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Descarbonización y descolonización: el Green New Deal y Puerto Rico (I)

Por Rafael Bernabe



Nota del autor. Este texto se escribió en inglés en 2019. Se redactó como parte de una proyectada antología sobre el Green New Deal que no llegó a publicarse. Actualizar el artículo con referencias a los ocurrido hasta 2023 tomaría más tiempo del que ahora tenemos disponible. Aun así, nos parece que el artículo tiene aspectos interesantes y que no debe seguir engavetado. Aquí lo presentamos con muy pocos cambios a como fue redactado en 2019. La traducción fue realizada por Cristina Pérez Reyes, a quien agradecemos por su excelente trabajo. 19 abril 2023.


Nota de momento crítico. Por su extensión, publicaremos este ensayo en dos entregas.


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Es un hecho ampliamente reconocido que una crisis climática debido al calentamiento global, resultado de las emisiones de gases de invernadero, presenta una amenaza sin precedentes a la sociedad humana. La temperatura media global debe mantenerse por debajo de 1.5°C sobre el nivel preindustrial para evitar un impacto catastrófico (como la desertización, el aumento de los niveles del mar, disminución de la biodiversidad, escasez de agua, reducción de productividad agrícola, fenómenos climáticos extremos). Un aumento por encima de 2°C desencadenaría un proceso en el que los efectos del calentamiento generarían un calentamiento aún mayor, lo cual haría que la existencia humana sea cada vez más dura y quizás imposible.


El capitalismo y los límites naturales


La noción de que esta amenaza es el resultado de la actividad humana es cierta, aunque insuficiente. Después de todo, el proceso que ahora llamamos cambio climático comenzó durante la segunda mitad del siglo XVIII y se ha acelerado tremendamente a partir de 1945. Estas fechas bastan para indicar que la amenaza del cambio climático es el resultado, no de la actividad humana en general, sino de una forma determinada de relaciones sociales. Es el resultado del ascenso, la expansión y la generalización de la producción capitalista. Los elementos básicos de estas relaciones sociales son bien conocidos. En palabras sencillas: la mayoría de las personas carecen de los medios de producción para trabajar por su cuenta y deben vender su capacidad de trabajo a quienes poseen tierras, fábricas, oficinas de servicios, establecimientos comerciales, sistemas de transporte, etc. Esas empresas e individuos compiten en el mercado. Y para competir exitosamente en el mercado, deben reducir los costos de su operación con el propósito de ofrecer precios atractivos a la vez que aseguran sus ganancias, las cuales, por su parte, deben ser reinvertidas en su mayoría para sobrevivir en esta competencia. Esto implica una tendencia a intensificar la explotación del trabajo (alargar la jornada laboral, reducir salarios y beneficios, acelerar el ritmo de trabajo, reducir los periodos de descanso, entre otras acciones); consumir fuentes y recursos naturales (desde el agotamiento de los suelos, hasta el uso indebido de materiales no renovables); e ignorar los límites naturales–todo esto para que el capital pueda apropiarse de las ganancias que necesita para sobrevivir. Los capitales en competencia no pueden comportarse de ninguna otra manera: esta es la naturaleza del sistema capitalista [i].


Cada capital busca crecer y expandirse. El capital es, a fin de cuentas, una cantidad de valor que crece. Si deja de crecer, deja de ser capital. Este no es el resultado de un culto o religión del PIB: el capitalismo ha demostrado su tendencia a la expansión desde mucho antes de que se inventara este indicador estadístico. Su tendencia a aumentar la productividad y expandir la producción ha sido uno de sus rasgos distintivos desde su surgimiento. Esta característica de la sociedad capitalista–que en el pasado la convirtió en un vehículo de progreso en el desarrollo humano–siempre ha cargado con una dimensión destructiva que ha provocado consecuencias horrendas para la humanidad y el medio ambiente. Hoy por hoy, estas consecuencias son de tal magnitud que le restan todo el mérito a los demás aspectos de esta forma de organizar la vida en sociedad.


La lucha por la supervivencia en el mercado capitalista a duras penas puede ver más allá del próximo informe anual; carece de la visión amplia, a largo plazo, requerida para considerar el impacto ambiental de nuestra actividad, o el equilibrio los límites de los distintos ecosistemas. El capitalismo, regido por la búsqueda de la ganancia privada, es incompatible hasta con la más limitada definición de sostenibilidad, tales como la fórmula reconocida del Informe Brundtland: “[e]l desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. El capitalismo falla tanto al presente como al futuro: no puede satisfacer adecuadamente las necesidades de la mayoría en el presente a la vez que socava la capacidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades.


Tal y como John Bellamy Foster y otros han resaltado, el mismo Marx reconoció la importancia de los estudios de Justus von Liebig sobre los resultados de la agricultura capitalista, específicamente su descripción sobre cómo este extrae nutrientes de la tierra, con el efecto doble de contaminar las ciudades y degradar la calidad de los suelos [ii]. Marx advirtió que el capitalismo no se caracteriza exclusivamente por la explotación de la fuerza de trabajo, sino también por la brecha–o la ruptura–en la interacción metabólica entre la humanidad y la naturaleza. El cambio climático es otro ejemplo espectacular de la brecha metabólica que Marx describió. Eventualmente el capitalismo encontró una solución tecnológica a la brecha que Liebig estudió: la creación de fertilizantes sintéticos, que a su vez han provocado consecuencias ecológicas indeseadas. La brecha sólo se podrá resolver al abolir el sistema que la produce, no mediante la mitigación tecnológica que busca perpetuarla. Esto no quiere decir, por supuesto, que no debemos buscar cambios dentro del sistema existente.


Los límites capitalistas


El capital no respeta los límites naturales, pero sí tiene sus límites: los límites creados por sus propias contradicciones. El mismo impulso que lo lleva a expandir la producción sin importar las consecuencias ambientales, lo lleva al aumento de la mecanización, al reemplazo de trabajadores por máquinas, con el fin de recortar costos y ganarle ventaja a la competencia. Pero la ganancia capitalista es trabajo no remunerado: en la búsqueda de ganancias, cada capital actúa de tal manera que reduce la importancia relativa del trabajo en la producción, un proceso que eventualmente reduce la tasa general de ganancia. Esto a menudo se demuestra por el hecho de que muchas mercancías no logran realizar la ganancia esperada al venderse. De repente, para el capital hay un exceso de mercancías, máquinas y dinero para ser utilizado como capital, es decir, que pueda generar un valor aumentado, con la tasa que se había anticipado inicialmente. Las inversiones languidecen o se detienen por completo, aumenta el desempleo, cae la demanda, los deudores incumplen sus pagos, algunas corporaciones y bancos quiebran. En pocas palabras: el capitalismo se ve irremediablemente afectado por momentos recurrentes de crisis, de recesión prolongada y depresión [iii].


En épocas recientes, los capitalistas y sus representantes políticos e ideológicos, han sabido movilizar expertamente el objetivo de crear empleos y el deseo de recuperación económica para apartar y soslayar preocupaciones sobre el daño ambiental. Y durante los periodos de expansión, los capitalistas sostienen que la implementación de medidas ambientalistas resultará en la pérdida de empleos. Por tanto, para lograr un amplio y mayoritario apoyo, un programa ambiental deberá abordar no solo las preocupaciones ecológicas sino también otras preocupaciones de los y las trabajadoras. De lo contrario, muchos optarán por la promesa de empleos e ingresos, a expensas de la naturaleza [iv].


Puerto Rico es un ejemplo de esta dinámica. La economía puertorriqueña no ha crecido desde 2006. Su PIB real ha caído cerca de 14% [v]. El consumo energético ha caído significativamente. En algunos aspectos, por ende, la crisis de la economía colonial-capitalista ha sido buena para el planeta. Pero esto conlleva un costo social terrible: la pérdida de 250,000 empleos (alrededor del 20% de los empleos que existían en 2006), pobreza más profunda y generalizada, migración masiva, deterioro de la infraestructura y los servicios públicos, crecimiento de las economías informales, entre otros. Mientras tanto, las prácticas ecológicamente destructivas, como la generación de energía con petróleo y carbón, se mantienen intocadas. La parálisis económica no es una opción aceptable o justa para Puerto Rico, pero tampoco lo es el crecimiento renovado y la expansión económica basada en prácticas ecológicamente destructivas, como la dependencia de combustibles fósiles. Puerto Rico necesita tanto el bienestar económico como ecológico. Eso, por supuesto, es lo que todo el mundo necesita.


Las necesidades básicas y la naturaleza


¿Cuáles son los elementos básicos de tal reconstrucción económica y ecológica? Dos dimensiones son evidentes: las necesidades básicas de todos deben satisfacerse de una manera que repare progresivamente la "brecha metabólica" mencionada anteriormente, es decir, que reduzca nuestro impacto destructivo en el medio ambiente. Las necesidades básicas ciertamente incluyen agua, alimentos, ropa, vivienda, salud, educación, energía, transporte y movilidad, pero la lista está abierta a debate y expansión [vi].


Evitar un cambio climático catastrófico requiere una reducción del 40 al 60% en las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 y su eliminación para 2050. Esto requiere un giro de la energía fósil a energía renovable. Pero, dada la velocidad del cambio requerido, la tecnología disponible, la conveniencia de no depender de la energía nuclear y de la captura de carbono, esto no será suficiente. La reducción de las emisiones exigirá una reducción en el consumo total de energía. Esto requerirá necesariamente una reducción en la producción [vii].


Satisfacer las necesidades básicas requerirá la expansión de la producción en algunos sectores. Por lo tanto, alcanzar el objetivo de cubrir las necesidades básicas y abordar la crisis climática requerirá la eliminación y reducción de ciertas actividades y la expansión de otras. Esto requerirá cesar toda producción dañina y derrochadora (los armamentos son un ejemplo evidente); sustituir rápidamente el uso del automóvil individual por la expansión del transporte colectivo; sustituir la agroindustria por la agricultura ecológica; ubicar la producción de tal manera que se pueda reducir las necesidades de transporte; proteger y restaurar los bosques; modificar nuestra dieta (reducción del consumo de carne), entre otros cambios propuestos por muchos activistas y movimientos.


Un programa de este tipo puede y debe ofrecer una vida más plena y segura, a través, no solo de la satisfacción garantizada de que las necesidades básicas de las personas serán, sino también de una jornada o semana laboral reducida. Acortar la jornada laboral, una demanda clásica del movimiento obrero, es la base concreta para la redefinición del progreso humano y el bienestar en términos cualitativos y no cualitativos, no como la acumulación, adquisición o el deseo de un número cada vez mayor de mercancías, sino como la conquista del tiempo libre para dedicarlo a actividades creativas, relajantes, placenteras, tanto intelectuales como físicas, tanto individuales como compartidas, y autodeterminadas por cada persona [viii]. Nada pudiera estar más lejos de la lógica del capitalismo, que condena a muchas personas al desempleo a la vez que impone exceso de trabajo a las empleadas.


Tal reorientación coordinada de la producción y sus prioridades no va a surgir de las exigencias de la competencia capitalista, que opera ciegamente como si el planeta no tuviera límite alguno. No debe ser sorpresa para nadie que, durante las últimas dos décadas, el capital y los estados que le representan han subordinado la acción climática al afán de lucro y a las reglas del mercado. Por lo tanto, las iniciativas climáticas han sido lentas, limitadas, parciales y totalmente insuficientes.


Las acciones requeridas por la crisis climática tendrán que ser impuestas al capital desde afuera y contra su voluntad. En efecto, el decrecimiento rápido y coordinado de algunos y la expansión de otras actividades, junto a las reformas sociales necesarias para atender el cambio climático requerirán el control social de sectores socioeconómicos clave y una economía democráticamente planificada, libre de las exigencias de la máxima acumulación privada–que es incompatible con el triple objetivo de cubrir las necesidades básicas, enriquecer cualitativamente la vida humana y respetar los límites naturales [ix].


Algunos podrían objetar que este argumento conduce a una perspectiva sombría, ya que tal transformación política y económica no está en la agenda inmediata. Pero es erróneo concluir de nuestro argumento que no se puede ni se debe hacer nada, además de proclamar la necesidad del ecosocialismo. Por el contrario, las conquistas no sólo son posibles dentro del capitalismo, sino que sólo a través de la lucha por ellas puede un número creciente de personas llegar a comprender la necesidad de un cambio radical y desarrollar la capacidad y la confianza para alcanzarlo.


Dentro de y en contra del sistema


El anticapitalismo no significa abandonar la lucha por el cambio dentro del capitalismo, sino entender que el cambio que necesitamos va en contra de su lógica. La elección no es entre proclamar abstractamente la necesidad del socialismo o trabajar dentro del sistema. La alternativa, más bien, es entre tratar de convertir la carrera por las ganancias en un motor para el "crecimiento verde" o si en todo momento estamos dispuestos a anteponer la protección de las personas y la naturaleza a las ganancias privadas [x].


Como lo demuestra la experiencia de las últimas dos décadas, incluso la legislación más tímida para abordar el cambio climático será resistida, mutilada y menoscabada, si de alguna manera afecta las ganancias capitalistas. La legislación climática requerirá mucho más que la redacción de leyes e iniciativas de cabildeo. Requerirá movilización masiva. Y el movimiento contra el cambio climático solo se volverá masivo si aborda otras cuestiones clave, además del cambio climático. El principio rector general es bastante simple: en cualquier coyuntura y dilema debemos poner a las personas y la naturaleza antes que las ganancias. Esto debería guiar nuestra respuesta a la reacción predecible del capital ante cualquier invasión de sus prerrogativas: si se declara en huelga de inversiones, debe ser nacionalizado; si intenta reubicarse para evitar medidas ecológicas, sus movimientos deben ser controlados; si el sector financiero le sirve de cómplice, este deberá ser nacionalizado también [xi].


Las dos almas del Green New Deal


En febrero de 2019, la representante Alexandria Ocasio-Cortez y el senador Edward Markey presentaron una resolución en el Congreso para un Green New Deal (en adelante, GND), que ha provocado un debate considerable [xii]. ¿Cuadra el GND con la perspectiva formulada anteriormente? La respuesta corta es sí y no. Por un lado, plantea tareas ecológicas con la urgencia que requieren, al tiempo que las vincula a luchas clave por la justicia social y laboral. Esto hay que aplaudirlo. Por otro lado, busca impulsar la economía capitalista hacia una nueva expansión verde en la que los "empleos verdes" se combinarán con ganancias verdes: el crecimiento capitalista y las ganancias se conciliarán con cero emisiones netas para 2050.


El GND denuncia con razón que muchos en los Estados Unidos carecen de acceso a aire limpio, agua, alimentos saludables, atención médica, vivienda, transporte y educación. Cuatro décadas de salarios reales estancados y la erosión del poder de negociación de los trabajadores organizados han llevado a niveles de desigualdad no vistos desde la década de 1920. A este impacto sobre las personas trabajadoras, el GND agrega la "opresión histórica" sufrida por las "comunidades vulnerables y de primera línea" que incluyen: los pueblos indígenas, las comunidades racializadas, las comunidades migrantes, las comunidades rurales despobladas, las personas pobres, los trabajadores de bajos ingresos, las mujeres, los ancianos, las personas sin vivienda, las personas con discapacidades y la juventud.


El GND propone una transición completa a fuentes de energía renovables en diez años. A la vez propone la construcción de una red energética “inteligente” y eficiente; mejorar los edificios para alcanzar eficiencia energética; eliminar las emisiones de efecto invernadero del transporte y otras infraestructuras; ampliar el transporte público y promover la "agricultura familiar". El GND combina estas acciones con los elementos necesarios para una transición socialmente justa hacia una economía verde: empleo garantizado; protección del derecho a la sindicalización y a la negociación colectiva y políticas favorables a los sindicatos; ataque las desigualdades raciales, de género, regionales y de otro tipo, incluidos los programas para abordar y "reparar" las injusticias sufridas por las comunidades históricamente oprimidas mencionadas anteriormente.


La resolución Ocasio-Markey no abunda sobre los medios necesarios para implementar el GND. Pero el marco básico sugerido corresponde a lo que algunos han caracterizado como "keynesianismo verde": estímulo monetario y asociaciones público-privadas para promover la inversión rentable en la línea mencionada anteriormente [xiii]. El GND parece ser una apuesta por las "ganancias verdes" como palanca hacia el empleo y una economía sostenible. Pero esto dejaría intacto el impulso del capitalismo hacia una expansión ilimitada. De hecho, al igual que el New Deal original, parece adoptar el relanzamiento del crecimiento rápido como su objetivo, una proyección difícilmente compatible con una perspectiva ecológica en un planeta limitado y, más específicamente, con el objetivo de cero emisiones netas para 2050.


Las cosas serían peores si para conciliar el crecimiento capitalista con la reducción de emisiones en el tiempo que tenemos disponible, el GND abrazara la energía nuclear o el uso generalizado de la tecnología de captura de carbono. Por supuesto, estas consideraciones se refieren a los límites del GND si este fuera aprobado. Pero su aprobación no está asegurada. La oposición vendrá de todos los sectores del vasto complejo petroindustrial, incluidas las industrias petrolera, petroquímica, automotriz, aeronáutica, naviera y todos sus sectores relacionados material y financieramente. Sólo un movimiento de masas capaz de romper la resistencia del sector más poderoso de la clase dominante puede obtener la aprobación de cualquier medida que se parezca al GND. Tal movimiento puede y debe buscar ir más allá de un keynesianismo verde hacia la creación de un sector público ampliado y dar pasos reales hacia una economía nacionalizada y planificada democráticamente.


Por lo tanto, el GND es demasiado tímido y, a la vez, demasiado radical. No es suficientemente radical en términos de la acción requerida para evitar un cambio climático catastrófico de aquí a 2050, por no hablar de construir una economía sostenible, que es incompatible con el crecimiento capitalista infinito. Pero es demasiado radical desde la perspectiva de la clase capitalista dominante y sus representantes políticos.


Ni rechazo ni indiferencia


En fin, nuestra actitud hacia el GND no puede ser de rechazo o indiferencia, ni tampoco de respaldo ciego. Debe incluir al menos cuatro elementos. Debemos abrazar sus objetivos básicos de justicia social y climática y debemos construir movilizaciones masivas que exijan una acción inmediata en esa dirección, al tiempo que señalamos los límites del GND tal como está formulado ahora y proponemos una respuesta más adecuada. También debemos abogar por una respuesta efectiva a la resistencia predecible del capital: la huelga de inversión debe responderse con la nacionalización; la fuga de capitales con controles de capital, etc. Nuestra consigna en todas las coyunturas es simple: las personas y la naturaleza antes que las ganancias. O, como Malcolm X hubiera dicho: la protección de las personas y la naturaleza por todos los medios que sean necesarios.


Nuestra crítica del GND no puede pasar por alto la falta de consideración del impacto pasado y presente del imperialismo y el colonialismo y la necesidad de abordarlo. El tema no está del todo ausente: el GND se refiere a la "opresión histórica" de las comunidades indígenas y pide que se respeten los "derechos soberanos de las naciones tribales". Sin embargo, no dice ni una palabra sobre Puerto Rico, la colonia más grande que queda en los Estados Unidos, y la necesidad de combinar la descarbonización con la descolonización. Esta ausencia es sorprendente, ya que la deuda y la crisis económica de Puerto Rico, junto a las consecuencias de un evento climático extremo–el huracán María en septiembre de 2017–han reavivado el debate en el Congreso, la prensa estadounidense y en otros lugares sobre cuál ha sido el impacto de las políticas estadounidenses hacia la isla en el pasado y cuáles deberían ser esas políticas en el presente y el futuro. ¿Acaso no deberían las personas bajo dominio colonial ser incluidas entre las comunidades afectadas por las formas de "opresión histórica" que el GND debería tratar de abolir?


Imperialismo, colonialismo y acción climática


Para los propósitos de esta discusión podemos definir el imperialismo como la tendencia de las economías y estados capitalistas desarrollados a subordinar el resto de la economía mundial a sus necesidades, definidas por sus intereses capitalistas dominantes. El control imperialista toma muchas formas, desde el dominio colonial hasta los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) o la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ha marchado bajo diferentes banderas, desde la protección de las zonas económicas exclusivas hasta el "libre comercio". Es impulsado por la búsqueda de ganancias a través del acceso a mayores masas de mano de obra para explotar, extensiones más vastas de tierra para cultivar y materiales adicionales para extraer.


Así, los países subdesarrollados han sido objeto de formas particularmente duras de explotación de la mano de obra, agotamiento de los recursos y destrucción de la naturaleza. La división internacional del trabajo, impuesta por las economías desarrolladas, los especializó en la producción para la exportación, y fomentó actividades ecológicamente destructivas (como la sobreexplotación de bosques, por ejemplo, o la extracción de combustibles fósiles en países que poseen tales recursos).


Un programa climático para estos países requiere una transición rápida de fuentes de energía fósiles a renovables; el cese de la deforestación y la extracción de petróleo y gas; el aumento de la localización de la producción, es decir, reducción de la producción para la exportación y disminución de la dependencia en las importaciones, incluido, entre otros, el aumento de la producción de alimentos para el mercado interno.


No se puede esperar que los países subdesarrollados se embarquen en esta transformación mientras están agobiados con deudas masivas que los empujan a priorizar las exportaciones para obtener divisas, o mientras están sujetos a las regulaciones de la OMC que prohíben cualquier intento de favorecer a los productores locales como violaciones de los principios del libre comercio. Tampoco se puede esperar que emprendan tal transición con su limitada base financiera y su débil base tecnológica.


Por tanto, un programa climático global debe incluir la cancelación de la deuda del Sur Global, el cese de la imposición de políticas de libre comercio y privatización por el FMI y la OMC, así como una transferencia masiva de recursos de los países desarrollados.[xiv] Obviamente, más allá de la cuestión crucial del cambio climático, estas son también algunas de las medidas que permitirían a estos países escapar de su empobrecimiento crónico. En otras palabras, la necesidad de prevenir un cambio climático catastrófico hace más urgente el vínculo que los socialistas han argumentado históricamente que debe existir entre la lucha por la justicia social en los países capitalistas avanzados y la lucha antiimperialista en los países subordinados.


Puerto Rico es un claro ejemplo de esto. Como colonia de los Estados Unidos, ha sufrido durante más de una década las consecuencias de una depresión económica. Su estatus colonial debe llegar a su fin. Su economía debe reconstruirse. Además, los elementos clave de un programa para abordar su crisis económica y el legado del dominio colonial de los Estados Unidos coinciden plenamente con las características centrales requeridas para enfrentar la amenaza del cambio climático en el Sur Global: la cancelación de deudas insostenibles; la revocación de las políticas de libre comercio para permitir la localización de la producción, incluido, entre otros, el aumento de la producción de alimentos; y la transferencia de recursos considerables para permitir una rápida transición a la energía renovable.[xv] Es necesario que estos elementos formen parte de un GND justo y viable. Para esto, el New Deal original ofrece algunas lecciones y precedentes interesantes. Pero primero debemos darle un vistazo a la situación de Puerto Rico bajo el régimen estadounidense y su crisis actual.


Puerto Rico bajo el régimen colonial de los Estados Unidos


Puerto Rico ha sido una colonia de los Estados Unidos desde la Guerra Hispanoamericana de 1898. En una serie de decisiones en 1901, conocida como los Casos Insulares, la Corte Suprema de los Estados Unidos definió a Puerto Rico como un territorio no incorporado, una posesión, pero no parte de los Estados Unidos, bajo los poderes plenarios del Congreso [xvi].


Aunque el Congreso ha reorganizado el gobierno territorial a lo largo de los años, la naturaleza colonial de la relación se ha mantenido inalterada hasta hoy. Bajo el estatus actual, establecido en 1952 y oficialmente conocido en inglés como "Commonwealth", los puertorriqueños eligen a su gobernador y legislatura, pero estos sólo atienden asuntos insulares. Puerto Rico está sujeto tanto a la legislación federal como a las decisiones federales.


Pero el colonialismo tiene una dimensión tanto económica como política. A través de las diferentes épocas de la evolución económica de Puerto Rico desde 1898, algunas características se han mantenido constantes. Veamos seis, rápidamente [xvii].


Primero, desde 1900 la economía de Puerto Rico ha sido moldeada por los vaivenes del capital estadounidense. Las corporaciones estadounidenses han sido propietarias de los principales sectores de su economía. Tal fue el caso antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando la producción de azúcar era la principal industria, durante la expansión de la manufactura ligera desde la década de 1940 hasta la década de 1970, y durante el período siguiente, caracterizado por la manufactura con alta inversión en capital (productos farmacéuticos, por ejemplo).


En segundo lugar, bajo el control del capital externo, la evolución económica de Puerto Rico ha sido desequilibrada y unilateral (antes de 1950, monocultivo sin industria; después de eso, industria fragmentada sin agricultura); marcada por la discontinuidad (se fomenta la especialización en una actividad, que luego será abandonada para fomentar la especialización en otra actividad) y la vulnerabilidad a los cambios externos en los sectores de especialización (azúcar, petroquímica, farmacéutica). Después de 1950, esto incluyó la destrucción de la agricultura. Hoy día Puerto Rico importa más del 85 por ciento de sus alimentos.


Otra consecuencia de la dominación de la economía de Puerto Rico por el capital estadounidense ha sido la salida, en gran parte hacia los Estados Unidos, de una parte significativa de los ingresos generados en Puerto Rico. En la actualidad, se estima que alrededor de $35 mil millones salen de la isla cada año, en forma de dividendos y otros pagos. Esto es alrededor del 35 por ciento del Producto Interno Bruto de Puerto Rico. Esta cifra incluye tanto las ganancias generadas en Puerto Rico como las declaradas en Puerto Rico para fines de evasión fiscal.


En otras palabras, este capital no se reinvierte en Puerto Rico. Lo que lleva a la cuarta característica de su economía: la economía dependiente de Puerto Rico nunca ha podido proporcionar suficiente empleo para su fuerza laboral. En la actualidad, Puerto Rico tiene una tasa de participación laboral del 40 por ciento (en comparación con el 63 por ciento en los Estados Unidos). La tasa oficial de desempleo es del 10 por ciento. Incluso entre 1950 y 1964, es decir, durante el período de expansión económica de posguerra de Puerto Rico, que llevó a muchos a verlo como un modelo para otros países subdesarrollados, el número de empleos disminuyó [xviii]. En otras palabras, la manufactura no pudo compensar los empleos perdidos en la agricultura.


Esto nos lleva a la quinta característica de la evolución económica de Puerto Rico desde 1898: dada la falta de empleo, la considerable ha sido una característica de la vida puertorriqueña. Este fue el caso en las décadas de 1910 y 1920, cuando la primera colonia puertorriqueña tomó forma en Nueva York, así como en la migración masiva de la década de 1950 y durante la última década de contracción económica. Los puertorriqueños se han incorporado a la clase trabajadora estadounidense como uno de sus sectores discriminados y sobreexplotados, junto con los afroamericanos y otros latinos. Profundamente conectados y preocupados por la situación de su patria, también son parte de la clase obrera multirracial y multinacional de los Estados Unidos.


El desempleo masivo deprime los salarios, lo que profundiza la desigualdad y crea altos niveles de pobreza. Esto ayuda a explicar la sexta característica: la persistencia de la amplia brecha en los niveles de vida entre Puerto Rico y los Estados Unidos. El ingreso per cápita de Puerto Rico es un tercio de la cifra de Estados Unidos. Es la mitad del ingreso per cápita del estado más pobre, Mississippi. El ingreso familiar promedio anual en los Estados Unidos es de $53,900. En Puerto Rico es de $19,000 [xix]. Alrededor del 45 por ciento de las personas y el 55 por ciento de los niños en Puerto Rico viven por debajo del nivel de pobreza.


Consecuencias ecológicas


Enumerar todas las consecuencias ecológicas del subdesarrollo colonial requeriría mucho más espacio del que cuento en este artículo. El monocultivo del azúcar en las regiones costeras (con los efectos bien conocidos de tales formas unilaterales de cultivo) fue reemplazado por la industrialización fragmentada y la marginación de la agricultura. Ambas excluyeron una agricultura diversificada y la producción de alimentos para el mercado interno. Ambas también implican una gran dependencia de las importaciones de alimentos, con la consiguiente dependencia del transporte marítimo de larga distancia. El proceso de industrialización parcial durante el auge de la posguerra profundizó el impacto ecológico del subdesarrollo colonial. La energía hidroeléctrica fue reemplazada por plantas a base de la quema de petróleo. Los sistemas ferroviarios y de tranvías fueron desmantelados para ser reemplazados por una dependencia absoluta del automóvil. La expansión suburbana destruyó las tierras agrícolas y la vida comercial en los centros urbanos. La construcción de carreteras fragmentó el paisaje, mutiló el hábitat de muchas especies, aumentó la erosión y aceleró la sedimentación de los ríos. Se adoptaron los patrones de consumo estadounidenses, con un componente considerable de empaque y elementos desechables, lo que ha generado una enorme cantidad de desperdicios, lo que lleva a la actual crisis en la eliminación de basura.[xx] La falta de reglamentación y la implementación negligente llevaron a la urbanización indiscriminada de las playas y las zonas costeras, generando una erosión que ha alcanzado proporciones críticas en algunas áreas. Las plantas eléctricas que queman petróleo y carbón, las industrias de procesamiento de alimentos, las fábricas de cemento, las refinerías y las instalaciones petroquímicas y los petroleros que les sirven contaminaron el aire, el agua y el suelo en la isla y todos sus alrededores.


A medida que la ola inicial de inversiones en manufactura ligera flaqueó, a mediados de la década de 1960 los planificadores gubernamentales adoptaron un programa centrado en el petróleo: la isla se convertiría en un centro de refinación de petróleo, de la industria petroquímica y operaciones relacionadas, incluidas las instalaciones portuarias para los petroleros y otros buques necesarios para tales actividades. Afortunadamente, y en gran parte gracias a la oposición generalizada, Puerto Rico no se transformó en la petro-isla prevista por algunos. Pero se construyeron suficientes operaciones relacionadas con el petróleo para infligir daños significativos en la isla, como parte del ataque de la industria de los combustibles fósiles al planeta.


En años recientes, una parte significativa de la industria turística ha dependido de las operaciones de cruceros, uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero, por mencionar solo una de sus terribles consecuencias ecológicas. Para completar este sombrío récord, después de que el monocultivo de azúcar fue reemplazado por el abandono de la agricultura, en los últimos años Puerto Rico se ha convertido en la sede de experimentos y operaciones de prueba realizadas por Monsanto, cuyos fertilizantes químicos, pesticidas y cultivos genéticamente modificados son lo opuesto a la agricultura ecológica que Puerto Rico y el mundo necesitan.


Ashley Dawson ha trabajado el término "ciudades extremas", ubicadas en las zonas costeras y en la trayectoria de los huracanes y tifones. A menudo estas ciudades se caracterizan por un crecimiento urbano no planificado, una pobreza generalizada y una infraestructura inadecuada o frágil. Son particularmente vulnerables al impacto del cambio climático [xxi]. Puerto Rico tal vez puede describirse como una isla extrema, un diagnóstico trágicamente confirmado por el impacto humano y material del huracán María en 2017 [xxii].


Notas:

[i] Hay una cantidad considerable de literatura sobre el capitalismo y el ambiente. Vea por ejemplo: John Bellamy Foster, Fred Magdoff, What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism. A Citizen's Guide to Capitalism and the Environment (New York: Monthly Review, 2011); John Bellamy Foster, The Ecological Revolution. Making Peace with the Planet (New York: Monthly Review, 2009); Daniel Tanuro, Green Capitalism: Why it Can't Work (London-Amsterdam: Merlin, Resistance, IIRE, 2013). [ii] John Bellamy Foster, Marx's Ecology. Materialism and Nature (New York: Monthly Review, 1999). [iii] La teoría marxista de la crisis capitalista es ciertamente un tema de considerable debate. Para un análisis sobre la crisis del 2008, vea Andrew Kliman, The Failure of Capitalist Production. Underlying Causes of the Great Recession (London, Pluto Press, 2012). Para una discusión sobre la crisis y los periodos largos de depresión, vea Ernest Mandel, Long Waves of Capitalist Development. A Marxist Interpretation (London: Verso, 1995). [iv] Ashley Dawson, "A greener New Deal?", New Politics, Vol. XVII, No. 2, Winter 2019. https://newpol.org/issue_post/a-greener-new-deal/ [v] Pablo Gluzmann, Martin Guzman, Joseph E. Stiglitz, "An Analysis of Puerto Rico’s debt: relief needs to restore debt sustainability", Espacios Abiertos, 2018) 51. http://espaciosabiertos.org/wp-content/uploads/2018/03/DSA-English.pdf. [vi] Michael Löwy ha señalado que separar las necesidades reales de las falsas y reducir toda la producción innecesaria requiere suprimir la industria publicitaria. Las necesidades verdaderas serían aquellas “que persistan sin el beneficio de la publicidad”. Michael Löwy, "Ecology and Advertising" en Ecosocialism. A Radical Alternative to Capitalist Catastrophe (Chicago: Haymarket 2015), 41-51. [vii] Este punto está bien argumentado en Daniel Tanuro, Green Capitalism…; Ashley Dawson "A Greener New Deal?"; Mark Burton, Peter Sommerville "Degrowth: a defence", New Left Review, 115, Jan-Feb 2019, 95-104. https://newleftreview.org/issues/II115/articles/mark-burton-peter-somerville-degrowth-a-defence; Erald Kolasi, "Energy, Economic Growth and Ecological Crisis", Monthly Review, Vol. 71, Issue 2 (Junio 2019) https://monthlyreview.org/2019/06/01/energy-economic-growth-and-ecological-crisis/. [viii] Löwy, "Ecosocialism and Democratic Planning" in Ecosocialism, 35; "Why Ecosocialism: For a Red-Green Future" (Diciembre 2018) https://www.tellus.org/pub/Lowy-Why-Ecosocialism.pdf. [ix] Lowy "Ecosocialism and Planning", 19-39. [x] Vaios Triantafyllou, "John Bellamy Foster on the Green New Deal" (12 febrero 2019) https://climateandcapitalism.com/2019/02/12/john-bellamy-foster-on-the-green-new-deal/ [xi] Richard Seymour, "What's the Deal with the Green Deal?" (27 abril 2019) https://mronline.org/2019/04/27/whats-the-deal-with-the-green-new-deal/. [xii] Para ver la Resolución de la Cámara de Representantes 109 de la representante Ocasio-Cortez y el representante Markey, acceda al enlace a continuación: https://www.congress.gov/116/bills/hres109/BILLS-116hres109ih.pdf [xiii] Dawson, "A Greener New Deal?"; Peter Hudis, "The Green New Deal: Realistic Proposal or Fantasy?" (26 mayo 2019) https://newpol.org/the-green-new-deal-realistic-proposal-or-fantasy/ [xiv] Este punto se argumenta con fuerza en Naomi Klein, This Changes Everything. Capitalism vs. the Climate (Simon and Schuster, 2014). [xv] Esto lo argumenté en mi reseña sobre el libro de Klein This Changes Everything: "Capitalismo fósil" (24 octubre 2014) http://www.80grados.net/capitalismo-fosil/. [xvi] Entre los cuales el más importante es Downes v. Bidwell, 182 U.S. 244 (1901). [xvii] Para más sobre la historia económica, política y cultural de Puerto Rico bajo el régimen estadounidense, vea: César J. Ayala, Rafael Bernabe, Puerto Rico in the American Century: a History Since 1898 (Chapel Hill: U. of North Carolina Press, 2006). Para abundar sobre la historia económica de Puerto Rico, vea James L. Dietz, Economic History of Puerto Rico (Princeton: Princeton University Press, 1987) y Puerto Rico: Negotiating Development and Change (Boulder: Lynne Rienner, 2003). [xviii] Empleo total en Puerto Rico, 1950: 603, 000; 1963: 586,000. Ayala, Bernabe, 195. [xix] Lara Merling, Kevin Cashman, Jake Johnston, Mark Weisbrot, "Life after Debt in Puerto Rico: How Many More Lost Decades?" (Washington D.C.: Center for Economic and Policy Research, 2017), 9. [xx] Rafael Bernabe "Isla desechable" (14 septiembre 2012) http://www.80grados.net/isla-desechable/ Sobre este tema, vea: Heather Rogers, Gone Tomorrow. The Hidden Life of Garbage (New Press, 2005). [xxi] Ashley Dawson, Extreme Cities. The Peril and Promise of Cities in the Age of Climate Change (London: Verso, 2017). [xxii] Rafael Bernabe "La isla extrema (o su resiliencia y la nuestra)" (1 diciembre 2017) http://www.80grados.net/la-isla-extrema-o-su-resiliencia-y-la-nuestra/

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