Por Félix Córdova Iturregui
Antonio Fernós, hijo, publicó una columna en El Nuevo Día, el 1 de agosto de 2001, con el título “No más ‘sacrificios del silencio’” [1]. La expresión surgió de los labios de Ernesto Ramos Antonini cuando en un homenaje a don Antonio Fernós Isern en 1945 manifestó que Don Antonio “nos ha enseñado el sacrificio del silencio”. Al preguntarse en qué consistió el mencionado sacrificio del silencio, Fernós, hijo, hizo la siguiente observación: “Precisamente por serlo, directamente nunca se dijo. Ese fue siempre su estilo. Don Ernesto no lo explicó tampoco en aquella ocasión en el viejo hotel Normandie”. El silencio, lejos de significar ignorancia, entre algunos dirigentes del Partido Popular Democrático (PPD) fue una presencia fantasmal, por lo que encubría. Los dirigentes sabían lo que era un "valor entendido”.
Sin embargo, Antonio Fernós, hijo, hizo su propia lectura del silencio: “Al triunfo del Partido Popular en 1945 con su promesa descolonizadora, ‘el imperio contraatacó’ descarrilando nuestro proyecto legítimo de autodeterminación. ¡No más!” Según Fernós, el imperio nos negó la soberanía, la libertad y la democracia: “Ese fue el sacrificio del silencio”. Después de publicar este artículo, tuve la oportunidad de hablar con Antonio Fernós y le pregunté si su versión se basaba en información obtenida de alguno de los dirigentes históricos del PPD. Me contestó negativamente, con la pesadumbre de que todos murieron sin levantar el velo sobre el significativo silencio. Me parece notable que Fernós destacara un punto ciego de nuestra historia y al mismo tiempo hubiera puesto de relieve su importancia. Unas líneas antes de terminar su artículo, afirmó algo cargado de sugerencia: “Muñoz murió triste”.
El silencio, sin duda, puede tener un gran poder si queda constatado, si se puede establecer el lugar donde fue ejercido. Más aun si se pueden inferir sus motivaciones. Me interesa colocarlo en un lugar histórico específico: el viraje programático del PPD en la década del cuarenta del siglo pasado. Hay un consenso bastante sólido cuando se reconoce el año 1947 como el punto donde cambió el rumbo del programa de desarrollo económico del PPD. No obstante, cuando se buscan las explicaciones para un cambio tan decisivo, el consenso desaparece. Vale, pues, la pena indagar en el silencio mencionado por Fernós. El silencio pudo haber estado acompañado de ruidosos acontecimientos.
Desde el punto de vista de las relaciones públicas, David Ross señaló que el cambio de dirección se presentó como uno súbito, sugiriendo algo dramático. Sin embargo, apuntó que no fue así, debido a que las cosas sucedieron gradualmente [2]. Un viraje presentado de forma súbita ante la opinión pública no pudo haber sido algo llevado a cabo sin discusión o meditación seria por parte de la dirección del PPD. Al fin y al cabo, lo que estaba en juego eran transformaciones de gran alcance con respecto al curso a seguir por la sociedad.
Ross, sin embargo, destacó un aspecto singular del proceso: no se le ofreció al país una explicación satisfactoria. Al haber sido el cambio tan abrupto y al no ofrecerse una explicación, un aire de misterio se mantuvo flotando sobre la mencionada decisión, según Ross, creando un terreno de controversia. El propio Ross se vio compelido a buscar una explicación y creyó encontrarla en un hecho muy sencillo: en 1946, cuando el proceso de cambio comenzó a acelerarse, Rexford Guy Tugwell abandonó la gobernación. Tugwell no hubiera aceptado el nuevo rumbo; su ausencia, por lo tanto, según Ross, explica la transformación. Aun cuando la salida de Tugwell de la gobernación haya sido un factor importante a considerar, la simplificada explicación ofrecida por Ross resulta insuficiente con respecto a un acontecimiento de tanta envergadura. El aire de misterio se mantuvo porque la motivación del nuevo rumbo debió ser mucho más compleja y se consideró la necesidad política de mantenerla en el más estricto resguardo. Si se hubiese reducido a un sencillo cambio en la gobernación, los dirigentes del PPD no habrían tenido ninguna dificultad en explicar sus causas.
Llama la atención observar que, si bien es cierto destacar el año 1947 como el punto de flexión o de viraje histórico, es común sacar a relucir otra fecha reveladora: 1945. El mismo Ross puso el foco en este año al referirse a un proceso que abarcó cinco años: “This change, however was compounded of many elements, and took place by degrees: from its first clear and substantial beginning until it was essentially complete, a period of five years, from 1945 to 1950” [3]. Si Ross privilegió el año 1947 fue porque representó la liquidación del programa económico original del PPD, con la aprobación, ese año, de la Ley de Incentivos Industriales, estableciendo la exención contributiva [4].
No cabe duda de que se trató de un proceso complejo con el despliegue de múltiples fuerzas, algunas de ellas en el interior del PPD, con voces importantes, como fue la de Teodoro Moscoso. Aunque Ross no ofrece explicación que justifique señalar el año 1945, en su relato destacó el hecho de que en septiembre de ese año la Compañía de Fomento Industrial abrió una oficina en Nueva York con el objetivo de poner en marcha el Aid to Industrial Development Program. Ya desde el verano de 1945 venía cobrando forma la publicación de propaganda para exponer las ventajas que tenía la localización de industrias en Puerto Rico. También resulta revelador que otra figura reconocida como Rafael Picó, quien presidiera la Junta de Planificación desde su creación en 1942 hasta 1955, al referirse a la “reorientación” del programa industrial, destacara el año 1945 por las mismas razones que David Ross [5].
El año 1945, reiterado con tanta insistencia cuando se discute el cambio de estrategia económica, tuvo una importancia sobresaliente si lo consideramos desde diferentes ángulos. Por un lado, concluyó la Segunda Guerra Mundial, mientras, por otro lado, el ambiente existente en la política puertorriqueña fue uno de intensa discusión sobre la necesidad de ponerle fin a la relación colonial de Puerto Rico con Estados Unidos. Apoyándose en la Carta del Atlántico, firmada por Franklin D. Roosevelt y por Winston Churchill, reconociendo el derecho a la libre determinación de los pueblos, la legislatura puertorriqueña, una vez finalizada la guerra, reclamó la celebración de un plebiscito para resolver el asunto del status de la isla [6]. Después de las luchas nacionalistas de la década anterior, era imposible que el imperialismo pudiera mantener intacto, sin ninguna concesión, su control sobre Puerto Rico. En junio de 1941 se había constituido un comité para organizar un Congreso Pro-Independencia [7]. Cuando se reunió su primer Congreso en agosto de 1943, proyectó una fuerza impresionante. Destacados dirigentes del PPD formaron parte del Congreso. Todavía en 1944, en una entrevista que le hiciera el periódico El Mundo, Muñoz Marín negaba que hubiera alguna prohibición en su partido con relación a la participación de los populares en el Congreso Pro-Independencia [8]. Sin embargo, la situación cambió en 1945, una vez finalizó la guerra. La tensión entre el Congreso Pro-Independencia y Muñoz Marín se acentuó hasta desembocar en una ruptura definitiva en septiembre de ese año. Al comenzar el año 1946, Muñoz Marín llegó al extremo de acusar al Congreso Pro-Independencia de sabotear al PPD [9].
Otro acontecimiento con un impacto decisivo también ocurrió en 1945. En marzo de ese año, en el tercer congreso de la Confederación General de Trabajadores (CGT), celebrado en la Universidad de Puerto Rico, se consumó la división de esta central sindical, deteniéndose su vertiginoso desarrollo [10]. El Partido Comunista, cuyos dirigentes eran parte de la dirección de la CGT e influían considerablemente en ella, había decidido disolverse antes de las elecciones de 1944 con el propósito de apoyar al PPD, debido a que este partido tenía como proyecto la liquidación del coloniaje. Sin el apoyo del Congreso Pro-Independencia y sin el dinamismo expansivo de la CGT, con su capacidad para desplazar a la Federación Libre de Trabajadores (FLT) y dominar el nuevo escenario sindical, no hubiese sido posible la contundente victoria del PPD en las elecciones de noviembre de 1944. Solo después de haber consolidado su poder político con la victoria arrolladora del 1944 pudo Luis Muñoz Marín enfrentarse tanto al Congreso Pro-Independencia como a la CGT. Por consiguiente, el cambio de estrategia económica, con el abandono del programa de desarrollo original, vino después de las dos rupturas señaladas. La dinámica que motivó el rompimiento de alianzas tan importantes y decisivas tuvo una significación muy profunda en el interior del partido.
Se han desarrollado acercamientos disímiles para explicar los cambios de la posición de Muñoz Marín en 1945. César Ayala y Rafael Bernabe han destacado tres posiciones distintas: los que argumentan que el proyecto inicial se orientaba hacia un desarrollo capitalista independiente basado en el estado (Leonardo Santana Rabell y James Dietz); los que afirman que Muñoz Marín nunca retó el control político estadounidense sobre Puerto Rico (Emilio Pantojas); y los que argumentan que el proyecto inicial no cedió ante la presión imperial, sino que estuvo minado desde el interior por el sabotaje y la resistencia de sectores capitalistas locales (José Padín) [11]. Ante interpretaciones disímiles, Ayala y Bernabe favorecieron una “combinación matizada de estos acontecimientos”:
Si bien al principio Muñoz Marín pudo haber aspirado a la independencia económica y política, para lo que habría sido preciso acabar con la resistencia de algunos capitalistas domésticos y ausentistas, siempre creyó que la independencia sólo se obtendría mediante una estrecha colaboración con el estado metropolitano. Tan pronto se dio cuenta de que no se obtendría el apoyo estatal estadounidense para este fin, redefinió sus objetivos a tono con la situación. Desde el principio, el capital doméstico también lo llevó por este camino. Por lo tanto, las restricciones imperialistas y las presiones domésticas lo impulsaron en la misma dirección político-económica [12].
El llamado viraje del PPD, no cabe duda, tuvo un trasfondo político muy complejo. Si bien las presiones internas y externas se dejaron sentir antes de 1945, Ayala y Bernabe son precisos al señalar los años 1945 y 1946 como el momento en que Muñoz Marín manifestó su cambio de rumbo político. En febrero de 1946 manifestó que el Congreso Pro-Independencia se había convertido en un partido en el interior del PPD y se aprobó la incompatibilidad de la afiliación entre ambas organizaciones. Pocos días después, la legislatura controlada por el PPD, incluyendo el Senado presidido por Muñoz Marín, aprobó un proyecto de ley para la celebración de un plebiscito. El gobernador Tugwell vetó el proyecto, pero la legislatura lo aprobó por encima del veto del gobernador, obligando al presidente Truman a vetar el proyecto en mayo de 1946. Según Ayala y Bernabe, fue “entonces cuando Muñoz Marín anunció que dejaba de ser independentista y acogió la idea de alguna forma de asociación no colonial como sustituto de la independencia” [13].
De manera que la nueva orientación económica, cristalizada entre 1945-1947, no puede reducirse a un cambio de estrategia económica. Llevaba en su estructura profunda un viraje definitivo de carácter político por parte del dirigente principal del PPD y provocó grandes debates en el interior de la organización. Por esta razón ocurrió un sacudimiento dramático en la dirección del partido. Vicente Geigel Polanco, entre otros, objetó el cambio de posición en una extensa asamblea de la dirección del partido celebrada en Barranquitas. “La nueva fórmula de Muñoz Marín, añadió, era un refrito del ‘Estado Libre Asociado’, que el Partido Unión adoptó en 1922 y que Muñoz siempre había rechazado. Fue durante este debate que Fernós Isern surgió como el defensor más apto del nuevo camino” [14].
Ni el cambio de posición de Muñoz Marín ni los debates internos que provocó fueron secretos. Sin embargo, el llamado sacrificio del silencio, destacado por Antonio Fernos, hijo, como expresión que saliera de la boca de Ramos Antonini en el 1945, fue considerado “un valor entendido”, sucedido antes del cambio político de Muñoz Marín, del que no se podía hablar. Como podemos apreciar, el aire de misterio apuntado por David Ross, que flotaba sobre el cambio de rumbo económico, lejos de poderse comprender con la salida de Rexford G. Tugwell de la gobernación, tuvo un trasfondo político complicado que quedó sellado por un silencio hermético. Lo que estuvo en juego no fue una simple reorientación, según expresión de Rafael Picó, sino la ruptura con importantes aliados y la subordinación o sofocación de otros sectores que no llegaron a romper con el partido.
Las interpretaciones, desde el interior del PPD, que han pretendido ser más abarcadoras y rigurosas, han vinculado la transformación programática del partido con las exigencias de la expansión acelerada de la economía estadounidense. “Frente a la expansión norteamericana de la post guerra, y los nuevos límites que impone la situación de dependencia colonial, el PPD transforma su proyecto y su acción para alrededor del 1947” [15]. Según Navas Dávila, el PPD había surgido “como un movimiento orientado al desarrollo autónomo en 1940”, pero tal desarrollo, posible durante la guerra mundial, fue incompatible con la expansión económica de Estados Unidos una vez terminó el conflicto. “Frente a la presión de unas estructuras económicas expansionistas y condicionado por los determinantes económicos, políticos y sociales de la dominación colonial, el PPD transforma su orientación –a partir de 1947– hacia la defensa del desarrollo dependiente” [16].
El fin de la Segunda Guerra Mundial fue decisivo en el cambio de programa. Hasta Morales Carrión, un historiador que tiende a embellecer u ocultar los aspectos más desagradables del coloniaje, señaló lo siguiente sobre la situación de posguerra: “In the coming battles for self-determination in Puerto Rico, the armed forces would think mostly in terms of the U.S.’s new status as a superpower. The Navy, for example, would for a time oppose an elective governor for Puerto Rico” [17]. Los reclamos puertorriqueños para poner fin al colonialismo tuvieron que enfrentar una metrópoli que salió victoriosa de la guerra con una hegemonía indiscutible a nivel mundial, tanto a nivel militar como económico. Es, pues, en el contexto del nuevo poderío estadounidense donde hay que buscar el significado de los sacrificios del silencio.
Alex W. Maldonado ofreció una visión caricaturesca de lo que debió ser un proceso complejo. Pero como toda caricatura lograda, puso de relieve aspectos importantes. Maldonado se refirió a la “conversión” de Luis Muñoz Marín, como si se hubiese tratado de un ejercicio intelectual de profunda comprensión y convicción [18]. El momento decisivo de la “conversión” ocurrió como resultado de una larga reunión que sostuvo con el economista Ben Dorfman, de la U.S. Tariff Commission, quien estuvo a cargo de preparar un estudio a petición del senador Millard Tydings sobre las consecuencias económicas de un cambio de status para Puerto Rico. En enero de 1945, Tydings volvió a presentar en el Senado de Estados Unidos un proyecto favoreciendo la independencia para la isla. El estudio a cargo de Ben Dorfman, publicado en español por el periódico El Mundo, el 7 de abril de 1946, hizo una defensa sin velos de la situación colonial de Puerto Rico. Sobre el proyecto presentado en el Senado dijo lo siguiente: “ninguno de los status que se ofrecen en el Proyecto Tydings-Piñero, aún cuando fueran obtenibles, ofrecerían a la isla la oportunidad con sus problemas económicos mejor que dentro del status actual…” [19]. Si se lee con detenimiento el estudio de Dorfman, tan elogiado por Alex W. Maldonado, uno se sorprende por su simplismo y por su débil estructura argumentativa. El documento es una defensa, sin ningún pudor intelectual, de la situación prevaleciente en Puerto Rico. Hasta el punto que Morales Carrión lo consideró como un documento que no ofrecía salida [20]. Sin embargo, en la debilidad del documento estriba su interés.
Una lectura cuidadosa del documento preparado por Dorfman, contrario a lo que dice Alex W. Maldonado, no pudo haber convencido a Muñoz Marín de la imposibilidad económica de la independencia. Aceptar la llamada conversión de Muñoz, postulada por Maldonado, conllevaría a una devaluación o minimización de la complejidad intelectual de un dirigente político de su dimensión. Más cerca de la realidad estaría considerar el mencionado documento como un insulto a la inteligencia del dirigente del PPD. Además, el convencimiento de un líder sobre una base estrictamente intelectual no hubiese creado el aire de misterio destacado por Ross al referirse al cambio programático del PPD. El estudio de Dorfman, lejos de ser convincente, es mediocre y falto de imaginación. Pero Dorfman no dependía del poder de las ideas. Dependía de otro poder mucho más persuasivo: la decisión de la victoriosa superpotencia a no concederle a Puerto Rico la independencia.
¿Qué otra cosa pudo significar la extensa reunión secreta que sostuvo Ben Dorfman con Muñoz Marín en 1945? Si el documento preparado por Dorfman hubiese sido tan efectivo y convincente, ¿por qué celebrar dicha reunión en secreto? El aire de misterio que flotó sobre los cambios posteriores nació de los resultados del encuentro de Muñoz con Dorfman. Alex W. Maldonado, sin proponérselo, destacó un resultado conspicuo del mencionado encuentro: Muñoz salió llorando al terminar su larga conversación privada con Ben Dorfman. El propio Maldonado puso de relieve la significación del llanto. “Years later, Moscoso recalled that he saw Muñoz cry only twice, at the funeral of the venerated Antonio Luchetti, the father of Puerto Rico’s electric power system, and while leaving a long private meeting with Ben Dorfman” [21].
¿Es razonable pensar que un documento mediocre, de textura descaradamente colonial, convenciera a un político de compleja cultura y de inteligencia destacada? ¿No es más coherente pensar que en la secretividad de aquella reunión un portavoz autorizado del imperio le habló de forma directa e inequívoca al caudillo de un movimiento democrático heterogéneo y le indicó que la superpotencia no toleraría reivindicaciones de soberanía? Gerardo Navas Dávila, aunque no se refiere al encuentro con Dorfman, justificó a Muñoz Marín de la siguiente manera: “Obviamente las relaciones de Muñoz Marín con las élites gubernamentales y económicas norteamericanas le permitieron percibir la ‘agresividad’ y la orientación de éstos respecto al tipo de desarrollo permisible” [22]. Según la expresión de Antonio Fernós, hijo, inspirado en el Episodio V de Star Wars, “el imperio contraatacó”. Nadie puede dudar hoy de su efectividad. Una poderosa metonimia, el llanto de Muñoz, pudo ser su mejor expresión.
Solamente la presión burda del poder puede explicar la forma en que se dieron los cambios de estrategia y el aire de misterio señalado por David Ross. No fue, en absoluto, una simple reorientación programática y, mucho menos, una ponderada evaluación y selección entre estrategias posibles. Fue un viraje impuesto por el poder imperial, con un notable impacto colectivo, provocando varias rupturas con fuerzas aliadas, incluyendo amplios sectores que pertenecían al PPD. El cambio de rumbo y las rupturas políticas inevitables fueron desgarramientos de tal envergadura que alteraron la vida interna del partido. Navas Dávila destacó las profundas transformaciones ocurridas: “En este mismo período, se burocratizan los organismos políticos del partido. En nuestro caso, esta etapa tuvo un comienzo lento tras el triunfo electoral de 1940, pero culminó definitivamente en el período de 1947-1952. Para entonces, las bases ideológicas del partido habrían de ser cambiadas de manera drástica y explícita, y el aparato burocrático pasaría a manos de los políticos más conservadores y los nuevos tecnócratas del desarrollo dependiente. Esta es la llamada fase de transformación” [23].
En un esfuerzo por justificar la torcedura de brazo o torcedura de conciencia que sufrió Muñoz Marín, Navas Dávila se refirió al complejo de Sísifo que padecía: “Las fuerzas emergentes del nuevo capitalismo de la posguerra representaban para Muñoz Marín lo que la expansión mesiánica de Norte América de comienzos de siglo representaba para Muñoz Rivera. Lo que ocurrió en 1898 fue un retroceso. En el período de 1947 a 1952, un retroceso sería insoportable; Muñoz no pasaría por el dolor de Sísifo” [24]. Si Muñoz Marín pensó que doblando la cerviz podría detener la caída de la piedra de Sísifo, abandonando el intento colectivo de llevarla “jalda arriba” hasta el final, colocándole el calzo del Estado Libre Asociado a mitad de camino, no sospechó que la figura con la que intentó disfrazar el coloniaje sería desmantelada por el mismo imperio que se la impuso.
Los sacrificios del silencio, no obstante, tuvieron un propósito concreto: proteger la imagen histórica del dirigente máximo del Partido Popular Democrático. En lugar de proyectar el cambio como lo que fue, una imposición imperial, se presentó el proceso como uno de deliberación consciente del gran dirigente. “Muñoz concluyó que había que abandonar la independencia porque no era viable económicamente. Llevaba pensando en esto, explicaría después, por lo menos desde 1940, pero no lo llegó a articular hasta 1944-45, después de estudiar las condiciones en que se le concedería la independencia a Filipinas y de conversar con el economista de la U.S. Tariff Commission, Benjamin Dorfman” [25]. Los sacrificios del silencio fueron necesarios para validar la versión de Muñoz Marín, elaborada, claro está, después de los hechos. Lo que no pudo ocultar la nueva versión fue el significado de su extraño viraje. Ayala y Bernabe lo expresan con precisión: “De este modo, Muñoz Marín regresó a la perspectiva que los intereses azucareros habían articulado en el pasado, y que contradecía las críticas que él y sus colaboradores hacían de la estructura política y económica creada después de 1898” [26]. El retroceso, pues, fue inevitable.
La serpiente, como puede verse, terminó mordiéndose la cola. Con el cambio de rumbo impuesto no se le torció solamente la conciencia a un hombre, se le impuso a un pueblo una enorme transformación social que llevaba en su interior la continuidad de la relación colonial. Por consiguiente, la nueva sociedad industrial urbana, con los límites inherentes al mercado colonial, mantuvo la vieja estructura de una economía de exportación, ahora apoyada de forma más abrumadora por la importación de capital estadounidense. Las características principales del desarrollo industrial urbano como el colapso agrícola, el ritmo acelerado de los cambios tecnológicos del capital, la incapacidad de eliminar el desempleo, el encarecimiento inevitable de la fuerza de trabajo, la contaminación ambiental, entre otras, fueron una derivación coherente de la transformación social impuesta por el poder imperial en su afán por garantizar la conservación de la relación colonial. La historia se encargó de desmantelar los embellecedores relatos del coloniaje. Muñoz lo supo antes de morir. Ningún silencio puede encubrir el coloniaje. Por eso, como dijo Antonio Fernós: “Muñoz murió triste”.
Notas:
[1] Antonio Fernós, “¡No más ‘sacrificios del silencio!’”, El Nuevo Día, 1 de agosto de 2001, 124.
[2] David Ross, The Long Uphill Path, San Juan: Editorial Edil, Inc., 1969, 77-78. Ross enumeró los factores que hacen de 1947 un año significativo: “First, those steps which were taken prior to 1947 in the direction of the new policy were officially regarded as supplementary, rather than alternative, to the original policy. Second, the actual implementation of the original policy continued up to 1947, and ceased thereafter. Third, what later came to be regarded as the most significant single element in the new policy, tax exemption in more-or-less its present form, went into effect for the first time in that year. And fourth, a sharply rising trend in the number of private manufacturing plants established through the promotion efforts and assistance of the Development Company began in 1947” (77).
[3] Ibid, 77.
[4] Teodoro Moscoso había cabildeado la aprobación de una ley de exención contributiva en la Legislatura de 1944, pero al ser aprobada fue vetada por el gobernador Tugwell. Véase Leonardo Santana Rabell, Planificación y política durante la administración de Luis Muñoz Marín: un análisis crítico, Santurce: Análisis, 1984, 132.
[5] Rafael Picó, Nueva geografía de Puerto Rico, San Juan: Editorial Universitaria, 1969, 323.
[6] Véase en Reece B. Bothwell González, Puerto Rico: cien años de lucha política, Vol. III, San Juan: Editorial Universitaria, 1979, el Documento Núm. 139, “Cámara pide a Roosevelt que someta al Congreso problema de status de Puerto Rico”, 435.
[7] Ibid, 350.
[8] Ibid, 419.
[9] Arturo Morales Carrión, Puerto Rico. A Political and Cultural History, W.W. Norton & Company. Inc, 1983, 266.
[10] Sobre la importancia y complejidad de este proceso puede consultarse el libro de Kenneth Lugo, Nacimiento y auge de la Confederación General de Trabajadores. 1940-1945, San Juan: Universidad Interamericana, 2013; Miles Galvin, The Organized Labor Movement in Puerto Rico, New Jersey: Associated University Presses, 1979, 86-106; Juan Ángel Silén, Apuntes para la historia del movimiento obrero puertorriqueño, Río Piedras: Editorial Cultural, 115-118.
[11] César J. Ayala, Rafael Bernabe, Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898, San Juan: Ediciones Callejón, 2011, 218. Los textos citados por Ayala y Bernabe son los siguientes: Leonardo Santana Rabell, Planificación y política durante la administración de Luis Muñoz Marín: un análisis crítico, Río Piedras: Análisis, 1984; James Dietz, Historia económica de Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1989; Emilio Pantojas García, “Puerto Rican Populism Revisited: The PPD during the 1940s”, Journal of Latin American Studies, 21.3, octubre, 1989, 521-557; José A. Padín, “Imperialism by Invitation: Causes of a Failed Development State Project in Puerto Rico, 1940-1950”. Tesis doctoral, University of Wisconsin-Madison, 1998.
[12] Ibid, 218.
[13] Ibid, 224.
[14] Ibid.
[15] Gerardo Navas Dávila, La dialéctica del desarrollo nacional: el caso de Puerto Rico, San Juan: Editorial Universitaria, 1978, 55. Las itálicas pertenecen al texto.
[16] Ibid, 59.
[17] Arturo Morales Carrión, Puerto Rico. A Political and Cultural History, 268.
[18] Alex W. Maldonado, Teodoro Moscoso and Puerto Rico’s Operation Bootstrap, University Press of Florida, 1997. Véase el capítulo “Muñoz’s Conversion”, 46-60.
[19] Reece Bothwell González, Puerto Rico: cien años de lucha política, Vol. III, 490.
[20] Según Morales Carrión: “The report was essentially, ‘a no exit’ document”. Véase Puerto Rico. A Political and Cultural History, 268.
[21] Alex W. Maldonado, Teodoro Moscoso and Puerto Rico’s Operation Bootstrap, 50.
[22] Gerardo Navas Dávila, La dialéctica del desarrollo nacional, 98.
[23] Ibid, 60. Las itálicas pertenecen al texto.
[24] Ibid, 107.
[25] César J. Ayala y Rafael Bernabe, Puerto Rico en el siglo americano, 215.
[26] Ibid, 216.
Félix Córdova Iturregui es profesor jubilado de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.
Kommentarer