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Actualidad de un debate: cien años de la polémica sobre el “izquierdismo”

Por Rafael Bernabe



Hace cien años, entre 1920 y 1922, se desarrolló un gran debate sobre táctica y estrategia en el movimiento socialista revolucionario internacional. Como parte de ese debate, Lenin redactó su clásico folleto La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo. Podemos llamarlo, por tanto, el debate sobre el “izquierdismo”. Se desarrolló, más concretamente, en el seno de la recién fundada Tercera Internacional. Esa discusión todavía ofrece importantes lecciones para el presente, que conviene repasar. Ese es el objetivo de este artículo. Veremos primero algunos aspectos del debate de 1920-1922 y luego discutiremos algunos aspectos de las luchas en Puerto Rico.


Hay que señalar que el debate de 1920-1922 se refirió en lo fundamental al movimiento obrero y sus organizaciones (sindicales y políticas). Se habló poco o nada de las luchas de las mujeres. No se tocaron temas que solo posteriormente han adquirido prominencia, como las luchas ambientales o estudiantiles. Pero no es difícil extender lo planteado en el debate a esas luchas también y a la intervención de los revolucionarios en ellas.


El contexto: auge y retroceso de la ola revolucionaria, 1917-1920


Desde sus inicios, el marxismo explicó que el capitalismo genera un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y crea a la clase trabajadora, capaz de ponerlas al servicio de la humanidad. Era lógico pensar que las primeras revoluciones socialistas tendrían lugar en los países más desarrollados, con su poderosa base industrial y sus mayorías obreras. Pero la primera revolución socialista estalló y triunfó en 1917, no en Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania o Francia, sino en el atrasado imperio de los zares, en el que la clase trabajadora era una pequeña minoría de la población. Esto no refutaba el marxismo, tan solo sus versiones mecánicas. De hecho, uno de los líderes de la revolución había anticipado los eventos de 1917 con una nitidez impresionante. Doce años antes, León Trotsky había explicado que, en Rusia, ya bajo el zarismo, había nacido una clase obrera industrial, minoritaria, pero concentrada en grandes empresas. La burguesía rusa carecía de voluntad revolucionaria. Para liberarse de la caduca monarquía, la clase trabajadora tendría que movilizarse de manera independiente y movilizar tras de sí a la mayoría campesina del país. Pero una vez alcanzara el poder político, la clase trabajadora no se limitaría a derribar la nobleza, proclamar las libertades democráticas y repartir la tierra a los campesinos, sino que empezaría a apoderarse de la industria capitalista. Así, la revolución campesina y agraria, democrática y antimonárquica se combinaría con el inicio de la revolución socialista: es lo que Trotsky describía como una revolución combinada o permanente. La revolución socialista podía iniciarse en un país atrasado, como Rusia. Los hechos de 1917 confirmaron la perspectiva de Trotsky casi al pie de la letra. Lejos de refutar, confirmó las capacidades del análisis marxista cuando se aplica, no dogmática, sino creativamente.


Pero la perspectiva de Trotsky no abandonaba la premisa marxista de que solo el alto desarrollo de las fuerzas productivas crea las condiciones adecuadas para el proyecto socialista: la revolución en la atrasada Rusia tan solo podría sobrevivir si la revolución europea acudía en su auxilio. Contar con ese auxilio era racional, pues era de esperarse que una revolución triunfante en Rusia estremecería a todo el continente y pondría en movimiento fuerzas revolucionarias más allá de sus fronteras. A partir de 1917, este aspecto de la revolución permanente también parecía cumplirse. En 1918, estallaron revoluciones que derribaron al imperio alemán y al imperio austrohúngaro, en ambos casos junto al surgimiento de consejos de obreros, marinos y soldados, según el modelo de los soviets rusos. En 1919, se proclamó una república soviética en Hungría que fue aplastada tres meses después por vía de una intervención militar externa. En 1920, trabajadores en huelga ocuparon las fábricas en los centros industriales más importantes del norte de Italia. Parte de la flota francesa en el Mar Negro se amotinó ante la posibilidad de una intervención militar contra Rusia. También los sindicatos ingleses se movilizaron contra la intervención. Se podrían dar otros ejemplos de la insurgencia obrera y revolucionaria en esos años.


Sin embargo, para 1920 puede verse que los hechos han tomado un camino intermedio, no previsto: la revolución europea ha sido suficientemente amplia para asegurar la supervivencia del estado soviético, pero no para triunfar. Lenin y Trotsky, entre otros líderes revolucionarios, concluyen que los recién nacidos partidos comunistas no han tenido la fuerza y la amplitud para vencer. Se había iniciado, por tanto, un periodo de relativa estabilización política y económica. Oportunidades revolucionarias volverían a surgir, pero no eran inminentes. El momento imponía nuevas tareas. La tarea fundamental era convertir a los recién nacidos partidos comunistas en partidos de masas. Como decía la fórmula: para conquistar el poder, primero había que conquistar a las masas [1]. Del ritmo febril de los años anteriores había que pasar a un trabajo más paciente, que tendría que incluir la presencia en sindicatos conservadores, las acciones conjuntas con organizaciones políticas enemigas de la revolución, que aún incluían a miles de trabajadores, y la participación en las elecciones.


Pero no todos aceptaban esta perspectiva. Al contrario, un numeroso sector del movimiento insistía que la revolución estaba a la orden del día, pues la guerra mundial y la revolución rusa habían iniciado la época de la descomposición y quebranto del capitalismo, que ya nada podía ofrecer a la humanidad. En esa época no se podía hablar de estabilización. En ese contexto, los sindicatos conservadores y los partidos reformistas y traidores eran tan solo obstáculos que había que echar a un lado. Las elecciones no eran más que una distracción de la urgente preparación revolucionaria de la clase obrera. A esta corriente se referían Lenin y Trotsky cuando se referían al “izquierdismo”. Y el “izquierdismo” tenía considerable fuerza en los partidos de la recién nacida Internacional Comunista (en Alemania, Italia, Holanda, en el mismo partido ruso, por ejemplo). En esa época en que la Internacional era un espacio de debate democrático, tanto Lenin como Trotsky, a pesar de su prestigio, tuvieron que debatir largo y tendido para impulsar sus posiciones. Los debates más importantes se desarrollaron alrededor de los congresos tercero y cuarto de la Internacional Comunista en 1921 y 1922. Punto importante del debate fue la manera de entender las coyunturas y la evolución del capitalismo internacional. Ese es el primer aspecto del debate que debemos considerar.


Coyuntura, ciclos y ondas largas


En sus intervenciones en y alrededor del Tercer congreso, Trotsky planteó que el “izquierdismo” no se equivocaba al señalar que el capitalismo había entrado en un largo periodo de estancamiento económico e inestabilidad política. La prosperidad y equilibrio de los veinte años anteriores a la guerra habían quedado atrás. Pero olvidaban, sin embargo, que el capitalismo desde su nacimiento se ha caracterizado por oscilaciones o fluctuaciones cíclicas o recurrentes, con sus momentos de auge, crisis, caída, nuevo auge, etc [2]. Esas fluctuaciones no dejan de operar en un largo periodo de estancamiento. Es decir, reconocer una relativa recuperación económica no supone negar la naturaleza de la época de estancamiento, pero sí reconocer las fluctuaciones que ocurren en su interior, y que es necesario tomar en cuenta a la hora de determinar las tareas del partido revolucionario [3].


De este modo, Trotsky esbozó lo que posteriormente se conocerá como la teoría marxista de las ondas largas [4]. El capitalismo, planteaba Trotsky, se caracteriza por dos movimientos interconectados: largos periodos de crecimiento acelerado, seguidos de largos periodos de estancamiento, por un lado, y ciclos industriales más breves, por otro. Durante los periodos de expansión, los auges cíclicos son duraderos y las crisis breves. Al contrario, durante los periodos de estancamiento, los auges son breves y las crisis prolongadas [5]. El capitalismo europeo estaba viviendo una recuperación cíclica dentro de un periodo largo de estancamiento: la recuperación no sería duradera y nuevas crisis plantearían nuevas situaciones revolucionarias. Pero por ahora, se vivía la recuperación, débil pero real. No era momento de intentar nuevas ofensivas, sino de prepararse para futuras situaciones revolucionarias.


Trotsky se preguntaba si el capitalismo podría entrar en una época de expansión duradera. La posibilidad no podía descartarse. Pero Trotsky señalaba el precio que habría que pagar para tal recuperación del capitalismo. Así advertía que, si la clase trabajadora no derribaba el capitalismo y si le daba “la oportunidad a la burguesía de dirigir los destinos del mundo durante largos años, digamos dos o tres décadas, entonces, con toda seguridad será restaurado algún tipo de equilibrio”. Según él, “Europa sufrirá retrocesos. Millones de obreros europeos morirán de hambre. Los Estados Unidos tendrán que reorientarse en el mercado mundial, reducir su industria, retroceder durante largo tiempo. Después del establecimiento de nuevas divisiones del trabajo en el mundo por semejante vía dolorosa, en quince, veinte, veinticinco años, acaso pueda comenzar una nueva época del resurgimiento capitalista”. Sabemos que tres décadas después el capitalismo de hecho entró en una nueva época de expansión, luego de los sufrimientos de la “vía dolorosa” de la Gran Depresión, de la victoria del fascismo y de la devastadora Segunda Guerra Mundial. De nuevo la historia confirmó la anticipación formulada por Trotsky en 1921. Pero en ese momento a Trotsky no le interesaba que la historia confirmara su predicción de ese modo: al contrario, aspiraba a que la revolución socialista detuviera el camino a la catástrofe.


Lenin: “con la vanguardia sola es imposible triunfar” [6]


En su polémica con el “izquierdismo”, Lenin advertía contra lo que consideraba era su error fundamental: confundir los deseos propios con la realidad. La vanguardia ya entendía la necesidad de la revolución, pero eso no quería decir que la mayoría de la clase trabajadora la entendiera. La vanguardia entendía que el capitalismo era un sistema caduco, entendía que había llegado la hora de una democracia obrera, distinta y superior al parlamentarismo burgués. Pero eso no quería decir que el resto de la clase trabajadora lo entendiera. Como decía Lenin: “lo que ha caducado para nosotros, no ha caducado para la clase, para la masa” [7]. La vanguardia no podía basar su política únicamente en el hecho de que el capitalismo o sus instituciones políticas habían “caducado”. Tenía que basarla en ese hecho, ciertamente, y también en el hecho de que la “la masa” todavía no comprendía eso plenamente o no lo comprendía del todo. Y el objetivo era lograr que “la masa” llegara comprenderlo. Es decir, había que hacer política para la clase, no para la vanguardia. El objetivo no era convencer a los convencidos, sino atraer a los no convencidos. Había que hacer política para la clase que aún no entendía, no para la vanguardia que ya entendía. Tan solo de ese modo se conduciría la vanguardia, no como una secta, sino como “el partido de la clase, como el partido de las masas” [8].


A partir de este hecho, Lenin insistía que la clase trabajadora aprende a través de la movilización y la participación, es decir, “por experiencia propia” [9]. No basta con levantar la bandera roja, no basta con “la repetición escueta de las verdades del comunismo puro” [10]. La clase tampoco cambia su conciencia observando acciones revolucionarias de la vanguardia. Para que se difunda la conciencia revolucionaria “se precisa la propia experiencia de las masas” [11]. La tarea no es “galvanizar” a la clase con acciones militantes de la vanguardia, sino propiciar luchas a las que pueda incorporarse activamente una porción cada vez más amplia de la clase trabajadora.


Ir al encuentro de la clase


Para permitir a la clase aprender “por experiencia propia” había que movilizarla a partir de demandas que correspondieran a sus intereses y a su nivel de conciencia. Como plantearía la “Resolución sobre la táctica” del Tercer congreso de la Internacional, había que partir de las “necesidades concretas del proletariado”. Había que tomar la “necesidad de las masas como punto de partida”. Había que formular “reivindicaciones cuya realización constituya una necesidad inmediata y urgente para la clase obrera”. No se trataba de demandas revolucionarias, pero sí de demandas que no podrían lograrse sin enfrentar la feroz resistencia del capitalismo. De ese modo, la lucha consecuente por esas demandas podía y debía llevar a la comprensión de que, si la clase obrera “quiere vivir, el capitalismo debe morir” [12]. Lo que aquí se propone es lo que Trotsky llamaría posteriormente demandas de transición: demandas que corresponden al nivel de conciencia de amplios sectores, a la vez que la lucha por ellas conduce a un cuestionamiento creciente del capitalismo.


Algunos “izquierdistas” rechazaban formular demandas concretas e inmediatas, planteando que eso era limitarse a luchas por reformas. La “Resolución sobre la táctica” respondía que solo a través de la lucha concreta llegaría la clase a entender la necesidad de la revolución: “No se trata de predicar siempre al proletariado los objetivos finales sino de hacer progresar una lucha concreta que es la única que puede conducirlo a luchar por esos objetivos finales” [13]. La resolución advertía que, sin participar en esas luchas inmediatas, sin formular un “sistema de reivindicaciones” que las animaran, las organizaciones revolucionarias se convertirían en “asilos de la pura doctrina”, sin puentes hacia la clase que aspiraban a movilizar.


De la misma manera que había que ir al encuentro de la clase en el nivel de conciencia que se encontrara, había que ir a su encuentro en las organizaciones en las que se agrupaba. Lenin explicaba que muchos sindicatos exhibían “cierta estrechez gremial, cierta tendencia al apoliticismo, cierto espíritu rutinario” [14]. La dirección, estructuras y prácticas de las trade unions inglesas eran conservadoras y burocráticas y las de organizaciones como la American Federation of Labor en Estados Unidos eran francamente reaccionarias. Pero mientras agruparan a trabajadores, los revolucionarios no podían negarse a trabajar en ellas. Había que “actuar… en las organizaciones sindicales… por muy reaccionarias que sean”. También había que actuar en las “sociedades obreras legales regidas por las leyes más reaccionarias” [15]. No se podía enarbolar la bandera roja y esperar que la clase se congregara a su alrededor. Había que ir a todos las organizaciones que agruparan a los trabajadores y trabajadoras, aún las más alejadas de perspectivas revolucionarias.


El frente único


La política del frente único era parte esencial de la conquista de la clase para la revolución. La corriente “izquierdista” rechazaba cualquier acuerdo con líderes y organizaciones obreras reaccionarias. Sobre todo, rechazaba acuerdos con los partidos socialistas, que habían traicionado el internacionalismo al comienzo de la Primera guerra mundial y que luego habían aplastado y desviado las revoluciones a partir de 1918. Los partidos comunistas habían surgido denunciando las traiciones de esos partidos; ¿cómo iban a proponer ahora acuerdos con ese liderato contrarrevolucionario? Lenin, Trotsky y sus partidarios rechazaban esta perspectiva (de la que había más de una variante). Según ellos, esa perspectiva impedía la unidad en la acción de la clase trabajadora, necesaria para enfrentar sus enemigos, aislaba a los revolucionarios de importantes sectores de la clase obrera y dejaba esos sectores bajo la influencia de los líderes conservadores. Es decir, debilitaba a la clase doblemente: la mantenía dividida y reducía la influencia de los revolucionarios en su seno.


Contra esto, Lenin, Trotsky y su corriente planteaban la política del frente unido o frente único. Los revolucionarios debían proponer acuerdos concretos de acción conjunta a todas las organizaciones de la clase trabajadora, es decir, sin importar la naturaleza, posiciones y trayectoria pasada de sus líderes. El doble principio de esa política debía ser “marchar separados y golpear juntos”. Golpear juntos, pues se debían proponer acciones conjuntas (paros, huelgas, piquetes, marchas, etc.) con objetivos concretos (aumentos de salarios, detener legislación antiobrera, apoyar una huelga, etc.). Mejor: se pueden crear órganos de frente único para realizar estas tareas, con integrantes de todas las organizaciones participantes. Marchar separadamente, pues cada organización retenía su derecho a expresar sus posiciones y opiniones, incluso sobre los otros integrantes del acuerdo o frente único. El frente único correspondía a los intereses de la clase trabajadora: tan solo movilizando a todos sus componentes, que por ahora estaban repartidos en distintas organizaciones, podría enfrentar los ataques de la burguesía. Si el frente único se concretaba, las experiencias de movilización ayudarían a desprender a las bases de sus líderes conservadores y las pondrían al alcance de las organizaciones revolucionarias que habían propuesto el frente único. Si los líderes conservadores rechazaban el frente único propuesto por los revolucionarios, quedarían retratados como enemigos de la unidad y aumentaría el prestigio de los primeros [16]. En su folleto sobre el “izquierdismo”, por ejemplo, Lenin planteaba que el Partido Comunista británico debía proponer un frente único electoral al Partido Laborista: fuese aceptado o no por su liderato reformista y proimperialista, la realización o lucha por el frente único era una palanca necesaria para aumentar la influencia del primero en la clase trabajadora que en su mayoría seguía siendo fiel al liderato laborista [17].


Las elecciones y el parlamento


El “izquierdismo” denunciaba la participación en las elecciones como una distracción de las tareas revolucionarias. Esa participación fomentaba ilusiones entre los trabajadores sobre la democracia capitalista. Fomentaba la ilusión de que a través de las elecciones podrían resolverse los problemas fundamentales de la clase. Contra la democracia burguesa había que levantar la perspectiva de la democracia obrera. El parlamento burgués era ya una institución caduca, al servicio del enemigo de clase, en la que los revolucionarios nada tenían que buscar. De nuevo, había diferentes variantes de estas posiciones.


Contra ese antielectoralismo militante del “izquierdismo”, Lenin insistía, no solo en la posibilidad, sino en la “obligación" de participar en las elecciones y en los parlamentos (es decir, las legislaturas), incluso los “más reaccionarios” [18]. Los revolucionarios entendían que el parlamento era una institución caduca, ante la posibilidad de crear una más amplia democracia obrera. Pero ¿cómo podía decirse que era una institución caduca para la clase, cuando millones de trabajadores seguían participando en las elecciones? Eso era confundir el deseo con la realidad. Eso era pensar que la superación teórica de una institución equivalía a su superación en la práctica. No, mientras los trabajadores y trabajadoras siguieran participando en las elecciones, los revolucionarios estaban obligados a ir a su encuentro también en el terreno electoral y parlamentario. Lenin machaca una y otra vez: “la participación en las elecciones parlamentarias y en la lucha desde la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario precisamente para educar a los sectores atrasados de la clase…” [19]. Los revolucionarios no pueden “negarse a participar en el parlamento reaccionario burgués” [20]. En fin: “Mientras no tengáis la fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquier otra institución reaccionaria estáis obligados a trabajar en el seno de dichas instituciones…” [21].


En Puerto Rico: la táctica


En Puerto Rico no es raro encontrar posiciones típicas del “izquierdismo” con el que Lenin polemizó en su momento. Así, por ejemplo, se ha objetado la demanda de una auditoría de la deuda como insuficiente, como un reconocimiento tácito de la legitimidad de la deuda, cuando sabemos que la deuda es ilegítima, odiosa, colonial y que debe cancelarse. Por supuesto, nadie puede oponerse a exigir la cancelación de la deuda en una situación en que esta demanda haya logrado o pueda lograr un apoyo considerable. Sin embargo, en una situación en que la mayoría de la población aún no considera correcto cancelar una deuda, la exigencia de una auditoría puede ser una útil demanda de transición: es una exigencia que puede ser apoyada como justa y lógica por amplios sectores y que puede propiciar que más adelante se convenzan de la necesidad y justicia de cancelar la deuda. Se puede y se debe exigir la auditoría de la deuda y usar el proceso de auditoría para demostrar que la deuda debe cancelarse pues es odiosa, ilegítima, ilegal, colonial, etc. No se trata únicamente de que la deuda sea ilegítima etc., sino de también propiciar que los amplios sectores que aún no lo entienden lleguen a entenderlo. Y, si luego de exigirse no se logra el proceso de auditoría (como ocurrió en Puerto Rico), el hecho puede y debe usarse para restar legitimidad a cualquier pago de una deuda que no ha sido auditada.


Por otro lado, hemos participado en reuniones en que activistas plantean que ya “hemos hecho muchos piquetes y marchas” y que es necesario pasar a acciones “más contundentes”. Lenin respondería que quizás la vanguardia y los sectores más activos han realizado muchas marchas y piquetes, pero el 90% del pueblo aún no participa en ningún piquete: lo que es entendido y común para la vanguardia, aún no lo es para el resto de la clase. Por eso es necesario seguir convocando marchas y piquetes y otras actividades similares, aunque la vanguardia ya esté “cansada” de hacer actividades de este tipo. De igual forma se plantea que para vencer al enemigo no bastará con piquetes, etc. Esto es cierto, pero la conclusión no debe ser que la vanguardia asuma por su cuenta actividades de confrontación. En ese caso, se convierte al pueblo en observador. La vanguardia actúa, queda aislada y es derrotada. El pueblo observa, pero sigue igualmente desmovilizado. Se olvida que el objetivo debe ser lograr movilizaciones en que el pueblo aprenda “por experiencia propia”.


Del arsenal del leninismo, el frente único es un arma poco comprendida en nuestra izquierda. La política del frente único diría: “A pesar de las muchas traiciones y nuestra falta de confianza en ciertos líderes, queremos acordar un plan de acciones conjuntas, necesarias para enfrentar los enemigos de la clase trabajadora (o las políticas de privatización, de austeridad, anti obreras, etc.)”. Pero en lugar de esto no es raro escuchar esta posición: “No queremos acuerdos con líderes inconsistentes, traidores y no confiables. Proponerles tal acuerdo ya sugiere que serían capaces de luchar. Seguiremos la lucha sin ataduras con tales aliados indeseables”. Lenin diría que esta segunda posición suena muy radical, pero la respuesta del burócrata en su fuero interno será: “¡Perfecto! A mí tampoco me interesa propiciar movilizaciones que pueden dar ideas erróneas a mi matrícula y que la pondrán al alcance de los radicales que las proponen y que no me tienen cariño alguno”. Al contrario, ante la primera posición, el mismo burócrata pensará: “¡Maldición! Ahora me la ponen difícil, si accedo a este llamado me arrastran a movilizaciones que quizás no pueda controlar y pongo mi matrícula a disposición de los radicales. Pero esos radicales están difundiendo su propuesta. Si me rehúso me retratarán como enemigo de la unidad y serán ellos y no yo quien quede bien ante la gente”. La política del frente único permite luchar por la acción más amplia de la clase obrera, necesaria para enfrentar con éxito a sus enemigos, y lejos de favorecer, pone en aprietos a los dirigentes más inconsistentes, burocráticos y conservadores de las organizaciones invitadas a participar.


Desde que en 2009 se organizaron dos coaliciones con el mismo objetivo de combatir la Ley 7, las luchas en Puerto Rico han estado marcadas y limitadas por la división. Una de sus causas, aunque no la única, ha sido el rechazo de la izquierda de proponer el frente único de todas las organizaciones sindicales. Eso ha debilitado a la clase obrera y ha reducido las oportunidades de crecimiento de la izquierda. Es momento de retomar la política del frente único con su doble aspecto: golpear conjuntamente y marchar separadamente.


Hay que subrayar que el frente único no debe confundirse con lo que posteriormente se conocería como la política de los frentes populares. El frente único es la propuesta de acciones conjuntas de las organizaciones obreras y de otros sectores oprimidos. El frente popular, por el contrario, es la propuesta de alianza con partidos burgueses. No es lo mismo, por ejemplo, proponer una alianza con el PPD que plantear un frente único con organizaciones sindicales cuyos líderes apoyan o pertenecen al PPD. Lo primero mantiene a los trabajadores amarrados al PPD, lo segundo debe generar experiencias de lucha que ayuden a desprenderlos de ese partido y cualquier partido patronal. En Puerto Rico la política del frente popular, promovida por la Internacional en la época de Stalin tuvo un efecto muy grave en la política del Partido Comunista Puertorriqueño, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial en el momento del auge de la Confederación General de Trabajadores y el surgimiento del PPD. Fue una coyuntura decisiva en la historia del movimiento obrero y de la lucha por la independencia durante la cual el Partido Comunista llegó a autoliquidarse en 1944, una historia que no podemos examinar aquí [22]. El “izquierdismo” y los frentes populares son errores opuestos a los que debe oponerse la política del frente único.


En fin, hay que mencionar el rechazo de la participación electoral por una parte de la izquierda en Puerto Rico. Aquí se repiten los argumentos que ya formulaba el “izquierdismo” hace cien años: el parlamento es una institución burguesa (en el caso de Puerto Rico, burguesa y colonial); la clase obrera no puede liberarse a través de las elecciones; participar en las elecciones fomenta la fe en las instituciones existentes; las elecciones nada resuelven; en lugar de las elecciones hay que luchar en la calle, única manera de que el pueblo se libere, etc. Lenin estaba de acuerdo, por supuesto, en que parlamento es una institución burguesa (en el caso de Puerto Rico, burguesa y colonial), en que la clase obrera no puede liberarse a través de las elecciones y en que hay que luchar en la calle, talleres, etc., única manera de que el pueblo se libere. Pero insistía, si hay elecciones burguesas y mientras decenas de miles de trabajadores participen en ellas, la participación electoral de los revolucionarios es, no solo posible, sino obligatoria. Allí donde haya parlamento y la población esté atenta a sus debates, tratar de lograr presencia en el primero no solo es posible, sino obligatorio. Hay que usar las elecciones y el parlamento, como cualquier otro espacio y terreno, para impulsar las posiciones revolucionarias. ¿Que hay que denunciar las limitaciones y fraudes del parlamentarismo burgués? Ciertamente. Pero hay que tratar de hacerlo, si es posible, desde el parlamento mismo. No se trata de luchar en la calle en lugar de participar en las elecciones, sino de luchar en la calle y participar en las elecciones. En cuanto al argumento de que las elecciones “nada resuelven”, casi todas las organizaciones obreras, ambientales, de mujeres acuden constantemente a la legislatura y otras agencias, para apoyar o rechazar medidas y saben que la composición de la legislatura afecta sus intereses. Las elecciones no pueden solucionar los problemas fundamentales, pero afectan muchas situaciones. Los movimientos revolucionarios no pueden ignorar este hecho, a menos que quieran aislarse de las luchas inmediatas de la clase.


Hace algunos años vimos carteles con la consigna “Si la Junta va a gobernar ¿para qué votar”. Es cierto que para detener a la Junta no basta con votar. Pero no de esto no se puede concluir, diría Lenin, que no se pueda o no se deba usar las elecciones para impulsar el combate contra la Junta. Diría que hacerlo es, no solo posible, sino obligatorio. Por lo demás, la premisa del argumento conduciría a abandonar toda lucha, no solo lucha electoral. Así, se podría preguntar: “Si la Junta va a gobernar ¿para qué marchar o piquetear o hacer desobediencia civil, etc.?”. En fin, la premisa no puede ser que “la Junta va a gobernar”, sino que vamos a organizarnos y movilizarnos para que la Junta no pueda gobernar y para eso hay que echar mano a todas las formas de lucha (piquetes, marchas, desobediencia, paros, paros nacionales, etc.), incluyendo la participación electoral. Para los revolucionarios las primeras siempre serán más importantes, pero eso no es razón para renunciar a la intervención electoral, sino para ponerla a su servicio.


También hemos visto una hoja suelta que presenta una lista de los males que afectan a la clase trabajadora y que pregunta “¿Votaste y qué solucionaste?” (no es una cita exacta, no tengo el documento a la mano). El argumento tiene el mismo problema que el caso anterior. Si la persistencia de los males es razón para dejar de votar, también habría que abandonar otras formas de lucha, que tampoco han logrado revertir los primeros. Alguien podría decir, “¿Piqueteaste y qué lograste?”, “¿Marchaste, paraste, etc., y qué lograste?” Todas y todos responderíamos que no vamos a abandonar los piquetes, marchas, paros, etc. porque aún no hayamos alcanzado nuestros objetivos. Pero la misma lógica aplica a todas las formas de lucha: la lucha por cambiar al país sigue y debe usar todas las formas de lucha a su alcance, incluyendo la lucha electoral, como insistía Lenin en su debate con el “izquierdismo”.


Recientemente se ha publicado una nueva edición de la Lucha por la independencia de Juan Antonio Corretjer, que apareció inicialmente en 1949. Nadie puede objetar la reedición de este importante documento en la historia del independentismo. Tampoco es este el lugar para discutir a fondo sus fortalezas y debilidades. Entre sus fortalezas está el señalamiento de que las clases poseedoras puertorriqueñas nunca han tenido voluntad de enfrentar al imperialismo, en o antes de 1898. Esa tarea recae, por tanto, en la clase trabajadora, que deberá liberar a Puerto Rico de la dominación colonial e imperialista en el proceso de liberarse de la dominación capitalista. Uno de sus puntos débiles es la posición no leninista ante el tema electoral. Corretjer constata que la participación electoral ha sido un medio de los partidos de las clases gobernantes para desviar el empuje revolucionario o potencialmente revolucionario por canales aceptables al régimen existente. De ahí concluye que los revolucionarios deben rechazar todo tipo de participación electoral. Pero la premisa no justifica esa conclusión. De que la política reformista haya sido electoralista no se deriva que toda intervención en las elecciones tenga que ser o sea automáticamente reformista. La burguesía criolla usa las elecciones para desviar y confundir, pero nada impide que los revolucionarios las usen para llevar su mensaje revolucionario. No está de más recordar que César Andreu Iglesias, en aquel momento uno de los líderes el Partido Comunista, formuló una interesante respuesta al libro de Corretjer, apoyándose, básicamente, en las posiciones de Lenin en su polémica con el “izquierdismo”. Sería importante recuperar ese aspecto del debate [23].


Por otro lado, se ha argumentado y argumenta que participar en las elecciones “legitima” al poder colonial o capitalista. Demás está decir que los revolucionarios no reconocen un derecho de los patronos a la propiedad de los medios de producción, ni consideran legítima la dominación de clase o la explotación a que someten la clase trabajadora. Pero no se usa este argumento para rechazar la firma de convenios y contratos con los patronos. No se piensa que por firmar un convenio con los patronos se está “legitimando” su dominio. Simplemente se reconoce que mientras no podamos expropiar a los patronos, será necesario negociar con ellos. Lo importante es que la lucha por mejores convenios se desarrolle de manera tal que también crezca la conciencia de que es necesario abolir el capitalismo. De igual forma, participar en las elecciones y, cuando se pueda, ocupar puestos en el parlamento, no implica legitimar el estado colonial o capitalista. Simplemente se reconoce que mientras no podamos abolir el estado capitalista, será necesario (obligatorio, decía Lenin) usar algunas de sus estructuras para combatirlo [24]. Lo importante es que la lucha electoral se desarrolle de manera tal que también crezca la conciencia de que es necesario abolir el capitalismo. Repitiendo el planteamiento de Lenin: “Mientras no tengáis la fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquier otra institución reaccionaria estáis obligados a trabajar en el seno de dichas instituciones…” [25].


En Puerto Rico: la coyuntura


Hace un siglo, el debate con el “izquierdismo” obligó a Trotsky a refinar la concepción marxista del movimiento y evolución del capitalismo: postuló la alternancia de ondas largas expansivas y recesivas que se combinan con las fluctuaciones recurrentes de la economía capitalista (el llamado ciclo industrial), con sus crisis, recuperaciones, auges y nuevas crisis, etc. La presencia de una recuperación no negaba el carácter recesivo de la onda larga que se había iniciado con la guerra mundial. Pero esa recuperación era innegable.


Podemos decir que en 2022 estamos en una situación parecida: una recuperación tentativa en el contexto de un largo periodo crítico. Históricamente, el movimiento de la economía de Puerto Rico ha estado sincronizado con las fluctuaciones de la economía de Estados Unidos y la economía capitalista mundial; cuando las últimas están en auge, la economía de Puerto Rico crece; cuando las anteriores entran en recesión, la de Puerto Rico se comporta de igual manera. Sin embargo, a partir de 2006 Puerto Rico entró en una depresión ininterrumpida, definida por el estancamiento y el encogimiento. Así, luego de que la economía internacional empezó a recuperarse después de la llamada Gran recesión de 2008, la de Puerto Rico continuó en su ruta descendente, por lo menos hasta 2020. Es decir, la economía de Puerto Rico se desincronizó de la economía internacional, hundiéndose en su gran depresión del siglo XXI.


Es necesario determinar las razones de esa depresión ininterrumpida de década y media. Entre ellas está el impacto de la gran recesión de 2008 que operó sobre el efecto previo de la eliminación de la sección 936, sin nada que la remplazara, que a su vez actúo en el contexto de las políticas de libre comercio, que eliminaron algunas de las “ventajas” de Puerto Rico ante competidores en el mercado de Estados Unidos.


En fechas recientes parece haberse iniciado una recuperación: ha caído la tasa de desempleo y han aumentado los empleos, han crecido los recaudos del gobierno, que ha podido aprobar un presupuesto mayor que el de años anteriores, incluyendo aumentos para algunos empleados públicos. A la vez, la Junta de Control impuso, y los gobiernos PNP-PPD aceptaron, una renegociación desfavorable de la deuda de COFINA y obligaciones generales, por encima de lo propuesto por expertos como sostenible. Esas deudas combinadas debieron reducirse en al menos 80 por ciento, pero solo se redujeron cerca de 50 por ciento. La apuesta del PNP-PPD es que las inyecciones masivas de dinero federal durante una década (mayormente como fondos de recuperación de desastres y los créditos por trabajo) revivirán la economía. Cuentan además con que no habrá una recesión global profunda o que esos fondos contrarrestarán su impacto, manteniendo la economía a flote. De ese modo se podrá cumplir con los pagos de la deuda, sin tener que imponer medidas de austeridad demasiado onerosas, que puedan poner en peligro la reelección de quienes las impongan.


Podemos predecir que una nueva recesión global es inevitable y que no dejará de afectar a Puerto Rico [26]. De seguro provocará nuevas medidas de austeridad. La resistencia del pueblo puede plantear una vez más la necesidad de suspender el pago de la deuda. En todo caso, la recesión traerá nuevos ataques contra el pueblo trabajador y nuevas oportunidades de organización y movilización y la posibilidad de que sectores cada vez más amplios entiendan que “si la clase trabajadora ha de vivir, el capitalismo tendrá que morir”.


La izquierda debe prepararse para enfrentar esa coyuntura. Para eso debe echar mano a las armas que el debate de 1920-1922 pone en sus manos: un atrayente “sistema de reivindicaciones” de transición, una política de frente único de todas las organizaciones del pueblo trabajador y una disposición a usar todas las formas de lucha, incluyendo la participación electoral, que siempre debe estar al servicio de la organización y movilización en centros de trabajo, de estudio y en las comunidades.


Notas


[1] “El problema más importante de la Internacional Comunista en la actualidad es la conquista de la influencia preponderante sobre la mayoría de la clase obrera…”. “Resolución sobre la táctica”, Tercer congreso de la Internacional Comunista.


[2] “La alternancia de las crisis y los booms, con todos sus estados intermedios, constituye un ciclo o uno de los grandes ciclos del desarrollo industrial… Por razón de sus contradicciones interiores, el capitalismo no se desarrolla en línea recta, sino de manera zigzagueante: ora se levanta, ora cae”. Trotsky, “La situación mundial”, Tercer Congreso de la Internacional Comunista (junio 1921).


[3] “El hecho que el capitalismo continúe oscilando cíclicamente luego de la guerra indica, sencillamente, que aún no ha muerto y que todavía no nos enfrentamos con un cadáver. Hasta que el capitalismo no sea vencido por una revolución proletaria, continuará viviendo en ciclos, subiendo y bajando. Las crisis y los booms son propios del capitalismo desde el día de su nacimiento; le acompañarán hasta la tumba”. Trotsky, “La situación mundial” (junio 1921).


[4] Ver “La ‘ondas largas’ en la historia del capitalismo”, capítulo IV de Ernest Mandel, El capitalismo tardío (México, D.F.: Era, 1979) y Las ondas largas del desarrollo capitalista. La interpretación marxista (Madrid: Siglo XXI, 1986).


[5] “¿Cómo se combinan las fluctuaciones cíclicas con el movimiento primario? Claramente se ve que, durante los períodos de desarrollo rápido del capitalismo, las crisis son breves y de carácter superficial mientras que las épocas de boom, son prolongadas. En el período de decadencia, las crisis duran largo tiempo y los éxitos son momentáneos, superficiales, y están basados en la especulación… He aquí, pues, cómo se determina el estado general del capitalismo, según el carácter particular de su respiración y de su pulso”. “La situación mundial”, Tercer Congreso de la Internacional Comunista, (junio 1921).


[6] V.I. Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo en Obras Completas (Moscú: Ediciones Progreso), Vol. 3. p. 412.


[7] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 383.


[8] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 383.


[9] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 354, 406.


[10] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 413.


[11] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 412.


[12] “Resolución sobre la táctica”, Tercer congreso de la Internacional Comunista.


[13] “Resolución sobre la táctica”, Tercer congreso de la Internacional Comunista.


[14] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, pp. 376.


[15] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, pp. 355, 362.


[16] “Si nuestras propuestas de acción común son rechazadas, habrá que informar de ello al mundo obrero para que sepa cuáles son los reales destructores de la unidad del frente proletario. Si nuestras propuestas son aceptadas, nuestro deber consistirá en acentuar y profundizar las luchas emprendidas. En los dos casos, es importante lograr que las conversaciones de los comunistas con las otras organizaciones despierten y atraigan la atención de las masas trabajadoras, pues es preciso interesar a estas últimas en todas las peripecias del combate por la unidad del frente revolucionario de los trabajadores.” “Resolución sobre el frente único”, Cuarto congreso de la Internacional Comunista (1922).


[17] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 406.


[18] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 355.


[19] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 383.


[20] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 396.


[21] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 383.


[22] La justificación de esa autoliquidación en términos de no entorpecer la labor del PPD se encuentra en Juan Santos Rivera, Puerto Rico, ayer, hoy y mañana (Informe al Comité Central del PCP, 19 de febrero 1944), San Juan.


[23] “La lucha electoral y la independencia” (1950) en César Andreu Iglesias Independencia y socialismo, (San Juan: Librería Estrella Roja, 1951), pp. 67-102. Tenemos planeado preparar una reedición electrónica de este texto para momento crítico.


[24] En la década de 1970, Corretjer extendió la posición al terreno sindical: llegó a plantear que la lucha sindical también era inherentemente reformista y debía abandonarse por otras formas de organización obrera. Juan Antonio Corretjer, “La Asociación de Trabajadores” en El líder de la desesperación, (Guaynabo, 1978, 2da edición), p. 60.


[25] La enfermedad infantil del “izquierdismo”, p. 383


[26] Para una extensión del análisis de las ondas largas luego de la onda recesiva iniciada en 1974-75 ver Nathan Johnson, “Empirical Evaluation of Long Waves of Capitalist Development”, Critique, Vol. 48, no. 2-3. 2020. Según el autor, el capitalismo entró en una débil onda expansiva a partir de la década de 1990 (estimulado por la restauración del capitalismo en la Unión Soviética, Europa del este y China y caracterizado por nuevas tecnologías de información y comunicación) y entró en un nuevo periodo de crecimiento desacelerado a partir de la Gran recesión de 2008, en el que aún nos encontramos.


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