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Independencia y democracia: el poder del pueblo no requiere permiso imperial

Francisco Fortuño Bernier


prestidigitación: f. Arte o habilidad de hacer juegos de manos

y otros trucos para distracción del público.

Sinónimos: magia, ilusionismo, truco.



El 7 de marzo, un grupo de independentistas causó gran revuelo al circular entre los medios internacionales un borrador de decreto mediante el cual le sugieren a Donald Trump acción unilateral para otorgarle la soberanía a Puerto Rico. Cual prestidigitadores, produjeron la ilusión óptica de que había en ciernes un proyecto secreto desde la Casa Blanca cuyo objetivo sería deshacerse de la costosa colonia para ahorrarse un par de billetes más. En los tiempos que corren, con Elon Musk blandiendo la sierra eléctrica de Javier Milei contra el Estado federal, la posibilidad de que nos “den” la independencia como medida de ahorro es del todo verosímil.


En fin, se trató de la ingeniosa manufactura de titulares para escandalizar al liderato político del país. Ese objetivo se logró. Y es difícil pensar que no se merecieran el susto. Pero el problema radica en la lógica estratégica que evidencia esta táctica y la noción de independencia y democracia que revela.


La reacción no se hizo esperar. El borrador de decreto le puso en bandeja de plata un ataque fácil a la derecha: el independentismo opera a espaldas del pueblo. Jenniffer González hasta se las dio de adivina: “yo no dudo que el supuesto borrador lo haya escrito Juan Dalmau”. El Partido Independentista, por su parte, se distanció del borrador. A lo que la Gobernadora respondió con una burla: “sí, pepe, y yo soy flaca y Miss Universe”. Por su parte, el propio Dalmau también encontró buena ocasión para mofarse de sus oponentes, partiendo de un análisis del incremento en ventas de Pepto-Bismol entre los colonialistas.


Pánico es lo que hubo entre los líderes del PPD. No hay otra forma de describir los ansiosos llamados a la calma del Comisionado Residente o las exageraciones inverosímiles de Eduardo Bhatia. El vergonzante terror de Jesús Manuel Ortiz—que tildó la propuesta de “insólita y preocupante”—fue de tal magnitud que no le permitió darse cuenta de que si la independencia es un reclamo inválido porque “ignora la voluntad expresada por el pueblo puertorriqueño en las urnas” (al haber recibido pocos votos), entonces le correspondería a él adoptar la defensa de la opción que sí salió favorecida en esos inconsecuentes plebiscitos penepés en cuyo resultado se basa para descartarla: la estadidad.


Para el otrora presidente del Senado, aquellos que circularon el borrador “fabricaron un engaño” que aviva el racismo y la xenofobia de Donald Trump. Como si hiciese falta fomentarle el odio al presidente. Increíblemente, por un lado Bhatia ataca a los proponentes de la independencia por orden ejecutiva por ser antidemocráticos y actuar “sin ningún mandato que no sea su propio capricho” y por el otro lado hace alarde de su caprichoso desdén por las libertades civiles y democráticas, proclamando que “La censura social y mediática de estas prácticas es clave para mantener la integridad del discurso público”. Extraña democracia liberal esa que admite el llamado a la censura de la disidencia para proteger los oídos vírgenes de la opinión pública ante la verdad de que la colonia capitalista ha caído en bancarrota.


El asunto de la democracia es central en este debate, pero no por las razones descabelladas y contradictorias que plantea con mala fe el liderato de ambos partidos coloniales. 


Algunos de los propios autores del proyecto de orden ejecutiva se han dado a la tarea de responder al cuestionamiento de la (evidente) falta de democracia del proceso de “descolonización” que proponen. Pero su defensa no ha sido para asegurar que la independencia en sí constituiría la democratización de Puerto Rico, sino para descartar la preocupación por la democracia de los procesos—añadiría yo y de los movimientos—como un cuestión de mero adorno. Nos convidan así a olvidar la democracia desde el independentismo mismo.


“¿Cuál democracia?”, pregunta Rolando Emanuelli, uno de los divulgadores del borrador de la discordia. Emanuelli dirige su ataque a los “inmovilistas”: para él, quienes plantean que la solución al problema de estatus depende de las acciones y acuerdos a los que lleguen los puertorriqueños son un obstáculo para la posibilidad de la descolonización. No así el plantear que la solución al problema no depende de nuestros consensos: Le adjudica, así, poder exclusivo sobre el asunto a los soberanos de facto. “La única vía para resolver el problema colonial de Puerto Rico”, escribe “es convencer a quienes sí tienen el poder de resolverlo: el Congreso y el Presidente de Estados Unidos. Esa es la verdadera batalla. Y una vez los estadounidenses decidan, lo demás será académico”. Una vez decidan allá, entonces bregamos acá. Nótese en quién recae el poder decisional: exclusivamente en los Estados Unidos; únicamente en el colonizador mismo.


Para otro de los defensores de la orden ejecutiva, Carlos Rivera Lugo, es un absurdo hablar de democracia en este contexto: “Hay quienes critican esta propuesta como antidemocrática. Dicen favorecer que el futuro de Puerto Rico sea decidido democráticamente de manera exclusiva por el pueblo puertorriqueño. ¿En serio?” En este contexto, ese “en serio” se lee como una invitación a dejar de lado la democracia, no por ser esta una farsa colonial (las elecciones y plebiscitos), sino por no ser un objetivo deseable en sí mismo (en el mejor de los casos, como principio rector de un movimiento de liberación en el peor… ¿de la República como tal?). 


Y continúa: “¿Se puede hablar estrictamente de democracia en una colonia en que se le niega al pueblo el derecho más básico de su autodeterminación? El colonialismo es en sí mismo un fenómeno antidemocrático.” Traducido: los imperialistas no nos permiten la democracia, por lo tanto tenemos que asumir su imposibilidad, desecharla como revestimiento. El error de este planteamiento es que no hay ningún sentido en el que en Puerto Rico no pueda organizarse un movimiento democrático y autónomo para la liberación de su pueblo del colonialismo, el capitalismo, el machismo o cualquier otra forma de opresión. ¿O hay que esperar porque Trump nos dé permiso para luchar y estrechar el horizonte de esa lucha al cambio legal de soberanía?


Lejos estamos de los días de Franz Fanon y Albert Memmi; de los de Albizu Campos o Andreu Iglesias. Me parece una difícil píldora que tragar ver que el independentismo ha llegado al punto de parecer aceptar las premisas más básicas de la psicología colonialista. Le quiero dar el beneficio de la duda a quienes proponen el decreto, pero se hace difícil. 


¿Por cuánto tiempo no se dedicaron los independentistas de este país a repetir que la idea de que el pueblo puertorriqueño es un sujeto sumiso, dócil y sometido era, precisamente, el mayor acicate del imperialismo? Más aún, ya que aún vivimos a la merced de los designios de Donald Trump, cuyo proyecto actual es la entrega del control directo de la maquinaria del Estado norteamericano a un puñado de billonarios, ¿no sería el camino indicado argumentar a favor del desarrollo de la capacidad de resistir el embate dictatorial?


Desafortunadamente, los proponentes del decreto no lo ven así. Para Emanuelli, aunque la solución democrática sería “lo más apropiado y legítimo”, esta es imposible si se trata de que nos pongamos de acuerdo los puertorriqueños. Ahí surge el atajo hacia la independencia: reconociendo el carácter acelerado de la deriva imperial de la presidencia americana, nos postramos ante el emperador y pedimos clemencia. “La independencia de Puerto Rico por iniciativa presidencial”, plantea Emanuelli, “no solo es viable, sino que encaja con la tendencia de expansión del poder ejecutivo en la política estadounidense”. ¿Dónde queda la necesaria lucha contra esa expansión del poder ejecutivo? ¿O nos resignamos a vivir a la merced absoluta de Donald Trump? “No escogeremos; nos impondrán” la independencia, como plantea una voz independentista opuesta a la orden ejecutiva. Y yo añado: si alimentamos la ilusión de que ese poder impositivo nos puede salvar, minamos nuestra capacidad para enfrentarlo.


La estrategia de congraciarse con Trump y acariciarle sus prejuicios para rogarle la independencia es, mínimamente, contradictoria. Mal parados quedamos para resistir las imposiciones americanas si en vez de hacer llamados a que el pueblo se organice para la defensa de sus derechos pasamos a elaborar estrategias partiendo de la premisa de que otro manda y siempre mandará. No sé de qué soberanía podemos estar hablando si, en la práctica, se trata como un ideal imposible la construcción de una voluntad nacional y colectiva, de un movimiento democrático de liberación nacional.


El análisis que da pie a la urgencia desesperante de esta propuesta es una apreciación extremadamente negativa del estado actual de las fuerzas independentistas. Así lo plantea Rivera Lugo: 


“Nos inquieta sobremanera ver como nuestro país anda hoy más a la deriva que nunca, con un gobierno colonial que no gobierna ni tiene idea de como responder al cambio decisivo en la situación de Puerto Rico que representa el gobierno de Donald J. Trump y su agenda nacionalista de America First. El capital pretende hacerse abiertamente Estado y se propone desmantelar lo que queda del Estado de bienestar, así como reestructurar las relaciones económicas y políticas internacionales. Frente a esto, el silencio en Puerto Rico resulta ensordecedor, entre todas las fuerzas políticas sin excepción.”


Hable por usted mismo. En Puerto Rico hay gente que lucha todos los días y resiste contra los embates del capital y la colonia. El día después de que surgiera la noticia de la orden ejecutiva, se celebró el 8 de marzo. El movimiento feminista ha sido un punto de resistencia clave en años recientes, enarbolando luchas generales que ponen en entredicho el poder machista, sí, pero también el colonial. En Cabo Rojo, la lucha contra el proyecto Esencia es crucial: su objetivo es detener, una vez más, el desplazamiento y el expolio de la naturaleza. Igual en Rincón, donde parecería que quienes protestaron y fueron atacados por la policía esta semana no se han enterado de que en el país reina el inmovilismo. Por su parte, el movimiento de solidaridad con Palestina pone su grano de arena al cuestionar el apoyo inmoral de los Estados Unidos al genocidio de ese pueblo. Y, en la Universidad, este año ha dado señales de vida ese fénix recurrente, el movimiento estudiantil: más de un gobierno ha pagado caro el precio de subestimar a los estudiantes de este país.


Eso sin entrar en los resultados de las pasadas elecciones. Ciertamente, los resultados no fueron los mejores. No se dieron las victorias que muchos esperaban, sobre todo en las candidaturas presentadas por el Movimiento Victoria Ciudadana. Pero, aunque la Alianza tuvo sus contradicciones, el resultado neto fue positivo, tanto para las posibilidades de un cambio de rumbo político en materia social como para el independentismo en general. Eso debería ser evidente, independientemente de la opinión que uno pueda tener del Partido . Independentista.


No es poca cosa que una persona innegablemente independentista haya llegado segundo en la carrera a la gobernación, ni que en un plebiscito, boicoteado para todos los efectos prácticos, la independencia obtuviese su mejor resultado histórico. Si se suma su por ciento al de la república asociada (que también se incluye en la propuesta de decreto como opción), es evidente que la oposición a la estadidad y búsqueda de una alternativa descolonizadora real es activa y considerable. Eso presenta buenas condiciones para organizarla y no darle la espalda al entusiasmo popular.


Pero nada de eso discuten los proponentes de este proyecto. Por ejemplo, Rivera Lugo prefiere litigar de nuevo la legitimidad del Tratado de París de 1898, en vez de considerar los requisitos mínimos para que el independentismo se expanda más allá de sus confines tradicionales y gane arraigo entre los sectores populares (en el sentido social, no partidista). Lo increíble es que luego de tantas décadas de los nacionalistas denunciar la invalidez de aquel Tratado, ahora veamos a uno de entre sus filas hacer argumentos que parten de su incuestionable validez. Cosas veredes; cosas de aquí.


Ciertamente, en una colonia no hay democracia ni en el sentido estricto ni en el más profundo del término. Pero en la historia de los movimientos de liberación nacional, el argumento generalmente ha sido que la autodeterminación en sí es un acto de decisión democrática. Por esa razón, el anticolonialismo es una rama importante de la historia de la democracia revolucionaria. En tanto ejercicio autónomo, optar por la independencia solo puede ser algo que haga el pueblo por sus propios medios. Lo otro sería reducir la independencia a un cambio puramente legal. 


Evidentemente, resulta imposible convencer a un pueblo de que debe de luchar por la independencia si se parte de la premisa de que lo que tenga que decir ese pueblo es irrelevante y solo cuentan los deseos de quienes dicen detentar el poder.


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Francisco J. Fortuño Bernier es profesor de ciencia política en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

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