Por Rui Costa Santos
1. La noche de 10 de marzo: la crisis del centro, la peor noche de la izquierda y la subida espectacular de la extrema derecha
Cuando por la tarde del pasado 10 de marzo de 2024 empezamos a saber por la televisión que aumentaba la participación electoral en las elecciones legislativas portuguesas por segunda vez consecutiva, se escuchó regocijo por parte de líderes políticos y de comentadores televisivos.
Por algunas horas, hubo también alguna esperanza de que, ante los resultados de las encuestas que apuntaban a una subida extraordinaria del partido de extrema derecha “Chega” [1], el sobresalto ciudadano pudiera derrotar la amenaza antidemocrática. Este partido se caracteriza por tendencias populistas-fascistas cercanas a la extrema derecha tradicional presente en partidos como el Rassemblement National (RNF) de Marine Le Pen en Francia, el Vox de Abascal en España, los Fratelli d'Italia de Meloni, y que presenta similitudes en Latinoamérica en líderes como Milei en Argentina o Bolsonaro en Brasil. Finalmente, a las ocho de la noche, supimos los primeros resultados nacionales que defraudaron esas expectativas.
Dos años después de unas elecciones legislativas anticipadas en que el Partido Socialista (PS) obtuviera la mayoría absoluta que normalmente le permitiría gobernar tranquilamente, el PS pasó de 41,37% a 28,0%, perdiendo 489 mil votos y regresando a la votación que había alcanzado en las elecciones del 2015 y del 2019. Por otro lado, la coalición de derechas Alianza Democrática (AD) aumentó su votación por menos de 200 mil votos, y de 27,8% pasó solamente a 28,6%. Sumando la votación del PS y de AD, que
se han alternado en el poder desde el fin del proceso revolucionario en 1976, se ve una reducción en los votos recibidos del 2022 para el 2024, de 3.920 millones (70,47% del total) a 3.679 millones (56,84%). Los dos principales partidos del sistema partidario portugués, el PS (partido socialista, nominalmente socialdemócrata), y el PSD (socialdemócrata de nombre, aunque realmente social liberal, de centroderecha) se alternaron en el poder desde las primeras elecciones constitucionales en 1976. En síntesis, la coalición de derecha AD ganó las elecciones con poco más de 50 mil votos sobre el PS. Mientras tanto, los partidos a la izquierda de la izquierda del PS - BE y CDU, reducidos a su mínima expresión desde que hay elecciones libres en Portugal, obtuvieron menos de 500 mil votos. En contraste, el bloque político que más creció fue la extrema derecha neoliberal (IL) y filofascista (Chega), alcanzando más de 1.4 millón de votos y 23% del total.
2.El sistema político y parlamentario portugués
Antes de avanzar, importa mencionar algunos datos sobre el sistema político portugués. En Portugal, existe una sola cámara legislativa (de 230 miembros), que se divide en 22 circunscripciones, de las cuales 18 corresponden a regiones de Portugal continental, 2 a los archipiélagos de Açores y Madeira, y 2 a los círculos de emigración de Europa y fuera de Europa. Los 230 diputados se reparten de la siguiente forma: 4 para los círculos de migración, 5 para Açores y otros 5 para Madeira, y 216 que se dividen de acuerdo con la población de cada una de las circunscripciones. En Portugal, se aplica un sistema semi-proporcional de distribución de los diputados, de acuerdo con las votaciones alcanzadas por los partidos (o coaliciones partidarias) en cada circunscripción. Los electores votan en listas cerradas y ordenadas, votando así por partidos y no por candidatos individuales.
En lo que respecta a la formación de los gobiernos, el presidente de la República, elegido en las elecciones presidenciales, tiene la responsabilidad de designar al primer ministro de acuerdo con los resultados obtenidos en las elecciones legislativas. Hasta la actualidad, hemos tenido gobiernos en diversas modalidades: gobiernos de un solo partido con mayoría absoluta (ya sea del PS o PSD), gobiernos de coalición preelectoral (como el de PSD-CDS), gobiernos de minoría (liderados por PS o PSD), y gobiernos formados mediante coaliciones postelectorales (PSD y CDS). Hasta 2015, sin embargo, cada vez que el PS gobernó, lo hizo ya sea en minoría, con mayoría absoluta, o en coalición con partidos de derecha. Estas coaliciones incluyeron al CDS, partido de derecha conservadora, en 1978, o así como una alianza con el PSD entre 1983 y 1985, gobierno conocido como "del bloque central”.
El sistema político y partidario existente en Portugal surgió de un proceso revolucionario (conocido como PREC), comenzado el 25 de abril de 1974, que fue posibilitado por el derrumbe de la dictadura por el ejército, ante una guerra colonial que duró trece años (desde 1961). El proceso revolucionario en curso (PREC) es el nombre utilizado para describir ese periodo en el que se desarrollaron fuertes movilizaciones populares. Durante este tiempo, se observaron procesos de autogestión de fábricas, ocupaciones de propiedades agrícolas y casas abandonadas, formación de cooperativas de vivienda, así como la sustitución de direcciones patronales por comisiones de trabajadores. Simultáneamente, la clase capitalista buscaba reconstruir el Estado mediante un proceso político y una lucha social que se prolongó por más de un año y medio.
En abril de 1975, se llevaron a cabo las elecciones constituyentes, donde por primera vez el PS y PSD fueron los partidos más votados, obteniendo respectivamente el 37% y 26% de los votos. Desde ese momento, ambos partidos se han alternado en el poder, exceptuando el periodo entre 1983 y 1985 en que gobernaron juntos. Eso ocurrió justo después de un gobierno de coalición de derecha, conocido como AD, que gobernó en un contexto en que las tensiones sociales y políticas heredadas del periodo revolucionario seguían muy presentes. La inestabilidad económica y la voluntad de las clases dominantes de frenar las contestaciones sociales, junto con el proyecto de integración en la CEE (actual UE) que unía ambos partidos, así como el acuerdo con el FMI firmado en ese mismo año, llevó a que PS y PSD se unieran en el poder después de la caída del gobierno de coalición de AD. En las elecciones de 1983, el PS ganó con 36% de los votos, mientras que el PSD y el CDS, los dos partidos de AD, perdieron diputados. La coalición APU, formada por el PCP, partidos comunista y otro partido de izquierda MDP-CDE, aumentó su respaldo, obteniendo más de 18% de la votación por segunda vez y alcanzando un millón de votos. Fue entonces que el PS, ganando las elecciones sin obtener la mayoría absoluta de los diputados y sin estar dispuesto a acordar con el PCP una alianza contraria a los intereses de las clases dominantes, firmó ese acuerdo con el PSD, con quien compartiría el gobierno. Sin embargo, en 1985, un cambio en el liderazgo del PSD llevó a una ruptura de ese gobierno, dando lugar a nuevas elecciones que marcarían la próxima década. Desde 1985 hasta 2009, la votación conjunta de estos dos partidos osciló entre los 73% y los 80%, siendo el periodo en que el bipartidismo, basado en el ‘consenso’ en la integración europea, pareció más estable.
El 1985, también marcó el inicio de la caída electoral progresiva del PCP, descendiendo desde el más de 18% obtenido en 1983 a 6,94% en 2002. Esa caída, aunque parcialmente común al fenómeno que se verificó en otros partidos comunistas europeos (en Francia, Italia o España), tuvo características específicas en Portugal, siendo mucho más lento el proceso por la fuerte implantación del PCP en sectores centrales de la clase obrera portuguesa. Esta presencia, que se había fortalecido durante la dictadura, se había acentuado durante el proceso revolucionario. Desde ese año hasta 2015, el PCP, con un nuevo líder y después de una crisis interna que agitó el PCP entre 1998 y 2001, lograría recuperar un poco su votación, alcanzando 8,25% de los votos en 2015. Efectivamente, el PCP ya había conocido una grave crisis entre 1987 y 1991, años de la caída final de la URSS, siendo todavía su líder el histórico Álvaro Cunhal, quien era secretario general del partido desde el periodo de la dictadura. Entre 1987 y 1995, Portugal conoció dos gobiernos consecutivos del PSD con mayoría absoluta. Estos gobiernos contribuyeron a cerrar definitivamente el periodo de inestabilidad política anterior y a eliminar de la constitución de 1976 las normas constitucionales más directamente heredadas del periodo revolucionario, reprivatizando gran parte de lo que había sido nacionalizado durante el PREC (1974-1976), una medida que fue impulsada por el proceso de integración europea y el Tratado de Maastricht, firmado en 1992.
3. La reconfiguración de la izquierda al final de la década de los 90 con el surgimiento del Bloque de Izquierda
Al final de la década de los 90, en la izquierda del PS además del PCP, predominaban pequeños partidos que desde 1979 no lograban ninguna representación parlamentaria. Ante la incapacidad del PCP de recuperar el apoyo electoral de los años 80, tres partidos—PSR, UDP y Política XXI—fundaron un nuevo partido, el Bloque de Izquierda (BE). El PSR estaba vinculado a una corriente de la 4ª Internacional, mientras que el Secretariado Unificado UDP tenía orígenes en el maoísmo (pro-albanés), y Política XXI agrupaba un sector de antiguos miembros del PCP. En los primeros años de su existencia, BE logró rápida y sostenidamente aumentar su apoyo electoral hasta que en 2009 sobrepasó la coalición electoral del PCP (CDU) con el Partido Ecologista «Os Verdes» (PEV). En el 2009, no solamente la izquierda parlamentaria a la izquierda del PS alcanzaría más de 1 millón de votos y 17,6% de los votos agregados (446 mil, de CDU, y 558 mil, de BE), sino que también, por primera vez, desde 1985, la votación agregada de PS y PSD se redujo a un 65%.
Dos años más tarde, en 2011, la crisis financiera internacional comenzada en 2007-2008 provocó una nueva crisis financiera en Portugal, llevando inicialmente el gobierno portugués a apoyar a la banca privada nacional, que posteriormente resultaría en una crisis en las finanzas públicas. En un intento para impedir la quiebra del capitalismo financiero nacional, el gobierno portugués socializó la deuda de los bancos, lo que resultó en un rápido crecimiento de la deuda pública. Como consecuencia, el gobierno de PS tuvo que solicitar un rescate financiero a la Comisión Europea, al Banco Central Europeo y al FMI. Como contrapartida al rescate financiero, se implementaron políticas de austeridad que impactaron fuertemente el periodo político siguiente. Inmediatamente después de firmado este acuerdo, se convocaron nuevas elecciones legislativas que llevaron al PSD y al CDS al gobierno, los mismos dos partidos de derecha que ya habían gobernado juntos en el pasado (1979-1983; 2002-2005). En las elecciones de 2024, volvieron a presentarse en una coalición preelectoral de nombre AD, repitiendo la misma designación que habían presentado en la primera vez en que la derecha gobernó (1979-1983), con el objetivo de contrarrestar el declive electoral de estos dos partidos tradicionales de la burguesía, como se puede constatar mirando el Cuadro 1.
En las elecciones de 2015, los dos partidos tradicionales de la derecha (PSD-CDS) que se presentaron a elecciones en coalición después de gobernar juntos por cuatro años, obtuvieron la victoria, pero sin alcanzar la mayoría parlamentaria. El PS se quedó en segundo lugar, recuperando algunos votos y escaños, pero sin alcanzar la victoria esperada después de estar cuatro años en la oposición. Mientras tanto, la coalición CDU (PCP-PEV) solo recuperó cinco mil votos, y el BE alcanzó prácticamente el mismo resultado que en las elecciones de 2009. En conjunto, CDU y el BE sumaron casi un millón de votos. Ante la victoria de una coalición de derecha algo inédito ocurrió: se estableció un acuerdo postelectoral entre el PS y los partidos a su izquierda, incluyendo al BE, PCP y PEV.
El surgimiento del BE en el sistema partidario portugués en 1999, marcó un cambio significativo en el panorama político portugués, que hasta entonces se había basado en cuatro partidos históricos: el partido comunista (PCP) en la izquierda, el Partido Socialista en el centro-izquierda; el PSD en el centro-derecha; y el CDS en la derecha conservadora. Durante las primeras dos décadas de su existencia, de 1999 a 2019, el BE experimentó un crecimiento constante hasta alcanzar su mejor votación en 2009 (558 mil votos), una cifra que igualaría en 2015 (550 mil votos) y 2019 (500 mil votos), ocupando así un espacio correspondiente a 10% de los votos. Desde el punto de vista programático, el BE se distinguía del PCP al definirse más como movimiento que un partido, sin adoptar una posición de clase definida sino buscando representar intereses interclasistas. Buscaba atraer a sectores de la población que no necesariamente se identificaban con las luchas económico-políticas como la IVG, pero sí con luchas como la legalización del matrimonio y adopción por parte de la comunidad LGBTQ+, y la libertad de cultivo del cannabis para consumo personal. Esto le permitió llegar a sectores de la población liberales (aunque no necesariamente de izquierda desde el punto de las políticas económicas y sociales), atrayendo sectores de la juventud y parte de la clase obrera que se sentía distante tanto del PS como del PCP. A diferencia del PCP, que desde finales de los 70 se oponía a la integración de la Unión Europea y al euro, el BE apostaba a un discurso que, siendo crítico del neoliberalismo presente en la legislación económica europea, pretendía una transformación de la UE por la izquierda. Creía en la posibilidad de influir e impulsar la transformación de la UE desde adentro. Es decir, impulsar el surgimiento de partidos que tuvieron origen en rupturas en la social democracia y en la crisis de los partidos comunistas europeos de orientación estalinista prosoviéticos europeos, como el Die Linke de Alemania (creado por Oscar Lafontaine, ex-ministro del SPD, que surgió del proceso de unión con la antigua SED), el partido dirigente de la antigua RDA, el Partido de Izquierda de Francia (creado por Jean-Luc Melenchon, ex-miembro del PSF, juntamente con nuevos partidos o coaliciones que posteriormente se crearon), el Syriza en Grecia, o Podemos en España. Durante su primera década de existencia, el BE logró acaparar una proporción creciente del voto de los jóvenes, mientras que el PCP tenía dificultades para llegar a ese mismo segmento. Sin embargo, el PCP seguía controlando la principal central sindical portuguesa, CGTP, lo que le permitía tener presencia en las luchas laborales que el BE o el PS no tenían.
A pesar de la gran capacidad del BE para expandir su influencia social y electoral, en contraste con el PCP, su electorado parecía mucho más inestable a los cambios en los ciclos electorales. Esto se evidenció en 2011, cuando el PS no logró aprobar un nuevo paquete de medidas de austeridad económica, y se vio forzado a renunciar en las elecciones anticipadas. Mientras la votación del PCP casi no se alteró, el BE perdió casi la mitad de sus votos y de sus representantes.
A pesar de las diferencias entre el BE y el PCP, hasta el 2015 el PS nunca mostró disposición para negociar ningún acuerdo de gobierno con ellos. Tampoco pareciera que los dos partidos de izquierda estuvieran dispuestos a abdicar de su programa para alcanzar puestos en el gobierno. De algún modo, estos dos partidos estaban al margen de las negociaciones inherentes a la disputa del poder político, lo que posiblemente los hacía además de ser receptores del voto ideológico y de los distintos sectores de la clase trabajadora, también ser vistos como opciones para expresar el voto de protesta.
4. El año de 2015: después de la crisis griega, la esperanza de la "geringonça"
En la noche de las elecciones de 2015, luego de que la coalición de derecha celebrara la victoria electoral, tanto los líderes del PCP como del BE reaccionaron diciendo que el PS tenía las condiciones necesarias para gobernar. En las semanas siguientes, y ante la incredulidad del presidente de la república (Cavaco Silva, antiguo líder del PSD) y de los líderes de la coalición de derecha, las negociaciones entre los cuatro partidos—PS, BE, PCP y Verdes— culminaron en la firma de documentos entre ellos. Se comprometieron a que el BE, PCP y Verdes analizarían los presupuestos presentados por el PS, sin comprometerse a aprobarlos. Además, negociaron detener la privatización de la aerolínea TAP y las compañías de transporte público en Lisboa y Porto. También acordaron aumentar el salario mínimo durante los siguientes cuatro años de la legislatura, cuya actualización había sido detenida por varios años en la legislatura anterior. A diferencia de las coaliciones anteriores, ninguno de estos partidos exigió formar parte del gobierno, con el fin de preservar su independencia respecto al PS y su gobierno. Un aspecto crucial de estos acuerdos fue el «respeto a los compromisos internacionales del país» ante la Comisión Europea y el BCE, que el PS no estaba dispuesto a cuestionar, y con el cual el BE y PCP, aceptaron transigir, a pesar de todas las consecuencias que esto implicaría. Es paradójico que ambos partidos perdieron en las elecciones legislativas del 2019. Perdieron, aunque ambos insistieron en decir que el gobierno era del PS y no de ellos, y lo hicieron, aunque criticaron las retenciones de gasto acordadas, y que luego el ministro de finanzas no permitía gastar, así como a pesar de la obsesión en presupuestos superavitarios sin ejecutar las inversiones públicas acordadas con BE y PCP. Y perdieron, a pesar de criticar el rechazo del gobierno «socialista» a eliminar la legislación laboral que debilita a los sindicatos frente a la clase patronal y dificulta la negociación colectiva. El BE perdió 50 mil votos, manteniendo el mismo grupo parlamentario, mientras que CDU, liderada por el PCP, perdió más de 110 mil votos, y 5 de los 17 diputados, lo que significó la primera gran quiebra electoral desde 2002. Nunca antes de 2002, la coalición CDU se había quedado por debajo de los 400 mil votos. En las elecciones de 2022 y 2024, CDU volvió a caer, ahora por debajo de 300 mil votos. Respecto al BE, perdió más de la mitad de sus votos en 2022 (de 500 mil a 244 mil en 2019) y, aunque recuperó 30 mil votos en 2024, mantiene los 5 representantes con que se quedó en 2022, aún está lejos de los 19 escaños obtenidos en 2015 y 2019.
Aunque los acuerdos entre los partidos de izquierda y el PS hubiesen logrado detener el programa electoral que algunos consideraban el más neoliberal dentro de dicho partido, así como devolver algunos derechos (como días feriados eliminados durante el gobierno anterior, la eliminación de tasas para acceder a los servicios públicos de salud de urgencia) y alcanzar otros (como la implantación de una tarjeta mensual con descuento para transporte público intermunicipal), surgieron nuevos problemas sociales (como el acceso a la vivienda), y otros empeoraron (en los sistemas públicos de salud y de educación).
Mientras que, en otros países de Europa central, el Estado de bienestar social se creó al final de la Segunda Guerra Mundial, en Portugal no hubo un sistema de salud público y universal hasta el final de la década de 70. Esta fue precisamente una de las conquistas de la revolución empezada el 25 de abril de 1974. Tampoco existió un sistema público de retiro universal, por lo que la construcción del estado de bienestar social en Portugal se considera como una de las consecuencias del proceso revolucionario. Resultó significativo que, durante los años del primer gobierno de PS, la izquierda hiciera una intensa campaña en pro de una nueva legislación del sistema público de salud (SNS). Figuras destacadas como António Arnaut, fundador del PS y antiguo responsable por la creación de la ley que introdujo el SNS, y João Semedo, médico y militante del BE, abogaban por esta nueva legislación con el objetivo de revertir las modificaciones, que desde la fundación del SNS en 1979, habían permitido que alianzas público-privadas empezasen a transformar un sistema que era inicialmente completamente público. A pesar de que esta ley se aprobó, en el presupuesto anual destinado al sector de la salud, cerca de la mitad de este se destina al pago de servicios prestados al sector privado. Esto evidencia cómo el Estado se beneficia de su propia falta de inversión en los servicios públicos correspondientes.
Otro problema del sistema de salud es el movimiento creciente de profesionales (médicos y enfermeros) del sistema público para el sector privado o para el extranjero. El déficit de profesionales de salud se debe obviamente a la competencia creciente del sector privado y al hecho de que los cuidados de salud han sido de los sectores económicos en que la inversión privada más invirtió en las últimas décadas. Esto se debe a la reducción de la presencia del Estado en la prestación de servicios, anteriormente considerados públicos y universales. Esta reducción responde a su vez a la ideología neoliberal dominante de la que la legislación europea igualmente es guardiana.
Parte de los problemas que los partidos de izquierda enfrentaron en las negociaciones con el PS fue la pérdida de control sobre decisiones clave en política macroeconómica. Estas decisiones, que van más allá del control de la moneda e incluyen aspectos como la política industrial, agrícola, pesquera y de inversión pública, dejaron de ser decididas por el gobierno elegido, y por lo tanto no pueden ser cambiadas si un gobierno distinto (antineoliberal o anticapitalista) gana las elecciones. Está limitación persiste a menos que el gobierno estuviera dispuesto a desobedecer a la legislación comunitaria que rige en todos estos niveles, la cual está fuera del control del poder público nacional. En ese contexto, cualquier gobierno que pretendiera aplicar un programa de izquierda de ruptura con el neoliberalismo, que no fuera el gobierno de una de las principales potencias europeas, tendría que rememorar lo sucedido en Grecia en 2015. Por lo tanto, debe estar preparado para movilizar a su electorado para ese enfrentamiento, ya que, de lo contrario, sería un fracaso.
Importa también recordar que las políticas de austeridad, o de contención del gasto del Estado en políticas sociales (de redistribución de renta) o de inversión pública, tienen para las clases dominantes una función nuclear y el ejército industrial de reserva es fundamental para controlar el crecimiento de los salarios y las reivindicaciones obreras. Esas políticas de austeridad están explícitas, no solamente en toda la legislación económica europea desde el Tratado de Maastricht, firmado en 1992, como también en la política fiscal y monetaria del Banco Central Europeo (BCE) que está mayormente preocupado por la estabilidad de los precios, como se ve en la reciente decisión de mantener elevada la tasa de interés para combatir supuestamente la inflación. A pesar de la crítica de quienes dicen que la inflación no se debe a una elevada demanda sino a la situación internacional, el BCE avisa que solo estará dispuesto a bajar la tasa de interés si los sindicatos aceptan aumentos salariales por debajo de la inflación.
Esa política fiscal de la UE, que aumenta la probabilidad de una recesión económica en Europa, debe igualmente ser vista desde la óptica de Kalecki, quien, al escribir sobre el pleno empleo, dijo que a los líderes empresariales “el pleno empleo duradero no les agrada en absoluto. Los trabajadores se encontrarían ‘fuera de control’ y los ‘capitanes de la industria’ estarían ansiosos de ‘darles una lección’”[2], razón por la cual la austeridad presupuestaria como política económica impide que se apliquen políticas de pleno empleo con efecto más duradero. Idéntica tesis fue presentada recientemente por Clara Mattei en el libro The Capital Order. How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism (2022).
5. 2019: El agotamiento de la "geringonça" y el surgimiento de la extrema derecha
En 2019, cuando la situación internacional era distinta de 2015, en Grecia, Syriza perdió las elecciones después de gobernar por cuatro años. Podemos, que había surgido abruptamente en la sociedad española y llegó a alcanzar una 20% de los votos en elecciones generales, estaba en caída y en un proceso de institucionalización creciente, mientras buscaba forzar el PSOE a aceptar pactar un gobierno de coalición; en Francia gobernaba Macron, antiguo ministro de Finanzas del gobierno de François Hollande. El PSF, que desde el final de la década de 70 logró la hegemonía en la izquierda francesa que anteriormente disputaba con el PCF, prácticamente desaparecía, y el programa de la antigua socialdemocracia también ya había sido abandonado en los años 80, cuando todavía Mário Soares, Felipe Gonzalez o François Mitterrand eran los líderes de los PS de Portugal, España o Francia respectivamente. No solamente en Europa el mundo estaba cambiando. Trump ganó las elecciones en EE. UU., y Bolsonaro en Brasil.
Hasta 2019, Portugal no tenía ningún partido de extrema-derecha mínimamente relevante. Hubo una extrema-derecha [extraparlamentaria] bastante activa en finales de los años 70, matando y explotando bombas, pero en las décadas siguientes estuvo invisible, excepto la extrema-derecha neonazi, que asesinó a José Carvalho (en 1989) o a Alcino Monteiro (en 1995). En términos partidarios, hubo diversos intentos de crear un partido de extrema-derecha que el Tribunal Constitucional sucesivamente negaba, porque en la Constitución se prohíben “organizaciones racistas o que sostengan la ideología fascista”. A través de otra estrategia – cambiando el programa y el nombre de un partido ya existente – un sector de la extrema-derecha tradicional logró finalmente crear un partido (PNR, actualmente “Ergue-te”) que nunca logró alcanzar la cantidad de votos mínima para conseguir elegir representantes.[3] Esta realidad cambió en 2019 por la mano de un antiguo militante del partido de centro-derecha, PSD, André Ventura, quien, en 2017, se hiciera conocido en unas elecciones locales como candidato por el PSD, por declaraciones racistas en contra de la comunidad gitana. En ese momento, el partido protegió a su candidato, quien dos años más tarde, aprovechando la notoriedad pública que había alcanzado como comentador de fútbol en la televisión, creó en pocos meses un partido político que se beneficiará de esa notoriedad que nunca ningún otro líder de extrema-derecha había alcanzado.
Distinto a su hermano menor (“Ergue-te”), que más claramente declara su fidelidad a la dictadura derrumbada en 1974 y a su dirigente máximo durante décadas, Salazar, André Ventura tiene un discurso ambiguo sobre la misma dictadura, así como en torno a la mayoría de las otras cuestiones. Hizo como la extrema derecha francesa, que desde que Marine Le Pen sustituyó a su padre, Jean-Marie Le Pen, cambió el nombre del partido, el nombre con el que se presenta públicamente (dejó caer Le Pen, siendo solamente Marine), aunque se mantiene la misma agenda de antes – antinmigración, nacionalismo conservador (en contra derechos sexuales de las mujeres y de la comunidad lgbtqi+) – se presenta mediáticamente de forma distinta. Así, el partido Chega, cuyo programa político que presentó en las elecciones de 2022 consistía de siete páginas y una portada solo con el logotipo del partido, dirige ahora su ataque a la migración de comunidades que supuestamente son una amenaza a la cultura cristiana y europea, porque entre sus electores se encuentran sectores religiosos y conservadores de origen brasileño que son parte de la comunidad migrante de mayor dimensión en Portugal. Por otro lado, en Brasil, entre esos sectores que apoyan a Bolsonaro se encuentran también muchos emigrantes portugueses que contribuyeron para que Chega lograse ser el partido más votado en el círculo de migración extra-europeo. Así, mientras en las elecciones de 2015, los partidos de izquierda – BE (con 550 mil) y CDU (con 445 mil) – habían alcanzado, en conjunto, 995 mil votos, en 2019, la izquierda pierde votos y diputados: BE (con 500 mil) pierde 50 mil votos, aunque mantiene sus 19 diputados, y CDU (con 332 mil) pierde más de 100 mil votos y pierde 5 de los 17 diputados, quedándose con 12. En sentido contrario, el PS gana 200 mil votos, apareciendo también el Livre (Libre), partido de centroizquierda, que por su posición ante la UE se encuentra más cercano del PS, que logra elegir un diputado, así como el partido animalista, PAN.
No obstante, fue en la derecha que se verificó la principal transformación: frente a la caída progresiva del CDS, que se vio reducido a 5 diputados y que en 2022 perdió toda su representación; dos partidos surgieron en 2019 que ocuparon desde ese momento el espacio más a derecha del parlamento: IL (Iniciativa Liberal) y Chega, cada uno con 1 representante.
Iniciativa Liberal representa el neoliberalismo más radical, cuya principal diferencia en relación con Chega es que no es conservador en lo que concierne a los derechos de las mujeres, de las comunidades LGBTQI+, y que tampoco es antinmigración ni nacionalista como Chega. Comparten, sin embargo, la agenda económica y social relativa a la presencia del Estado en la economía (y principalmente en los servicios públicos de educación, salud, de empleo y vivienda) y en la protección social. En esas elecciones del 2019, el CDS obtuvo 221 mil votos, mientras IL y Chega obtuvieron 67 mil votos cada uno (en conjunto, 355 mil votos los tres partidos). Las dos elecciones legislativas posteriores confirmaron las transformaciones en la derecha.
Cuadro 1
2011 | 2015 | 2019 | 2022 | 2024 | |
PSD - CDS |
2.812 m. |
1.993 m. |
1.677 m. |
1.707 m. |
1.867 m. |
Nuevos partidos de derecha: IL - Chega |
- |
130 m. |
672 m. |
1.488 m. | |
PS |
1.568 m. |
1.747 m. |
1.908 m. |
2.301 m. |
1.812 m. |
Izquierda radical BE - CDU |
729 m. |
995 m. |
832 m. |
482 m. |
476 m. |
En el 2022, IL, de 1 diputado pasa a 8 diputados (273 mil votos), mientras Chega pasa de 1 a 12 diputados (con 399 mil votos). En el 2024, IL mantuvo los 8 diputados del 2024, aunque aumentando su votación en 50 mil votos (319 mil votos) y Chega alcanza 50 diputados (y 1.169 mil votos) en el 2024, mientras el CDS solo regresa al parlamento porque hizo una coalición preelectoral con PSD que le permitió garantizar 2 diputados. En síntesis, los dos partidos de la extrema derecha ultraliberal y filofascista que surgen el 2019 ocupan el espacio que anteriormente se encontraba ocupado por el CDS y parte del PSD. Esa extrema derecha sube de menos de 130 mil votos, el 2019, a 672 mil votos, el 2022, y a 1.488 millones de votos, el 2024, mientras el PSD y el CDS, en el mismo periodo, pasan de 2.086 millones, el 2015, a 1.679 millón, el 2019, a 1.707millón, el 2022, a 1.866, el 2024, sin lograr acercarse a la cantidad de 2.812 millones de votos con que habían ganado las elecciones el 2011.
Por otra parte, desde 2019 la centroderecha y la derecha tradicional no han logrado alcanzar el apoyo electoral que les había permitido la mayoría parlamentaria el 2011, quedándose a 1 millón de votos de los 2.8 millones que obtuvieron en 2011. La recuperación de la mayoría parlamentaria por la derecha se da principalmente porque desde 2019 surgen dos factores fuera de la derecha de los partidos tradicionales (PSD y CDS). Mientras entre 2015 y 2022 el PS logra recuperar 800 mil votos, pierde 500 mil en las elecciones del 2024, y la izquierda radical perdió 520 mil de los votos alcanzados el 2015.
6. De 2022 a 2024: de la mayoría absoluta de PS a al auge de la extrema derecha
Después de las elecciones del 2019, y principalmente después de las elecciones del 2022, en que el PS obtiene mayoría absoluta, este partido no siente más necesidad de negociar con los partidos de izquierda. En los dos primeros años del primer gobierno del PS – esencialmente enfocados en reestablecer algunos derechos perdidos durante el gobierno de derecha (2011-2015) y durante la presencia de la Troika (2011-2014), no estuvo dispuesto a concesiones más importantes, sea en el refuerzo estructural de los sistemas públicos de salud, educación, en las políticas de vivienda, ante la subida exponencial de los precios, o en la legislación laboral. Así, ante el rechazo sistemático de PS a conceder a BE y PCP o PEV políticas que les permitan justificar el voto favorable a los presupuestos, al final de 2021, BE y PCP votan en contra de los presupuestos esperando que el PS presente una nueva propuesta de presupuestos que acoja algunas de las demandas de estos partidos. No obstante, António Costa, creyendo que podría alcanzar finalmente una mayoría absoluta, contando con el apoyo de la comunicación social que apuntaría a los partidos de izquierda la responsabilidad por la caída del gobierno de PS, se niega a presentar un nuevo presupuesto, y el presidente de la república, que también es de derechas, convocó nuevas elecciones en enero de 2022.
Mientras los años de 2019 a 2022 estuvieron parcialmente marcados por la pandemia del COVID 19, y por consiguiente la movilización social fue escasa, en los últimos dos años, hubo una creciente movilización por parte del magisterio de escuela pública que hizo huelgas consecutivas entre noviembre de 2022 y marzo de 2023, cerrando escuelas en todo el país, exigiendo mejores condiciones de trabajo, recuperación del tiempo de servicio que se considera para la valorización de sus salarios, y que el gobierno de derecha había eliminado. En el caso de docentes por contrato, que no tienen vínculo permanente con una escuela o área regional definida (el número de estos profesionales es creciente), hay que añadirles el problema del precio creciente de la vivienda, en la medida que muchos de estos profesionales son obligados a mudarse todos los años de casa, lo que afecta a su estabilidad familiar. Además, en las regiones más afectadas por la subida de los precios de la vivienda, muchas veces los salarios recibidos por estos profesionales no les permite ni siquiera pagar una residencia cerca de la escuela donde trabajan. Situación idéntica ocurre con médicos y enfermeros del sistema público de salud, que hicieron protestas reclamando mejores condiciones laborales, reclamando igualmente en contra del número de horas extraordinarias a que son sometidos por la ausencia de suficientes profesionales en el sistema público. Por otro lado, las fuerzas de seguridad, en las que Chega tiene bastante influencia, reclaman la revalorización de sus salarios.
La inflación de los últimos años provocó el aumento particularmente del costo de alimentos y de la vivienda, lo que afectó principalmente a la clase trabajadora. Así, debido a la intransigencia del gobierno del PS, que se mantuvo enfocado en lograr las metas presupuestarias de reducción de la deuda, imposiciones de la UE, provocando el debilitamiento de los servicios públicos del Estado, perjudicando a profesionales de estos servicios y a la clase trabajadora que se beneficia de estos servicios, y por la incapacidad de la izquierda (BE y PCP) de mostrar una estrategia y propuestas políticas y económicas independientes de lo que puedan lograr negociar con el PS, fue la derecha, y particularmente la extrema-derecha, la que se benefició, crecientemente desde 2019, del voto de protesta.
Hay un balance por hacer en la izquierda portuguesa, y europea, en cuanto a lo que podremos aprender de este último ciclo histórico. Lamentablemente, los ciclos electorales parecen reducir todos los balances a evaluar los cambios de táctica que no son pensados a largo plazo, sino a muy corto plazo. Ante la subida de la extrema-derecha, en las redes sociales se puede leer el pánico y la incapacidad de entender quiénes son los electores que votaron en la extrema derecha, y un desencanto ante la incapacidad de la izquierda de recuperar su apoyo electoral, ante la crisis del gobierno de mayoría absoluta del PS.
Distinto a las elecciones del 2022, en que se pudo justificar la caída electoral del BE y de la CDU por la campaña mediática de que la caída del gobierno era culpa de los partidos de izquierda, aunque realmente era por la falta de interés del PS de llegar a acuerdos con su oposición de izquierda, en el 2024 las circunstancias eran otras. En los últimos dos años, Antonio Costa había gobernado con mayoría absoluta, y aun así el PS no lograba detener el reclamo social del magisterio o de profesionales de la salud. La caída del gobierno se debió no por cualquier responsabilidad de los partidos a su izquierda, sino por un proceso penal abierto en contra del primer-ministro, António Costa, y que involucraba otros ministros del gobierno. No obstante, las distintas circunstancias, los principales partidos de izquierda, BE y PCP, no lograron recuperar el apoyo electoral perdido desde el 2015. Ante esa pregunta, importa ver que los dos partidos defendían propuestas que, si aplicadas, obviamente beneficiarían a la clase trabajadora, aumentando la vivienda pública disponible y controlando sus precios, aumentando el salario mínimo y posiblemente los salarios medios. Asimismo, sus propuestas posibilitaban la derogación de la legislación laboral neoliberal que debilitaba la negociación colectiva y los sindicatos. Podríamos ir más lejos e imaginar que lograrían aumentar las dotaciones de los servicios públicos de salud y educación, mejorando las condiciones de trabajo de estos profesionales y consecuentemente las de las clases trabajadoras que dependen de estos servicios. Uno de los problemas es que todas estas y otras propuestas ya habían sido sucesivamente rechazadas por el PS. Pedro Nuno Santos, el nuevo líder del PS, después de la salida de Antonio Costa, había dicho que no pretendía “volver atrás” en relación con privatizaciones anteriormente llevadas a cabo por los gobiernos de derecha. Por lo tanto, cerradas las puertas, por parte del PS, a cambios más estructurales en las políticas económicas y sociales, la estrategia de BE y de PCP pasaría por buscar ser alternativa al PS. Disputarían con este la hegemonía del espacio social de la izquierda, o continuarían disponibles, como lo declararon sucesivamente durante la campaña electoral, para acuerdos postelectorales con el PS, pero serían obligados a renunciar a llevar para la mesa de negociación aquello que el PS no está dispuesto a aceptar.
Importa una vez más aclarar que la inflexibilidad del PS no es algo específico de António Costa o de Pedro Nuno Santos, a pesar de lo que pueda diferenciar uno del otro, sino que se trata de aquello que se puede acomodar dentro de las restricciones de las políticas económicas y sociales que el “orden del capital” (utilizando la expresión de Mattei). Ese orden del capital es tanto el europeo como nacional. La inflexibilidad de PS se ubica en la tensión entre lo que puede aceptar, y aquello que es inaceptable para la Unión Europea y toda la legislación comunitaria existente, como para la clase dominante nacional, representada en las confederaciones patronales, en “think thanks” formales o informales, y que controla igualmente los medios de comunicación social.
Stathis Kouvelakis, filósofo político griego y antiguo dirigente de Syriza, con el cual rompió después de que el gobierno firmó un nuevo acuerdo con la UE, escribió hace nueve años un texto sobre los acuerdos que BE, PCP y PEV firmaron con el PS, al que conviene ahora regresar. En ese texto[4], empezaba por afirmar que “… la idea de que un partido como el Partido Socialista Portugués estaría dispuesto a hacer frente a la Unión Europea y a la burguesía nacional para aplicar medidas contra la austeridad, aunque modestas, me parece una ilusión completa”. Más adelante, proseguía diciendo que “es más que probable que la dirección del PS utilizará el acuerdo con el Bloco de Esquerda y el PCP de la misma manera que Tsipras se comportó ante la izquierda de su propio partido cuando entró en la espiral infernal de concesiones que condujo a la capitulación. A saber, sometiéndola al chantaje permanente consistente en decir ‘¿Te atreverías a derrocar un gobierno de izquierda, el primero de su clase (y la novedad de la configuración también se aplica para Portugal) en este país?’” Fue exactamente eso lo que ocurrió en 2021, cuando finalmente BE, PCP y PEV votaron en contra el presupuesto de António Costa, que hizo en los meses siguientes una campaña acusando a su izquierda de juntarse con la derecha.
Algunas voces en la izquierda, ante la subida de la extrema-derecha, claman ahora por la necesidad de un frente antifascista en Portugal. Sin embargo, no aclaran en qué consiste programáticamente ese programa, en términos de políticas sociales, económicas, de campañas efectivas que puedan servir de combate al racismo y xenofobia. Tampoco en los últimos ocho años en que la izquierda parlamentaria era mayoritaria en el parlamento las políticas públicas que el PS llevó a cabo, por su decisión propia o por acuerdo con la izquierda, no lograron detener ese avance. A mi juicio, importa sí construir una estrategia que permita recuperar el espacio social y político de la izquierda que realmente quiera derrotar la forma más radical del capitalismo que actualmente conocemos como neoliberalismo y a la extrema derecha creciente es su versión más extrema. Pero eso implica también analizar el abandono por parte de la izquierda de un proyecto alternativo de construcción social y recuperarlo. Para esto, habría que considerar que un neoliberalismo de rostro humano no es posible, y que por lo tanto no es posible separar políticas sectoriales que un eventual gobierno del PS pueda acceder a implementar, del sentido global de las políticas macroeconómicas inscritas en los compromisos europeos, que los sucesivos gobiernos portugueses, sean del PS o del PSD no titubean en aplicar, y que el PS no está dispuesto a confrontar. Analizar críticamente lo que nos trajo hasta el presente es el primer paso que necesitamos dar.
7. Algunas reacciones a los resultados electorales
Entre las reacciones a los resultados electorales del 10 de marzo, quisiera mencionar algunas que provienen de la izquierda. Carlos Carujo(militante de BE, y quien en una convención anterior del partido integrara la moción Q) diagnostica que la izquierda a la izquierda del PS – o sea, BE y PCP – había adoptado una estrategia defensiva, hablando para su propio espacio político. Ante la insatisfación generalizada ante las políticas del PS, buscó reivindicar como suyas las medidas populares adoptadas al inicio de la legislatura 2015-2019, argumentando que «si el PS vuelve a constituir gobierno, y si reciben muchos votos y en las condiciones adecuadas, si los astros se alinean, el PS tendrá que actuar de forma distinta». Aunque ese impulso inicial de la «geringonça» hubiese terminado hace nueve años, la izquierda no había hecho el luto, y alimentaba el «mito eterno».
Otro elemento que Carlos Carujo identifica, pensando en específico en el BE, es que se debe enfocar en disputar los votos de los electores que oscilan entre el PS y los partidos a su izquierda, que actualmente consideran que «quienes están molestos con la política son irrecuperables», aunque la abstención electoral en Portugal oscila entre el 30% y 40% de los electores. El efecto de esa opción ante la abstención es abandonar políticamente a «sectores del pueblo explotado que podrían pasar del descontento difuso a la rebeldía transformadora». Sin una izquierda que busque movilizarla, ss deja esa parte de la clase trabajadora abandonada, o que después la extrema derecha buscará movilizar.
Esto se une a otro problema político de fondo: la autolimitación de la izquierda al no proponer una alternativa al sistema capitalista, porque supuestamente «asustaría a las personas». Esto, bajo la premisa de que los electores en disputa son aquellos que votan y que están indecisos en cuanto a su voto (si más a izquierdas o más al centro).
En conclusión, Carlos Carujo plantea la necesidad de que la izquierda se presente como alternativa sistémica anticapitalista y luche por la «hegemonía profunda» comprometida con la «organización popular» reinventando la «consciencia de clase».
Otra reacción surgida en los últimos días la encontramos en un artículo de Catarina Príncipe (quien en el 2016 protagonizó la moción R dentro de BE). También aquí la abstención es un aspecto importante. Efectivamente, desde 1995 la abstención no tenía un valor tan reducido. Durante las tres últimas elecciones, los partidos de izquierda, BE y PCP, han sufrido una reducción de votos; claramente, fueron otros los partidos que beneficiaron de la mayor participación electoral.
Catarina Príncipe considera dos razones distintas para explicar esta merma en votos para la izquiwrds: «porque habían apoyado un gobierno que no respondió a las expectativas creadas, y porque dejaton de apoyar ese mismo gobierno, precipitando una crisis política.» Siendo que estas dos razones son mutuamente excluyentes, la caída electoral de BE y PCP en las elecciones del 2019, 2022 y 2024, se podría explicar porque una parte de los electores no estuvo de acuerdo con las decisiones de ambos partidos en apoyar los sucesivos gobiernos de PS, o se desanimó viendo que estos gobiernos no mejoraban sus condiciones de vida, mientras otra parte de los electores se opuso a la decisión de ambos de no aprobar los presupuestos de 2021, precipitando las elecciones anticipadas del 2022.
Para Catarina Príncipe, el nuevo líder de PS, Pedro Nuno Santos, representante de una ala de izquierda dentro del PS, osciló entre el centrismo, para no perder votos y mantener el control de su partido, y la izquierda, queriendo demostrar una voluntad de cambio y de mayor disponibilidad para llegar a entendimientos con BE y PCP. Pero también oscilaban estos entre presentar sus propuestas políticas (que los alejaban del PS) y la disponibilidad para firmar nuevos acuerdos, repitiendo lo ocurrido en el 2015.
Común a ambos diagnósticos, Carlos Carujo y Catarina Príncipe parecen estar de acuerdo cuanto a la necesidad de una reflexión estratégica por parte de los partidos de izquierda, además de la necesidad de reforzar las bases sociales de los partidos, más allá de la disputa electoral, ante el crecimiento de la extrema derecha entre la población que se siente descontenta, insegura y con miedo.
Esperamos que otros diagnósticos y propuestas de acción surjan en un contexto político y social en el que, después de los años de la pandemia, las luchas populares resurgieron y volvieron al nivel de lo ocurrido en los años finales del primer gobierno de PS (2015-2019). Mientras la extrema derecha moviliza las luchas de las fuerzas policiales, el valor nominal de la inflación no refleja la subida real de los precios de los alimentos, que, como sabemos afecta principalmente a la clase trabajadora y los sectores más pobres de esa clase. De acuerdo con el economista Eugénio Rosa, miembro del PCP, la inflación de alimentos y bebidas no alcohólicas fue de 25,3% en los últimos dos años, lo que significa que las actualizaciones salariales de los últimos años no acompañan de ninguna forma la subida inflacionaria. Si juntamos a esto la subida en los precios de vivienda, que afectan a gran parte de la clase trabajadora, y que imposibilita a que quien cobra menos de dos salarios mínimos (el salario mínimo en 2024 es de 820 euros por mes) a poder alquilar una casa, más la perspectiva de una recesión económica europea que desde Alemania (ya en recesión) se arrastra a toda Europa, unido a la continuidad de una guerra en el continente, la situación social tiende a agravarse en un momento en que que las fuerzas de izquierda y sus sindicatos están debilitadas y en crisis.
La situación política de las elecciones del 10 de marzo se traducen en una crisis social y política sin que veamos una salida para esta, y con una izquierda que timídamente presentó propuestas para los principales problemas sociales sin una estrategia política autónoma, porque al mismo tiempo dependía de posibles acuerdos postelectorales con el PS. Buscaban regresar a 2015, en un contexto económico, social y político totalmente distinto de aquel.
Notas:
[1] "Chega" puede traducirse al español como "Basta".
[2] Michal Kalecki "Aspectos políticos del pleno empleo" en https://revistaeconomiacritica.org/index.php/rec/article/view/556/535.
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Rui Costa Santos nació en Porto, Portugal, en 1977. Es graduado en Lenguas y Literaturas Modernas por la Universidad de Porto, cuenta con una maestría en Teoría Literaria por la Universidad de Lisboa y un doctorado en Estudios Hispánicos por la UPR Río Piedras. Entre 2011 y 2019, fue profesor de portugués en la UPR Río Piedras. Actualmente es profesor visitante en la Universidad de Granada.
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