Por Angel Rodríguez Rivera
“Pero si construir el futuro y asentar todo definitivamente no es nuestro asunto,
es más claro aún lo que, al presente, debemos llevar a cabo:
me refiero a la crítica despiadada de todo lo existente,
despiadada tanto en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca
como en el de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder.”
Karl Marx, Carta a Arnold Ruge (1843)
El Primero de Mayo de 2024 las calles del Viejo San Juan se desbordaron de trabajadores y trabajadoras. Se conmemoraron las luchas sangrientas que dieron paso a grandes conquistas y manifestaciones mundiales de la clase trabajadora. Miles de trabajadoras y trabajadores se dieron cita frente al Capitolio y marcharon hasta la Fortaleza. Decenas de organizaciones sindicales, políticas y sociales participaron de la convocatoria. Las actividades fueron, a todas luces, exitosas. Hubo buena participación a pesar de que las condiciones del tiempo no fueron favorables. Podemos decir con certeza que el trabajo organizativo que se hizo fue responsable y exitoso.
Pasadas dos semanas de esas actividades, es pertinente que hagamos un análisis más profundo de lo que representa el Primero de Mayo y cómo se acerca, la clase trabajadora, a esa efeméride. En estos momentos en que el sistema capitalista, en su etapa neoliberal, ataca a la clase trabajadora como conjunto. El régimen de acumulación capitalista ataca derechos laborales, acaba con derechos económicos e intenta destruir todas las formas de organización de la clase trabajadora en contra de la explotación. En esta coyuntura histórica es preciso que miremos críticamente las acciones de las “fuerzas de resistencia”. ¿Estamos las trabajadoras y los trabajadores actuando como clase social, como clase obrera, o estamos actuando como un conjunto de estructuras que organizan trabajo asalariado con intereses comunes pero separados? ¿Somos, en nuestra práctica organizativa/política un conjunto de identidades sociales y grupos de interés unidas por la lucha por un pedazo del pastel y la inclusión o tenemos un hilo conductor basado en la contradicción capital/trabajo como eje fundamental de nuestra lucha? ¿Ha sido cooptado el Primero de Mayo por la inmediatez discursiva liberal reformista de las políticas de identidad y los grupos de interés? Es imperante evaluarnos y saber si, como decía Marx (1843) en comunicación con Arnold Ruge: “no caben dudas en cuanto a «desde dónde», gran confusión prevalece en la cuestión «hacia dónde»”. Es decir, como clase trabajadora, ¿nos integramos o recuperamos el sentido de clase que busca eliminar su explotación a través de la lucha organizada? Este escrito es una reflexión en esa dirección.
Historia del 1ro de Mayo: de lo inmediato a la abolición de la explotación capitalista
Previo a las manifestaciones que dieron paso a lo que conocemos hoy día como las celebraciones del Primero de Mayo: día internacional de la clase trabajadora, las jornadas de trabajo asalariado rondaban entre 12 y 14 horas diarias. El descanso sobre la hiper-explotación de la mano de obra humana para la acumulación de ganancias por parte de la burguesía llegó al punto de inflexión militante entre la clase trabajadora de finales del siglo XIX en los Estados Unidos. “La idea de la celebración del primero de mayo la tuvo la Labor Union de Norteamérica hacia el año 1884. Un año después esta asociación acordó celebrar una huelga general el primero de mayo de 1886, con el fin de alcanzar la jornada laboral de 8 horas. De este modo los obreros norteamericanos recogían el testigo de la lucha por la reducción de la jornada que había sido acogida ya en el congreso de la I Internacional en Ginebra (Suiza) en 1866” (Badal, 2001).
El llamado a la huelga general para ese primero de mayo de 1886 fue acogido por los trabajadores y las trabajadoras con sentido de militancia, fervor y conciencia de clase. El reclamo de la reducción de la jornada de trabajo representó, por un lado, una reivindicación que atendía las condiciones materiales de la inmediatez cotidiana de la clase trabajadora. Por otro lado, el carácter anticapitalista y de clase obrera enmarcado en la contradicción capital/trabajo siempre estuvo presente. El reclamo se hizo extensivo a otros países. En España, unos años más tarde se leía en el boletín El Productor (1890), “obreros Todos: La jornada de las ocho horas no es un ideal de un partido ni de una escuela; es la necesidad imperiosa de todos los esclavos del egoísmo humano. A todos los que ganan el pan con el sudor de su rostro, a todos los asalariados, les interesa el triunfo de nuestra bandera. El que sea obrero, pues, que ocupe su puesto, si no quiere verse más pisoteado y humillado por la burguesía”.
Esa huelga inicial en los Estados Unidos fue recibida por las autoridades y la burguesía como lo que era: una amenaza a sus intereses de clase y la subsistencia del capitalismo como lo conocían en ese momento. “Las autoridades y la burguesía se dieron enseguida cuenta de que el asunto se les escapaba de las manos. La policía comenzó a perseguir a los manifestantes y a ametrallar a los obreros durante las celebraciones de los meetings” (Badal 2001). Los trabajadores en militancia se defendieron e hicieron detonar un explosivo. Esto resultó en la muerte de 7 policías.
La represión por "el atrevimiento" de levantarse en actividades, que a todas luces planteaban la destrucción del capitalismo por parte de la clase trabajadora, no se hizo esperar. Ocho anarquistas (los anarquistas fueron fundamentales en el desarrollo de las actividades que culminan en la celebración) fueron arrestados y ahorcados. “Casualmente se trataba de algunos de los mejores oradores y propagandistas que habían participado en las huelgas. Las detenciones fueron arbitrarias y los juicios se caracterizaron por una falta absoluta de pruebas. El jurado actuó influido por el prejuicio de que aquellos hombres que eran juzgados eran anarquistas, es decir, enemigos del estado… firmaron sentencia de muerte para cinco de ellos y cadena perpetua para los otros tres” (Badal, 2001).
La represión no tuvo el efecto esperado. Ese primero de mayo de 1886 fue “¡Un día de rebelión, no de descanso! Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ‘ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana”. Por el contrario, la manifestación militante y organizada de la contradicción capital/trabajo, personificada en los y las trabajadoras actuando como clase, se extendió. En el prólogo al Manifiesto del Partido Comunista, en la edición de 1890, escribe Engels: “hoy el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por primera vez en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada legal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París. El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos. ¡Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos”! Una manifestación clara de que el Primero de Mayo trasciende trabajadores específicos. Es manifestación de la clase obrera en su expresión estructural.
El Primero de Mayo se convirtió en una manifestación de clase social en el sentido más amplio. Se constituye fuera de diferencias horizontalizadas. Trascendió las fronteras nacionales propias del estado burgués porque fue un llamado internacionalista a la unidad en contra de la explotación del “Hombre por el hombre”. Actuando desde lo local se llegó a lo global. La reivindicación inmediata no invisibilizó el reclamo mayor. Por el contrario, demostró la inseparabilidad de los reclamos. Eso creó en el capital y en los entes políticos, como su personificación, una necesidad de despojarlo de legitimidad y presencia.
En los Estados Unidos se estableció el llamado “Labor Day”. El primer lunes de septiembre de cada año se celebra el día del trabajo. El presidente Grover Cleveland pensaba que el primero de mayo era inflamatorio y hacía recordar los sucesos que dieron paso a la su celebración. Es decir, hubo un intento consciente de desradicalizar la celebración de la lucha de la clase trabajadora convirtiéndola en una celebración de país como ente en vías de hegemonización de la economía capitalista mundial. “La Comunidad Económica Europea que hizo del Primero de Mayo un día festivo, a pesar de las opiniones de la Sra. Thatcher sobre el tema, era un organismo compuesto no por gobiernos socialistas sino predominantemente antisocialistas. Los Primero de Mayo oficiales occidentales fueron reconocimientos de la necesidad de llegar a un acuerdo con la tradición de los Primero de Mayo no oficiales y desvincularla de los movimientos obreros, la conciencia de clase y la lucha de clases” (Hobsbawm, 2009). Eso no se quedó, la efeméride se intentó cooptar hasta por los nazis en Alemania. “El gobierno de Hitler fue el primero, después de la URSS, en convertir el primero de mayo en un Día Nacional del Trabajo oficial. El gobierno de Vichy del mariscal Petain declaró el Primero de Mayo «Fiesta del Trabajo y de la Concordia» y se dice que se inspiró para ello en el Primero de Mayo falangista de la España de Franco, donde el mariscal había sido un entusiasta embajador” (Hobsbawm, 2009).
De la cooptación a la reestructuración/desaparición de la clase como categoría
Dando un brinco histórico de carácter cualitativo, nos movemos a las condiciones contemporáneas de la clase trabajadora y cómo esto afecta lo que celebramos y cómo celebramos el Primero de Mayo. Los intentos de cooptación por el estado y las clases dominantes han resultado fundamentalmente infructuosos. Nadie identifica el primero de mayo con los sectores más conservadores. De la misma manera, el llamado día del trabajo es claramente una celebración de corte oficialista en la que la hegemonía económica y política celebra los logros del capitalismo contemporáneo. Los retos de la celebración del Primero son de carácter endógeno. Responden al desarrollo del capitalismo contemporáneo y las respuestas de una clase trabajadora fragmentada, heterogénea y desarticulada. Esto nos lleva a la sustitución del concepto de clase social dentro del contexto de la contradicción capital/trabajo por el de identidades y grupos de interés.
“La década del ‘70 implicó el comienzo del fin del régimen de acumulación fordista. El periodo de crecimiento y bonanza vivido desde el fin de la Gran Depresión se vino abajo. Un nuevo régimen de acumulación se comenzó a desarrollar tanto en los Estados Unidos y de manera desigual como armadura regional en Puerto Rico (Benson, 1997). Sin embargo, contrario a la crisis de la Gran Depresión, en la cual hubo una crisis de sobreproducción, la nueva crisis se da en un contexto de excedente de capital. Una acumulación excesiva que elimina el equilibrio del régimen de acumulación” (Rodríguez 2020).
Junto a este proceso vino una flexibilización en el trabajo y las expectativas productivas con respecto a la fuerza trabajadora productiva. Lo que eran las reglas de juego del proceso de trabajo se modificaron. La rigidez de la producción y las reglas de trabajo se modificaron. Se introdujo el “flexitime”, se eliminaron leyes y reglamentaciones para acomodarlas a la flexibilidad de una nueva manera de producir. Es decir, el nuevo régimen cambió las bases de la producción capitalista (Rodríguez 2020).
Este proceso permitió abandonar la estandarización del régimen de acumulación fordista. La heterogeneización en el consumo, la producción flexible y la exclusión permanente del proceso productivo de grandes masas de trabajadores construyeron un “mundo nuevo”. Se constituyó un capitalismo que cruza de manera transversal todos los espacios de la vida cotidiana. Sin embargo, también un capitalismo que, reformulándose ante su crisis, abandona la idea de la estandarización, destapa heterogeneidades invisibilizadas por el antiguo régimen fordista. Así se da paso a batallas de carácter horizontal montadas sobre la precarización de grupos identitarios y de interés echando de lado la clase como hilo conductor de las luchas de los trabajadores y trabajadoras.
Políticas identitarias y grupos de interés
Aunque no son lo mismo, los grupos de interés y los grupos identitarios tienen elementos en común. En ambos casos, son el producto de la visibilización de la diversidad en la sociedad capitalista contemporánea. De la misma manera, ambos discursos políticos descansan sobre las contradicciones que afloran al interior del estado burgués moderno y su incapacidad para la integración de sectores históricamente precarizados. Tanto las políticas identitarias como las de grupos de interés tienen como meta el poder incidir, como grupos, en las acciones y políticas públicas del estado liberal burgués. Es decir, la génesis de ambos discursos político/organizativo está contenida en la necesidad de buscar maneras más justas de repartir el pastel construido, creado, ideado y concebido desde el ordenamiento burgués en su vertiente contemporánea.
Las políticas de identidad se refieren a procesos de acción política que establecen que unos grupos sociales están particularmente oprimidos. Mujeres, personas negras, minorías sexuales, grupos étnicos minoritarios, entre otros, “parecían estar más preocupados con la cultura y la identidad que con cuestionar la estructura de clases de la sociedad" (Berstein, 2005). Desde esta perspectiva, las políticas identitarias operan bajo la premisa de que la identidad en sí misma debe ser el foco fundamental del trabajo político organizativo. Eso incluye espacios que no se consideran políticos de su faz como relaciones interpersonales, sexualidad, estilos de vida y cultura.
Las políticas de identidad son procesos de búsqueda de reconocimiento y respeto a sus diferencias culturales. Eso construye las identidades como elementos esencialistas en lugar de construcciones sociales dentro del marco de las relaciones de clase que se dan al interior de un capitalismo heterogeneizado por las modificaciones en su forma de producir y consumir. En el proceso se construyen luchas, demandas y reivindicaciones con una finalidad de inclusión al ordenamiento hegemónico. Se da un proceso de “derechos de ciudadanía diferenciada que cuestiona las representaciones negativas” (Berstein, 2005) de ciertos grupos identitarios. Es decir, las políticas de identidad se centran en la inclusión al ejercicio político hegemónico. Se preocupan más por el “inclúyeme”; que por el “cambiemos la base que me excluyó”.
Por otro lado, los grupos de interés se desarrollan desde una visión ideológica de una sociedad pluralista e, igual que los grupos identitarios, altamente heterogénea. Visualizan la sociedad como “una textura compleja de negociaciones descentralizadas de una multiplicidad de grupos de interés” (McFarland, 2020). Esto implica un ejercicio de búsqueda de reivindicaciones con respecto a un estado que, aun enmarcado en posibles contradicciones de clase, funciona como un ente autónomo y pluralista. Cada grupo tiene la responsabilidad y necesidad de movilizarse por sus intereses. Esa movilización se puede dar a manera militancia, influencia política/electoral o de cabildeo.
El ejercicio político de los grupos de interés no es ajeno a los ejercicios de dominación por sectores hegemónicos. Dentro de una concepción pluralista de las relaciones de poder político al interior del estado moderno, unos sectores se consolidan como dominantes. Sin embargo, a través del ejercicio político, en cualquiera de sus formas, diferentes sectores de interés pueden adelantar y hasta lograr sus reivindicaciones. Claro está, esto parte de la premisa de que las reivindicaciones se dilucidan en un espacio plural con “igualdad de oportunidades” que solo depende de la capacidad de ciertos grupos de impulsar sus reclamos. “Los ricos tienen dinero pero si logramos impulsar personas en la legislatura, logramos nuestros reclamos’, parece ser la idea.
Condiciones materiales relacionadas con el desarrollo de los procesos de producción y acumulación capitalista han dado paso a que las celebraciones del Primero de Mayo, al igual que los procesos organizativos de los y las trabajadoras, pierdan su carácter de clase. Se han convertido en un conjunto de reclamos de identidad y grupos de interés. Las actividades de masas, como lo fue el pasado Primero de Mayo, se montan sobre un conjunto de reivindicaciones inconexas que pierden de perspectiva el hilo conductor que es el desarrollo de las formas de explotación propias del sistema económico como elemento central o, al menos, unificador.
Con frecuencia vemos a los sectores universitarios reclamando presupuesto. Los jubilados/as reclaman la defensa de su retiro digno. Los trabajadores/as del sector privado exigen la derogación o aprobación de reformas laborales. Las mujeres reclaman el derecho al aborto, igual paga por igual trabajo y la acción asertiva del estado para atajar la violencia machista. También vemos a los sectores identitarios exigiendo espacios de dirección en cuerpos representativos.
Cada uno de esos reclamos, junto a otros no mencionados en este escrito, tienen toda la importancia, validez y legitimidad que el más mínimo sentido de justicia les concede. Sin embargo, el único elemento en común es la participación concertada en unos espacios físicos en ánimo de protesta. Se montan sobre la inmediatez invisibilizando problemas de fondo. Las universitarias, mujeres, negros/as, empleados/as de la energía, maestras, entre otras, no conforman una clase social. Se constituyen como grupos separados con algunos intereses en común. Se constituyen como grupos identitarios en busca de integración en un sistema que es excluyente de manera paradigmática.
Necesitamos Primeros de Mayo, actividades conjuntas y movilizaciones que no sean conjunto de ideas y reclamos inconexos. Necesitamos encontrar el interés común de todas las trabajadoras. Necesitamos conjugar y consolidar una clase trabajadora diversa y heterogénea, pero con un norte. Somos excelentes en el dónde estamos. Nos falta desarrollar el hacia dónde vamos. Comencemos.
***
Angel Rodríguez Rivera es profesor de sociología en la UPR Cayey y expresidente de la APPU.
Commentaires