los más ricos. Sin embargo, el asunto es más complejo, pues ese candidato logró apoyo entre importantes sectores de la clase trabajadora.
El neoliberalismo ha deteriorado las condiciones de existencia del grueso de la clase trabajadora, incluyendo las de los eurodescendientes. Para los miembros de ese grupo étnico-racial que sostienen una perspectiva racista, dos procesos les infunden malestar: uno es que ellos dejarán de ser mayoría en EE. UU. para 2045, lo que es debido principalmente al crecimiento de la población hispana; el otro es el avance afrodescendiente que llevó a Barack Obama a la presidencia de 2009 a 2017 y a Kamala Harris a casi lograrla en 2024. Ante la pérdida de privilegios que les confería el racismo, muchos eurodescendientes fantasean con épocas previas de supremacía racial incuestionada. El surgimiento de la figura de Trump en 2016 fue en gran medida la reacción a los avances de afrodescendientes e hispanos, e intenta lograr que “América” vuelva a ser grandiosa (“Make America Great Again”), lo que es un eufemismo de profundizar el racismo y la xenofobia.
Similarmente, la precarización ha alcanzado a los trabajadores de todo género, incluyendo el sector masculino de dicha clase. También, debido a los avances de los movimientos feministas y LGBTTIQ+, los hombres han perdido privilegios que el patriarcado les concedía. Ante eso, en una cultura autoritaria que exalta al poderoso y desprecia al oprimido, muchos hombres no atacan a los patronos que intensifican su explotación, pero sí a mujeres y a las comunidades LGBTTIQ+, y repudian a los movimientos sociales que defienden los derechos de esos grupos. Para hombres formados en una cultura patriarcal, el sexismo y la heteronormatividad aparecen como afirmación de su masculinidad (que sienten amenazada) y/o como forma simbólica de regresar a un pasado deseable. Subrayemos que en estas elecciones Trump derrotó a una mujer.
La tendencia histórica a la intensificación de los flujos migratorios internacionales continuará moviendo a ese país hacia más diversidad étnica-racial. La dinámica social del capital, pluralizante en la vida cotidiana, promueve la diversificación de las orientaciones sexuales. Esos dos procesos menguan el tamaño y el poder relativo de los grupos demográficos de apoyo al capital. Inicialmente, eso exacerba el racismo, la xenofobia, la misoginia y la heteronormatividad como reacciones ante la pérdida de poder; esa reacción es heraldo de la desaparición de la primacía de esos grupos. El avance del trumpismo resulta de la aglutinación política de las respuestas defensivas de esos grupos. Ideológicamente, esto se manifiesta con la victoria republicana de 2024, que se apoyó en el nacionalismo, el fundamentalismo cristiano, la misoginia, la LGBTIQ-fobia, el racismo, la xenofobia, la ignorancia, la lumpenización, el culto a las armas y a la violencia, el militarismo y la admiración por los poderosos-pudientes.
En la medida en que las clases trabajadoras no logren desarrollar un proyecto antineoliberal y llevarlo a la dirección política de ese país, la desigualdad socioeconómica seguirá creciendo. La combinación del empobrecimiento de hombres eurodescendientes con agnotología generaliza la lumpenización política, caso extremo de ausencia de conciencia de clase en el que los dominados idolatran a las clases dominantes. Esa lumpenización se difunde y en el caso de los republicanos ya alcanza su liderato: Trump es ejemplarmente ignorante, irrespetuoso, arrogante, mentiroso, tramposo, violento y hasta repetidamente criminal. Por la lumpenización política, anticonocimiento que incluye procesos cognitivos como aversión hacia pensar racionalmente y a reconocer los hechos, muchas personas oprimidas por el sistema no logran entenderlo, pero asumen posturas antiestablishment porque sienten esa opresión. Esos oprimidos irracionalistas ven las cualidades de Trump, se identifican con él y lo aclaman.
La profundización de la desigualdad socioeconómica generará más polarización en los proyectos económicos asumidos por las principales clases sociales: los capitalistas esgrimirán el neoliberalismo y los trabajadores se acercarán a algún tipo de progresismo o socialismo. La combinación de esa polarización con la lumpenización y con las tendencias racistas y patriarcales delinea dos bandos políticos: de un lado el neofascismo y del otro la izquierda, sea progresista o socialista.
El Partido Demócrata no combate el neoliberalismo que empobrece a las clases trabajadoras, razón por la cual importantes sectores de esta lo abandonan. Son “businesses as usual”, el “establishment”; y su compromiso con lo establecido va más allá, pues, además de defender el capitalismo, apoyan el militarismo imperialista, el genocidio palestino y la base tecnoeconómica que devasta el ecosistema. La identificación de los demócratas con el “establishment” se explica por el hecho de que ese partido está controlado por Wall Street y de que logra más apoyo de millonarios y billonarios que el que consigue Trump. Eso también se evidencia en el que prefirieron las candidaturas presidenciales de Hillary Clinton en 2016 y de Joe Biden en 2020 sobre la del casi socialista Bernie Sanders, aún cuando las encuestas indicaban que este tenía más probabilidades de vencer a sus contrincantes republicanos. Todo eso llevó a que el 46% de los hispanos, incluyendo el 55% de los hombres de ese grupo étnico, votaran por Trump. Incorporar al novotratista Tim Walz como candidato a la vicepresidencia en 2024 fue una tardía y tenue respuesta al relativo resurgir del sindicalismo de los últimos años.
Lo anterior sucede dentro de un proceso de relativa pérdida de hegemonía de EE. UU. como imperio y del ascenso de China como potencia económica de calibre comparable. Dicha merma en el predominio económico mundial incluye una pérdida relativa en productividad y una disminución en el flujo de valor hacia las clases dominantes de ese país; eso redunda en una reducción de sus ganancias de capital, lo que los patronos contrarrestan lanzando medidas neoliberales sobre los hombros de las clases trabajadoras. Ante el incremento de lo desgraciado de esta existencia, muchos, incluyendo amplios sectores de la clase trabajadora, abandonan al representante de lo establecido, el Partido Demócrata, y buscan alternativas. El Partido Republicano bajo Trump ha logrado proyectarse como alternativa a lo establecido; y en un sentido lo es, aunque en términos neofascistas.
Pero otro proceso de mayor envergadura condiciona nuestra contemporaneidad. El orden social vigente está en un proceso de decadencia históricamente inédito. Lander y Estermann hablan de una crisis civilizatoria. La economía es disfuncional (coexisten la opulencia y la miseria); hay una crisis social con los elementos ya mencionados; hay crisis del conocimiento, descrita como agnotología o posverdad, fundamentada en que muchos no creen en los hechos ni en pensar racionalmente (lo que genera tendencias como el negacionismo climático, los fundamentalismos religiosos y las teorías de conspiración); nos amenaza una hecatombe ecológica generada por la tendencia del capitalismo industrial a producir, vender y consumir cada vez más para incrementar las ganancias de los capitalistas, hecatombe que se estima colapsará el orden mundial durante las próximas décadas. Adicional a eso, también hay una crisis política, una incapacidad de salir de esta situación, resultante del interés de las clases dominantes en mantener el sistema dentro del que tienen privilegios y de la impotencia de las clases dominadas para desarrollar un proyecto de transformación sociocultural radical que logre un nivel masivo de acogida.
Ese contexto favorece que el Partido Republicano implante programas como el descrito en el Proyecto 2025, redactado por el think tank conservador Heritage Foundation. La plataforma de ese partido y el susodicho proyecto coinciden en esto: reducir el Departamento de Educación y privatizar escuelas, dificultar la inmigración y aumentar las deportaciones, limitar la participación electoral en términos excluyentes para las minorías étnico-raciales y los pobres, desregular el funcionamiento de la economía, eliminar protecciones laborales, bajarle los impuestos a las corporaciones, reducir el tamaño del gobierno, disminuir la inversión federal destinada a la investigación sobre energía renovable, defender el uso de combustibles fósiles, colocar al Departamento de Justicia bajo control presidencial, restringir el derecho al aborto, derogar leyes que promueven la equidad de género, eliminar derechos reproductivos y detener el avance chino.
Podemos definir el fascismo como la exacerbación de las opresiones. Usualmente surge como reacción a crisis capitalistas que incluyen el auge y la radicalización del movimiento obrero; ante eso impone una dictadura terrorífica mediante la cual profundiza las jerarquías. Aunque los aspectos más brutales del fascismo (campos de concentración, genocidio, exterminio, eliminación de los derechos democráticos…) no aparecen en el discurso de Trump, el Partido Republicano se ha ido moviendo del conservadurismo a posiciones fronterizas con el fascismo. Dicho deslizamiento daría pasos hacia lo que ese país fue desde antes de su origen: dominación de clase, raza, étnica, de género, de orientación sexual y de especie en términos brutales, sin democracia liberal ni reformas que suavicen las opresiones.
Resta ver si durante este cuatrienio los movimientos obreros, antirracistas, de inmigrantes, feministas, LGBTTIQ+ y ambientalistas logran detener el avance neofascista. Más allá queda si las clases trabajadoras y los movimientos sociales estadounidenses logran concertar un instrumento político que les lleve a gobernar e implantar un sistema económico basado en la propiedad colectiva de las empresas, en el control democrático de estas por sus trabajadores, en la participación democrática en la gestión gubernamental, en un ordenamiento cultural comprometido con la erradicación de las opresiones étnicas, raciales, de género y de orientación sexual y en establecimiento de una relación armónica con el ecosistema.
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Ramón Rosario Luna trabaja como profesor de sociología en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico; investiga sobre epistemología, ecología, economía política y música. Es miembro de la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios y de Democracia Socialista. Es guitarrista y compositor.
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