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El “mundo multipolar”: eufemismo para apoyar los múltiples imperialismos

Por Frederick Thon, Manuel Rodríguez Banchs, Jorge Lefevre Tavárez

“Los imperialistas no luchan por principios políticos sino por mercados, colonias, materias primas, la hegemonía sobre el mundo y toda su riqueza”


- León Trotsky, 1938


[1] Después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque soviético, entre los nuevos mitos de la ideología del capitalismo tardío - del lado del “fin de la historia” y los nuevos bríos del “mercado libre” - surgió el concepto del “mundo unipolar”. En síntesis, se planteaba que, al terminar la Guerra Fría entre los dos “campos” rivales, el campo capitalista (representado principalmente por los Estados Unidos) y el campo socialista (que incluía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte, etc.), pasaríamos entonces, a un mundo con un solo “campo”, o un solo polo, un mundo “unipolar”, en el que el capitalismo se mostraba triunfante a lo largo y ancho de la tierra. Pero, realmente, rara vez se hablaba del “capital” como fuerza dominante, sino que se le presentaba, digamos, un rostro nacional a este dominio: los Estados Unidos de América. En ese sentido, y a pesar de las múltiples acepciones del término, cuando se habla del mundo unipolar posterior a la caída del bloque soviético, se hace referencia mayormente a un mundo dominado por la hegemonía estadounidense*.


[2] Esta noción de la hegemonía estadounidense, sin embargo, hay que matizarla. Pues, si bien es cierto que la potencia principal a finales del siglo XX fue los Estados Unidos, también es cierto que era una potencia que ya evidenciaba una tendencia hacia su declive. Desde la recesión del 1973-1974, se empezaba a ver el debilitamiento de su influencia en el mercado mundial, a la vez que sufría derrotas militares humillantes, principalmente representadas por la Guerra de Vietnam, aunque sin perder de vista sus fracasos reiterados con respecto a los intentos de derrocar la Revolución Cubana. Con esa recesión del 1973-1974, se inicia en el capitalismo mundial una onda larga de desarrollo desacelerado, es decir, un periodo extendido en el que el capitalismo global experimenta, dentro de sus fluctuaciones recurrentes, un crecimiento débil. Y, en efecto, una de las características de las ondas largas de desarrollo desacelerado del capitalismo es el debilitamiento de la potencia hegemónica.


[3] A los pocos años (1981-1982), una nueva recesión demostró la continua fragilidad del sistema económico capitalista. La posterior caída del bloque soviético permitió un gran respiro para el capitalismo global debido a que el capital se expandió a áreas geográficas previamente dominadas por la planificación económica burocratizada de la URSS, y así aumentó sus ganancias rápida y momentáneamente. La caída del bloque soviético, además, significó que el capitalismo había triunfado en el mercado mundial. Era cierto, pues, que el sistema de producción capitalista se coronaba campeón hacia finales del siglo XX. Era cierto, también, que la potencia principal seguía siendo los Estados Unidos. Lo que es desacertado es confundir estas dos afirmaciones y suponer que Estados Unidos seguía siendo una potencia hegemónica a nivel mundial. Lo que se convirtió hegemónico no era Estados Unidos, sino el capital.


[4] Incluso previo a la Gran Recesión del 2008, la hegemonía estadounidense se veía aminorada por el desarrollo de nuevos actores globales, principalmente China, en su continuo proceso de restauración capitalista y expansión imperialista por el globo. Se vieron, también, proyectos de integración mundial, como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) o la Alianza Bolivariana y la CELAC, que experimentaron avances en la manera de intercambiar bienes a nivel mundial e incluso hicieron referencia a la posible creación de nuevos bancos mundiales para retar al dólar y al sistema financiero estadounidense.


[5] Pero el sistema de producción capitalista genera en sí mismo contradicciones que no puede superar, lo que implica crisis económicas y políticas periódicas. A su vez, la periodicidad de las crisis rompe cualquier hegemonía que pareciera ser absoluta o incuestionable. Los elementos subyacentes a la crisis del 1973-1974, si bien pudieron constreñirse, no pudieron detenerse, y con la Gran Recesión del 2008 volvieron a tronar las profundas debilidades del actual sistema económico.


[6] Nos encontramos ahora en una situación en la que múltiples sectores críticos del capitalismo estadounidense reconocen la existencia de un mundo “multipolar”. Al hablar sobre un mundo multipolar, hacen referencia a un momento histórico que se aleja del mundo unipolar previo, en el que nuevas potencias económicas (“nuevos actores geopolíticos”) retan el dominio de los Estados Unidos a nivel mundial. A China, potencia creciente desde finales del siglo XX, se le une, también, Rusia, y vuelven a sonar proyectos de colaboración internacional como el BRICS.


[7] Ante esta ¿nueva? situación, ¿cómo debe responder la izquierda revolucionaria? Conviene, para contestar esta pregunta, exponer brevemente lo que sucedió previo a la hegemonía estadounidense en la historia del capitalismo.


[8] La onda larga de desarrollo desacelerado de comienzos del siglo XX vio el debilitamiento de lo que antes fue la gran potencia capitalista, el Reino Unido. En el proceso de debilitamiento, en la época que la teoría marxista cataloga como la época (o fase) del imperialismo, las potencias capitalistas en ascenso y que retaban al Reino Unido buscaron aumentar su dominio. En el proceso, se dieron la Primera y la Segunda Guerra Mundial, dos guerras producto del interés de expansión del capital monopolista. Los múltiples imperialismos, pues, desembocaron en guerras mundiales. El que la competencia entre los distintos sectores del capital monopólico desembocara en guerra era una idea central de todo el análisis de ese periodo de la historia del capitalismo por parte del marxismo revolucionario (Lenin, Luxemburgo, Trotsky). El marxismo revolucionario rechazaba tomar partido con alguna potencia revolucionaria, sino que rechazaba el imperialismo de su faz.


[9] No es hasta el final de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos se posiciona como la potencia mundial hegemónica ante una transformación de la economía global. Este es el periodo de un crecimiento económico sin precedentes en la historia del capitalismo. Posterior a la Segunda Guerra Mundial comienza, pues, una onda larga de desarrollo acelerado caracterizado por la hegemonía de los Estados Unidos a nivel del mercado mundial capitalista, y que duraría poco más de tres décadas. La recesión del 1973-1974 representa el cambio de esa onda larga de desarrollo acelerado a una onda larga de desarrollo desacelerado.


[10] Comparemos, entonces, estas dos ondas largas de desarrollo desacelerado. En una, tenemos al Reino Unido debilitándose como potencia capitalista, el surgimiento de nuevas potencias imperialistas (principalmente en Europa, aunque también Japón), guerras mundiales entre las potencias imperialistas como mecanismos para ejercer su dominio. Alrededor de estas potencias, otros países se alinean. En la otra, tenemos a los Estados Unidos debilitándose como potencia capitalista, el surgimiento de nuevas potencias imperialistas (China, Rusia), el inicio de las amenazas de guerras mundiales entre las potencias imperialistas como mecanismos para ejercer su dominio. Alrededor de estas potencias, otros países se alinean. En todo este panorama, en toda esta competencia entre países imperialistas, independientemente de quien gane, siempre hay un mismo triunfador: el capital.


[11] Como indicamos, múltiples sectores críticos del capitalismo estadounidense - quizás incluso la mayoría en Puerto Rico - hacen referencia a lo positivo que es el supuesto mundo multipolar. Este mundo nuevo, nos dicen, cuenta con múltiples potencias, principalmente los Estados Unidos, China y Rusia. Ya no tenemos una única visión hegemónica, sino un mundo plural. Ante las atrocidades que ha cometido los Estados Unidos, además, es positivo que esta potencia pierda su fuerza.


[12] Sin embargo, hay múltiples errores en estas afirmaciones. En primer lugar, el debilitamiento de los Estados Unidos es una realidad de la crisis actual del capitalismo y su onda de desarrollo desacelerado. El fortalecimiento de nuevas fuerzas imperialistas o potencialmente imperialistas, también. Poco tiene que ver con el acierto o desacierto de otras potencias económicas capitalistas. En segundo lugar, ninguno de estos países reta el sistema de producción capitalista. Más bien, lo que hacen es reintroducir la competencia entre países imperialistas, como se vio a inicios del siglo XX. Y la competencia entre países imperialistas no hace más que allanar el camino hacia las guerras mundiales. El actual conflicto en Ucrania es el ejemplo más reciente. Y las atrocidades que han cometido y cometen estas nuevas potencias no se pueden ignorar. Ver en Rusia y en China (o en aliados como Nicaragua) fuerzas antiimperialistas porque "retan" a la potencia estadounidense es perder de vista que no desean más que desvestir a un santo para vestir a otro, o, más bien, vestirse ellos mismos como nuevas potencias imperialistas.


[13] Si parte de la argumentación de estos sectores críticos del capitalismo sería afirmar que el mundo unipolar consistía en la hegemonía de los Estados Unidos posterior a la caída del bloque soviético, nuestra postura sería reconocer que nunca hubo tal hegemonía, sino una potencia imperialista, todavía dominante, pero en un proceso agudo de debilitamiento. No estamos pasando, entonces, de un mundo unipolar a uno multipolar, sino que sencillamente se está apreciando el deterioro de una potencia imperialista, deterioro que se inicia en la década del 1970.


[14] Por otro lado, si fuésemos a referirnos al mundo unipolar, no como uno dominado por los Estados Unidos, sino por el capital, la realidad actual sería la siguiente: la competencia entre estos distintos países imperialistas no representa una pugna entre polos con visiones antagónicas, sino que son conflictos interimperialistas y capitalistas, cuya rivalidad se sigue intensificando en una coyuntura global de tasas de ganancias estancadas y decrecientes.


[15] La división del mundo en “polos” o en “campos” tiene el gran inconveniente de segmentarlo a partir del balance de fuerzas globales expresado políticamente por distintos Estados-Nación. Los diversos actores sociales en cada país se quedan fuera de este mapa, tanto los movimientos revolucionarios en países imperialistas - con los que la izquierda revolucionaria debería aliarse y apoyar - como las resistencias a la burocratización y restauración capitalista que pueden darse en países socialistas, o las luchas populares que se dan contra gobiernos asociados con las nuevas potencias imperialistas. La fácil definición por polo o campo, si bien puede ser útil por su esquematización del plano global, también se aleja del análisis marxista centrado en las relaciones sociales y las fuerzas productivas. Se sustituye la relación entre los pueblos en lucha por relaciones con representantes de esos Estados-Nación (**).


[16] Con respecto a las grandes potencias capitalistas, la izquierda revolucionaria no debiera ni añorar la competencia entre países imperialistas ni desear que exista un país capitalista hegemónico, sino luchar en contra del dominio del capital. La coyuntura política y económica deberá trazar las especificidades de cada momento, pero el rechazo al imperialismo en todas sus manifestaciones es una posición de principio. Y el rechazo (no solo retórico) al imperialismo debería conllevar, también, un apoyo a las luchas populares en los distintos rincones de la tierra, y una defensa intransigente de los derechos y las libertades democráticas.


[17] Con respecto a los países “periféricos” que se alinean con alguna de estas fuerzas (Estados Unidos, principalmente, en un lado, Rusia y China en el otro), la posición no varía. Ni la dictadura reaccionaria de Daniel Ortega representa una amenaza al capitalismo, ni la debemos apoyar por su retórica “antiimperialista”. Todo lo contrario: en la medida en que se representa como una fuerza de la izquierda, no hace más que retrasar la lucha a nivel internacional, a la vez que violenta los derechos democráticos más básicos en su país.


[18] Por tanto, la izquierda que apoya este nuevo “mundo multipolar”, e incluso simpatiza con las nuevas potencias imperialistas (China, Rusia) o sus aliados, no hace más que repetir los errores del renegado Kautsky en la época de las guerras imperialistas de la primera mitad del siglo XX. Distorsionan los principios revolucionarios del marxismo de tal manera que las aleja de la lucha por el socialismo y le abre el camino a la guerra y a la destrucción.


Notas


(*) Usamos el término "hegemonía" con su acepción habitual, "supremacía que un Estado ejerce sobre otros". No usamos el término "hegemonía" en el sentido que le da Antonio Gramsci, aunque en algunos momentos del escrito aplique su conceptualización.


(**) En el campo de los estudios de las relaciones internacionales, hay excepciones, desde la izquierda, a esta visión de “campos” o de “polos” globales. Algunos ejemplos son: Robert W. Cox, Fuerzas sociales, estados y órdenes mundiales: Mas allá de la Teoría de Relaciones Internacionales; Benno Teschke, The Myth of 1648; Justin Rosenberg, International relations in the prison of political science y Debating uneven and combined development/debating international relations: a forum).


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