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El largo camino de las mariposas y de los movimientos de liberación

Por Vanesa Contreras Capó



El 25 de noviembre de 1960, Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, las mariposas, fueron apaleadas y asesinadas por la policía secreta del dictador Rafael Leonidas Trujillo en la provincia de Salcedo en la República Dominicana. El asesinato de las mariposas fue político porque eran activistas en contra del régimen del dictador y también un feminicidio cometido por el mismo estado militar. 21 años después de este asesinato, durante el Primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, celebrado en Bogotá en 1981, se declaró esta fecha como el día de “no más violencia en contra de las mujeres”. Desde el primer momento, las feministas han estado claras de que las violencias machistas que sufren las mujeres están ligadas a un sistema político y económico y que el estado siempre ha impulsado, e incluso cometido, crímenes violentos en contra de las mujeres; de ahí la consigna de las compañeras chilenas: “el estado opresor es un macho violador”.


Hoy en día no podemos ignorar que ha habido avances impulsados por grupos y organizaciones de mujeres y feministas que han señalado el problema de la violencia machista como uno sistémico y estructural. Y aunque nos parezca que damos un paso hacia delante y veinte hacia atrás, el poder apalabrar y organizarnos en torno a este tema es gracias a todo el trabajo que se ha hecho por décadas desde diferentes grupos. Sin embargo, desafortunadamente los gobiernos han ignorado la mayoría de estos señalamientos y siguen trabajando las múltiples violencias de forma aislada y sin ninguna acción contundente. Por un lado, porque los estados liberales no se han querido responsabilizar por la vida de las mujeres que mueren a manos de sus parejas y/o exparejas. Siguen tratando los casos de forma individual sin reconocer que la violencia entre las parejas o exparejas es también una violencia sistémica y estructural y que, por lo tanto, requiere de acciones que modifiquen estas estructuras. Corregir las eternas fallas en el sistema de apoyo a las sobrevivientes, aumentar los presupuestos a las entidades y organizaciones de servicio a mujeres y personas de las comunidades LGBTIQA+, implementar la perspectiva de género en la educación, organizar campañas educativas en todo el país en torno a la pandemia de la violencia machista, impulsar la paridad salarial entre géneros, entre otras, son las políticas más básicas y sencillas para empezar a atajar el problema. Sin embargo, llevamos décadas luchando y educando para lograr acciones que no requieren de cambios en el sistema (que es el verdadero problema) y aun así nos encontramos con una oposición férrea a estas. Por otro lado, se sigue tratando de ignorar que la gran mayoría de las políticas públicas, que afectan principalmente a las mujeres pobres, como los recortes en la educación, la privatización de hospitales, los despidos masivos, son parte de esa violencia machista sistémica.


Tomando este panorama que lleva desarrollándose en Puerto Rico, por lo menos, en las últimas 3 décadas, ¿qué significa, 60 años después del asesinato de las Mirabal, que sigamos recordando y sintiendo tan cerca a las mariposas en el Puerto Rico del 2020: post María, post terremotos y con la Junta de Control Fiscal? Para empezar, creo que es importante enfatizar el espacio que compartimos con las Mirabal: el Caribe. Un espacio geográfico que se utilizó, y se sigue utilizando, por parte de los europeos y los norteamericanos como un laboratorio de práctica del mundo moderno colonial y su necropolítica. Pero más que espacio geográfico, es un espacio político y cultural que nos une a pueblos que en muchas ocasiones no los hemos pensado como caribeños y con los que, sin embargo, se comparten traumas y experiencias particulares. En el artículo “Pensamiento descolonial afro-caribeño: una breve introducción”, Ramón Grosfoguel define el Caribe, no enfocándose en la geografía, sino “como experiencia socio-histórico-cultural de las plantaciones del capitalismo racial”. Esa experiencia de las plantaciones en Puerto Rico y en la República Dominicana se experimentó con el mismo fin: la explotación sistémica de la tierra y de las personas esclavizadas, y la negación de la humanidad de las personas no occidentales. Por eso, entender las raíces de la violencia que se ejerce sobre unos cuerpos específicos en el Caribe es reconocer que, aunque podemos aprender de otras experiencias de lucha, hay elementos particulares que no podemos ignorar a la hora de confrontar el problema. Es por esta razón que el feminismo negro de EE.UU y del Caribe cada día cala más en los grupos y organizaciones feministas en Puerto Rico. Acercarse a esta problemática desde una perspectiva interseccional y decolonial nos enseña que la violencia machista que vivimos en Puerto Rico no es la misma que se vive en Europa. Y, además, dentro del mismo Puerto Rico no podemos pensar que la violencia machista se ejerce de la misma forma en contra de todas las mujeres y todas las personas de las comunidades LGBTIQA+. Por lo tanto, aunque debemos pensar estrategias colectivas para atajarla, no hay una sola fórmula ni una sola estrategia para hacerlo, y mientras vamos luchando para frenar los feminicidios con las herramientas del sistema (the master tools), que no son ni serán suficientes para erradicar el problema, el tiempo que nos pueda quedar en el planeta nos obliga a ir más allá.


Grosfoguel comenta en su texto que si bien el pensamiento decolonial caribeño se caracteriza por la inmensa “heterogeneidad, diversidad cultural y multiplicidad epistémica”, hay un rasgo común en todos ellos: “la producción de un pensamiento de liberación desde las experiencias de super- explotación y dominación, en el sistema y cultura de la plantación…”. Es decir, es desde este espacio político y cultural desde donde se pensaron e impulsaron los movimientos de liberación, empezando por la Revolución haitiana. Si bien no podemos descartar cualquier estrategia que nos ayude a confrontar la violencia racial y patriarcal sistémica con las herramientas del sistema, hay que volver al origen del problema y entender por qué en el mundo moderno colonial hay violencias que se repiten y se manifiestan contra cuerpos particulares. Eso no significa ignorar todo lo que se ha hecho y se está haciendo bajo las reglas de los estados modernos coloniales; la invitación es a seguir abriéndonos a posibilidades desde otras lógicas que choquen con la “normalidad” impuesta por el sistema mundo. El giro decolonial, más allá de promover otra forma de entender las cosas, nos lleva a la raíz (el Return to the Source de Amílcar Cabral), a entender cómo y por qué estamos como estamos; y nos invita a fijarnos en la multiplicidad de saberes y posibilidades que demuestran la encerrona de este sistema mundo que nos han querido vender como la única forma de vida y existencia. Un comienzo hacia este “viaje a la semilla” es pasar del pensamiento abstracto y atemporal, tan arraigado al mundo moderno colonial, a un pensamiento que parte de un tiempo y de un espacio particular donde se desarrolla.


En el Puerto Rico del siglo XXI nos urge pensarnos desde estos planteamientos y decidir nuestras acciones y propuestas para confrontar las violencias sistémicas. No es casualidad que haya sido desde el Caribe, entendido como lo define Grosfoguel, donde se hayan gestado los movimientos de liberación que han confrontado no solo los imperios, sino al mismo sistema mundo. El problema va más allá del sistema económico y político, por eso Frantz Fanon y Aimé Césaire dejaron de militar en los partidos comunistas y apostaron a movimientos que ponían como punta de lanza el racismo y lo trabajaron desde una perspectiva transversal, desde el aspecto cultural hasta el psicológico. Hay que regresar a estos planteamientos, a las múltiples epistemologías y estrategias caribeñas, encontrar nuevos, o mejor dicho, reencontrarnos con los antiguos parámetros de convivencia y formas de vida y resistencia. Este es el camino más largo y difícil, pero tal vez sea el último recurso que tengamos como especie.


Se estima que las mariposas monarca durante su migración, que dura un mes, recorren alrededor de 4000 kilómetros, un promedio de 120 kilómetros diarios. Este es el viaje de su vida ya que las más longevas pueden vivir hasta 8 meses. Tal vez esta sea la metáfora del recorrido que nos toca hacer como civilización de civilizaciones, o mundo de mundos, para lograr las posibilidades de vida en un planeta que tiene los días contados.


 

Referencias:


Conciencia Eco. “El largo recorrido de las mariposas monarca” Revisado el 29 de octubre de 2020. https://www.concienciaeco.com/2015/06/02/largo-camino-la-mariposa-monarca/.


Grosfoguel, R. (2020). “Pensamiento descolonial afro-caribeño: una breve introducción”. Tabula Rasa, 35, pp. 11-33. https://doi.org/10.25058/20112742.n35.01


 

Vanesa Contreras Capó es co- fundadora de la Colectiva Feminista en Construcción y de la Coalición 8 de Marzo. Actualmente participa en la Coalición 8 de Marzo y en el Centro Interdisciplinario de Investigación y Estudios del Género (CIIEG).

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