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La creación cultural en la sociedad moderna de Lucien Goldmann

Ariana Rosado Fernandez


Me deleito en la creación y en la humildad del aprendizaje. Desde mi época parisina no abordaba la sociología, salvo por algún que otro encuentro en los últimos años; encuentros fugaces en comparación con la retahíla de ficción, no ficción, teatro y poesía que engullía. Al tomar La creación cultural en la sociedad moderna en mano, no sabía quién era Lucien Goldmann (1913-1970) , ni Alberto Santamaría (1976), aunque me sonaba el nombre de algún recoveco de mis años en Barcelona. Por eso me sorprendí cuando en el íncipit Santamaría enuncia ¿Por qué nos hemos olvidado de Lucien Goldmann? si apenas nacía en mí su recuerdo. En el prólogo, Santamaría afirma las maneras en que Goldmann ha quedado relegado detrás de Jacques Lacan (1901-1981), Louis Althusser (1918-1990) o Michel Foucault (1926-1984), aunque fuese mencionado por Michael Löwy (1934) en El marxismo olvidado (2019) junto con Rosa Luxemburgo (1871-1919) y Antonio Gramsci (1891-1937), nombre y personaje que descubrí en un espacio cultural, precisamente, cuando un hombre amable y apuesto me presentó a su perro de sedoso pelaje ―homenaje sin duda a su homónimo―. "¿Italiano, el perro?", pregunté. "Comunista", respondió.  


Aunque conocí y me adherí al socialismo a relativa temprana edad por cuestiones de curiosidad y amor, no por legado ni genealogía, diferentes personajes marxistas han ido apareciendo en órbita y de modo espontáneo, sobre todo en tiempos recientes en mi vida, hecho que agradezco ya despojada de ínfulas de intelectual y afincada en la curiosidad jovial, en la libido sciendi con mis compañeros de literatura y de lucha sin ánimos ya de palmaditas en la espalda. Confieso que al abrir el libro no sabía con qué me toparía: traviesa, en fin, no indagué sobre el autor en absoluto, ni miré la contracubierta: me lancé como quien va a una cita a ciegas con la esperanza de que me llevase bien. Como con mi encuentro con Gramsci, el perro, y luego el hombre hecho eterno en papel, me senté y presté atenta y generosa atención (aquí, un guiño a mi querida Simone Weil, 1909-1943). A continuación, mi experiencia y reseña.


Alberto Santamaría arguye en el prólogo que, como no podemos descifrar a ciencia cierta el porqué de la marginación de Goldmann ―o por qué, dicho de otro modo, ciertas ideas y personajes ocupan un lugar privilegiado y otros no dentro del espacio crítico de izquierdas de cualquier país o sociedad― nos propone "revolvernos entre las cosas de Lucien Goldmann" para así trazar su trayectoria como sociólogo, filósofo, literato, y, lo que nos atañe hoy reunidos en este espacio de creación, encuentro, y dialéctica, precisamente: un gran curioso de la vida; un estudioso d’autrui, de los demás, desde, a mi humilde entrever, una perspectiva optimista sin dejar de nombrar los hechos, las problemáticas y los retos a los que nos enfrentamos tanto en el pasado, en el presente, su presente, eternamente anclado en el 1970, y el futuro capitalista con vías al socialismo.


Revolvámonos hoy, pues, entre los escritos de Lucien Goldmann en esta nueva edición de la Editorial Sylone (2024) con traducción de Francisco Cusó, ya sea desde los más altos conocimientos de su obra y contexto marxista, o desde el descubrimiento diametral. 


Goldmann falleció en París en 1970 a sus cortos cincuenta y siete años habiendo recién firmado el prólogo de Marxismo y ciencias humanas, en el cual ahondó en los hechos de mai 68, mayo de 68. Esto nos atañe porque, como bien menciona en un momento dado Goldmann en sus escritos, hay una diferencia más o menos marcada entre lo que uno puede llegar a pensar, escribir y publicar antes y después, por ejemplo, de la Revolución francesa (un caso que presenta el autor es aquel de la Fenomenología del Espíritu y Filosofía del Derecho de Friedrich Hegel (1770-1831) que son cosas distintas, y cito: "pues Hegel tuvo que plantearse las problemáticas a otro nivel [p.172]"), o en cualquier momento clave en la historia. Hago hincapié sobre ello porque Goldmann reitera a lo largo de la obra la importancia de que lo sociológico vaya de la mano de lo histórico y marca asiduamente los eventos y fenómenos culturales de su época, reincidiendo en que sus palabras se insertan y conversan con ellos en constante movimiento. Goldmann nos habla desde un optimismo puntualizado y alimentado desde y por la crisis, la resistencia, el despertar consciente y espontáneo social [francés] que permite soñar otras vidas posibles, como lo fue aquí, por un momento, quizá, el verano 2019. En este caso, nos adherimos al contexto marxista europeo, occidental, alejado del Caribe, empero más cerca que nunca si nos dejamos llevar por la actual contienda electoral puertorriqueña. 


Goldmann comenzó sus publicaciones de corte marxista en los años cincuenta y desde entonces el capitalismo, nuestra suerte de Gargantúa, acaparó los ritmos de trabajo, ocio y consumo y se adaptó de manera asombrosa luego de la Segunda Guerra Mundial. La precipitación de producción maximizó ganancias contrario a los vaticinios del marxismo que apuntaban hacia la pauperización de la clase obrera. Los "organismos dirigentes de la producción [llegaron] a intervenir a través del consumo incluso en vida privada de individuos, al tiempo que [desarrollaba] en éstos la tendencia a aceptar pasivamente e incluso saludar esta intervención [p. 14]". Esta criatura "no tiene cabeza, ni deseos, ni voluntad, pero sí posee una caótica necesidad de supervivencia [p. 13]", aludiendo sin duda al fetichismo, o carácter animado que parece tener el capitalismo a pesar de ser invención y sistema fantasmal.


Las buenas noticias, insistía e insistiría de seguir aún con nosotros Goldmann luego del esperanzador mayo de 68, eran, y es, que el capitalismo era y es incapaz de ser totalmente capitalista ante una masa heterogénea; la dialéctica imposibilitaba su dominación completa [p.13]. Existe, entonces y siempre, la posibilidad de herir a la bestia ya que, a pesar de la constatación diaria, nadie, absolutamente nadie, opera diariamente de modo totalmente capitalista [p.15]. El capitalismo nunca está terminado, y, por tanto, siempre es susceptible a ser herido [p. 16]. En este momento liminal, o en esta franja entre el capitalismo y su imposibilidad cotidiana, nos encontramos e insertamos desde una masa que se integra mas no obedece, ni mucho menos acepta del todo su condición, entendiendo siempre que dependemos de las dinámicas históricas en regla como tonalidades fluyentes [ibid.]. Tal y como el capitalismo y todo sistema pasa por fases, las sociedades también se ven representadas muchas veces cual espejos en no sólo movimientos callejeros, protestas y barricadas como en mayo de 68 y el verano de 19, sino también en catarsis artística. Cada proyecto revolucionario, cada espacio de expresión cultural puede ir haciendo mella en el capitalismo: partimos de un espacio sacrosanto y ateo llamado creación cultural. 


La creación cultural según Goldmann es la práctica de crear socialmente, estabilizar y dar forma a una visión del mundo desde, por ejemplo, el arte, la literatura, y la filosofía [p. 17].  La creación cultural alude a la toma de la concientización creativa como pieza y forma revolucionaria. Esta conlleva la tensión de capas opuestas: la confrontación entre lo individual y lo social, entre el sujeto creador y el modo en que el creador se vincula con el espacio social y colectivo [p. 18]. Separar el artista individual del ámbito social supondría, según Goldmann, la fetichización irresponsable que desactiva la creación como fuente de toma de conciencia (ibid.). La obra en sí es una recopilación de textos que nos presenta, además de la pregunta hasta dónde y cuándo un grupo social es capaz de producir una mutación cultural, la idea de la conciencia posible desde un lente radicalmente humanista, que bebe, sobre todo, del filósofo y crítico literario György Lukács (1885-1971).  


"La idea de conciencia posible puede considerarse […] como la estructura afectiva desde la cual es factible una reanimación y actualización de esferas que estaban en áreas externas de la conciencia social presente. Las huellas de esta propuesta nos llevan hasta El manifesto comunista. Esto es, la relación entre las formas dadas en el presente y el modo en el que es posible fracturar la estabilidad del poder de este presente desde una toma de conciencia radical y colectiva que ya existe y, sin embargo, no ha adquirido aún forma colectiva, de lo que todavía no ha emergido a pesar de que su latido ya es percibido [p. 25]". En el denso e inmenso prólogo, Santamaría se irgue y detiene como el Ermitaño del tarot, la novena carta de los arcanos mayores de la baraja: cual hombre [blanco], con su linterna nos muestra el sendero a recorrer tanto en la vida como para el resto de nuestra lectura de La creación cultural. Emprendemos hacia el campo de la conciencia posible, que Santamaría asevera es nuestro "campo de batalla [ibid.]". 


Vislumbramos la creación cultural como espacio desde donde concebir las formas de sentir de una época (como, por ejemplo, una obra de arte, [p. 21]). Goldmann asegura que la vida de hombres y grupos sociales no es un estado, sino un conjunto de procesos. En esto reside la pugna entre sociedad e individuo: en la imposibilidad de una realidad estancada [ibid.]. Las mutaciones y cambios no pueden achacarse a un mismo individuo, sino a un colectivo. Al final de un conjunto de información, hay un humano que lo recibe [p. 22]. Goldmann destaca esos espacios limítrofes en que, a diario y agraciadamente, operamos fuera del modo capitalista a lo largo de la obra, partiendo, dependiendo de la charla, en el contenido, aludiendo a veces más a la literatura, a la filosofía, a los medios de comunicación, lo sociohistórico y, cómo no, lo económico. 


Goldmann escribió alguna vez que "toda obra importante, toda corriente filosófica o artística tiene un alcance y ejerce una influencia sobre el comportamiento de los miembros de un grupo y, a la inversa, el modo de vivir y actuar de las diferentes clases sociales de una época determina en gran medida la vida intelectual y artística de ellas […] pero ¿dónde queda esta tendencia dialéctica de lo posible, que apela al proceso creativo para gestar lo disonante, en medio del fango del capitalismo neoliberal [p. 26]? Santamaría luego recalca que Goldmann, además de agudo observador, vaticinó cual brujo el avance de la calcinación de lo posible al este decir que "la problemática fundamental de las sociedades capitalistas modernas no se sitúa al nivel de la miseria aunque ésta existe todavía incluso en los países industriales más avanzados […] sino en el encogimiento del nivel de conciencia y, por lo mismo, en la tendencia a la reducción de esta dimensión fundamental en el hombre, que es la dimensión de lo posible [p. 27]." 


Bebo nuevamente del texto: "en 1970, el neoliberalismo empuja lenta pero inevitablemente mientras que el discurso de las prácticas culturales disonantes se extrema, tratando de ensanchar el espacio de la creación, de la autocreación individual y colectiva. Y es así, quizá, porque ninguna obra de arte habla únicamente de sí misma, sino de nosotros como sujetos dentro de un tejido más amplio. […] El arte del proletariado es aquel que ve sus creaciones con los ojos de un obrero revolucionario, y no el que quiere demostrar la justeza de la doctrina socialista o comunista. Las prácticas culturales no son lugares concebidos para la doctrina de un partido, sino que, sin dejar de ser políticas, ejercen su fuerza como intensidades que abren la posibilidad a nuevas concepciones de la vida, a nuevas formas de lucha que no estaban previstas. Descubren el proceso mismo de la creación, tratando de hacer posible el latido social [p. 28]"


La creación cultural en la sociedad moderna alberga escritos, ensayos, coloquios y reflexiones labradas por Lucien Goldmann entre 1965 y 1970. Es la "afirmación de que la creación cultural posee un estatus privilegiado en la medida en que esa creación elabora universos que, si bien se corresponden necesariamente con las estructuras mentales del grupo del que brotan, alcanzan un nivel de coherencia más avanzado que el que posee ese mismo grupo. La creación cultural no es tanto la creación de algo concreto, algo que no existía previamente […] es la constitución coherente de un espacio previamente caótico que en un momento dado adquiere orden y potencia transformadora en la creación cultural". 


Ya, dejando atrás casi del todo el prólogo de Santamaría, recuerdo la presentación de Hasta la victoria de la idea de periódico Claridad de hace unos meses y las conversaciones que se dieron luego de: la palabra organización flotando y reincidiendo como (preo)cupación y ocupación principal de nuestra izquierda actual. "No existe la creación cultural como proceso aislado respecto a las dinámicas sociales y políticas, pero tampoco es aquella la creación un mero reflejo de los posicionamientos materiales de un momento histórico. En esa frontera habitan los textos y tradición marxista de Lucien Goldmann [p. 31]". Y me atrevo a ir más allá: en esta coyuntura se encuentra hoy la izquierda puertorriqueña. 

 

En esta edición nos topamos con seis escritos en torno al tema de 1. La importancia de la conciencia posible a través de la comunicación; 2. Las posibilidades de acción cultural en el mass media; 3. La rebelión de las letras en las civilizaciones avanzadas; 4. Las interdependencias entre la sociedad industrial y las nuevas formas de creación literaria; 5. El pensamiento dialéctico y sujeto transindividual y, por último, 6. La dialéctica, hoy. 


Tras hacerme con la tarea magnánima de esta lectura dada la riqueza de terminología marxista, detalles sociohistóricos enmarcados en las diferentes épocas del capitalismo, personajes de índole socialista que se entretejen, conversan, aparecen y se marchan cual salones burgueses de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (1871-1922) ―yo, una humilde Marcel que observa―, la suculenta variedad de referencias culturales francesas indujeron en mí recuerdos, como la madalena proustiana, por los movimientos de la nouvelle vague, le nouveau roman, l’existencialisme durante mi época de estudiante en la Sorbona, sobre todo mi enamoramiento con Marguerite Duras (1914-1996), Nathalie Sarraute (1900-1999) y todo lo que concierne el teatro del absurdo de Eugène Ionesco (1909-1994) y Jean Genet (1910-1986). 


Inhalé y exhalé, miré los jeroglíficos anotados a los márgenes de mi ejemplar ya herido en combate con ojos entrecerrados y sospechosos, intentando descifrar lo que Goldmann quiso decir cuando hablamos de "reificación". Llegaba la hora de discernir signos, respaldarme de los ejemplares en francés e inglés en varias ocasiones (¿será cuestión de mi novatada, o cuestión de la traducción?), y resumir los misterios aún para mí medio insondables del marxismo según san Lucien. 


En el primer escrito, La importancia del concepto de conciencia posible para la comunicación, Goldmann ahonda en la transmisión de información y las posibles transformaciones de grupos sociales con sus debidos enjeux (o desafíos), límites y consecuencias. La conciencia posible, según lo constata Marx en La sagrada familia (primer proyecto en común entre los amigos Marx y Engels), no responde a lo que piensa tal o cual miembro del proletariado, sino cuál es la conciencia de clase del proletariado, en colectivo, dentro de equis contexto [p. 34]. Goldmann se adentra en cómo medir este tipo de investigación sociológica, tarea hercúlea de por sí, nombrando algunos presupuestos. A continuación, plantea que la verdadera problemática no es qué piensa un grupo, sino cuáles son los cambios que pueden producirse en su conciencia [p. 36], sirviéndose de ejemplos históricos. ¿Qué informaciones se pueden transmitir enteras y cuáles pueden ser admitidas "sufriendo deformaciones más o menos importantes" ante una masa particular [p.  37]? 


Como en todo lo que concierne La creación cultural, todo grupo social e individuo conforma un ente cambiante, un conjunto de procesos. Goldmann se da a la tarea de describir la génesis y los límites del máximo de conciencia posible [p. 48], afirmando que las obras filosóficas, literarias y artísticas son barómetros estupendos, empero no los únicos, que nos permiten discernir el máximo de conciencia posible de un grupo social al estos fungir como espejos de conciencia máxima en grupos sociales privilegiados. Dicho de otro modo, la filosofía, la literatura y el arte de determinadas masas pueden llegar a expresar aquello hacia lo que tienden los grupos esenciales de la sociedad, [e indicar así] el máximo de toma de conciencia que les es accesible [ibid.] dentro de sus entornos sociohistóricos.   


En el segundo escrito, Goldmann aborda la problemática de la recepción de contenidos mass-media (como lo son la radio, la televisión, y el cine) en receptores que, como vimos en el capítulo anterior, siempre dispondrán de diferentes niveles de compresión psicomental [p. 54]. Estos, sin duda, influyen en cómo se recibe y se digiere la información. Dicho de otro modo, abordamos cómo influyen los medios en las masas que, redirigiéndose a los análisis críticos de estructura de conciencia y creación cultural de Lukács, reenvían a la reificación, o el acto de cosificación de las relaciones humanas y sociales. Propone de ejemplo la importancia de la novela de héroes problemáticos en el s. XIX. La novela fue una de las grandes formas [p. 57] de continuar vinculando los valores de superación y conciencia mientras que la filosofía individualista de época rechazaba la superación en su totalidad [ibid.]. Goldmann ahonda sobre la conciencia posible a través de la creación literaria, aludiendo a la presencia e impacto de tanto la literatura y filosofía existencialista de la época en pleno desarrollo en las sociedades industriales occidentales. La novela siendo, sin duda, una respuesta a los presupuestos de la época y una transformación social radical [p. 59-60].


Ahora bien, los peligros y retos están hoy todavía más afinados de lo que estuvieron en la época de Goldmann. Él apunta hacia el "peligro creciente […] de una desculturalización por la desorganización de los receptores, receptores que por lo demás, en las sociedades tradicionales, una vez integrada la recepción, constituirían una ola de emisiones en el interior de lo que yo llamaría circuito social [p. 63]. Desinformación tendenciosa debida a los intereses estatales y a los grupos de presión, la simple masa de informaciones lanzada sobre un receptor relativamente pasivo puede constituir un elemento de desinformación, de debilitamiento de la comprensión [ibid.]". Goldmann presenta, además, los términos y modos de recepción: maneras activas y pasivas, por ejemplo, de leer un libro, ver un filme o recibir información de los medios [ibid.)]. Interesante y fundamental su vaticino en 1965: aquel de mencionar el devenir y presencia de "diplomados analfabetas". "Es decir, gente inteligente competentes en su propio terreno, pero completamente pasivos, sin ninguna veleidad de comprensión, puros consumidores en todos los demás terrenos de su existencia [p. 65]"


El autor, no obstante, se vierte y nutre en el optimismo, asegurando que "las tendencias más fuertes a organizar la vida privada […] [es el] punto de partida de una acción de resistencia a la sociedad tecnocrática, a condición, por supuesto, de superar algún día el nivel de esa vida privada y desembocar en una problemática global [p. 66]". "Toda situación creada por los hombres tiene un carácter dialéctico y comporta aspectos contradictorios […] En el occidente se tiene un nivel de vida más elevado que antaño, pero los mass media han multiplicado considerablemente las posibilidades de transmitir información que a pesar de todo constituyen elementos reales de cultura [p. 67]". También es cierto que esta situación comporta mayores posibilidades de acción. 


Grosso modo: "la reducción del campo de conciencia y la disminución de su actividad tienen luego repercusiones en la vida humana en la medida en que impiden que los individuos se interesen por los problemas de la organización económica, social, política y les conducen a preocuparse cada vez más, si no exclusivamente, de los problemas del consumo y estatuto social y de prestigio [p. 68]. A la inversa, todo progreso de la sociedad tecnocrática refuerza la reducción del campo de conciencia [p. 69]. Toda tentativa de acción cultural y sólo cultural chocará con la pasividad, el desinterés y la despolitización de una gran parte de la sociedad, es decir con la estructura psíquica creada y desarrollada por el capitalismo de organización [p. 69]". Hay que, por ende, entender que, como defensores del nivel intelectual real, la tradición humanista siempre habrá conflictos y problemáticas a la hora de fomentar la acción cultural si ésta no se ata a la acción económica, social y política. Estas, a su vez, no pueden ocurrir sin una lucha por la toma de conciencia [p. 70].  


El tercer escrito concierne la rebelión de las letras y las artes en las civilizaciones avanzadas (es decir, sociedades industriales en el occidente, insertadas en el capitalismo). Aquí, Goldmann asevera una vez más que la vida cultural no se encuentra separada de lo económico, lo social ni lo político. Menciona los diferentes periodos de capitalismo: "capitalismo liberal" hasta 1910 [p. 72], un periodo individualista y de la denominada "filosofía clásica". A lo largo de la historia de la cultura occidental, hay correlaciones entre las corrientes filosóficas y las grandes creaciones literarias. En esta época, rige la novela de personaje problemático (el capitalismo liberal) y la enérgica crítica social (propone, como ejemplos, Madame Bovary de Gustave Flaubert [1821-1880], Le rouge et le noir de Stendhal [1783-1842]). El siguiente periodo concierne el capitalismo imperialista con una literatura que pone en relieve el capitalismo en crisis (1914-1947). Una época, según Goldmann, en que los comunistas, por crisis socioeconómica, sospechaban el fin del capitalismo y destacada por el terreno particular de filósofos à la Martin Heidegger (1889-1976), y Jean Paul Sartre (1905-1980). El existencialismo en la literatura y la angustia protagoniza cortesía de la pérdida del capitalismo liberal a los monopolios y trust funds, y la pérdida de la importancia socioeconómica del individuo. Por último, menciona la tercera etapa: el presente de Goldmann en 1970: una sociedad de consumo, de masas, de capitalismo de organización, una sociedad tecnocrática y de autorregulación de mercado, causando así la reducción de vida psíquica de los individuos y crisis de encogimiento de niveles de conciencia. 


No es cierto que el aumento del nivel de conocimientos y de la cualificación profesional comporte necesaria a la libertad y una intensificación de la vida psíquica e intelectual. (Aquí, presento, de parte de Goldmann, un guiño al concepto de "especialista analfabeto"). Un peligro que puede desarrollarse considerablemente en la sociedad capitalista de organización [p. 81] es el encogimiento de la personalidad y de la individualidad […], [que] puede así hacerse más grave si la evolución social se orienta a una adaptación perfecta de los hombres a una sociedad en que la mayor parte de ellos se convertirán en simples ejecutores bien pagados, con un nivel de vida elevado y vacaciones más o menos largas, y vivirán cada vez más como técnicos especialistas [,] pero de conciencia restringida. Creo que es el problema fundamental de la sociedad tecnocrática. [p. 83]. 


Mas Goldmann mantiene su optimismo, insistiendo en que hay dos rebeliones simultáneas: "la rebelión formal del arte que no acepta una sociedad y halla nuevas formas de expresión (como el nouveau roman de la década de los sesenta en Francia), y la rebelión interior dentro de la obra de algunos escritores y artistas. [p. 84]". En ambos casos, hay un rechazo tajante a la sociedad. En este apartado, surgen dos ejemplos que me parecieron curiosísimos: aquel de La jalousie (O Los celos) de Alain Robbe-Grillet (1922-2008), integrante sublime del movimiento de la nueva novela francesa, que en su obra escribió que "los zapatos ligeros de suela de caucho no hacen ningún ruido en las baldosas del pasillo" en lugar de decir, por ejemplo, de un hombre celoso que camina a paso cauteloso. ¿Será, como dice Goldmann, un comentario sobre cómo en el mundo actual los zapatos comportan al hombre y no viceversa? "Ya no es el hombre sino el objeto inerte el motor de los acontecimientos [p. 87]", todo ello dicho, aparente e inadvertidamente, en un texto literario. Goldmann insiste que cada fenómeno cultural tiene una vertiente en la realidad y habla incluso de Le mépris de Jean-Luc Godard (1930-2022), la falta de atención al elemento principal de la película, La odisea. Dicho de otro modo: la problemática principal de la creación cultural es la ausencia de comprensión de temas sutilmente mostrados y fundamentales en una obra. (p. 90)". Interrogamos lo moderno, pasando por análisis sobre las obras teatrales de Sartre y los pormenores de obras de personajes colectivos con dinámicas de dominancia; el inconformismo "perfecto" de Jean Genet, cuyas obras plasman toda la dimensión de lo posible [p. 113]. Goldmann, siempre en su optimismo a pesar de toda observación, culmina con la visión de que "tal vez algún día nazca una sociedad en la que el problema del arte auténtico no sea sólo un problema de rechazo, sino también de aceptación, de inserción de los hombres en una sociedad auténticamente humana que pueda abrir las puertas a la esperanza [p.113]"


En el cuarto apartado de la obra, Goldmann se adentra en las interdependencias, o en la importancia de la obra de Lukács al éste señalar las relaciones estrechas que existen entre la vida social y la creación literaria. Goldmann resalta la creación cultural, en particular la literaria, como una que tiene estatuto privilegiado ya que crea universos (distintos, a veces, del que habitamos en la realidad) que permiten que tomemos conciencia de nosotros mismos y de nuestras aspiraciones afectivas, intelectuales y prácticas [p. 116-117]. Además, nos proporciona una catarsis: en el plano imaginario, compensa las frustraciones múltiples causadas por compromisos y las inconsecuencias impuestas de la realidad [p. 117]. La creación cultural siempre cumple una función colectiva: Goldmann ahonda nuevamente en la reificación, el rol de la creación cultural en las sociedades precapitalistas [p. 120] y hace un recorrido sociohistórico, económico y literario a lo largo de las diferentes fases del capitalismo, aludiendo a su vez la liquidez de la época [p. 129], a las características de tanto el hombre real como el literario, la ruptura entre una sociedad que consume masivamente toda especie de bienes [p. 131]. Alude, además, a la muerte de la comunicación representada en obras literarias de la época [p. 132], la ruptura con el lenguaje, la ruptura entre el creador y la masa en una sociedad que ha desbordado los límites de la novela y cedido paso al teatro y otro tipo de literatura. A veces, incluso, con la disolución del personaje en un mundo descompuesto y agonizante para culminar con la reaparición de universo estable, pero rigurosamente ahumano (p. 134). Sin duda, este capítulo es el más pesimista de los escritos e ideas sobre la crisis de la creación cultural aludiendo a los retos y peligros de sociedades en las que participa se participa cada vez menos en la vida social, política y cultural, entes, como hemos dicho, inseparables.


Los últimos dos capítulos de la obra fueron los más densos: Goldmann se desenvuelve desde su franqueza y conocimiento en el rol de la dialéctica, los encuentros entre el estructuralismo y la funcionalidad, sirviéndose de la historia, de diferentes conferencias compartidas con pares, importantes personajes del marxismo, y terminología buscada de inmediato. 


En el quinto apartado, Pensamiento dialéctico y sujeto transindividual, Goldmann comienza contextualizando su charla, asegurando que "toda la dualidad radical es ideológica y que la única forma de captar los hechos, de comprender la realidad social, consiste precisamente en ver la justificación parcial, relativa y operativa de esa dualidad [p. 142]". Aquí pone en relieve el ejemplo de cómo la sociedad se enfrenta a la filosofía contra las ciencias. Goldmann palpa la ironía de un humano ser el asunto mismo de su estudio en sociología, pues "sujeto y objeto no son radicalmente separables" [p. 142].  Discute otra dicotomía: "lo esencial de la relación entre las relaciones de producción y los medios de producción no es que sean homólogos […] la gran diferencia entre el estructuralismo contemporáneo y las posiciones dialécticas consisten en que el estructuralismo rechaza todo concepto de funcionalidad [p. 147]". Según Goldmann, hay que ir más allá de saber si una sociedad funciona, saber cómo funciona. Plantea algo importantísimo cuando discute la disfuncionalidad y funcionalidad de una sociedad y cómo determinar si una esa dualidad (entre lo disfuncional y lo funcional) es problemática recordándonos que lo que era disfuncional en la época feudal [p. 150] terminó desarrollando y creando un tercer estado y una burguesía. Una crisis, ¿da origen y chispa a una nueva funcionalidad para una sociedad? ¿Podremos hacer funcional de lo disfuncional en Puerto Rico? Ciertamente, no todo es funcional (un truismo según Goldmann). Luego de una relectura, tomé un papel y anoté: la dialéctica equivale a las interdisciplinariedades en la cultura.


La creación cultural en la sociedad moderna termina con un el apartado La dialéctica, hoy, donde Goldmann arguye y se basa en la conferencia de Hans Holz (1927-2011), que explica que leemos a los filósofos no simplemente como hechos históricos, sino para actualizarlos constantemente [p. 169]. En los estudios de literatura, siempre vertí en ello: en cómo los autores a veces conversan directa e indirectamente con sus obras. Según Goldmann, "la actualización de un filósofo o de un pensamiento filosófico supone que lo comprendamos tal como fue, con sus diversos elementos positivos, su coherencia interna y su desarrollo en el interior de una realidad social para ver cómo a partir de ahí algunos elementos pueden responder a nuestros problemas todavía [p. 170]". Goldmann hace una radiografía de ciertos cambios atravesados en la trayectoria de Lukács con sus respectivos contextos sociohistóricos y se explaya en una discusión profunda sobre los diferentes tipos de burocracias, tipologías y ejemplos precisos que analizan cómo transformar la sociedad, además de ahonda en el nacimiento del dialéctico hegeliano. 


Goldmann se despide, en este sentido casi literal, pues falleció poco después, aludiendo siempre a la esperanza. Este párrafo lo leí cual nota dejada en la cocina, entre las cosas que revolvimos de Lucien, que reza: "Ni hay que abandonarse a la ilusión creyendo que nos encontramos en una situación revolucionaria, ni hay que creer que no estamos en ella y que esas fuerzas contestatarias no representan nada: lo que hay que hacer es llegar a un análisis sociológico real que nos muestre las posibilidades que todo eso aporta, los caminos puede tomar la evolución, los riesgos que comporta, para preguntarnos qué lugar deben ocupar los pensadores socialistas que intenten orientar las transformaciones en que se encuentra hoy la sociedad. Precisamente, el gran valor de la dialéctica es no juzgar moralmente, no decir sólo: queremos la democracia, hay que introducirla, o: queremos la revolución, hay que hacerla, sino preguntarse cuáles son las fuerzas reales de transformación, cuál es la forma de hallar en la realidad, en el objeto, en la sociedad, el sujeto de la transformación, para tratar de hablar en su perspectiva y de garantizar, sabiendo perfectamente cuáles son los riesgos de fracaso, el camino hacia el socialismo [p. 191]".  



Notas:


Otras ediciones usadas para la lectura y reseña: La création culturelle dans la société modern. Paris : Les Éditions Denoël/Gonthier, 1971, 187 pp. Collection : “Bibliothèque Médiations”: http://classiques.uqac.ca/contemporains/goldmann_lucien/creation_culturelle_societe_moderne/creation_culturelle_societe_moderne.pdf 


Cultural creation in modern society: 1976 by Telos Press Ltd., St. Louis, Missouri.


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Ariana Rosado Fernández es miembro de Democracia Socialista, editora de Momento Crítico y editora de literatura infantil y juvenil en SM Puerto Rico, al timón del sello El Barco de Vapor.


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