Por Francisco Fortuño Bernier
Entre el sol y los adoquines del Viejo San Juan, nos reunimos este domingo varios miles para expresar colectivamente el horror del pueblo puertorriqueño ante la violencia desenfrenada que ha desatado el Estado de Israel en la Franja de Gaza y Cisjordania. Marchando tras la consigna de “Puerto Rico con Palestina”, nos insertamos en un movimiento de solidaridad a escala global. En las últimas semanas, se ha desarrollado en Puerto Rico un ciclo de protestas pro-palestinas y se ha fortalecido una red de apoyo a ese pueblo. Quizá desde la oposición a la agresión estadounidense en Irak de principios de siglo no se ve un movimiento de solidaridad parecido, con este nivel de amplitud mundial y resonancia local.
La situación en Gaza es horrible. El bombardeo de la aviación israelita, que lleva un saldo creciente de sobre 11,000 muertos, con incontables víctimas aún enterradas bajo los escombros de sus hogares, ha sido seguido de una incursión terrestre. So pretexto de eliminar “bases terroristas” subterráneas, los tanques israelíes han rodeado los hospitales más grandes de la Franja, que ya han quedado inoperantes por falta de combustible. Los francotiradores israelíes han disparado contra pacientes y doctores; la violencia ha impedido enterrar muertos y recoger heridos. Las Naciones Unidas anunciaron el viernes 10 de noviembre que sobre un centenar de sus empleados de ayuda humanitaria han sido asesinados y advierten que se les acabarán los recursos para brindar cualquier tipo de asistencia desde el 14 de noviembre. Existe la posibilidad real de que se desaten varias epidemias entre la población, dada la destrucción de la infraestructura sanitaria. Ya se registran sobre 50,000 casos de infecciones respiratorias y 30,000 de diarreas. Y todo esto se da en la oscuridad: sin acceso a electricidad por el bloqueo y el corte constante de las comunicaciones con el mundo exterior.
La dificultad de conocer exactamente qué ocurre en la Franja de Gaza se complica constantemente. No es sorprendente que el mundo se levante para denunciarlo.
La ola global de protestas de solidaridad y por el fin de esta masacre se ha enfrentado a la censura de los medios corporativos y la represión de los gobiernos supuestamente liberales y democráticos del primer mundo. Varias universidades de élite de Estados Unidos han prohibido organizaciones estudiantiles como Students for Justice in Palestine o Jewish Voice for Peace. Cientos de manifestantes han sido arrestados haciendo desobediencia civil en lugares como la estación Grand Central en Nueva York o el Capitolio en Washington DC. Proliferan los casos de personas despedidas o eventos cancelados en el ámbito cultural en represalia por firmar cartas abiertas. En Europa, Alemania, de todos los países, es líder en su intolerancia anti-palestina y en Inglaterra ya hay una crisis de gobierno provocada por la respuesta de una ministra a las protestas, que en Londres han convocado cientos de miles de manifestantes. Quizá el incidente más patético se esté dando en Francia, donde luego de prohibir las marchas con poco éxito y criminalizar la solidaridad pro-palestina de partidos como el Nuevo Partido Anticapitalista alegando una inverosímil “apología del terrorismo”, el presidente Macron ahora se encuentra entre los primeros líderes occidentales en hacer un llamado al cese al fuego.
Suponiendo que alguno de los turistas –aturdidos por los mojitos y el mar de banderas boricuas y palestinas, sentados el domingo en las terrazas de los negocios de la calle Recinto Sur –entendiese una que otra palabra de español y prestara algo de atención a las noticias, se sorprendería quizá de que entre las consignas coreadas e impresas en pancartas no figurara prominentemente ese reclamo en particular. Poco se mencionó ayer el llamado al cese al fuego que se ha hecho ubicuo en las protestas multitudinarias en Nueva York, Washington DC y otras ciudades. Sí se vio, en cambio, el reclamo de libertad para Gaza e incluso llamados a la victoria de la lucha del pueblo palestino.
“Del río al mar, palestina libre será”, una consigna que sorprendentemente se ha hecho controversial, también se cantó apasionadamente. Como si se tratara de una expresión de odio y no un llamado a la igualdad y la liberación, en EEUU esta consigna ha sido objeto del macartismo renovado, ahora anti-palestino, que consume esa sociedad. A la única representante palestina en el Congreso federal, Rashida Tlaib, ese cuerpo la censuró por repetirla. En Puerto Rico se le puso son de plena.
Pero también hubo consignas más incongruentes, como el non sequitur de una pancarta donde se leía: “El zionismo es fascismo; la solución es comunismo”. El último líder soviético que se dignó en prometer el comunismo –el viejo Jrushchov en los ‘60, a quien dudo que tengan en alta estima los compañeros– al menos tuvo la prudencia de anunciar que llegaba en dos décadas… y ese ya vivía en el socialismo “real”.
Resulta algo incoherente, también, el afán retórico por establecer una analogía directa entre la opresión del pueblo Palestino, que sufre el apartheid y la limpieza étnica, y la situación colonial puertorriqueña contemporánea, como si no hubiese otra forma de expresar nuestra solidaridad. En boletines recientes se han leído hasta enunciados tan inverosímiles como que “Puerto Rico es Palestina”. Desde la tarima el domingo, este tipo de analogías fue un lugar común de varios discursos. Si bien desde un punto de vista histórico o sociológico hay paralelismos que se pueden subrayar, y un importante historial de solidaridad intercambiada entre ambos pueblos, es difícil concluir que sea necesario, ni mucho menos realista, establecer una identificación entre nuestras situaciones, o hacer analogías sin reconocer la diferencia monumental de grado entre el colonialismo en Puerto Rico y lo que sufre un pueblo que sólo en un mes ha perdido sobre 4,000 niños exterminados. Recordemos que las líneas paralelas no se tocan.
La insuficiencia ética de la simple identificación es palpable y responde, quizá, a la impotencia que es natural sentir ante la situación actual. Es evidente que sufre de una falta de reconocimiento de la desproporción entre el sufrimiento palestino de las últimas ocho décadas y las condiciones imperantes en Puerto Rico. Al reconocer esta incongruencia, no se disminuye nuestra capacidad para expresar apoyo y solidaridad. Al contrario, no se hace más que poner de relieve la magnitud de la tarea; la seriedad de asumir el compromiso desprendido con la liberación palestina y el llamado al fin inmediato de la masacre. Coincido con la apreciación de un compañero al cierre de la marcha, contento por la creciente asistencia de las protestas locales, pero consciente de la realidad: “Todavía insuficiente, dado las más de 11,000 muertes en Gaza y Cisjordania”.
Francisco J. Fortuño Bernier es profesor de ciencia política en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
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